Marzo 31, 2006

Ocho represores presos por El Vesubio

De Página 12 http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-64992-2006-03-31.html

LA JUSTICIA ORDENO UNA MEDIDA CLAVE EN LA MEGACAUSA DEL PRIMER CUERPO

Ocho represores presos por El Vesubio

Lo dispuso el juez federal Daniel Rafecas. Los detenidos son tres jefes militares y cinco guardias y torturadores del Servicio Penitenciario. Están acusados por 140 casos de secuestros y tormentos.
Por Irina Hauser


El juez Daniel Rafecas comparó a El Vesubio con un campo de concentración del nazismo.

Ahora es un predio abandonado, con algunos escombros, pedazos de baldosas rojas de la sala de torturas, árboles y un intruso que cría animales al que ningún juez se atrevió a sacar. Allí, donde se juntan la autopista Riccheri y el Camino de Cintura, funcionó el centro clandestino de detención El Vesubio, entre abril de 1976 y noviembre de 1978. Por el lugar, entre desaparecidos y sobrevivientes, pasaron algo más de 400 personas. El juez federal Daniel Rafecas ordenó ayer la detención de tres ex jefes militares que manejaron ese campo de concentración y cinco de sus guardias y torturadores, que pertenecían al Servicio Penitenciario Federal. Los responsabiliza por 140 casos de secuestros y tormentos. Es una medida clave dentro de la megacausa sobre los crímenes cometidos durante la última dictadura en la jurisdicción del Primer Cuerpo del Ejército.

Cinco de los represores acusados por Rafecas hasta hace algunas horas caminaban por la calle como si nada. Desde ayer ya están presos en el penal de Marcos Paz. Son el teniente coronel Hugo Pascarelli, responsable del área 114 del Primer Cuerpo, y tres penitenciarios, Ramón Erlán, alias “Pancho”; Roberto Carlos Zeolitti, conocido como “Sapo”; Diego Chemes, a quien llamaban “Polaco”, y Alberto Neuendorf, conocido como “Alemán”. El Vesubio se caracterizó por ser un centro de detención donde los guardias practicaban, ellos mismos, la tortura.

Los otros tres genocidas alcanzados por la medida del juez ya habían sido detenidos en un escalón previo de la investigación en su carácter de jefes de área, pero ahora tienen nuevas imputaciones. Uno de ellos es el general (R) Héctor Gamen, alias “Beta”, segundo comandante y jefe de la Brigada de Infantería X, de la que dependía El Vesubio. Gamen solía acompañar al represor Guillermo Suárez Mason, ex jefe del Primer Cuerpo –que murió el año pasado– en sus visitas al centro clandestino y “decidían la vida y la muerte de los detenidos”, según varios testimonios. Otro, Pedro Durán Sáenz, o “Delta”, era el jefe directo de este centro de detención y, según los relatos de víctimas, solía abusar sexualmente de las detenidas. El tercero, José Néstor Maidana, era jefe de guardia, y los testimonios lo describen como especialmente “sádico” y “sanguinario”.

“Conozco a todos esos guardias, estuvieron allí el tiempo que yo estuve detenida, que fueron tres meses. Ellos saben muchas cosas que nosotros nunca pudimos saber”, dice Susana Reyes, una sobreviviente de El Vesubio, mientras intenta explicar, conmocionada, la importancia de las nuevas detenciones. Y da un ejemplo: “Podrían decir qué pasó con Rosita Taranto, que llevaron a tener familia y le quitaron al bebé sin siquiera decirle si era mujer o varón. Al hijo o hija de Rosa nunca lo encontraron. Podrían decir qué hicieron con la gente. ¿La tiraron, la enterraron?”.

Los represores fueron capturados en operativos realizados el miércoles a la noche en Capital Federal, Buenos Aires y Chaco. Al disponer las detenciones, Rafecas sostuvo que son responsables del secuestro y las torturas de al menos 140 personas. Ese es el total de víctimas que pudieron declarar como testigos en el expediente. Para Rafecas el solo hecho de que hayan estado en El Vesubio representa un tormento. La mayoría de los militares y penitenciarios presos serán indagados hoy a la tarde y el juez los procesaría a lo sumo dentro de diez días.

El magistrado también pidió la captura de otros dos penitenciarios que están prófugos, que son Ricardo Néstor Martínez, alias “Pajarito”, y Néstor Norberto Cendón, apodado “Castro”. La imputación original también abarcaba a José Hirschfeldt y a Víctor Saccone, quienes ya murieron.

Toda la reconstrucción de lo ocurrido en El Vesubio forma parte de la megacausa acerca de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura en el área del Primer Cuerpo del Ejército. Es uno de los expedientes que se pudieron reabrir a partir de la nulidad de las leyes de punto final y obediencia debida, que dictó el Congreso en septiembre de 2003. En total hay 47 detenidos, entre miembros del Ejército, del Servicio Penitenciario, la Gendarmería, la policía de La Pampa y la Federal. Nueve de ellos ya están camino a juicio oral, a disposición del Tribunal Federal Oral 5. Algunos por la Masacre de Fátima y otros por secuestros, torturas y asesinatos en los centros clandestinos Atlético, Banco y Olimpo. Dos de los que estarán en el banquillo son Juan Antonio De Cerro, alias “Colores”, y Julio Simón, el “Turco Julián”.

El Vesubio, un lugar al que el juez Rafecas comparó con los campos de concentración del nazismo, estaba dividido en tres casas. “La casa 2 era el lugar de las torturas, tenía cuatro salas y algunas personas estaban alojadas allí, engrilladas o esposadas a la pared. Pero había más detenidos en la casa 3, donde estaban las cuchas, que eran unos habitáculos separados por ladrillos”, describe Jorge Watts, otro de los sobrevivientes. Entre quienes pasaron por allí, estuvieron el guionista de El Eternauta, Héctor Oesterheld, y el escritor Haroldo Conti.

Watts cuenta que el predio del El Vesubio, de cuatro hectáreas, pertenecía, se supone, al Mercado Central. Durante el gobierno de facto de José María Guido fue entregado al Servicio Penitenciario para hacer una escuela penitenciaria, que no se concretó, sino que se usó como lugar de recreación. Tiene una pileta de natación. “En 1975 ya se usó como centro clandestino. Neuendorf era segunda línea de la Triple A. En 1978 demolieron las casas y quedó todo abandonado. Pese al reclamo del Servicio Penitenciario, en el ’84 se lo dieron al Mercado Central”, relata.

Hoy sólo subsisten restos recortados de los pisos. Las baldosas rojas con borde blanco de la sala de torturas son inconfundibles para los ex detenidos. La pileta está llena de escombros. Hay yuyos y quedan menos árboles que los que había en los setenta. En los próximos días, empezará a trabajar en el lugar un grupo de expertos antropólogos y arqueólogos a pedido del juzgado, en busca de restos óseos. En la Cámara de Diputados, una propuesta de Marta Maffei, que alientan los sobrevivientes, pide la expropiación y busca convertirlo en un espacio para recuperar la memoria.

RELATOS DE LOS SOBREVIVIENTES
“Mataban con golpes y patadas”

Por I. H.

“Uno de los guardias, el Polaco, era un tipo que siempre se me acercaba. Como yo estaba embarazada y la comida era harina con tripa gorda, él quizá me traía una mandarina y me decía, señalándome la panza: ‘Alimentate bien, porque ése va a ser para mí’. Si tenía fiebre me llevaba remedios, que yo nunca me tomé. Un día apareció con un paquete y me dijo que era un regalo. Estaba envuelto con moño. Cuando lo abrí, encontré una capuchita negra, como la que me ponían a mí pero para el bebé.” Susana Reyes es una de las 140 sobrevivientes de El Vesubio, y ese es sólo uno de tantos actos de sadismo que le tocaron vivir y que relató a Página/12. El Polaco, Diego Chemes, es uno de los represores detenidos ayer.

Cuando la secuestraron, el 16 de junio de 1977, Susana tenía 20 años y estaba embarazada de cuatro meses. Se la llevaron junto con su marido, Osvaldo Manteollo, y a una amiga, Liliana, mientras almorzaban en la casa de sus suegros. Cuando llegó a El Vesubio le dijeron que se olvidara su nombre, que allí sería M17. Fue sometida a toda clase de maltratos y, entre otras, le tocó servirles la comida a todos los represores, cuyos rostros no olvida. A su marido pudo verlo “tres o cuatro veces” allí dentro. El y Liliana están desaparecidos. “El último contacto que tuve con Osvaldo fue una cartita que me hizo llegar por unos guardias. Me pedía que si el bebé era varón le pusiera Juan Pablo y si era nena, María. Creí que lo llevaban a otra cárcel, pero no. A mí me soltaron el 16 de septiembre, el día de mi cumpleaños, aunque yo no tenía idea”, relata. Su hijo Juan Pablo nació un mes y medio después. Ahora Susana se dedica a lo mismo que por entonces: es alfabetizadora de adultos. Frente a las detenciones de sus torturadores dice: “Hoy toda la angustia explota en mí”.

A Ana Di Salvo y a su marido, Eduardo Kiernan, los secuestraron en su casa de Temperley, en marzo de 1977. Ella tenía 39 años y él 37. “Adentro de casa quedó mi hijo, que tenía 18 meses, con Rosita, una chica que lo cuidaba mientras yo trabajaba como psicóloga”, repasa. Ana era secretaria de la Asociación de Piscólogos de Lomas de Zamora y sus torturadores no hacían más que preguntarle por eso, mientras le aplicaban picana eléctrica y golpes feroces, y por la gente que entraba a su casa cuando su marido trabajaba en ventas. Un día escuchó que los guardias comentaban: “Ahora tenemos dos psicólogas”. La que había llegado era Marta, a quien conocía, del hospital de Lanús. Pidió verla, y lo logró. “Me agaché, le agarré las manos y me dijo: ‘Tu hijo está con tu familia en Tres Arroyos’. Fue un alivio impresionante. Sentí que éramos amigas de toda la vida. Después estuvimos en la misma cucha”, cuenta.

Ana tiene un recuerdo especial de aquella amiga, que sigue desaparecida. “Me escuchó decir una vez esta frase: ‘Cuando tengo frío en el cuello tengo frío en todo el cuerpo’. En cuanto pudo, cuando le tocó ir a limpiar a la jefatura, encontró un poco de lana y ¿qué hizo? me tejió una bufandita con el dedo. ‘Tomá, para tu cuello, che, psicóloga’, me dijo. Es una bufandita naranja y blanca, que desde entonces me acompaña a todas partes. La llevé al Juicio por la Verdad y a todos lados donde tuve que declarar”, recuerda. Ana y su marido recuperaron la libertad y a su hijo, después de dos meses. A los pocos días descubrieron con horror, en los diarios, que quienes aparecían como muertos en un supuesto enfrentamiento en Monte Grande habían estado con ellos en El Vesubio.

Para Jorge Watts, una de las escenas imborrables de su cautiverio, fue “cuando uno de los guardias, alias Pancho, mató a patadas a Luis Pérez, el delegado del banco de Tokio en agosto de 1978, porque se quejaba porque tenía una costilla rota. Le dieron una inyección y lo mataron a golpes”. “En las cuchas existía una prohibición de hablar, por eso a él lo mataron”, dice. Watts, que hoy tiene 57 años, es uno de los principales impulsores de la investigación y estuvo en El Vesubio desde julio de 1978 hasta septiembre. Luego estuvo en otros centros clandestinos. Todavía siente el eco de los gritos y quejidos de las sesiones de torturas.

Posted by federico at Marzo 31, 2006 8:45 PM | TrackBack
Comments

mi heramno eugenio glovatzky aparentemente estuvo en el vesubio despues de febrero del 78. como puedo comunicarme con sobrevivientes?

Posted by: elba glovatzky at Octubre 23, 2006 8:39 PM
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