desaparecidos


Recuerdos de Patato




Las siestas dejaron de ser aburridas desde aquel momento. Mi tía Blanca, que vivía en Buenos Aires me hizo el regalo mas caro e inalcanzable que podía yo tener. Una cámara Kodak Fiesta. Mi fascinación de haber entrado en esa categoría tan lejana, de tener algo que se anunciaba en televisión, fue mía. Me convertí en el niño pobre que tenia algo de ese otro mundo donde vivían otros niños, que mostraban su felicidad ilimitada en la tele.

Leí con atención todo el prospecto, y la verdad poco entendí. Los rollos de 24 que venían también de regalo los disparé ante todos las imágenes posibles, a mi mamá, a mi viejo, a mi hermano comiendo, a una cucaracha que se escapaba del letal pisotón, al colegio, a mis amigos, a muchos paisajes urbanos, ya que no me gustaba sacar mucho a la gente. A pesar de que la especie humana no era fotogénica en mi concepción estética, me convertí en una suerte de fotógrafo social de mi familia.

Pero fue con Patato, con quien aprendí lo que sé del arte. Él me vio un día con mi súper cámara, y me contó que era aficionado a la fotografía, y me invito a ver sus fotos y su fabuloso laboratorio casero.

Yo tenia como catorce años, y él cerca de veinte, yo estaba en el primario, y él en los primeros años de medicina. Me invitó a su departamento, y me mostró sus fotos, y su asombrosa cámara reflex, que la verdad nunca jamás había tenido al alcance de mi mano semejante dispositivo. Me enseñó a manejar la luz, de cómo acercarme (habida cuenta mi súper cámara, era súper súper básica), a partir de ese momento nos hicimos amigos, y me iba a enseñar a revelar haciéndolo con mis propios rollos, tenia entre otras maravillas de su habitación una ampliadora, una serie de bandejas, bidones con líquidos extraños y una rara lámpara roja.

Mi papá era el portero de un edificio céntrico de la ciudad, vivíamos con mi madre y mi hermano mas chico en un diminuto departamento del ultimo piso. Patato vivía con su abuelo, Don Emilio, en el 2º piso "C" del mismo edificio, el tenia a sus padres, pero como el abuelo vivía solo en un lugar muy amplio, él fue e instaló allí su lugar de estudio y por cierto el laboratorio fotográfico.

El padre de Patato era un escribano muy respetado, fumaba mucho y tenia un tono de piel muy pálido, por lo menos así lo recuerdo, y era una persona muy amable y correcta. Se llamaba igual que su padre (Don Emilio), pero le decían Macho y a su esposa Pina. Tengo un gran recuerdo de ellos.

Alguna vez, mientras me explicaba los libros de fotografía, mis ojos se desviaban hacia las ilustraciones de un libro de anatomía que se encontraba sobre el atril, él lo advirtió, y se dio cuenta que aquella figura que exponía la intima anatomía de la mujer, me perturbaba. Era a mis quince años, una curiosidad ardiente y por cierto reclamante. Así que divirtiéndose con mi fisgoneante actitud púber, tomó el libro me enseñó y explicó todo sobre las mujeres, bueno todo lo que no sabia hasta ese momento sobre la anatomía femenina. Después seguimos con las fotos. Era mi amigo Patato. A partir de ese momento paso a ser mi superhéroe esclarecedor. Mas de una vez lo hubiese convocado, me figuraba verlo llegar volando envuelto en una capa blanca tras un súper barbijo, con su fabuloso libro de anatomía, y me rescataba de las urgencias en donde el oscurantismo enciclopédico y social me crucificaban con su tozuda e ignorante predica.

De vez en cuando, algún domingo, recuerdo haber salido con él a caminar por la ciudad, a cazar imágenes, largas caminatas con generosas charlas, era recurrente su discurso de Perón y el Pueblo, de las luchas de los trabajadores y de los gorilas vende patria que los explotaban. Cuando contaba historias de Evita su garganta se ceñía y sus ojos cobraban una luz de admiración, bronca y esperanza, rara mezcla de energía que pocas, muy pocas veces he vuelto a ver.

Durante esos años aprendí un montón de cosas de la fotografía y también de la vida, sobre la luz, sobre el foco, y de cómo ver el texto y el contexto de las imágenes que se esconden en la obviedad y la rutina. Sobre como revelar. De cómo, en realidad, después de la mezcla de unos brebajes las imágenes cobraban vida de la nada.....era mágico.

De mirar los cielos a la noche, de admirar las estrellas nació mi idea de fotografiarlas, aunque en cada luna llena los astros conservaban, casi el mismo lugar, todas las noches significan algo distinto, no sabia bien que, pero yo quería cazar las galaxias y sus planetas, las estrellas y los cometas con una foto. Y gaste rollos y rollos y muchas veces mis ahorros mensuales en vano.

Patato fue quien me enseño como hacerlo, el tema de las "assas" y otras cosas, creo que nunca quiso criticar mi Kodak Fiesta, porque sabía que era mi mayor tesoro en aquel momento.

Cada noche en mi utopía galáctica yo navegaba entre soles y estrellas hasta dormirme. Ese era mi truco de un sueño feliz. Y esas visiones de ensueño eran las que quería revelar en alguna fotografía.

A mis casi dieciséis años, mis días se repartían entre el 1er año del Colegio Industrial, turno tarde y los fines de semana de fútbol en las canchas del Nacional, algunos malones e ir a ver al lobo al estadio del bosque, y por supuesto la fotografía.

Un día, al entrar a la primera hora, en la clase de Castellano, la profesora Garat, nos comunicó que volviéramos a casa. Festejamos el hecho de no tener colegio, hasta que los gritos se acallaron ante la mirada vidriosa y triste de la profe. Nos comentó con una angustia que no le conocíamos, que un grupo militar había tomado el poder.

Me acuerdo transitar las cuadras entre el colegio y mi casa y ver expresiones de resentido gozo en contraste con lagrimas y miedo, balcones abanderados y sombrías oscuridades en otras ventanas. En la tele se escuchaban marchas militares y de noche en las calles desiertas, entre ululares lastimeros, bombas y tiros.

Hacia tiempo que no veía, con la misma frecuencia, a Patato, pero de todas formas en cada encuentro hablábamos de las fotos que habíamos sacado. Sé que se había casado y tenía un hijo.

Fue en octubre de 1976, una noche muy tarde, cuando golpearon la puerta de entrada de mi casa, lo sé bien, porque yo dormía ahí mismo, en el pasillo de entrada en un sofá (que resultaba ser todo mi dormitorio), alguien con una voz muy fuerte grito: _ ¡Abran! ...¡¡¡EJERCITO!!!. Y mi papá abrió. Un tipo enorme con un pañuelo en la cara y con un arma muy grande en la mano le pidió que lo acompañara a abrir el departamento del 2º "C". Mi mamá tenia un ataque de nervios lloraba y gritaba, y yo no podía contenerla...no podía. Al rato volvió mi papá, pálido y descompuesto, con un relato entre cortado nos dijo que ni bien abrió entraron y empujaron contra la pared al anciano Don Emilio, le pusieron una escopeta en la cabeza, y le preguntaron por Patato. Apenas dijo que no vivía más allí, lo empujaron al suelo, y se fueron.

Unos días después, a la hora del mate, mi papá me llamó, y me dijo que a Patato, su esposa y a su pequeño hijo se los habían llevado. No entendí adonde, a quién y porqué. Mi viejo me explicó que el padre de Patato, al otro día que allanaron el departamento del abuelo, se presentó ante las autoridades militares, a ponerse a disposición, y ahí le recomendaron que se quedará tranquilo, que a su familia no le iba a pasar nada. Fue esa misma noche cuando se llevaron a Patato, a su esposa y a su hijo.

En aquella época –pensé en mi inocente incredulidad- un militar es un soldado, y si sabia algo de los soldados, tal cual lo veía en la tele, el honor y el respeto es su forma de vida, estaba seguro que mi amigo Patato era un persona honorable y no tardaría mucho en ponerse de acuerdo.

Muchas veces pregunté a mi viejo si sabia algo de Patato, y el sacudía la cabeza y su mirada se perdía en un horizonte colmado de desazón. Mi vida transcurrió, como la de la mayoría de la gente, florecieron sonrisas, descubrí el amor, las angustias y los dolores cumplieron su cuota de grises y negros colores.

Comencé a comprender. Me empecé a informar, desarropándome de aquella inocencia, de cómo eran las cosas, le preste atención a las voces y susurros que se escuchaban cuando se apagaba la tele o la radio, esas mismas que contaban otra historia, otra versión de lo que estaba pasando. La inocencia que me protegió de muchos dolores cumplió su ciclo, y falleció violentamente cuando até cabos, entonces la sepulté en la realidad y le agradecí haberme resguardado hasta ese momento.

Quizá apliqué aquellas lecciones de fotografía, que Patato me enseñó, para distinguir el texto y el contexto. Y revelar y procesar las verdaderas imágenes de la historia. Aprendí a diluir la realidad impuesta y redimirla de la prisión cultural de la dictadura. Caí en la cuenta que si bien me había salvado de la masacre exterior, yo me había considerado libre (en mi ignorancia), para enterarme amargamente que nunca deje de ser un prisionero de los prejuicios, de los saberes programados, de las clasificaciones precocidas y de los falsos valores del régimen infausto.

No me acuerdo cuando tome conciencia que no vería más físicamente a Patato. Porque hasta último momento abrigué esperanzas de encontrarlo, y imaginaba que me explicaría con su humor ácido y locuaz que había sido una confusión, un error...Lo veía riéndose de mí por haberme preocupado....

Tengo una foto de él, tomada por mi Kodak Fiesta, que hace poco la rescaté opaca y rancia, dentro de una de esas cajas donde se archiva la memoria familiar, en el fondo del ropero. En el papel fotográfico llenos de grises y blancos, aparecía riendo, en el patio de la portería, una camisa blanca un pulóver, los anteojos cuadrados de armazón grueso, la pícara sonrisa y la infaltable cámara de fotos. Me encontré con él y volví a ser niño, a admirarlo, a agradecerle por esos instantes, por haber sido el primer amigo más grande que tuve, aquel que me "avivó de cómo eran las mujeres" de aquel que me enseñó a cazar imágenes, estrellas y galaxias. Aquel que me enseñó el sentir del pueblo...

...– ¡¡¡¿QUE DERECHO TENÍAN CARAJO?!!!... Me pregunto en vano...

Algunas veces descubría al padre de Patato caminando por la ciudad. Un gran hombre, con un gran sufrimiento, sé que lucho junto con su esposa, pero no pudo dar con Patato y familia.

Guardo su imagen viéndolo andar por las calles como un fantasma maldito, una larga y oscura pena precedía su paso, sus ojos pesados enfocaban la gélida oscuridad del horror, girando...girando en la galaxia de su angustia donde los planetas y los soles están quietos, fríos y oscuros

nada se mueve en su galaxia
no existen cometas viajeros, ni estrellas brillantes, no existe vida en su universo de dolor -tampoco hay esperanzas de muerte- si el espanto más temido pudiese señalarse esa sería su galaxia.

Guillermo Bayley
guillermobayley@hotmail.com





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