Gauto Duarte, Miguel Angel

El Escuadrón Perdido, por José Luis D'Andrea Mohr.
  
 


Nació: 7 de marzo de 1959
Desapareció: 14 de febrero de 1981
Unidad: Grupo de Artillería Aerotransportado 4 

Jefes: 
Teniente coronel Horacio Oscar LULLO (noviembre de 1976 - enero de 1979) 
Teniente coronel Neill L. BLAZQUEZ (enero de 1979 - septiembre de 1980) 
Teniente coronel Carlos QUEVEDO (septiembre de 1980 - 1982)

Comandantes de Zona: 
General Luciano B. MENENDEZ (1975 - 9/1979) 
General José A. VAQUERO (9/1979 - 2/1980) 
General Antonio Domingo BUSSI (2/1980 - 12/1980) 
General Cristino NICOLAIDES (12/1980 - 12/1981)

Comandantes de Subzona: 
General Jorge A. MARADONA (1977 - 1980) 
General Adán ALONSO (desde 1980)

Jefes de Area: 
General Gumersindo CENTENO (1976 - 1979) 
General Luis MARTELLA (2/1979 - 12/1980) 
General Julio FERNANDEZ TORRES (12/1980- 6/1982)

Comandante de Zona de secuestro: General Antonio D. BUSSI
Comandante de Subzona Capital Federal: Mario A. PIOTTI
Director Hospital Córdoba: Teniente coronel médico Lásaro Aníbal ALTAMIRANO
Director Hospital Militar Campo de Mayo: Coronel médico Ramón Vicente POSSE


Miguel Angel eligió ser paracaidista y el 14 de marzo de 1978 Fue incorporado como soldado conscripto en el Grupo de Artillería Aerotransportado 4, Córdoba, junto a los demás voluntarios.

En agosto de 1978 un compañero de servicio militar de Miguel avisó a su padre, en Buenos Aires, que el hijo estaba incomunicado por un problema desconocido para el informante. El señor GAUTO viajó a Córdoba y fue atendido en el cuartel por el teniente primero Miguel F. PERANDONES, quien le comunicó que el soldado estaba incomunicado por un período de diez días (las incomunicaciones no son a plazo establecido, excepto las ilegales). Ante la insistencia desesperada del padre, el oficial hizo acompañar al hombre hasta el exterior del cuartel por un sargento.

A fines del mismo mes viajaron a Córdoba el padre y la madre de Miguel. En el cuartel les dijeron que el joven estaba internado en el Hospital Militar de Córdoba, donde lo atendían de una alteración nerviosa, y que "no era conveniente verlo porque tenía prohibidas las visitas". Como no tenía dinero suficiente para permanecer en la provincia, el matrimonio debió regresar a Buenos Aires. A la semana siguiente viajó el padre y logró entrevistar al jefe del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, teniente coronel Horacio Oscar LULLO (alias "El Gato"), quien contó una historia algo inverosímil: durante una formación en la que él mismo alertaba a su tropa acerca de una posible guerra con Chile, el soldado Miguel Angel GAUTO abandonó las filas.
Ese episodio, interpretado casi como una cobardía, motivó una "investigación" de la que el soldado salió sin mayores complicaciones disciplinarias. El jefe LULLO autorizó en ese momento al padre de Miguel para que lo visitara en la enfermería. Allí comenzó el espanto: su hijo no lo reconoció; no hablaba; tenía lastimaduras en las muñecas y en los tobillos.

Cuando el padre enfrentó a LULLO para pedir explicaciones, el teniente coronel aseguró que no había pasado nada grave. Ante la insistencia del señor GAUTO para que lo acompañara a ver juntos al soldado, LULLO se negó y ordenó a un capitán que fuera a la enfermería y volviera con un informe. El capitán obedeció la orden; a su regreso informó, en presencia del padre, que las heridas que el soldado tenía en muñecas y tobillos se debían a las esposas y cuerdas utilizadas para inmovilizarlo e impedir así que se golpeara, dada su gran alteración nerviosa.

El padre volvió a la enfermería y, observando con más atención, comprobó que su hijo tenía también heridas bajo las uñas y quemaduras en el cuello, entre los dedos de los pies y en los genitales. Estaba sucio y sin ropa interior. Horrorizado, el señor GAUTO intentó llevarse al hijo en ese momento para que lo atendieran fuera del ámbito militar. LULLO no se lo permitió, pero le prometió que el soldado sería trasladado al Hospital Militar de Campo de Mayo (entonces esa dependencia de sanidad militar funcionaba como centro clandestino de detención de embarazadas; allí daban a luz, se secuestraba a sus bebés y ellas desaparecían).

Miguel Angel llegó a Campo de Mayo días después, como prometiera LULLO, y su padre lo encontró mudo y babeante; desconocía a las personas y sufría de incontinencia urinaria y fecal, además de caminar con dificultades. Lo atendía el doctor MAGGIOLO, un médico civil -según le dijeron al padre- que le informó que el muchacho tenía un traumatismo de cráneo y que lo demás no era de su incumbencia ni responsabilidad, excepto "sacarlo a flote".

En marzo de 1979 el soldado continuaba sin hablar, su incontinencia persistía y caminaba muy mal. Su padre logró autorización para trasladarlo al Hospital Borda, donde los médicos le advirtieron que el muchacho podía quedar inútil por el resto de su vida. De vuelta en el Hospital Militar de Campo de Mayo, en mayo de 1980, el doctor MAGGIOLO diagnosticó que el paciente ya estaba bien y en condiciones de que pidieran su baja.

Acompañado por su padre, Miguel viajó a Córdoba de inmediato. En el cuartel fueron atendidos por un oficial que tomó nota de lo que Miguel, dificultosamente, logró narrar. El muchacho dijo que había tenido miedo antes de un salto, en el avión, y a raíz de ello lo habían atado y golpeado hasta que perdió el conocimiento; a partir de entonces no recordaba nada más.

Ante esas afirmaciones, el oficial dijo que el hecho sería pasado a los tribunales militares, por lo tanto, el soldado no podía irse de baja y debía permanecer en Córdoba. Como el padre se negó airadamente a permitir tal cosa, el oficial se retiró "a consultar con un superior". Regresó al rato con una nota preparada para que el señor GAUTO firmara. En ella se reconocía el buen estado de salud de Miguel y se establecía la renuncia a todo reclamo posterior. El padre de Miguel, que no sabía leer, escuchó los términos del escrito, que fue leído por el oficial. Ante la alternativa de tener que dejar al hijo allí, imprimió sus huellas digitales en el papel y se llevó a Miguel, por fin, de baja. 

A partir de entonces el muchacho recibió atención médica en el Hospital Borda y, en noviembre de 1980, consiguió un empleo como cadete. Una desmejoría obligó a sus padres a internarlo nuevamente para un tratamiento que incluyó aplicaciones de electroshock. El 2 de febrero de 1981 tuvo un franco en el Borda y salió del hospital con sus padres. En la estación Constitución lo perdieron de vista por un instante, mientras él compraba una gaseosa y ellos, el boleto.

En realidad, lo perdieron para siempre. A partir de entonces integra el escuadrón perdido.

 

 

 

 
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