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Club AtléticoEl Club Atlético dependía de la Policía Federal y del Ejército. Descripción (Nunca Más) Primer nivel: Salón azulejado, puertas de vidrio, un escritorio grande y otro pequefio; en ellos se identificaba y asignaba un número a cada detenido. Puertas de vidrio. Acceso disimulado al subsuelo. Subsuelo: Sin ventilación ni luz natural. Temperatura entre 40 y 45 grados, en verano. Mucho frío en invierno. Gran humedad. Las paredes y piso rezumaban agua continuamente. La escalera llevaba a una sala provista de una mesa de ping pong que usaban los represores. Al costado, una salita de guardia. Dos celdas para incomunicados. Una sala de torturas y otras para enfermería. Cocina, lavadero y duchas, éstas con una abertura que daba a la superficie extema por donde los guardias observaban el ano de las mujeres Otro sector pata depositar el botín de guerta. Celda llamada "leonera", con tabiques bajos que separaban boxes de 1,60 m por 0,60 m. En un sector, 18 celdas, en otro, 23. Todas de 2 m por 1,60 m y una altura de 3 a 3,50 m. Tres salas de tortuta, cada una con una pesada mesa metálica. Colchones pequeños manchados de sangre y transpiración, de goma espuma. Este centro clandestino de detención funcionó desde mediados de 1976 hasta el mes de diciembre de 1977. Fue demolido poco después, pero de los relatos de algunos testimoniantes y otros informes obtenidos por la CONADEP, pudo establecerse que estaba instalado en un predio ubicado entre las calles Paseo Colón, San Juan, Cochabamba y Azopardo. Las personas alojadas en dicho centro llegaban en el interior de vehículos particulares severamente tabicadas. Al llegar al lugar eran sacadas de los automóviles y transportadas violentamente - casi en vilo - por una escalera pequeña y un lugar subterráneo, sin ventilación. Así surge de los dichos de Carlos Pachecho (Legajo N° 423), Pedro Miguel Antonio Vanrell (Legajo N° 1132) Daniel Eduardo Fernández (I egajo N° 1310), José Angel Ulivarri (Legajo N° 2515) y otros, comcidiendo casi todos en que al llegar se abría un portón. Eran desnudados sin excepción, hombres, mujeres, jóvenes y ancianos y revisados, mientras eran empujados y maltratados. Se les retiraban todos sus efectos personales, que jamás les fueron devueltos. «Tu nombre de ahora en adelante será K 35, ya que para los de afuera estás desaparecido...», relata Miguel D"Agostino. De allí eran llevados al quirófano o sala de torturas y el miedo se habla convertido en terror y desesperación.
Una vez que se detenía momentáneamente la primera sesión de «ablande» algunos eran llevados casi a la rastra a la «enfermería» y luego a la «leonera» o directamente a los «tubos». En los tobillos se les colocaban unas cadenas, cerradas con candados de cuya enumeración era imprescindible acordarse, ya que, si no, corrían el riesgo, cuando eran trasladados al baño, de no obtener las llaves correspondientes que los abrieran. Entre el tabique que impedía casi totalmente la visión, los grillos en los pies, además de la cara y de la partes más visibles del cuerpo llenas de hematomas, magulladuras y heridas abiertas - amén de la ropa que se le asignaba a cada uno - la imagen de estos seres sometidos a condiciones infrahumanas es un recuerdo lacerante para cada uno de los escasos sobrevivientes.
El «campo» tenía lugar para unas doscientas personas, y según refieren los liberados durante su funcionamiento habría alojado más de 1.500 personas. Este dato lo deducen de las letras que precedían al N°, cada letra encabezaba una centena. Por los testimonios asentados en la CONADEP, se llegó a la letra X en noviembre de 1977. Los grupos de tareas con base en este C C.D. operaban fundamentalmente en Capital y Gran Buenos Aires, «pero la impunidad que poseían les permitía ir más allá de esos límites, como en el secuestro de Juan Marcos Hermann, traído desde San Carlos de Bariloche al Atlético» (Conferencia de prensa del 22-8-84). El personal integrado por las fuerzas de seguridad actuaba en contacto con otros C.C.D., como la ESMA y Campo de Mayo. El promedio de secuestros era de 6 ó 7 por día, pero hubo oportunidades en que ingresaban hasta 20. A intervalos regulares, un grupo importante de detenidos partía con destino desconocido. Dice D"Agostino:
Represores
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