El Contexto

Las Dos Iglesias

 

Dos Iglesias: la de los oprimidos y la de los opresores.

El 4 de agosto de 1976 Monseñor Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, yacía en el frío asfalto de Punta de los LLanos luego de que su auto fuera interceptado en la ruta que unía Chamical con la capital de la provincia hacia donde viajaba para presentar ante las autoridades militares una carpeta con pruebas sobre el asesinato de dos sacerdotes de su diócesis. La versión oficial, que el mismo Episcopado avaló, hablaba de accidente, pero entre los riojanos, y gracias al aporte de testigos claves, una certeza se hizo carne: Monseñor Angelelli había sido sacado ileso de su auto y brutalmente asesinado de varios golpes en la nuca.

Su muerte fue la dura cuenta que tuvo que pagar por una vida dedicada a los más humildes, a quienes consagró su vocación sacerdotal "con un oído puesto en el pueblo, y otro en el Evangelio". Su prédica le trajo el rencor de los poderosos de siempre, uniformados y civiles, a quienes afectó en sus sagrados intereses, y de quienes recibió una feroz campaña que no vaciló en acusarlo de 'obispo rojo', enviar firmas para pedir su remoción al Vaticano,expulsar sacerdotes de Anillaco, donde Amado Menem, hermanastro del actual presidente, tuvo especial participación, asesinar religiosos y laicos y finalmente eliminar al odiado "Pelado".

Monseñor Angelelli fue, junto a Hesayne, De Nevares, Devoto, Ponce de León y Novak, uno de los pocos obispos que supo comprometerse con la cruz y el Evangelio dentro de una jerarquía episcopal cuya actitud de convivencia y complicidad con la dictadura militar avergüenza la conciencia de los cristianos de estas tierras. Desde la justificación teológica de la tortura y la eliminación clandestina de prisioneros indefensos hasta la aceptación lisa y llana de la espada como instrumento quirúrgico para impulsar la doctrina de la seguridad nacional, la conducta de la jerarquía católica argentina no tiene parangón en el mundo entero.

Esta relación de convivencia, parentesco y justificación del poder político y militar es propia de la Iglesia desde casi su creación. En la Argentina se profundizó dada la supremacía del credo católico entre su población y la característica de su jerarquía, sin lugar a dudas la más conservadora y retrógrada de América Latina. A pesar de ello, esa misma jerarquía permitió, sin mucho entusiasmo, la integración de ricas expresiones progresistas dentro de la Iglesia. Eran otras épocas, épocas del Concilio Vaticano II, del Documento de Medellín, desde Roma llegaba un soplo de aire fresco que buscaba oxigenar una estructura eclesial anquilosada y ponerse junto al pueblo en su lucha por la liberación.

En nuestro país la búsqueda de la renovación eclesial y la liberación política se expresó por medio del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, la Conferencia de Religiosas y los grupos laicales como el Movimiento Rural, la JOC (Juventud obrera católica, luego cristiana), la JUC (Juventud universitaria católica) y muchos otros, todos realizando su trabajo al filo de la confrontación con una jerarquía que no tuvo más remedio que aceptarlos.

Cuando el proceso político se radicalizó y comenzó a agotarse la jerarquía católica fue despegándose de estos grupos 'molestos' librándolos a la más terrible soledad frente a la brutal represión que se avecinaba.

Después vino lo conocido, lo que no debemos olvidar, el genocidio feroz perpretado por militares embanderados como 'nuevos cruzados' defensores de la fe católica, amparados por una Conferencia Episcopal que los justificaba, los confortaba y los atendía en amistosas reuniones, mientras las Madres de los desaparecidos, los fusilados, los torturados, los arrojados al mar, esperaban infructuosamente durante días y noches ser recibidas para poder entregar una carta.

Pudieron salvar muchas vidas y no lo hicieron, son responsables sobre 30.000 vidas humanas, no de haberlas matado pero sí de no haberlas salvado. Bastaban pocas cosas, pocos gestos, pero hubo complicidad, temor, identificación con el régimen.

El 27 de abril de este año los obispos argentinos produjeron su esperada 'autocrítica' sobre su actuación en aquellos años. Después de meses de ardorosas gestiones dieron a luz un documento que mueve a risa, cuando no a dolor, a amargura, a rabia, a impotencia...