Matar para robar, luchar para vivir

por Carlos del Frade

 

II Parte - Desaparecedores, Resistentes e Impunidades
Capítulo 11 - Las andanzas de Luis Rubeo
 

   

Junio de 1975.

En el Círculo Militar de calle Santa Fe y Maipú, en la Capital Federal, se hizo una cena en la que estaban representados todos aquellos sectores que integraron la Triple A. Había, por lo menos, 250 personas.
A Ignacio González Janzen lo identificaron como el hombre que había entregado una fotografía de Giovenco, custodio de la Unión Obrera Metalúrgica, después de haber volado como consecuencia de una bomba que llevaba. La imagen lo mostraba con un revólver 38 en la mano y apareció en el diario "Noticias" y en la revista "Nuevo Hombre". No podía ser perdonado. Estaba condenado a muerte.
Lo señalaron y no tuvo más remedio que apurar el paso hacia la puerta en tono desafiante.
Gritó que los mercenarios de López Rega eran traidores a Perón.
Un tal teniente Antinori dijo, en medio de la paliza que estaba recibiendo González Janzen, que semejante escena lo comprometía ante el Ejército.
"¡A la mierda el Ejército!", gritó otra persona, y aclaró: "Yo soy Luis Rubeo, del Sindicato de la Carne, y les voy a demostrar cómo se mata a un perro". Rubeo tenía una pistola 45 en la mano y golpeó con todas su fuerzas en la frente del prisionero, abriéndole una herida profunda. El hombre cayó al piso y fue pateado por todos los que lo rodeaban, menos Castro, que todavía intentaba que sus amigos "pararan la mano". Desde el suelo, y mientras se cubría la cabeza con las manos, el hombre escuchó cómo sus agresores se peleaban el cadáver: "Entréguenmelo o lo mato acá adentro", gritaba Luis Rubeo... ¡Correte que les voy a mostrar lo que hacemos con estos mierdas los muchachos de la Carne!", gritaba Rubeo buscando un ángulo para disparar, mientras el prisionero saltaba sobre la baranda y caía en un descanso a mitad de la escalera... Se fue a su casa a buscar a su esposa y de allí a un lugar más seguro. Mientras le curaba la herida en la frente apoyó la mano sobre la máquina de escribir y apretó algunas teclas; escribió algunos nombres que nunca olvidaría y ciertas frases que escuchó esa noche. Nombres y frases que eran el preludio de una época sangrienta. Había comenzado a escribir este libro", relató el propio Ignacio González Janzen en su ensayo "La Triple A", difundido por Editorial Contrapunto, de Buenos Aires, en octubre de 1986.


Los "muchachos de la Carne", los intereses del Swift.

Ana Vega entró al frigorífico Swift en 1973.
La eligieron delegada porque se animó a aclarar que un aumento de salarios no fue obra del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Carne y Afines, sino una decisión adoptada por el general Perón.
"Ahí me empiezan a perseguir, me trasladan de sección, yo trabajaba en lo que se llamaba tachería, que era donde se fabricaban las latas de aceite. Un lugar bastante lindo porque manejábamos máquinas soldadoras. Me pasaron al frío a cortar carne. Estaba marcada y la gente no me quiere ni hablar, pero al poco tiempo me eligen delegada en una asamblea", recordó Ana.
Aquellas asambleas reunían a casi un millar de personas, pero el Sindicato tenía "cien matones y decía ganarlas por amplia mayoría".
Le ofrecieron "un departamento en Córdoba o Mar del Plata", la siguieron y hasta le pusieron un auto con cuatro hombres en la puerta de su casa.
Hacia 1975 se planteó, dentro del arco de propuestas de izquierda, el derrocamiento de Isabel Martínez de Perón.
"Yo, entonces, digo que estoy en ese lugar por la recuperación del sindicato pero que por el derrocamiento del gobierno no voy a dar un paso, porque van a venir los militares y con eso lo primero que van a terminar va a ser con la ley de contrato de trabajo. Me acuerdo que me surgió así y después fue cierto. La gente me ovacionó y las comisiones integradas por compañeros de izquierda me amenazaron, me dijeron que yo había ido a escupirles el asado, de todo... Pero era cierto, y también dije que yo iba a dar la vida por la recuperación del sindicato, pero no por otra cosa".
En noviembre de aquel 75 se hicieron las elecciones. Ana formaba parte de la Lista Gris, una alianza entre sectores peronistas y del Partido Comunista Revolucionario.
A Ana se le fue haciendo un cerco dentro del propio Swift.
"Entraba al comedor y comía sola en una mesa. Los compañeros me guiñaban el ojo, me saludaban por debajo de la mesa, pero comía sola".
El candidato a secretario general era Aguilera y eran días de paros reprimidos a los tiros.
"Tomamos la fábrica dos veces. En la sección de la fábrica de latas, los matones nos atacaron a tiros. Recuerdo la valentía de los compañeros que le tiraban con el fondo de las latas de 5 litros que son de hojalata, se escondían detrás de las máquinas y le tiraban con eso al cuello, entonces los matones nos tiraban a mansalva y pudimos salir de ahí. Yo estaba aterrorizada, no me imaginé que podían entrar y hacer eso".
Fue cuando Aguilera planteó que no se iba a poder ganar porque estaban amenazando a todos los fiscales. También sostuvo que tenía una carta de Isabel en donde le apunta la necesidad de lograr la intervención del sindicato.
"Los compañeros míos que lo enfrentan a Aguilera van presos. Yo no hablo, no estoy de acuerdo pero no hablo, porque considero que mis compañeros dijeron lo suficiente. Recuerdo que yo no vivía más en la dirección que tenían en el trabajo. El abogado me dice que llame y realmente habían ido 20 personas con ametralladoras, habían roto parte del edificio porque yo había trabajado en esa casa y habían amenazado preguntando por mí. El abogado decide hacer un hábeas corpus y preguntarle a la policía federal y provincial si me están buscando. El resultado fue negativo. Pensamos que eran los matones de esta gente. A partir de ahí se empieza a luchar por la intervención, donde yo participo también. Un día estábamos todos reunidos. Había muchísima gente. Fui la última en darme cuenta que tenía un arma apuntándome. Era la policía que había entrado. Era un allanamiento, y cuando salgo la calle estaba llena de compañeros arrodillados y las mujeres contra la pared con los brazos detrás de la nuca y las carteras en frente de cada persona. Creo que había un hombre que era concejal y decía que era funcionario y le pegaban muchísimo, y obligaban a los vecinos a cerrar las ventanas".
Quedó un puñado de compañeros e igual se decidió marchar a la noche.
No se pudo llegar al Sindicato.
Hasta que se tomó la planta del Swift.
Diciembre de 1975.
"A las cuatro y media de la mañana teníamos que tomar la fábrica. Esa noche no pude dormir. Me agarró un angustia muy grande. Entramos, tomamos la fábrica y la gente que entraba a trabajar a las cinco y media, como yo, queda afuera. En ese entonces trabajaban cinco mil personas. Fue cuando le planteo al compañero Gigena que no era el camino correcto. Que parecemos guerrilleros porque los compañeros están afuera. La consigna era no entrar a trabajar hasta que Cabrera renunciara y se fuera. Quedamos cerca de veinticinco personas. Había una persiana que dividía la entrada de la fábrica con la enfermería y la administración. Entonces me pidieron que con un pie sostuviera la lengüeta de esa persiana, que tendría como cinco metros de ancho. Del otro lado, un compañero correntino hacía lo mismo que yo. Cada segundo que pasaba éramos menos, porque la gente se iba. Siento ruido detrás de la persiana y le digo al compañero que saque el pie de la lengüeta de la persiana porque nos van a agujerear. Sacamos el pie y al mismo tiempo empiezan a tirar balazos. Yo me pongo contra la pared, el compañero este, no me puedo olvidar, gritaba sapucay uno detrás de otro y los compañeros que estaban en el medio del patio eran heridos, los compañeros saltaban y daban vueltas, era una cosa impresionante porque esquivaban las balas con una soltura y una fiereza... Resultaron heridos por rasguños y entraron a correr por detrás del río. Ese grupo logró escapar. Salimos. Me tiran allí al patio. Está la policía, miro para todos lados, para ver si encuentro alguno, y veo a dos compañeros que asoman la cabeza por diferentes lugares; me hacen señas para juntarnos. En la enfermería veo a un compañero herido en la pierna... Salimos, la gente que estaba afuera nos empuja, nos lleva como en oleada, me encuentro arriba del colectivo. En esa época decían que los del Sindicato de Recibidores de Granos eran compañeros peronistas que nos querían ayudar, que estaban en contra de Cabrera, y llegamos al sindicato...".
En el sindicato de la Unión de Recibidores de Granos de la República Argentina (Urgara), de calle San Lorenzo, la está esperando Aguilera. Con él estaba un matón de Cabrera.
El candidato de la Lista Gris le confesó, entonces, que se había dado vuelta. Pero que estaba dispuesto a tomar la Mutual de la Carne desde el río. Después se llamó a una conferencia de prensa, pero no fue ningún medio de comunicación.
Al filo de la noche, siempre allí, en la sede de Urgara, Ana se quedó junto a otra compañera y un muchacho al que llamaban Pato. Comieron pizza, y cuando estaban en el patio apareció un hombre que había sido capellán del Ejército. Según Aguilera venía a ayudar a la agrupación.
"Hacía como tres días que yo no dormía. No daba más. Me acuesto en un sillón, al lado de la compañera. El Pato va a otro lugar. Me despertaron con un revólver en la cabeza. Me dijeron que me tenía que levantar porque habían venido a matarme y que yo era una infiltrada. Subimos la escalera, entramos al baño y allí estaba el Pato, atado de pies y manos y tenía el pecho apoyado sobre el piso. La chica estaba parada. A mí me preguntaron dónde vivo. Doy la dirección real de mi casa, porque total allí no había nadie, me empujan contra la pared con mucha violencia. Me llevan aparte, donde hay tres hombre en cuero, inmensos, que me empiezan a interrogar y me dicen por qué yo había hecho el paro, liderando la toma. Yo no había liderado la toma, los paros sí, pero no la toma. En realidad contestaba poco. Me pegan una trompada, creo que me desmayé, no tenía energía de ninguna índole, estaba reventada de sueño, de horror, de miedo y contaba las maderitas de las sillas en la que quedé tirada debajo. Me volvían a levantar, otra vez me hacían preguntas, yo noto que les daba cierto apuro pegarme, porque tenía tanto sueño y desconcierto... Eran tremendos matones, inmensos, y yo era super flaca. Después nos meten en un sótano a la chica y a mí, nos sacan la ropa, nos dejan en bombacha y corpiño y nos sacan las zapatillas. Custodiaba la puerta una mujer grande que tenía una cartuchera y un revólver y a cada rato abría la puerta y me decía «piba, hablá todo, porque sos boleta, decí todo porque te matan», cada diez minutos. No sé cuanto tiempo habrá pasado en ese sótano y aparecen Pichuco y un hombre que yo ahora no recuerdo".
La acusaban de ser del ERP, le preguntaban por qué odiaba a Cabrera. Ana respondió que ella estaba en contra del imperialismo ruso y que él estaba con ellos. Cerca de las cinco de la mañana los hicieron subir a los tres. Les contaron que Aguilera había arreglado con todos.
"Yo ya no daba más, no hablaba más. Fue cuando miré el balcón. Ya no toleraba que me agarraran, que me tocaran. Había una mesa llena de armas, no se si hasta granadas. Y muchos matones, gente grande, miro el balcón, y uno se dio cuenta y puso un sillón en medio del paso mío. Me dicen que tengo un llamado telefónico. Que ellos lo estaban grabando y era Cabrera. No era Cabrera, pero ellos decían que sí, y me decía que estaba muy bien todo el trabajo que había hecho, que me felicitaba, como que yo trabajaba para él. No sé por qué, tomé aquel llamado como una sentencia de muerte. Entonces voy caminando, la silla ya no me interrumpía el paso porque esta habitación estaba pasando la silla, hago un salto bastante grande en el aire, me agarro de la baranda y me tiro por el balcón. Perdí el conocimiento. Me salva la vida una mujer que pasaba caminando, después me contó que casi me caigo sobre su cabeza, que sintió que la rozaba y pensó que yo estaba muerta, entonces empezó a gritar. Cuando vio la gente que bajaba, pensó que ellos me habían tirado, por el tipo de personas que eran. De ahí la mujer dice que va a hacer la denuncia a la policía, llama a la ambulancia y me llevan a asistencia pública. Me despierto en la sala de rayos y veo al lado mío a Pichuco. Estoy en el infierno, Dios mío. Y él me dice «¿por qué hiciste eso?» y me volví a desmayar. Cuando me vuelvo a despertar en la cama me acuerdo que sentía como si tuviera clavadas mil espinas en el cuerpo. No me dieron nada, ni un calmante. Miraba por el vidrio y los veía a los matones, y pienso de acá no salgo, entonces le hablo a una señora que estaba cuidando a otra y le digo si por favor puede llamar por teléfono a una amiga mía. Me pongo a llorar, me acuerdo del teléfono del abogado y le pido por favor, que tengo un hijo chiquito, que es un tema de vida o muerte, que me haga el favor de llamar a mi abogado, que ciertamente es gente muy jodida, que corro peligro. La señora me dice que cuando se vaya. Se va a los quince minutos y a los veinticinco viene mi abogado. Le cuento todo y viene el capellán con la compañera rubia, el capellán me dice que por qué no lo escuché, pero ya era tarde. Le aviso a mi gente y me sacan con una ambulancia. Me llevan en ambulancia hasta el Baigorria, allí tengo muy mal el riñón, orino sangre continuamente, me operan inmediatamente el codo, porque se me había pulverizado, y tengo la cadera fracturada en tres partes".
-¿La empresa o el sindicato financiaban este grupo de matones? -le pregunta este cronista.
-El sindicato, aunque debe haber sido en conjunto porque era una misma cosa.
-¿Es decir que los intereses de la empresa eran los intereses del sindicato?
-Tal cual -contestó Ana Vega, sobreviviente de la patota del Sindicato de la Carne, la misma que era alimentada por el Swift y que luego se fusionó con los grupos de tareas del estado terrorista.

 

   

 

Matar para robar, luchar...

   

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