desaparecidos


El Dominado







Sólo esa frase basta. El Dominado, un juego de domino, dos dados, 
un domingo agitado, no, no un estudiante mandado un muchacho asustado, eso 
es, un estudiante mandado y asustado. Ahora sí, pensé, y 
grité-basta-. Entonces entendí todo. Sí, fue distinta 
mi salida de la facultad, mi rápido descenso por la escalinata y 
mis pasos corriendo desorientadamente por plaza Francia, todo fue 
distinto, ya no era el mismo estudiante secundario que cierta vez 
acudió a la facultad como medio para -forjarse un futuro- forjarse 
un futuro-, que pavada, que inútil fue ese año, ese 
año perdido tratando de encontrar un camino decisivo, algo que me 
llevara a lo que yo pretendía, pero, que pretendía- Si ni 
siquiera estaba seguro de pretender algo, recién entonces lo 
entendí, mi familia impulsandome a luchar hasta encontrar 
decididamente -la salvación- una placa en la puerta de calle y la 
siguiente inscripción-ESTUDIO JURIDICO DEL DR. EDUARDO LUIS 
VICENTE. Mis amigos que veían en mí, a un muchacho muy 
inteligente que había finalizado la Escuela Normal y ahora era 
Maestro. Mi inmadurez que me lanzó definitivamente hacia todo eso, 
el orgullo de saberme maestro y la ilusión  de imaginarme Abogado. 
Pero por fin desperté, sí, porque estaba dormido y no me 
daba cuenta que durmiendo no se puede vivir, no me daba cuenta que yo no 
vivía. Y desperté, lo logre aquel día en esa mesa de 
exámenes, allí entendí que no era dueño de mi 
mismo, que no lo sería si continuaba, sabía perfectamente  
que a nada me llevaría esa carrera como ninguna otra  porque a 
través de ella -sólo- podría lograr - un departamento 
correctamente amoblado con un super sport en el garage  y la felicidad de 
saberme querido por mi esposa-. Aquellos placeres materiales nos brinda la 
vida para hacerla mas llevadera, entonces imaginaba.

En aquel momento, me sentía satisfecho, increíblemente satisfecho, fue suficiente detenerme a observar ese arquitectónicamente perfecto, pero humana y culturalmente desechable edificio, para comprobar que estaba seguro de lo que hacía, no soporté un segundo más contemplando ese panorama que yo no alcanzaba a comprender que buscaba esa gente, que ahora salía o entraba presurosa a esa mole de piedra que poco a poco los devoraba a todos. Correr, eso es, correr, ese fue mi impulso, mi necesidad, mi desahogo, correr, correr, correr, mientras los árboles de la plaza y los edificios de todas las calles me habrían el paso, me dejaba, me apoyaba, me impulsaba a seguir mi carrera, sin parar, sin detenerme, alejándome cada vez más de todo aquello.

Que seguro estaba aquella noche, por que no seguí corriendo, Por que no conservé indefinidamente esa fuerza- Quizás porque poco a poco me fueron vedando los verdaderos valores de la vida- Que difícil es contestar a todo eso, que complicado, como lograrlo si ahora ya todos me llaman DOCTOR.

Eduardo Luis Vicente