Los familiares - Rehenes

 

Una práctica frecuente del sistema represivo consistió en aprehender a uno o varios miembros de la familia de la persona buscada, con el objeto de obtener información sobre su paradero a través de amenazas y violencias, y/o con el objeto de provocar su presentación o entrega. Es así como hermanos, padres, madres, aun abuelos fueron detenidos ilegalmente, violentados y, a veces, hechos desaparecer con motivo de la búsqueda de algún pariente sospechoso.

Es por de más elocuente el testimonio de Francisco José Elena (Legajo N° 4212). El día 22 de noviembre de 1976 se encontraba en la estación terminal de Córdoba en compañía de dos personas con las que había convenido un trabajo en su condición de colocador de azulejos. En el momento de dirigirse a la plataforma de salida, fueron detenidos por personal en ropa de combate del Ejército que los trasladó en un camión al campo de La Ribera:

«Cuando me preguntan como se componía mi familia y nombro a mi hija mayor, llamada Rosario, me dicen: "¿así que esa es tu hija? ¿es casada?, a lo que respondo: sí, con Roberto Nájera a lo que el interrogador expresó: ¿ése es tu yerno?, vos no te vas de aquí hasta que no los agarremos a ellos"... solicité hablar con el interrogador, quen me pregunto qué quería, entonces le dije que quería saber cuando me iban a soltar, él me dijo que cuando detuvieran a mi yerno y a mi hija, entonces le manifesté que ellos eran una familia aparte de la mía, dueña de sus actos y que yo no podría interferir de ninguna manera, además ellos eran dirigentes gremiales y no guerrilleros ni subversivos y que también mi detención era injustificada, entonces me dijo que tenga paciencia, que ya los iban a agarrar y que entonces me iban a dejar en libertad, a lo que respondo: quiere decir que si no los agarran nunca yo no podré salir de aquí, y me contestó: son cosas de ellos, pegó media vuelta y se fue»

La detención ilegal del Sr. Elena duró cerca de un mes, en el que padeció amenazas, malos tratos y fue testigo de excesos represivos.

El caso del matrimonio Candela (Legajo N° 5003) alcanza límites impensables en cuanto al ejercicio de violencias sobre el grupo familiar en aras de la ubicación de personas buscadas. El 24 de marzo de 1976, por la noche, ocho personas armadas penetraron en el domicilio de la familia Candela. Dijeron buscar a Adela Esth» Candda de Lanzilotti y a su marido Osvaldo Daniel Lsnzilotti. Como no los encontraron, se llevaron por la fuerza a los padres de Adela: María Angélica Albornoz de Candela, de 53 años y Enrique Jorge Candela, Sub-oficial retirado de la Aeronaútica, de 49 años, dueños de casa. Enterados de que el matrimonio Lanzilotti pernoctaba en la casa de la abuela paterna de Adela, se dirigieron allí y la amenazaron con matar a su hijo y a su nuera si no entregaba a su nieta. En el interín, el matrimonio Lazzilotti huyó del lugar y el personal armado se retiró, careciéndose desde entonces de noticias del matrimonio Candela.

Otro caso conmovedor por la índole de los sentimientos puestos en juego es el protagonizado por la familia Kreplak (Legajo N° 1661).El 9 de julio de 1977, varias personas armadas vestidas de civil allanaron su domicilio, requiriendo a Gabriel Eduardo Kreplak quien no se encontraba en el lugar. Luego de revolver la casa secuestraron al señor Kreplak y a su hijo Ernesto Carlos, conduciéndolos a un lugar que estiman podría ser Campo de Mayo. La denuncia formulada por Gabriel continua así:

«Durante ese día a mi padre lo sometieron a un interrogatorio con descargas eléctricas, en presencia de mi hermano Ernesto Carlos. Todas las preguntas estaban orientadas a dar con mi paradero, que mi padre desconocía completamente. Al comprobar esto, las preguntas se orientaron entonces al paradero de mi hermano José Ariel, que en esos momentos estaba casualmente pernoctando en la casa de mi abuela paterna, Sara Lis de Kreplak, situada en Villa Devoto, Capital. Esto fue lo que le dijo mi padre a sus secuestradores. El mismo día a las 11.30 hs. de la mañana, siete individuos civiles, armados con ametralladoras automáticas, irrumpen en la casa de mi abuela, y en su presencia se llevan a punta de pistola a José Ariel; lo introducen en la parte posterior de una camioneta cubierta con una tela verde... esa tarde fueron liberados mi padre y mi hermano menor, quedando secuestrado mi hermano José Ariel».

Durante un tiempo la familia Kreplak recibe requerimientos para que se presente el joven Gabriel. Luego se corta esa comunicación y nunca más se tienen noticias de José Ariel.

El total desprecio que los protagonistas de la violencia represiva sintieron por el derecho a la privacidad del nucleo familiar y al respeto de las relaciones afectivas que lo constituyen queda en evidencia en el caso de la familia Casabona:

«Eran las 17 hs. del día 7 de marzo de 1977 cuando estaba en mi escritorio terminando un trabajo para la escuela E.N.E.T. N° I de Quilmes, Gral. Enrique Mosconi, de la que era Director; mi señora en la cocina haciendo los preparativos para una merienda y mi hijo mayor en su habitación del primer piso ocupado en sus asuntos de música, cuando sorpresivamente irrumpieron por el jardín de la casa saltando el cerco medianero, unos individuos provistos de armas largas que alcancé a divisar tras el cortinado de la ventana ubicada frente a mi mesa de trabajo. Al decidir salir y abrir la puerta para cerciorarme de lo que pasaba, fui atropellado sin más trámite por un individuo armado, con aspecto de facineroso y luego de ser encañonado fui obligado a ponerme de rodillas con las manos en la nuca. En esta situación se me preguntó insistentemente quién era Carlos Casabona. Mientras esto ocurría, sentí que se desplazaban por la casa otros individuos, por lo que se me ocurrió gritar que tuvieran cuidado con mi señora. La requisitoria de quien era Carlos Casabona se repitió varias veces acompañada cada una con un golpe del arma en la nuca, pero como yo también, como mi hijo menor, me llamo Carlos, esta situación la pude aclarar ante la insistencia pues deduje que a quien se buscaba sería a mi hijo. Tanto mi Sra. como yo, siempre amenazados por las armas, fuimos al primer piso a la habitación donde estaba mi hijo mayor. Allí se destacó una persona que nos tuvo en verdadero cautiverio siempre apuntando con su arma y profiriendo amenazas. Mientras tanto sus compañeros se ocupaban de requisar la casa vaciando los muebles y tirando el piso su contenido de ropas, libros y objetos varios, desarmando bafles de equipos electrónicos, punteando la tierra del jardín del fondo de la casa, en una palabra revolviendo y desordenamdo por doquier. Cuando llegó mi hijo Carlos que había ido a la Facultad de Ingeniería de La Plata, donde era alumno, a averiguar unas fechas de mesas de exámenes, según él eran las 17.30 hs., se sorprendió el ver toda la casa abierta y el penetrar en la misma fue encañonado y obligado a ponerse en el piso del living, cara al suelo. Como recién había hecho el servicio militar pudo observar desde su posición que la única prenda de ese tipo que tenían los siniestros asaltantes de mi casa eran borceguíes pues la vestimenta era diversificada en gorros tejidos de lana, camperas, camisas y tricotas atadas a la cintura con pantalones comunes, todo ello sin guardar ningún estilo de corte militar o policial. La requisa se dio por terminada cuando dos de esos individuos penetraron en la habitación contigua en la que estaba mi Sra. y mi hijo mayor, que era el dormitorio de mi hijo Carlos, donde procedieron a tirar al centro de la misma, todos sus efectos personales que retiraban del placard hasta que sentí que dijeron "acá está". Después comprobamos que era una agenda que oportunamente había remitido por encomienda a Río Gallegos, donde prestó su servicio militar, y en la que había escrito su "diario de soldado". Desde nuestro cautiverio, mi Sra. pudo observar la entrada de culata de una camioneta, el jardín de la casa, donde se hizo ascender a mi hijo Carlos, encapuchado con las manos atadas a la espalda. De inmediato se retiraron no sin antes advertirnos que cualquier movimiento en cinco minutos nos costaría la vida... mi hijo apareció en mi casa después de cuatro días de horrible cautiverio, en el que estuvo a riesgo de perder la vida, siendo conducido encapuchado y maniatado hasta las inmediaciónes de mi domicilio.

Esto es, a grandes rasgos, el relato del ignominioso hecho ocurrido, que hasta el día de la fecha, ignoro las razones que pudieron provocarlo, con el que se avasalló la dignidad de mi familia y generó problemas de salud física y mental en la persona de mi Sra. esposa, hoy fallecida, habiéndose agravado en ella una dolencia, que más tarde sería el motivo de su deceso; respecto de mí, conceptuado como correctísimo profesional y excelente Director de un importante establecimiento educacional del Estado nacional, recibí un impacto emocional que me provocó un agravamiento de una lesión del corazón de la que aún padezco a la par que un daño moral del que no me recuperaré jamás y finalmente el perjuicio provocado en la persona de mi hijo que quedó seriamente afectado en su salud mental, situación ésta que interrumpió su carrera universitaria»

(Juan Carlos Casabona. Legajo N° 2787).

 

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