desaparecidos


Diego Ferreira Beltrán

Diego Ferreyra Beltrán

Desaparecido el 24/5/76

Tenía 22 años

Fue secuestrado en Córdoba junto a su mujer Silvia Peralta. Tenían una hijita llamada Juana.

Fue visto en el CCD La Perla, pocos días antes de ser asesinado por las fuerzas de seguridad.

No.CONADEP:6550, Decl.No:4738

Carta de Delia Beltrán Paz a Juanita, hija de Diego

-Mima..., ¿qué les pasó a mis papás?

Habías dejado de jugar y me dirigiste tus ojos a través de los cuales me miraba Diego. Tenías seis años y eras una morochita delgada con dos trenzas y actitud retadora.

Te contesté: - a tus papás los llevó el ejército y nunca más aparecieron. No te puedo dar más detalles hasta que seas más grande, pero sí tienes que saber que te querían mucho y que de ninguna forma te hubieran dejado si no fuera por la fuerza.

Aceptaste lo que dije y seguiste jugando.

Ahora ya es tiempo. Estás hecha una mujer y yo estoy vieja. Este escrito tiene, por ello, características de testamento, para que vos, tus hijos y los hijos de tus hijos sepan la verdad y no la olviden.

Los tarahumaras o rarámuri (pies ligeros, como ellos se laman) son un pueblo indígena que viven en el estado de Chihuahua, en México. Son grandes corredores y al comenzar las carreras que realizan a través de las montañas se colocan en la espalda una mochila cargada de piedras, para sentir luego el alivio que significa arrojarlas cuando empiezan a cansarse de su marcha.

Pero la vida no es una carrera de velocidad y resistencia, donde podamos aliviarnos arrojando lo que nos pesa, para sentirnos mejor.

Nos estamos engañando si creemos que por desconocer o dejar de lado las situaciones terribles a que fuimos sometidos, éstas no nos rozan o no nos sucedieron.

-"Me hacen mal" - me dijiste varias veces.

Ya te hirieron profundamente, pero más daño van a lograr hacerte si las desconoces. Tu vida no puede correr paralela a ellas, sino con ellas, asumiéndolas. Por esas razones, entre otras razones, es que te escribo éste.

Relato a Juanita

Tu papá nació una noche de julio en la que el termómetro alcanzó los 8 grados bajo cero, y en nuestra casa se helaron todos los limones del jardín.

Cumplía años un tío viejo y yo había quedado de llevar un almibarado postre criollo. Desde la mañana de ese día, sabía que había empezado el trabajo de parto, pero igual hice la "ambrosía" y la llevamos a la fiesta. El tata, tu abuelo, subió al auto la pesada valija con la ropa del bebé, entre la que se incluía pañales en abundancia, ya que en esa época no los había descartables.

En la reunión todas las mujeres coincidieron en sus opiniones: - ¡que bajo está ese niño!- ya se tiene que haber colocado...

Yo sonreía ante esas opiniones y callaba por que sabía que faltaban pocas horas.

Diego nació a las dos de la madrugada. Un morenito con una melena engrasada y grandes ojos que parecían más largos aún por el desinfectante color marrón que les ponían entonces a los recién nacidos.

Aunque de vez en cuando tenía bronquitis asmática, creció travieso, sano y fuerte. Era cariñoso y de lágrimas fáciles.

Cuando a tu Tata operaron de liatiasis biliar, Papaíto, mi abuelo, tuvo a Diego en su casa. Papaíto era extremadamente cariñoso, pero muy maniático con la limpieza, no le gustó que el bebe usara chupete y en mal momento, ya que estaba separado de mi, se lo quitó, con muy mal resultado, ya que a partir de entonces, durante seis o siete años, Diego se chupó el dedo.

Lo mandamos al jardín de infantes a la misma escuela que iban sus hermanos. Cuando tuvo que pasar a la primaria se presentó una complicación a causa de la fecha de su nacimiento, ya que la norma establecía que los niños debían de tener 6 años antes de junio para ingresar a ese nivel. Como no era una escuela oficial, me permitieron anotarlo aunque no cumpliera ese requisito.

El primer día de clase Diego no permaneció en el pupitre. Se aburría y se iba al patio a jugar. La maestra me llamó: no está maduro.

Volvió al jardín. Al año siguiente estaba en condiciones legales para la primaria. Está vez tampoco permaneció en el salón de primer grado, cada tanto salía al patio a jugar bolitas o con una pelota, o a ver unos pollitos que habían nacido ese día. La maestra, muy cariñosa, reconocía que académicamente rendía bien, no incidían negativamente sus paseos al sol, y poco a poco aprendió a respetar las normas.

Creció corriendo y jugando al rugby, haciendo las mil y una travesuras con su hermano, dos años mayor.

Coleccionaba autitos, animales, cajitas y muchas otras cosas más en un ropero chiquito con herramientas que tenía tu Tata y del cuál sólo a él le había dado llave...

Era muy creativo con sus manos. También, cuando llegó a los doce o trece años inventaba siempre algo para ganar dinero. Recuerdo entre sus negocios le lustraba los zapatos a tu Tata, y a sus hermanos para que fueran limpios a la escuela, a crédito, cuentas que siempre me toco saldar a fin de mes; la compra de una máquina para hacer y vender, por supuesto, papas fritas enrejadas; la adquisición de moldes para hacer palitos helados de limón; la búsqueda de alambre fino para armar collares de mostacilla. En Navidad fabricaba velas decorativas agregando a la estearina, lápices de aceite de muchos colores. Ya más grande trabajaba habilidosamente la piedra sapo para hacer colgantes, y como siempre había dibujado mucho, empezó a hacer historietas. Aunque tenía pies grandes, gran parte de su adolescencia fue peticito, lo que le trajo muchos golpes en su práctica del rugby, pero como todo llega, a los diecisiete alcanzó en un verano más de un metro ochenta.

Era fanático de los Beatles y nos hacía oír hasta el infinito: Submarino Amarillo, Help o Yesterday.

Estos últimos años, en el que los fabulosos cuatro han vuelto a cantar juntos, no sólo por milagros técnicos, sino por que Lenon está vivo, me parece ver a Diego con su suéter de cuello alto y con franjas verde oscuro y claro, pegado al equipo de música siguiendo el ritmo. También escuchó mucho a los Rolling, para luego ser amante de los sonidos de Led Zepelling y otros grupos musicales un poco más estridentes.

Terminó su bachillerato en el Monserrat e ingresó a la Facultad de Arquitectura.

Preparó como dormitorio y taller la pieza del fondo del jardín. Puso un tablero para dibujar, pintó todos los muebles color vede, llenó la biblioteca con sus libros de Arteraza y la repisa con su porta lápices y su colección de lechuzas de cerámica.

Como tenía entonces el pelo largo y le molestaba para dibujar se lo sujetaba en una trenza como de torero.

Los años setenta trajeron al país malos vientos y la juventud sensible sintió el impacto. Un día Diego apareció con el pelo corto. Había abandonado su condición adolescente de mirarse a sí mismo, para mirar a los otros. Y en esa observación de su contorno encontró demasiada injusticia como para quedarse tranquilo sin hacer nada para evitarla.

Tuvo algunas amigas y en el 74 nos avisó que tenía una novia, (Pohebe) Silvia y que se querían casar. Era una compañera de su lucha política, estudiante de derecho, hija de unos viejos amigos nuestros. Me enteré hace poco que Diego le llevaba siempre un ramito de flores a las reuniones que realizaban.

Se casaron en agosto, en el registro civil de Calera. Al año siguiente en junio naciste vos. Tu mamá te cuidaba tanto que no dejaba que te alzaran, ni menos que te cambiaran los pañales. Vos me conocés y sabés que necesito involucrarme en las situaciones para sentirlas mías. Les expliqué eso y logramos un justo término medio.

El 75 se inició en todo el país, con mayor número de muertos y secuestros de jóvenes militantes y sus familiares, esta persecución y horror siguió creciendo para el 76. Junto con otras personas que estaban en circunstancias semejantes comenzamos a pensar en irnos al exterior.

El 24 de marzo de ese año se produjo el golpe militar, que no hizo sino institucionalizar lo que ya venía sucediendo y por ende, oficializar el terrorismo de Estado.

Con muchos otros profesores me dejaron cesante en la escuela donde trabajaba con carácter de titular de las coordinaciones de Ciencias Sociales y Geografía, por ser considerados "potencialmente peligrosos". Más adelante, después del golpe militar el teniente coronel a cargo de la dirección de dicha escuela dependiente de la universidad cordobesa, prohibió el uso de mis guías de estudios a través de una resolución específica. Con alguna confusión, comenzamos a levantar nuestra casa. El 24 de marzo fui al centro de la ciudad a buscar algunas cosas que necesitaba y terminadas las compras llegué a la oficina del Tata. Allí estaba Diego comprado un frasco de ají criollo (el de la mala palabra) que le había ofrecido la portera, que conocía su afición por cocinar.

Lo invitamos a almorzar y fuimos a su casa a buscarte con tu madre. Subimos al rastrojero la sillita tuya, el bolso de los pañales y un plato con carne para darte e comer en casa.

Salimos de las Rosas rumbo al cerro y junto al río nos encontramos de frente con un falcon color amarillo. Más o menos a una cuadra el auto dio vuelta sobre sí mismo, para seguirnos. El Tata aceleró por indicaciones de Diego, luego, el falcon también, sus ocupantes por las ventanas comenzaron a disparar. Diego venía sentado adelante, contra la puerta. Gritó: - Pará, papá... El Tata frenó y Diego tiró el plato con la carne y saltó fuera, corriendo en zig- zag por la zona donde estaba entonces la cancha de rugby del Club Bajo Palermo.

Continuaron los disparos. Diego por instantes se detenía y gritaba que no nos dispararan a nosotros, corría nuevamente en zig zag. Los militares vestidos de civil habían bajado del Falcón. Vestían vaqueros y mocasines. Uno de ellos de bigotes y cabello rubio rojizo subía y bajaba su brazo accionando la pistola 45. Luego lo vimos caer a Diego. Se acercaron al rastrojero. Vos llorabas a gritos y tu mamá te abrazaba sin soltarte. La sacaron a tirones y te alcé. A Silvia, Pohebe como todos le decían, le pegaron un culatazo y quedó en el suelo. Apoyándonos sendas pistolas en las sienes nos dieron órdenes de seguir viaje y abandonar inmediatamente Córdoba.

Llegamos a casa y nos salieron a recibir las más chiquitas de todos los hijos que todavía criábamos. Llorando y sin hablar más, dimos sólo una orden general: -Llenen los bolsos y las valijas.- ¿Con qué?... - Con lo que puedan... , sólo un juguete por cada uno. Así, en un ratito, dejamos nuestra casa donde habíamos vivido más de veinte años con tu Tata y criado nuestros nueve hijos.

Al bajar lo que llevábamos en la casa de campo donde nos refugiamos un par de días, en el piso delantero del auto estaba un libro de geografía argentina manchado con la sangre de la carne que había dejado tu papá al bajarse. Yo ya no creo en las casualidades.

Nos fuimos a México y a vos te tuvimos que dejar porque no teníamos los documentos que permitieran tu salida. Cada tanto algunas personas que aun creíamos cercanas, nos hacían llegar supuestas noticias de tus papás. Parece mentira, pero había civiles que cubrían las espaldas de estos militares inventando situaciones que no existían: –"Que los vieron en el Hospital San Roque...", "que estaban en Buenos Aires..."

Luego supimos que los llevaron al campo de concentración de la Perla, del III cuerpo de ejercito que comandaba el general asesino Luciano B. Menéndez, que en el operativo participó un capitán de apellido Vergéz y que también lo hizo un teniente apellidado Marcó del Pont, venido para participar de esta miseria desde Mendoza.

Desde entonces, tus papás integran las listas de los treinta mil desaparecidos.

Seguramente a causa de una educación puritana y como tal, principista que me dieron mis padres, los velorios me parecían inútiles, y a veces hasta lindando en lo ridículo. Según las pautas culturales que involucran actitudes estoicas, al hombre no le es permitido exteriorizar sus sentimientos de dolor. Pero en México, cuando vi llegar madres que habían buscado durante mucho tiempo a sus hijos secuestrados y desaparecidos, en un terrible peregrinar por todas las instituciones de gobierno y por todo el territorio del país, pensé sobre lo necesario que son para los deudos esos ritos y los elementos emblemáticos que los constituyen. Frente al cadáver de un familiar, un amigo o un compañero, todos los sentidos cumplen una función ayudando a asumir lo ocurrido, a cerrar algún día, en lo posible, el duelo.

Hace poco, leyendo al antropólogo Louis Vincent Thomas, me encontré con mi pensamiento expuesto en forma excelente por ese estudioso de la materia: "el despojo es fundamental. Nada es peor que un cadáver ausente... ¿Qué es un cadáver? Una presencia que manifiesta una ausencia".

De ese modo, con la figura que siguió al horror de los secuestros, "la desaparición", los verdugos extendieron la tortura, de manera perpetua a familias enteras y grupos de amigos.

Y a eso, sus cómplices agregaron "la obediencia debida" y "el punto final" y la amnistía de estos hechos aberrantes; absurdas e injustas figuras a las cuáles se oponen el "ni olvido ni perdón... sólo castigo a los culpables".

Uno de los protagonistas del libro de Elie Wiesel "El olvidado" ora de la siguiente forma a su dios:

"Tú sabes bien, fuente de toda memoria, que olvidar es abandonar, que olvidar es repudiar... Dios de verdad, acuérdate que sin la memoria, la verdad se convierte en mentira, puesto que sólo toma la máscara de la verdad".

Juanita, te he copiado estos trozos de oraciones por que está expresado muy claro en ellas que el olvido no es "no hacer" sino que incluye traicionar y mentir.

No olvides, y no dejes que olviden tus hijos. Háblales de las cosas que amaban sus abuelos y de cómo, junto a los otros treinta mil desaparecidos no les permitieron vivir y gozar en éste, su país, junto al pueblo que tanto querían.

Tu abuela, Mima.




¿Conociste a Diego Ferreyra?


Si conociste a Diego y querés compartir tus memorias o cualquier información sobre él - o si sabés que le pasó luego de su desaparición -, por favor escribinos.

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