Mayo 27, 2007

Arg - “Victoria y víctima comparten la misma raíz”

La frase la pronunció Alberto Ferrari Etcheberry, ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, durante su discurso en la ceremonia de homenaje a Alberto Luis Calou, realizada en el Colegio Nacional Buenos Aires. Calou, quien fuera estudiante del mismo establecimiento, fue secuestrado en su domicilio junto con una amiga en la madrugada del 26 de julio de 1976.

Alberto Ferrari Etcheberry, ex subscretario de Asuntos Latinoamericanos y especialista en temas agrarios e integración con Brasil, homenajeó en el Colegio Nacional de Buenos Aires a un compañero suyo desaparecido y aseguró que "Victoria y víctima comparten la misma raíz".

El desaparecido es Alberto Luis Calou, sobrino nieto de una de las columnas del Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta, (donde está su busto), Juan Pedro Calou, poeta muerto apenas pasado los 30 años. Calou se graduó en historia en la UBA, donde ejerció luego la docencia.

En 1973 organizó la carrera de Historia en la Universidad de Salta, fue su director y docente y apoyó a su amigo el rector Martinez Borelli. Cesanteado con otros cuando el lopezreguismo se apoderó de la provincia y de la universidad, fue dos veces detenido sin causa para amedrentarlo sin otra imputación que la defensa de la universidad, pues no tuvo filiación política partidaria. Siguió en Salta enseñando en colegios secundarios compartiendo la cátedra con su amigo y admirado Cuchi Leguizamón.

Volvió a Buenos Aires después del golpe de estado y fue secuestrado en su domicilio de Pueyrredón y Viamonte junto con una amiga en la madrugada del 26 de julio de 1976.

Su habeas corpus fue presentado por el doctor Pablo González Bergez, amigo y coreligionario de su padre (escribano en Bragado).

A continuación, el texto completo del discurso que leyó Ferrari Etcheberry en recuerdo de su amigo graduado en el Colegio Nacional de Buenos Aires en 1956 y desaparecido desde el 26 de julio de 1976.

"Amigos: Estamos reunidos para recordar a Alberto Calou, una de las primeras víctimas de ese sistema monstruoso que hoy, cobijados en la tranquilidad semántica, denominamos terrorismo de estado.

Y nos reunimos porque esta placa que se ha colocado en este patio central del Colegio, por iniciativa de algunos de los amigos y condiscípulos de Alberto, viene a dejar testimonio de su martirio, pero también a llenar un olvido que no me animo a calificar de inexplicable pero sí de injusto.

Allí, a pocos metros, en esa gran placa de bronce, no figura el nombre de Alberto Calou. Como una manifestación de la que, para mí, parece ser una constante tendencia a tergiversar la historia en beneficio de intereses políticos del momento, no está Alberto pero, en contraste, están grabados los nombres de quienes cayeron mucho antes de que el terrorismo de estado adquiriera su carácter, esto es, la planificación sistemática del exterminio.

Es lamentable que esta distorsión se ofrezca como lección cotidiana a quienes tienen el derecho de educarse con la pretensión, al menos, de la búsqueda de la verdad.

Y están también algunos que murieron en combate ofrendando sus vidas a un proyecto elegido y construido conscientemente. No me parece justo calificarlos de víctimas. Me rodean aun los fantasmas de otros amigos que eligieron y cayeron en ese camino de la lucha política armada: ninguno de ellos hubiera aceptado ser presentado como víctima; no lo dudo.

Alberto Calou es una víctima en el doble sentido que el terrorismo de estado impuso. Víctima, reitero, del sistema de detención ilegal y clandestina, de los campos de concentración ocultos, de la muerte anónima y cobarde, de la apropiación no menos cobarde del cadáver. Seguramente todos los más jóvenes compañeros desaparecidos de esa larga nómina, muchos calificados de perejiles por sus asesinos, vivieron un calvario similar al de Alberto.

Alberto, como algunos de ellos y muchos otros, es también víctima porque tribunal alguno podía haberle imputado otra cosa que no fueran sus ideas o su ética intelectual y docente. Y es este segundo aspecto, la persecución del pensamiento y de la libertad para exponerlo, diría: el terror ante quien piensa con libertad, es el que, a mi juicio, determinó el supino grado de cobardía que cristalizó en el terrorismo de estado y su máxima expresión, la creación del nuevo género, los desaparecidos, base de la pretensión de impunidad potenciada por la amenaza de la delación recíproca.

Alberto se educó en este Colegio. Agrego: forjó su personalidad en este Colegio. Permítanme entonces que lo recuerde como era cuando dejamos las aulas. Hace diez años, a veinte de su secuestro, cuando nuestra promoción celebró su 40 aniversario, me tocó expresar el sentimiento colectivo y recordé a Alberto así: "un típico fruto de este Colegio. Espíritu exquisito, fino, culto, observador sagaz, buena persona, sensible.

En 1976 en la habitual nocturnidad cobarde, lo secuestraron. Nadie podía ni puede reprocharle nada. Nuestra promoción está presente en el "nunca más"! Como hubiera gozado hoy! Como nos ayudaría con su memoria y con su humor.

Guardo como un tesoro las cartas que me envió desde Bragado cuando dejamos el colegio, hace 50 años: su timidez desaparecía al escribir. Iniciábamos abogacía y me decía: "debe haber algo más interesante que los pleitos de almaceneros que tendremos que resolver a pesar de Kelsen, Cossio y todas las filosofías de la tierra. Yo quisiera ejercer la profesión de soñador inútil pero el cuerpo necesita satisfacciones. El cuerpo es una realidad concreta que crucifica las necesidades espirituales pero el espíritu sólo puede existir y manifestarse por el cuerpo. Misterio teológico." y citando a Hamlet lo traducía en tono de consejo por mi inquietud política: "sin embargo tu prosigues ese acto. No manches tu espíritu, no manches tu espíritu" y de inmediato y entre paréntesis, su humor: "Me lo contó Jorge Luis Borges", para volver a la confidencia: ùquiero escribir, y la necesidad de escribir se me está presentando como la necesidad del fumador privado de puchos. Por ahora trato de contentarme con "vivir los problemas" como recomienda Rilke.

Y pocos días después agradecía una carta colectiva marplatense de algunos aquí presentes: "veo con alegría que la práctica del divino Omar no les aparta el recuerdo de los amigos en exilio. Yo también he hecho lo posible para convertir los rubais en acción. Chupo bastante, morfo como siempre que si no es mucho me satisface. Apoliyo como un rey destronado en la mazmorra." Y se sorprendía por uno de nosotros, a quien había preparado para el examen de Historia del Arte: "me asombra que Luigi haya aplazado con Blanquita" (Blanca Stábile de Machinandiarena, nuestra profesora).

Estoy seguro de que no le dijo que Leonardo era un romántico prematuro o que Rafael pintaba de acuerdo a una idea. Ajedrecista empedernido, firmaba "Chaloff mago del tablero", aceptando la rusificando del apellido que habíamos hecho en el mejor estilo porteño. Y a los pocos días nos escribía para pedirnos le consiguiéramos un alojamiento marplatense. "Ya yo sé que bufarán pero les ruego que se sirvan servirme un poco y tendrán la recompensa inapreciable de mi presencia".

Otro verano y recién iniciado el 58 se preparaba para hacer el servicio militar adelantado en Bragado y analizando, como excepción, una revista política me decía: "El problema gremial no es sólo económico. Urge una reparación moral. Hay desconfianza, hay la sensación de ir a la deriva, hay pesimismo. Son condiciones que mueven más que las económicas porque se desarrollan dentro de cada individuo aisladamente." Sin embargo, luego concretaba: "entre Balbín y Frondizi, sin duda Frondizi".

Y ya soldado administrativo, "sumergido en una bufanda con una tos de poeta francés adquirida en una de mis guardias nocturnas" me contaba: "He leído "El retorno" de Mallea, un librito interesante del que no puede extraerse ninguna experiencia, ninguna reflexión, porque todo queda en operaciones de inteligencia;"Lïinvitée" de Simone de Beauvoir quien, sin duda, escribe mucho mejor que Sartre, pero no lo suficiente.

En cambio leí un libro extraordinario: "Crónicas marcianas" de Ray Bradbury, muy profundo, muy bello, con una atmósfera de poesía y de desolación muy bien lograda y desgraciadamente precedido por un ridículísimo prólogo de Jorge Luis Borges, que comienza así: "En el segundo siglo de nuestra era, Luciano de Samosata_; y sigue en otras partes: a principios del siglo XVI, Ludovico de Ariosto imaginó; en el siglo XVII, Kepler redactó un Somnium Astronomicum.

Hay una cita en inglés, como no podía ser de otra manera: "the dark backward and abysm of time", de Shakespeare. Saca además a relucir a Giordano Bruno y a Bacon. Dice también que el libro le toca de una manera íntima y que lo llena de terror y de soledad, nada de lo cual tiene que ver con la obra".

Y de inmediato el soldado conscripto de 19 años anunciaba "una conferencia sobre los vinos de Francia dada por un francés auténtico que ostenta en su país el título de conde y en el nuestro el título de propiedad de más de dos mil hectáreas por lo que prefiere el nuestro para habitar." Y continuaba con sus lecturas: "estoy leyendo (sea para tu dicha y para la mía) "La montaña mágica" y te recomiendo que leas "La condición humana" de André Malraux, pienso que no hay en la literatura contemporánea una obra superior a ésa, salvo quizás algún otro libro de Malraux. Y te dejo porque estoy impaciente para tomar el fusil y matar un ferroviario".

Y como que también lo llamábamos El Francés al definir su relación con el medio precisaba: "la separación, el detachement como dicen exacta y gráficamente los franceses, es de fondo" y agregaba: Es curioso como el carácter de un pueblo influye sobre el idioma. En francés se encuentra siempre una palabra concreta y en uso corriente para expresar los matices más sutiles, esos que en castellano o en inglés tienen necesidad de formas indirectas, metáforas o rodeos para ser explicados".

Y pasando al cine: "estoy de acuerdo con tu opinión sobre Truffaut. Yo he tenido oportunidad de ver aquí "Sin Dios y sin ley" con Randolph Scott debutante, proyectada de la siguiente manera: primero el primer rollo; después, el cuarto y último; luego el tercero y finalmente el segundo. El parecido con las películas de Resnais era sorprendente." Seguía con sus lecturas: Chesterton, Stevenson, Poe, Saint Exupery, Hemingway_

Y en otra: "para tu satisfacción estoy recibiendo una amplia instrucción sobre tango, impartida por un muchacho que tiene una discoteca verdaderamente importante y buena tradición: el padre de él, que fue comisario conservador durante la década del 30, hizo su primera entrada en la policía a los 17 años por haberle pegado un planazo a Arolas cuando éste tocaba en el quilombo de Bragado, junto con José Martínez, alrededor de 1914."

Leo y releo sus cartas, gozo con su impertinencia adolescente, me vuelvo a deslumbrar con su talento, su erudición y su causticidad, y me asombro con la sutileza para apreciar la realidad colectiva desde el individualismo espiritualista que proclamaba y más lo veo como una versión crociana mucho antes, por cierto, de haber los dos leido a Croce.

Poco tiempo después ese bagaje tanguero lo llevaría -a él, que juraba que no cambiaba nada por un cuarteto de Beetroven- a acompañarme en mis andanzas periodísticas en las entrevistas a Piazzolla, Rivero, Salgán y la que más lo deslumbró: Elvino Vardaro, quien, ante sus preguntas sobre su técnica, tomó el violín y tocó, para nosotros dos y nadie más, como contaba Chalof, su tango "Miedo" y el solo que Astor le había escrito para "Milonga triste".

Alberto: en la clandestinidad te secuestraron, te encerraron, te torturaron y te asesinaron. Con la clandestinidad pretendieron que no pudiéramos honrar tu vida y tu muerte. Han fracasado: este encuentro es tu funeral y esta placa testimonia tu retorno para siempre a las aulas en las que se forjó tu hermosa personalidad. Victoria trágica, pero victoria al fin, tal vez porque víctima y victoria comparten la misma raíz".

Posted by marga at Mayo 27, 2007 11:51 PM | TrackBack
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