Mi nombre es Federica de Vedia y Romero, y escribo para compartir mis recuerdos sobre una persona
muy querida que hoy se encuentra desaparecida. Marcelo Adolfo Eggers fue mi amigo durante nuestra infancia y adolescencia. Su
entrada en la militancia hizo que se espaciaran nuestros contactos pero nos manteníamos unidos por un gran afecto.
Muchas noches pasamos hablando sobre literatura, política, religión, sociedad, etc, mientras oíamos
alternativamente a Sandro (¡era un fanático en la época en que era un quemo serlo!) y los Beatles. Era uno
de los tipos más íntegros que conocí. También de una gran calidez y solidaridad, pero esto era
condimentado con una terquedad pocas veces vista. Si estaba convencido de algo, no había Cristo que le hiciera cambiar
su opinión.
Odiaba su segundo nombre, Adolfo. Él decía que su madre lo había bautizado así en recuerdo de
Becquer, y yo, para cargarlo, cuando se obstinaba en hacer lo que se le daba la gana, le preguntaba si no habría sido
por "el otro" Adolfo alemán de mala fama, cosa que lo indignaba.
Con él armé la primer biblioteca que tuve en mi vida con la idea de iniciar algo comunitario, proyecto que fue
interrumpido por razones ampliamente conocidas. Conocí a su hermano Iñaki, a su padre Eduardo, a quien estuvo
casada con éste último, Chini Nalé-Roxlo, a su hermanastro Tristán (otro gran amigo del que la
vida me alejó).
A mí si me llegaron versiones sobre su destino después de su secuestro. Me informaron que había sido
visto en El Olimpo por muy breve tiempo, y a su mujer (a quien yo no conocí), en La Perla de Córdoba, embarazada
de 4 meses. Realmente no sé qué grado de veracidad tendrán estas versiones en esos años en que
toda información pasaba por muchos filtros y deformaciones.
Aquí voy a terminar, no sé a quien le estoy dando todos estos datos pero me hace bien escribir sobre Marcelo y
que se sepa que fue querido y respetado por quienes lo conocieron, y es ahora, 30 años después, recordado con
gran cariño.