"El Libro de Mariel"

de Miguel Corsi

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Capítulo 3

Acaso el recuerdo más inmediato que asocio a la fatídica fecha del 24 de marzo de 1976, son los acordes iniciales de una marcha militar, seguidos por la lectura del comunicado numero uno. Una sensación de alivio remplazó el descontento de la mayoría de nuestros conocidos. Inclusive los peronistas, mascullando contra los militares, admitían que eso ya no iba más. Empezaron a conocerse una cantidad enorme de irregularidades del depuesto gobierno. Los favoritismos políticos desaparecieron de la noche a la mañana. El accionar de la banda terrorista de derecha llamada triple A cesó abruptamente. Buen comienzo, dijimos. Ver por televisión a un acicalado General de la Nación suponía que las cosas iban a mejorar. Las frases grandilocuentes fueron desplazadas por el lenguaje mesurado de las Fuerzas Armadas. Yo percibía esto como una repetición de la historia de mi padre; un gobierno peronista que era depuesto, esta vez sin derramamiento de sangre. Si antes se los había sacado y había sido lícito, no veía ahora diferencia alguna. Volvieron a contar en casa la anécdota de papá cuando quedó atrapado unas horas en la Plaza de Mayo durante el bombardeo del '55, y la incertidumbre de mi madre al no saber la suerte por el corrida. Para cuando el llamado Proceso tomó el poder, el era jefe de sección en la municipalidad de Buenos Aires. En su carácter de ingeniero electromecánico, la mayoría de los problemas a resolver eran eminentemente técnicos; ocasionalmente atendía algún reclamo gremial. A la mesa familiar llegaba la versión humorística de esas reivindicaciones, ya sea por lo insólito del pedido o por la forma de hacerlo. Después del golpe, el anecdotario fue paulatinamente desapareciendo, según se acotaba la actividad de los dirigentes. Empezaron a circular chistes acerca de que nadie se hacía responsable de haberlos votado. Súbitamente se puso de moda tener un amigo o, al menos, una influencia en el gobierno castrense . Un primo político de mi madre, para regocijo nuestro, aceptó una subsecretaría a nivel nacional.

Empecé la Facultad en abril y, a los pocos días, formé con compañeros nuevos un grupo de estudio que prometía ser bueno. La mayoría vivía en Belgrano. Uno de ellos provenía de una familia de militares, de modo que acaparaba todas las preguntas referidas al gobierno. Escuchar relatos de primera mano sobre enfrentamientos entre amigos de el, militares de carrera, con guerrilleros en el monte tucumano, me erizaba la piel Un ex compañero suyo , del Liceo Militar, se encontraba de patrulla junto a otro oficial. Habían estado caminando toda la mañana aplicando una táctica que los norteamericanos usaron en Vietnam. Se llama búsqueda y destrucción y consiste en buscar depósitos de armas o alimentos, y destruirlos. Sin darse cuenta se fueron alejando del grueso del grupo. En un momento se encontraron en medio de una picada que no figuraba en la cartografía levantada por la Inteligencia Militar. Eso les indicó la posibilidad de encontrarse con algún elemento insurgente. En lugar de reportar al comando de la partida, que en realidad no sabían con certeza donde estaba, prefirieron hacer contacto con el enemigo. Siguieron andando por la vereda, latiéndoles el combate inminente en los oídos. Se separaron unas decenas de metros, para dificultar la puntería de los probables tiradores . El que encabezaba la partida siguió el trazado de la huella y desapareció momentáneamente de la mirada del compañero. Cuando el segundo empezaba a tomar el recodo, se escuchó un disparo. Saltó hacia delante. Al doblar la curva vio al compañero caído y a su lado, el autor del disparo que se preparaba a terminar la faena . Sin detener la carrera, hizo fuego dos o tres veces desde la cintura. Los escopetazos destrozaron la espalda del guerrillero. Cuando llegó al lado de su amigo, comprendió de una vez que el tiro de gracia no hubiera sido necesario. Solo entre los dos cuerpos, rompió a llorar.

Al empezar a reunirnos la mayor parte de las veces en Belgrano puse más cuidado en mi vestimenta. Los buzos, tan prácticos para ir a la pileta, fueron reemplazados por puloveres acordes con la moda de entonces. Descubrí también que, para nadar, el cabello bien corto era mejor que los gorros de goma. Algunas veces mi casa era el punto de encuentro. Cuando esto ocurría, soportaba estoicamente las bromas y los pedidos de mano respecto de mi hermana. Quizás lo que más alborotaba a mis compañeros no era tanto la parte estética, sino mas bien cierto aire de misterio. El paso fugaz de ella por la cocina, tradicional centro de estudio, provocaba una repentina distracción que remataba invariablemente en alguna broma monotemática. Yo tomaba nota mental, para retribuir la cortesía con las hermanas de algunos de ellos. El diario,mejor dicho,las noticias que traía, empezaron a ser motivo de disputa entre Mariel y yo. Era frecuente que en los enfrentamientos armados, la peor parte la llevaran los subversivos; de hecho casi nunca se informaba de bajas en las fuerzas regulares. Los medios de comunicación se referían a los insurgentes como el declarado ilegal en primer ó segundo termino. Me alegraba enterarme de las contundentes respuestas de los militares frente a los ataques de los guerrilleros y lo hacia saber ruidosamente al ver los titulares durante el desayuno. Ella me arrebataba el diario y, luego de leer cuidadosamente la noticia, se quedaba mirando algún punto sombrío del espacio.

Paralelamente a mi vida de nadador llevaba otra, algo menos apasionada, dedicada a las artes marciales. En medio de ese ambiente de patadas y roturas de ladrillos, conocí a Marta. Si bien no podría ser incluida en la lista de amores a primera vista, descubrir que reparaba en mi logró despertar sensaciones largo tiempo ausentes. Cauteloso como era_(consecuencia natural de anteriores despechos) decidí tomar mi tiempo para pisar terreno firme. La primera señal cierta de que la cosa iba en la senda correcta, ocurrió cuando vino a alentarme a la llegada de las Fiestas Mayas,una prueba atlética tradicional. Ese 25 de Mayo de 1976 el trazado fue desde la Plaza histórica hasta la cancha de River. A la noche, después de la carrera, la acompañé hasta su casa. Cuando me despedí de ella con un beso en la mejilla, estaba doblemente contento; a la alegría de haber llegado en el puesto 463 se sumaba que, por fin, alguien del sexo opuesto me ponía buena cara. Al entrar a casa mi padre preguntó porque llegaba a esa hora, si en la televisión decían que el primero de la prueba había terminado hacía rato. Actué como si no me hubiera dado cuenta de la ironia, respondiendo con un comentario técnico. El, insistente, agregó una ultima pregunta para redondear la chanza

- ¿No habrás hecho recorrido de más?

Ignorando la pulla fui a la cocina donde mi madre, más compresiva, mientras me recalentaba la comida alabó mi esfuerzo y enumeró las amigas y parientas que habían llamado para enterarse del resultado. Estaba terminando la cena cuando llegó Marielina que venía de estudiar con algunos compañeros. Nos quedamos solos en la cocina y, eufórico como estaba, le conté que Marta me había ido a ver. Charlamos un rato del tema, que yo consideraba algo vergonzoso o no apto para menores. Myriam y Mariano bajaron a la cocina, a tomar el ultimo vaso de agua antes de acostarse. Mariel sentó a Mariano en su regazo y sentenció

- Te va a venir bien que te metas con Marta, te va ayudar a que sepas mejor que queres.


Mi hermano, con sus siete años preguntó:

- ¿Quien es Marta?.

Myriam, que estaba en séptimo grado y ya algo de eso entendía, me miró a través de sus anteojos fondo-de-botella y canturreó:

- Tiene novia.

Al día siguiente de la carrera le conté al entrenador pormenores de la misma. El me escucho atentamente y deslizó la sugerencia de que podría cambiar la natación por el atletismo. Durante una fracción de segundo no entendí que quería decir. Muchas veces no queremos comprender lo que nos puede lastimar. Cuando descubrí el verdadero sentido de sus palabras, me ruboricé de furia. Respondí, tratando de ocultar mi indignación, que aunque fuera un perro nadando lo mío era el agua. Durante una semana estuve pensando la sugerencia: ¿Y si realmente no servía para nadar?. Me costaba decidirme por una respuesta definitiva y no me atrevía a pedir consejo a nadie, ya que las respuestas eran previsibles. Mi padre diría que me dedicara a estudiar, Marielina que estudiara y trabajara y Alejandro que siguiera nadando.

Mientras tanto, ya había tomado a la Facultad como un mal necesario y mis visitas a Paseo Colon no eran tan estresantes como lo habían sido el año anterior. La subida por las escalinatas y posterior palpación de armas, hechas por dos policías de civil, eran un hecho rutinario. Lo tomaba como una señal de que a la facultad se va a estudiar y no a perder el tiempo. En la Facultad donde estudiaba Marielina las medidas de seguridad eran similares. A diferencia mia, ella protestaba por el atropello. En casa aceptábamos ese tipo de restricciones que, en realidad, no nos parecían tan graves y daban cierta tranquilidad. Ya estábamos en junio y yo alternaba la lectura de las noticias de algún enfrentamiento, con las que informaban los últimos preparativos de los Juegos Olímpicos de Montreal. El susto de no tener condiciones como nadador se iba diluyendo a medida que aumentaba la cobertura sobre los juegos; fantaseaba que luego de estos, cuando se hicieran los de Moscú '80 , iba yo a vestir el buzo del Comité Olímpico Argentino.

Las vacaciones de invierno se acercaban y empezamos a prepararnos para un viaje a la zona de Cuyo. Como había sucedido en el verano, Marielina no sería de la partida. Argumentó razones de estudio y laborales. Mis padres insistían todos los días un poco para que se dejara de embromar con tanta responsabilidad y se tomara un respiro de Buenos Aires. A pesar de no haberlo explicitado ella nunca, se notaba un cierto desapego hacia la familia. Había algo que a mi se me escapaba en las cada vez mas duras discusiones padres- hija mayor. Ya no pasaban por los tópicos conocidos. Era algo mas trascendente, a juzgar por los rostros de mis padres. Algo indefinido, situado en un limbo metapolitico que les dejaba un sabor amargo. Así como el paisaje urbano había mutado de cierto tipo de vehículos, las peleas hogareñas también eran distintas respecto del año anterior. Era curiosa la analogía. En casa antes se discutía a la usanza itálica, con gritos y portazos. Ese invierno,sin embargo, habíamos adoptado una forma un poco mas civilizada; si querían enterarse de nuestros puntos de vista, los vecinos tendrían que aguzar el oído . Tomaron un cariz aparentemente más cordial, casi como si fuera un agradable ejercicio dialéctico. En realidad eran una sórdida toma de irreductibles posiciones, en las que mutuamente lamentábamos la estulticia del otro para comprender las nuestras .

- Reaccionario. -
- Yo también tuve veintidós años, ya vas a cambiar...

Los vehículos que antes se abrían paso estruendosamente, ahora circulaban sin apuro. Era fácil identificarlos, ya que a pesar de ser comunes y corrientes, los ocupantes tenían cierto aire de alerta; o quizás la forma de vestirse los hacia claramente distinguibles en medio del transito porteño. De cualquier manera, verlos pasar inspiraba una mezcla extraña entre seguridad e indefensión, que nos motivaba a llevar encima algún tipo de identificación para el hipotético caso que se nos pidiera documentos.

Faltaba ya poco para iniciar el viaje de vacaciones, y yo terminaba de rendir los últimos exámenes. Se realizó en Buenos Aires la seleccion de los nadadores para viajar a Montreal representando a la Argentina. La sección deportiva informó la nomina de atletas a participar en los juegos. El equipo de natación era reducido: un varón y cuatro mujeres. Siempre el nivel de las nadadoras había sido superior al de los hombres. El cronista destacaba la inclusión de Susana Coppo, que a pesar de vivir en Bahia Blanca y estar alejada de los centros de competencia, había hecho méritos suficientes como para ganarse un puesto en la delegación. Leí y volví a leer la nota. Me pregunté si algún día serian escritas unas lineas similares dedicadas a mi. El entonces presidente Videla despidió a la delegación, pidiéndoles que, cualquiera fuera el resultado deportivo, dejaran bien alto el nombre de Argentina en el extranjero.

Salimos finalmente de viaje sin olvidar, por supuesto, mi escopeta. Cualquier oportunidad era buena para cazar y, si bien los controles en la ruta se habían intensificado, al tener toda la documentación en regla no había de que preocuparse. El viaje en si careció de episodios interesantes y no fatigaré al lector con detalles turísticos. Rescato como característico que, al llegar por la noche a los hoteles, disfrutaba viendo por televisión el resumen diario de las Olimpiadas. Luego de casi dos semanas regresamos a Buenos Aires a seguir cada cual con su rutina.

Retome los estudios esperando mantener el decoroso desempeño del cuatrimestre anterior. A las reuniones en las casas de los compañeros, ya una cosa habitual y beneficiosa, se incorporo la costumbre del grupo de reunirnos en un bar cercano a la Facultad. Esas reuniones por lo general no eran de estudio, sino mas bien de distracción entre clases. Se charlaba de cualquier tema e incluso de deportes; claro que decir deportes significaba rugby o yachting. Cuando refería algo sobre natación todos me preguntaban sorprendidos, que le encontraba de entretenido a un deporte, en su opinión, tan monótono. Como la mayoría estaba cerca de los veinte años, muy pocos aceptaban la humillación de pedir dinero a los padres para los gastos mínimos. Algunos trabajaban medio día y el resto del tiempo lo dedicaban al estudio. También se daba el caso de compañeros que querían trabajar y no conseguían donde. Esto daba pie a jugosas anécdotas contadas por el protagonista que, vistiendo riguroso saco y corbata, acudía a pedidos que aparecían en los diarios. Cierta vez uno de ellos malinterpretó un aviso y fue al Departamento de Policía a una oficina equivocada. En esa oficina también se confundieron y le dijeron que esa noche se presentara para tomar servicio. La cosa no pasó de ahí, ya que el preguntó si el trabajo de oficina se hacia de noche y de esta forma se aclaró el mal entendido. Cuando contó el caso en la mesa del bar, remató la anecdota diciendo

- ¿Se imaginan a mi, pateando puertas a media noche?

Todos festejamos la ocurrencia con una carcajada. Ya estabamos en agosto y me dí cuenta que el asunto Marta lo estaba desatendiendo. En un entrenamiento convenimos con Alejandro que si ella estaba dispuesta a salir con una amiga, el me iba a acompañar, de modo que no fuera tan aburrida la salida. La llamé por teléfono y ese sábado pasamos por la casa para ir a tomar algo los cuatro. La madre, poniendo las cosas en claro, fijó una hora máxima de retorno: la una de la madrugada. Aclaró que siendo ella una menor de diecisiete años, no era prudente que estuviera tanto tiempo fuera de noche. Los argumentos por ella esgrimidos no podían ser tildados de novedosos, pero tratándose de la primera salida no era aconsejable sugerir ninguna flexibilizacion. Fuimos a un bar acorde con la ocasión, de esos llamados para parejas. Alejandro, dispuesto a facilitar mi tarea, se ubicó con la amiga de Marta en unos sillones alejados. Pedimos una gaseosa y estuvimos charlando un rato largo. Yo no me decidía en declararme y trataba de hablar distintos temas para romper cierto nerviosismo mutuo. Se acercó un hombre y farfulló algo que yo interpreté como si íbamos a tomar algo más. Le agradecí y le dije que no. El insistió con su pedido y recién entonces presté atención.

- Documentos, por favor.

Esa noche terminamos acompañando a las niñas a la Comisaria, frustrada mi acometida donjuanesca y temiendo que la madre se enojara conmigo. Después que los padres vinieron a buscarlas, quedamos Alejandro y yo sin saber que hacer. Tomamos un taxi hasta Primera Junta, donde pasan toda la noche medios de transporte mas económicos. Mientras esperábamos el colectivo, hablamos de la falta de oportunidad del pedido de documentos. Bajo la luz anaranjada de la avenida Rivadavia, vimos pasearse en la fría madrugada varios patrulleros que irían quien sabe donde. Sentí una sensación incomoda al comprobar que de ahora en mas salir sin documentos seria impensable. Y con lo olvidadizo que yo era.

A la semana siguiente la frustrada salida fue la comidilla del grupo de estudio. Tuve que contar la anécdota en la Facultad, en el bar y en la casa de ese compañero de familia castrense. Cuando estaba terminando el relato, apareció para despedirse un tío de el, coronel retirado. Escuchó el relato semi divertido, pero acotó que ese tipo de controles era necesario por los tiempos que se estaban viviendo. Mientras se iba colocando el abrigo, la esposa le alcanzó disimuladamente un revolver que guardo entre la ropa. Se despidió y nos quedamos un instante en un incomodo silencio. Finalmente, el anfitrión explicó en un tono de disculpa que era una orden del Ejercito: nadie podía salir desarmado, ni siquiera el personal retirado. La conversación tomó un cariz técnico; algunos estaban de acuerdo con el revolver, ya que si bien tienen un numero limitado de balas está prácticamente exento de fallas, algo crucial en medio del combate. Algunos, los menos,preferían a las pistolas por su velocidad de fuego si bien reconocían lo riesgoso de que se trabe un casquillo en la recámara. Volví a casa esa noche, pensando en vender mi guitarra eléctrica. Arrumbada desde hacía mucho en el placard, podría darme el dinero necesario para comprarme un arma de puño, ya sea un revolver o una pistola.

Comenzaba septiembre, y la fecha de mi cumpleaños estaba próxima. Luego de un trabajo de ablandamiento, obtuve el permiso de mis padres para vender la guitarra y comprar una pistola calibre 22. El mismo día que la compre,fui al Tiro Federal en Nuñez. Gasté una cantidad enorme de munición probando diferentes posiciones de tiro y en diferentes modalidades: blanco fijo, silueta metálica, tiro defensa etc. Volví a casa y la limpié con minuciosidad. Estaba dándole las ultimas gotas de aceite antes de ponerla en el armero al lado de la escopeta, cuando entró Marielina. Tomó el arma con curiosidad y me preguntó de donde había sacado el dinero.

- Vendí la guitarra. Total ya no la usaba.
- ¿Y papá que dijo?
- Ya sabía... Hace como una semana que lo estaba convenciendo. ¿Vos no sabias?
- No... o si. ¡Ah! ¿Era esto lo que iban a comprar?
- ¿Te gusta?
- Es linda... ¿Como se usa?

La miré un instante pensando que me estaba tomando el pelo. Después, me di cuenta de que ignoraba por completo el tema armas. Así pues, con cierto aire de experto, le expliqué rápidamente como se cargaba y se apuntaba. Hubiera seguido yo hablando de las bondades de mi adquisición, pero la atención de ella decayó abruptamente. Atacó en dirección a mi regalo de cumpleaños, mejor dicho, a la imposibilidad de materializarlo. Deudas previas, argumentó. Me sorprendió que sacara el tema, ya que nunca nos habíamos regalado nada; todos los regalos venían vía familiar. En retribución a su delicadeza, le confié que esperaba la presencia de Marta en la reunión que iba a hacer en casa.

- Quiero que vengas- agregué
- Lo que pasa es que el sábado vengo tarde de estudiar y después seguro que salgo.
-Hizo una pausa y agregó- Bueno. . . un rato me quedo para ver como es. Pero un rato ¿Si?

Ese sábado la reunión fue un éxito. No vinieron muchos amigos, pero si los que más apreciaba; aparte de Marta, claro. A ultimo momento decidí no invitar a nadie de la Facultad. No me sentía muy seguro de la compatibilidad de gustos de los diferentes grupos. Cerca de medianoche, cumpliendo su promesa, Mariel apareció un minuto por el comedor. Me indagó con la mirada para saber quien era mi simpatía. Una vez identificada, me hizo un guiño aprobatorio, se despidió y se fue. Esa noche tuve la certeza de que estaba todo dispuesto para una declaración formal. Me pareció de mal gusto abusar de mi condición de local, así que en un aparte con Marta combinamos para una salida a algún baile. Esta vez con documentos.

Los días fueron pasando y, a medida que descontaba el tiempo para la acordada cita, más me desconcentraba del estudio. A pesar de todos los indicios auspiciosos, no me sentía totalmente seguro de la respuesta. Le pregunté a Alejandro al respecto y el me respondió con una amplia sonrisa que, por sus dimensiones,confirmaba el apodo de bocón. Mi inseguridad era motivo de risa, aparentemente. Mientras nadaba en un entrenamiento se me ocurrió que Marielina podría darme una opinión medianamente imparcial. Volví a casa pensando en preguntarle durante la cena, ya que por lo tarde que regresaba de la pileta, el resto de la familia había tomado como costumbre no esperarnos. La soledad de la cocina seria adecuada para cuestión tan delicada. Sin embargo esa noche, el tema dominante fue otro. Cuando mamá abrió la puerta adiviné que algún asunto candente estaba siendo tratado. La seriedad del rostro de mis padres y lo tensa que se la veía a mi hermana fue suficiente para concluir que esa charla no registraba antecedentes. Se intuía en las respuestas de ella la solemnidad propia de las decisiones trascendentes, de las decisiones tomadas. En el momento en que entraba a la cocina papá le decía

- Esta bien. Toman el poder. ¿Y después que?
- Tenemos gente.
- ¡Gente!¿Que gente? Ni los peronistas pudieron. Mirá lo que les esta costando a estos arreglar la economía y vos me venis con que tienen gente. . . por favor.
- Ya vas a ver...
- ¿Que cosa?¿Que a vos te llevan presa?
- No me va a pasar nada. Ya vas a ver.
- ¡Pero no seas...!
-se detuvo. Luego de una trabajosa pausa completó- ... tonta.

Yo, prudentemente, me serví arroz y fui al comedor a hojear un numero viejo del Selecciones del reader's digest. Mientras leía Humorismo militar decidí dejar para otra ocasión mi consulta.

La fecha convenida llegó. No hubo más remedio que pasar a buscar a Marta, llegar al baile y, luego de respirar hondo, apurar el estudiado discurso. No hubo, afortunadamente, sorpresas desagradables. Sorprendido y contento de que todo saliera como lo esperaba, nos dejamos llevar por Alejandro a la casa de ella. Mientras me despedía como un caballero en el zaguán, Alejandro esperaba en el auto concentrándose minuciosamente en algún detalle del tablero. Luego, haciendo las veces de taxista me llevo a casa. Durante el viaje festejamos ruidosamente el acontecimiento. Cuando por fin me acosté, hice un balance de mi situación: la Facultad empezaba a andar y me había metido con Marta, lo único que faltaba era federarme.

Octubre fue pasando y me acostumbré a verla a Marta día por medio. Cuando no era posible encontrarnos, engrosábamos la cuenta telefónica con llamados en que disfrutábamos escuchando la voz del otro. Era más común que yo estuviera en la casa de ella, que el caso inverso. La madre se maravillaba del apetito que traía yo después de entrenar. El tiempo me empezó a rendir mas. Para verla a ella me fijaba rígidos horarios de entrenamiento y de estudio. En el agua tuve un avance espectacular y por primera vez el entrenador me adelanto la posibilidad de federarme, es decir, representar en forma oficial al club. Un día se me ocurrió la frase "tener las cosas bajo control". Me gustó y la repetía mentalmente. Me ayudaba mucho para superar el tedio del estudio y alguna flaqueza en la parte mas dura del entrenamiento. En casa la situación entre Mariel y mis padres se mantenía en una relación no exactamente tensa, pero si con pequeñas colisiones que ambas partes trataban de superar de inmediato. Uno de sus amigos , Miguel Lucero, era el que mas ascendiente tenía sobre ella y el que trataba de minimizar la seriedad de las discusiones generacionales. También estudiaba veterinaria y trabajaba en las oficinas de la Escuela de Mecánica de la Armada, como personal civil. Cuando venía a casa, mamá hablaba con el en privado para que convenciera a Mariel de que dejara de perder tiempo en la Facultad en cosas raras. El la escuchaba pacientemente y le respondía que no se preocupara, que le iba a hablar. Quizás algún día lo hizo.

Capítulo 4