El sacerdote Jorge Adur
Algunas crónicas de Fabián Domínguez
y Alfredo Sayus
Los siguientes artículos fueron publicados en el diario La Hoja de San Miguel por Alfredo Sayus y Fabián Domínguez, y forman parte de una investigación sobre la vida del sacerdote católico Jorge Adur. Si usted puede aportar información o cree necesario corregir algunos de los datos aquí publicados comuníquese con Fabián Domínguez ( andrea@telviso.com.ar )
Noche negra en Manuelita
El operativo de un grupo de tareas que secuestró a miembros de una comunidad cristiana mientras buscaba a un sacerdote montonero.
En 1980, mientras el papa Juan Pablo II iniciaba su viaje pastoral a Brasil, el
sacerdote asuncionista Jorge Adur, capellán del grupo guerrillero Montoneros,
intentaba entrevistarse personalmente con el Pontífice. La guerrilla se había
militarizado irracionalmente, había lanzado una desesperada contraofensiva y
mandaba al muere descarnadamente a sus militantes. La entrevista entre el
sacerdote y el Papa polaco nunca se produjo; Wojtyla regresó al Vaticano, y de
Adur nunca se supo su destino. Se cerraba así un círculo de muerte que había
perseguido al asuncionista desde la noche de junio de 1976, cuando muchos de los
jóvenes que trabajaban con él, fueron desaparecidos de lugares como San Isidro,
Vicente López y San Miguel.
¡Aniquilen a los asuncionistas!
En la madrugada del 4 de junio de 1976 se sintió el frío de la muerte en las
polvorientas calles de tierra del barrio Manuelita, en San Miguel. Varios
automóviles irrumpieron a gran velocidad, llevando en su interior a nutrido
grupo de personas, algunos de civil y otros con ropa de fajina militar, portando
armas de puño y armas largas. Un hombre de civil comandaba el operativo, y
mientras algunos se apostaban en el cruce de calles, otros recorrían las casas
buscando al cura Jorge Adur. Muchos fueron sacados de sus sueños, arrastrados
por la casa y llevados a la vereda, donde eran interrogados.
Pero el sacerdote, que solía pernoctar en una casa que alquilaban junto a otros
integrantes de la congregación, no apareció y nadie sabía donde se encontraba.
Los otros asuncionistas estudiaban teología en el Colegio Máximo de San Miguel,
perteneciente a la Compañía de Jesús, y que se ubica a pocas cuadras donde
ocurrieron los hechos. Los que se llevaron la peor parte del operativo fueron
los hermanos Carlos Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez, quienes fueron
golpeados y torturados. Algunos dicen que también les dispararon, y que fueron
envueltos en frazadas y subidos a uno de los vehículos que participaba del
operativo y retirados del lugar. Otros dicen que lo que se llevaron en los
bultos eran libros que había en las habitaciones de la casa.
Los dos asuncionistas habían trabajado con jóvenes de Acción Católica, en las
villas del norte del Gran Buenos Aires y en misiones en el interior del país.
Habían estudiado en la UBA, donde cursaron algunas materias en la Facultad de
Filosofía y Letras en 1973, hasta que son enviados a estudiar al Máximo. Lo
cierto es que los religiosos no salieron muertos del lugar el día del
procedimiento, pues a las 11.45 el superior de la Congregación de los
asuncionistas recibió un llamado telefónico de Di Pietro, quien le preguntó por
el padre Adur. "Recibimos un telegrama para él y se lo tenemos que entregar",
dijo la voz quebrada del seminarista. El superior se extrañó de la llamada, y de
inmediato recogió alguna información y se enteró de lo que ocurrió horas antes.
De inmediato se comunicó con Monseñor Menéndez, obispo de San Martín, bajo cuya
órbita se encontraba el barrio afectado, para informarle de lo sucedido. Por su
parte el mismo superior presente un recurso de hábeas Corpus en el Juzgado
Federal Nº3 de San Martín a favor de Di Pietro y Rodríguez. El texto fue
presentado ante el Ministerio de defensa y la Policía Federal, y ésta última
respondió que Rodríguez no se encontraba en dependencias de la institución.
Contra la Unidad
Pero no fue el único operativo que realizaron aquella madrugada, ya que horas
antes había sido secuestrado y asesinado el seminarista obrero Juan Ignacio Isla
casares, de la parroquia Nuestra Señora de la Unidad de Olivos. Otros
integrantes de la misma comunidad, y que colaboraban en el barrio Manuelita,
fueron secuestrados aquella misma jornada, y tampoco volvieron a aparecer.
Algunos se relacionaban con la Fraternidad del Evangelio, mientras que otros
eran de la JIC (Juventud Independiente Cristiana). Entre los desaparecidos de
aquella jornada se encuentran María Fernanda Noguer (San Isidro), José Villar,
Alejandro Sackman, Esteban Garat (Vicente López), Valeria Dixon de Garat
(Vicente López) y Roberto van Gelderen.
Era evidente que el cerco intentaba cerrarse sobre el cura Adur, quien además
era el superior de la congregación, pero el sacerdote logró eludir a sus
captores en varias oportunidades, manteniéndose en la clandestinidad, hasta
lograr salir del país. Mientras permanece oculto, el asuncionista Roberto Favre
realiza gestiones ante el nuncio apostólico Pío Laghi quien, en uno de sus
habituales encuentros tenísticos con el almirante Eduardo Massera, logra la
autorización para que Adur salga del país.
Los seminaristas del barrio Manuelita
La historia de dos religiosos asuncionistas, que desarrollaban su tarea pastoral en San Miguel, estudiaban en el Colegio Máximo, y fueron secuestrados de su propia casa ubicada en el barrio obrero conocido como Manuelita.
En tiempos de sacerdotes pedófilos, obispos garantes de banqueros corruptos y
arzobispos acosadores de seminaristas es necesario rescatar a los eclesiásticos
que no traicionaron a su vocación. Durante la década del ´70 murieron en
circunstancias sospechosas dos obispos, desaparecieron numerosos sacerdotes,
algunas monjas, una gran cantidad de laicos y también seminaristas. La mayoría
desarrollaban tareas pastorales en barrios obreros, villas o simplemente
acompañaban a personas que buscaban a sus familiares desaparecidos. San Miguel,
ciudad vecina a la mayor guarnición militar del país, no podía escapar a las
garras de uniforme y entre centenares de casos, se registró la desaparición de
dos seminaristas. Los religiosos pertenecían a la congregación de los
asuncionistas, grupo religioso de origen francés que tiene como centro destacado
en el Gran Buenos Aires el Sanuario de la Virgen de Lourdes, en Santos Lugares.
Los muchachos, ambos mayores de treinta años y a punto de ser ordenados
sacerdotes, todavía son recordados por los feligreses del barrio Manuelita que
los conocieron y tuvieron trato cotidiano con ellos.
La desaparición ocurrió la fría mañana del 4 de junio de 1976, antes de las 7 de
la mañana, cuando se realizó un impresionante operativo militar en una humilde
casita de la calle Balcarce, entre Güemes y Tupac Amaru. El dispositivo fue
impresionante, se sabe que buscaban al sacerdote asuncionista Jorge Adur, pero
lo cierto es que se llevaron a los seminaristas Carlos Antonio Felipe Di Pietro
y Raúl Eduardo Rodríguez. Sobre Adur, el único capellán guerrillero de los ´70,
La Hoja escribió una serie de artículos a lo largo de 2003, y publicará nuevas
revelaciones durante 2004, pero sobre los seminaristas desaparecidos poco o nada
se escribió, pero en la memoria de quienes los conocieron hay datos como para
saber quiénes fueron estos jóvenes.
Di Pietro
Carlos Di Pietro nació el 8 de agosto de 1944, en Buenos Aires. Fue criado como
hijo único, aunque sus padres Antonio y Otilia adoptaron a una niña dos décadas
más tarde.
Desde los 17 años trabajaba para ayudar a la economía familiar, lo que impidió
que sus estudios secundarios fueran regulares. Su casa era muy pobre, y la
situación se agravó con la muerte de su padre en 1970. La comunidad de los
padres asuncionistas, en La Lucila, ejerció una influencia muy grande en su
juventud, a tal punto que a los 22 años, en 1966, decide ingresar al seminario.
Al principio no era disciplinado en el estudio, pero terminó el secundario en
1970, y en lo religioso hizo los primeros votos dos años más tarde.
Los estudios de Filosofía y Teología los cursó en el Colegio Máximo de los
jesuitas de San Miguel, con notas que demuestran su capacidad, aunque no
brillara como el mejor de la clase. Mientras estudiaba fue convocado para ser
ayudante de cátedra de Teología en la facultad de medicina en la Universidad del
Salvador. Durante los primeros años de seminario se lo describe como tozudo,
indolente, intolerante a veces, con defectos en su humor en otras, pero
solidario a la hora de la vida en comunidad, y con el transcurrir del tiempo
llegó a ser factor de unidad y amabilidad en la comunidad donde se movía. El
tiempo lo llevaría a definirse por un trabajo junto a los más humildes y
organizar a los jóvenes.
Su tarea pastoral fueron diversas, desde las cátedras de Teología; pasando por
las misiones en el interior del país dentro del proyecto de la Acción Misionera
Argentina, llegando a ser Jefe del Equipo en Lavalle, Corrientes; y la atención
del barrio Luna de Villa Tesei o Manuelita de San Miguel, junto a otros
religiosos con los que vivía en comunidad.
El 30 de noviembre de 1975 hizo los votos perpetuos de castidad, pobreza y
obediencia en el Santuario de Lourdes de Santos Lugares, estando presente el
padre Julio Navarro, quien era entonces Provincial, es decir la máxima autoridad
de la congregación en la provincia que componen la Argentina y Chile. Era un
paso más en su camino hacia su consagración como sacerdote
Lo que esperaba de su vida como sacerdote era "poder querer mucho", pero
íntimamente sentía un anhelo de una visión más utópica de la congregación, y eso
se manifiesta claramente durante sus últimos meses de vida. La praxis del
religioso no era mero voluntarismo sino la manifestación de una intensa vida
interior, y eso se observa en su vida contemplativa, a tal punto que antes de
desaparecer estaba por emprender una aventura espiritual a la que se sentía
llamado.
Rodríguez
Raúl Rodríguez nació en Lobos, el 29 de marzo de 1947, y es muy poco lo que se
sabe de su vida en el interior de la provincia de Buenos Aires. Cuando en 1967
llega al seminario ya había perdido a sus padres, pero se sabe que desde los 15
años trabajaba en una tienda de su tierra de origen. Es curiosa su llegaba al
Centro Vocacional de los Asuncionistas, ya que se entera de su existencia a
través de un aviso en la revista "Esquiú". Ingresa solo con estudios primarios,
por lo que completa el secundario cursando tres años de manera regular y los dos
últimos rindiendo materias libres.
Los estudios de Filosofía y Teología los cursa en el Colegio Máximo de San
Miguel, y sus superiores en la congregación destacan su inteligencia, su
capacidad de análisis, su forma clara de expresar su pensamiento, muy buen
lector, principalmente de temas filosóficos. Su entusiasmo por el estudio lo
llevaron a anotarse en la Universidad de Buenos Aires, para cursar filosofía
paralelo a la cursada en el Máximo.
En 1972 realiza los primeros votos temporales, y manifiesta su alegría de estar
en una congregación con un espíritu de libertad y de apertura que permite que
surjan nuevos modos de evangelización. La vida en comunidad lo muestran como una
persona sencilla, alegre, con interés por el otro y como factor de unidad y de
oración, a tal punto que nunca entendió el apostolado como una tarea individual
sino como parte de la tarea de la Congregación. Su amistad con Carlos Di Pietro
lleva a ambos a animar grupos de jóvenes durante dos años seguidos, lo que
provoca en Rodríguez el interés por perfeccionar sus conocimientos sobre
conducción de grupos y además fundamentar lo que desea transmitir.
Formó parte del Consejo Pastoral de la capilla de La Lucila, junto a otros
religiosos y laicos. La catequesis fueron un lugar apropiado donde se
desarrolló, tanto en La Lucila como en Manuelita, y además se destacó su
capacidad de diálogo con adultos y personas maduras y reflexivas, pero es en la
influencia que ejercía en los jóvenes lo que motivó a sus superiores a
incorporarlo al equipo de formadores.
Realizó sus votos perpetuos junto a su amigo Carlos, amistad que se profundiza a
partir del silencio, la oración, la reflexión y la contemplación,
características estas últimas que formaban parte de su personalidad de manera
natural.
Por los barrios
El Concilio Vaticano II, con sus reformas litúrgicas y la necesidad de generar
un nuevo impulso eclesiástico para dialogar con el mundo contemporáneo, y la
Conferencia Episcopal de Medellín, realizada por los obispos de América Latina
en Colombia, donde se anunció una "opción preferencial por los pobres",
generaron un impacto muy fuerte en las comunidades eclesiales del continente.
Como resultado de un trabajo pastoral más próximo con los humildes, los
religiosos asuncionistas dejaron la capilla nuestra Señora de la Unidad de
Olivos, donde funcionaba el seminario, y empezaron a trabajar en barrios pobres.
En 1974 Carlos Di Pietro fue a realizar un trabajo pastoral al barrio Luna de
Villa Tesei, junto con los seminaristas Luis Ramón Rendón y Paul Smolders, éste
último de origen belga. Pero la experiencia duró poco porque el grupo se
trasladó al barrio Manuelita, de San Miguel, donde la congregación compró una
casa. Al grupo se sumaron Raúl Rodríguez y el sacerdote Jorge Adur.
La capilla de Manuelita se llamaba Jesús Obrero, por voluntad de los mimos
vecinos que se congregaban desde mediados de los ´50 en la sociedad de fomento y
resaltaban la condición de primer proletario de la región. Los jesuitas venían
atendiendo pastoralmente el lugar desde fines de la década del ´60, y los
asuncionistas llegaron para complementar el trabajo y para ello se instalaron de
manera permanente a doscientos metros del templo en construcción. "Carlos y Raúl
trabajaban con los jóvenes y los adolescentes y tenían un grupo no menor a
veinte jóvenes, entre varones y mujeres. El trabajo religioso y social era muy
bueno, incluso llegaron a realizar algunos retiros y entiendo que su función
sacerdotal, evangelizadora la llevaban muy bien. Evangelizaban con mucha
honestidad, cada uno con su visión, sus límites y su gracia", le contó a La Hoja
un vecino que está instalado en el lugar desde hace cuarenta años y conoció el
movimiento entorno a los religiosos. Consultado sobre un posible trabajo
político que hayan realizado los dos seminaristas fue muy claro y contundente:
"no estaban reclutando ni política ni militarmente a nadie. Yo lo sé porque
trabajaba políticamente en el barrio, era dirigente de la Juventud Peronista, y
no solo tenía contactos en la región sino también con Zona Norte y más o menos
sabía quien era quien, así que puedo garantizar que los seminaristas no estaban
trabajando para la organización Montoneros, como sí supimos que lo hacía el
padre Jorge Adur", explicó Ahumada.
Los vecinos recuerdan la misa de aquellos días como muy abierta y participativa.
"Habíamos pasado de la misa en latín y de espaldas a una misa más popular, así
que sumamos a quien tocaba la guitarra, cantábamos cosas sencillas como para que
a todos les gustara y pudieran participar. De hecho era participativa, como en
el momento en que pedíamos alguna intención, donde cada uno podía hacer una
proclama o pedir por algo en especial, sin recurrir a la clásica listita que
resulta fría y sin sentimiento. El padre Jorge hacía las misas abiertas, y desde
cualquier rincón uno oraba en común con el resto. Las homilías eran muy
reflexivas, con comparaciones con la actualidad, es decir que actualizaba la
proclama del Evangelio. De hecho Jesús hacía eso, a través de las parábolas
enseñaba, con la actualidad de lo que la gente de ese tiempo entendía, y por eso
habla de la oveja perdida, del germen de trigo, del hijo pródigo, y lo hace en
un lenguaje sencillo sin negarle profundidad", contó la misma fuente.
Sobre el trabajo del sacerdote explicó que tuvo eficacia por la ayuda del grupo
de seminaristas. "Adur era muy popular en el barrio, y tenía mucho que ver el
trabajo social que él hacía, de todas maneras lo atractivo no era Jorge, sino el
trabajo que realizaban los seminaristas en la semana, porque la tarea pastoral
era integral, no la simple catequesis de fin de semana, sino que todos los días
recorrían el barrio, por eso al ir a la misa uno se encontraba con un grupo
descomunal de jóvenes para una capilla tan chica, con cuarenta o cincuenta
jóvenes, que además llevaban a sus padres. Lo que se hacía todos los fines de
semana eran encuentros con los jóvenes, con recreación y charlas; se usaba para
eso las casas de los seminaristas, la de alguno de los chicos, la casa al lado
de la capilla, según la circunstancia. Los sábados teníamos misa con Jorge y el
domingo había otra misa", recordó Kelo.
Más allá de la misa, la casa de los seminaristas era muy abierta ya que todos
los días, y no solo los fines de semana, había chicos del barrio que charlaban
con los asuncionistas. "En muchos de esos encuentros venía gente de San Isidro,
de otros lugares, y los traía Jorge. La idea de él es que nos relacionáramos,
que compartiéramos experiencias, que conociéramos distintas vivencias. La casa
era sencilla, dos habitaciones, un living, una cocina comedor, y habían hecho un
altar chiquito para el misal, y al fondo un depósito, que era lavadero y lo
hicieron pieza, es decir que cumplía esas tres funciones. El comedorcito era
amplio, y se usaba para que los jóvenes se juntaran. Siempre, siempre era la
lectura del Evangelio, no era discutir un documento político, sino el Evangelio,
el comentario, el intentar comprenderlo y llevarlo a la vida diaria. A veces
sufrían, porque estaban con los jóvenes y los adolescentes no se ubican de que
uno tiene otros tiempos y otros ritmos, así que todas las noches tenían a
alguien distinto en la casa, con quien charlaban, comían, hasta que los echaban
cuando no los aguantaban más, a altas horas de la noche", explicó Ahumada.
La experiencia contemplativa
Cuando empezó el año 1976, Carlos y Raúl presentaron a sus superiores un
proyecto de oración y contemplación. Ellos habían tenido contacto con el
movimiento espiritual contemplativo "Soledad Mariana", basado en la oración, el
silencio y la contemplación, y querían llevar adelante su propia experiencia de
desierto, viviendo un tiempo en una estancia en Santa Cruz, donde se dedicarían
a trabajar y a orar. Ya habían tomado contacto con un hombre del sur, y había un
lugar donde se podrían ocupar del cuidado de ovejas, y a su vez rezar y
reflexionar "cara a cara con Dios". No había un renegar de su vocación, sino se
que lo entendían como un paréntesis para "vivir con mayor intensidad el aspecto
contemplativo de su relación personal con Dios".
Los superiores aceptaron el proyecto, pero sugirieron algunas modificaciones,
como por ejemplo llevarlo a cabo durante un tiempo corto (tres meses), en un
campo de la provincia de Buenos Aires, de manera de no perder contacto con la
comunidad regional y poder realizar un seguimiento desde la congregación. Las
cartas que se conservan de ambos, referidas al proyecto, son muy elocuentes en
cuanto a una opción hacia lo contemplativo, pero con menciones a la cruz y el
martirio. Es indudable que se estaban preparando para una etapa superior, que
ellos denominan "desierto", pero que los hechos no permitieron que se
concretara.
En la Pascua de ´76 Raúl escribe: "lo único que sabemos es que el Señor nos
quiere haciendo un desierto y por el momento no hay más cosas claras". En una
carta anterior había manifestado: "me imagino que nuestra misión va a ser desde
el silencio, desde la cruz. Mirando al mundo y todo lo que acontece, pienso que
la Iglesia necesita de hombres y mujeres que se dejen traspasar, no solo por la
mirada del Padre y de los hombres, sino también por los mismos clavos de la
Cruz. Claro que esa sería una forma del martirio que entreveo... No es una idea
fija, pero siento que es necesario dejarnos amasar y transformar totalmente por
Dios. Sangrar sin sangrar, llorar sin llorar, o sea, ser totalmente redimidos
para ser medios de redención".
Por su parte Carlos, en otra carta, expresa: "tenemos plena conciencia con Raúl
que esto ya no es nuestro, sino bien de Dios y que nuestra propia vida ya no es
nuestra sino del Señor. Son tiempos difíciles pero hermosos. Espiritualmente me
siento muy igual a Jesús en su subida a Jerusalén, sabiendo que lo que le espera
es difícil pero no puede dejar de hacerlo porque la hora se acerca".
El viernes 4 de junio de 1976, a las 7 de la mañana, llegaron varios automóviles
a la casa de los asuncionistas. Bajaron personas con ropa de fajina militar,
portando armas largas y comandados por un hombre de civil. Algunos se
dispusieron en las calles, como para cerrar el paso, otros rodearon la casa y
otros entraron. Treinta minutos más tarde se retiraron todos, cargan algunos
bultos en los vehículos, y además se llevaron a Carlos y a Raúl, los únicos que
estaban en el lugar.
Hacia las 11.45 el superior regional de la congregación, padre Roberto Favre,
recibió un llamado telefónico de Carlos, quien pregunta por el padre Jorge Adur.
El superior sospechó que algo raro estaba ocurriendo, y le respondió a su
interlocutor que sabía muy bien que Adur no estaba allí. El seminarista se
excusó diciendo que tenía un telegrama para entregarle a Adur, lo que le pareció
una excusa torpe a Fravre, que volvió a insistir que Adur no se encontraba allí.
"¡Que la paz de Jesús esté con vos! ¡Que la paz de Jesús esté con vos!", dijo el
seminarista antes de cortar. Nunca más se supo de ellos.
El capellán de Montoneros
El asistente religioso y espiritual del principal grupo armado de la década del '70.
En 1968 el cura Jorge Adur, luego de predicar el retiro para alumnos del colegio
San Román, fue abordado por dos adolescentes, quienes le pidieron un libro de
espiritualidad. Los jóvenes eran Luis Alberto Spinetta y Emilio del Guercio,
quienes cursaban el mismo año, se sentaban en el mismo banco y compartían los
mismos intereses por la música, la poesía, la literatura y estaban entusiasmados
con armar una banda de rock, que con el tiempo se llamaría Almendra. El
sacerdote, que pertenecía a la congregación de los asuncionistas, influía
notablemente en la vida espiritual del colegio, ubicado en Capital Federal.
También sería importante su influencia en la de la parroquia Nuestra Señora de
la Unidad de Olivos, al norte del Gran Buenos Aires, y en el barrio Manuelita,
de General Sarmiento. Su prédica entre pobres y militantes revolucionarios lo
llevarán a convertirse en el único capellán que tuvo Montoneros.
Entre pobres y guerrilleros
El cura, un entrerriano ordenado durante los primeros años de la década del '60,
abrazó la opción por los pobres, como pidieron los obispos en el encuentro de
los obispos católicos del Celam en Medellín, con la presencia de Paulo VI.
También participó del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, y en
septiembre de 1970 estuvo presente en el funeral de los primeros montoneros
muertos en un enfrentamiento con la policía: Carlos Gustavo Ramus y Fernando
Abal Medina. Los dos jóvenes habían participado del secuestro y asesinato del
general Pedro Aramburu, el mismo que derrocó a Juan Perón en el '56, y ordenó el
fusilamiento de militares y civiles en junio del '56, durante el alzamiento
peronista del general Juan José Valle. Los secuestradores, junto al resto de la
incipiente organización Montoneros, se reunieron en el bar La Rueda, de William
Morris, y allí se vieron enfrentados sorpresivamente con un reducido grupo de
policías, produciéndose la baja de los guerrilleros.
Durante la misa exequial, concelebrada por los tercermundistas Jorge Adur y
Jorge Vernazza en la parroquia de San Francisco Solano, el que predicó la
homilía fue el padre Carlos Mujica, amigo de los muertos, con quienes compartió
retiros y trabajos de misión en el interior del país. Mujica y el antiguo
confesor de Eva Perón, el padre Hernán Benítez, también presente en la misa,
fueron arrestados por unas horas bajo el cargo de apología del crimen.
Adur organizaba reuniones en su parroquia de la diócesis de San Isidro, y en más
de una oportunidad dio refugio a militantes montoneros que estaban en la
clandestinidad. Muchos de los jóvenes que se inscribían en los cursos
prematrimoniales, luego utilizaban el espacio para las discusiones políticas,
situación que a monseñor Justo Laguna no le caía nada bien.
En 1976, luego del golpe de Estado, fue buscado intensamente por los grupos de
tareas. El operativo más sangriento se llevó a cabo durante el 4 de junio de ese
mismo año, con la desaparición de casi diez integrantes de la comunidad
parroquial, entre ellos dos hermanos asuncionistas que fueron secuestrados de su
casa en el barrio Manuelita de San Miguel (Ver La Hoja Nº 1283). Gracias a sus
contactos en la cúpula eclesiástica, Adur logró huir, exiliarse y radicarse en
Francia. Con la experiencia de ser perseguido, de ver morir a sus más allegados
y ser exiliado, el sacerdote asumió un compromiso mayor con la guerrilla, hasta
que en 1978 lo nombran capellán y director espiritual de los cuadros católicos
de los Montoneros.
El Cóndor sobre Adur
Al finalizar 1976 la conducción de Montoneros le había mandado una carta a la
cúpula eclesiástica de Argentina donde proponían la apertura al diálogo con
miras al logro de una 'pacificación', pero no hubo respuesta del obispado. El
"comandante" montonero Mendizábal le dirigió una carta al Papa, pero tampoco
obtuvo respuesta. En 1978 la cúpula guerrillera le manda una carta al cardenal
Jean Villot para informarle de que, "con el fin de animar a los católicos a
unirse al Ejército Montonero, éste (sin convertirse en una entidad confesional)
había establecido una capellanía y designado al padre Jorge Adur como capellán
de la misma" (Comunicación oficial del Ejército Montonero al Vaticano,
suplemento especial de Estrella Federal, nº 5 -agosto de 1978-, pág. 2/4). El
consejo superior del Movimiento Peronista Montonero (MPM) también disponía de un
sacerdote, el padre Rafael Iaccuzzi, con el mismo objeto, pero en aquel momento
los montoneros no eran creíbles en los cenáculos eclesiásticos.
En una carta, Adur explica que no deja los hábitos y confirma su aceptación al
cargo de capellán de la guerrilla: "En esta carta quiero hacerles partícipes de
mi decisión de asumir, personal y públicamente la capellanía del Ejército
Montonero y responder, así, al pedido de su Comandancia.... He vivido 17 años de
sacerdocio sin descansos, con los pobres y los ricos, con los oprimidos y los
sin voz, hoy les anuncio con alegría que continuaré junto a los que amo,
asumiendo el desafío de la hora histórica, difícil prueba para nuestro pueblo,
pero seguro camino para la pacificación y la libertad. Desde la Iglesia a quien
todo le debo y por la cual todo lo he perdido, comparto los destinos de los
hombres que viven y mueren por los grandes intereses del pueblo...Con el
convencimiento de que todo se orienta a la instauración de una paz basada en la
justicia y la verdad, quiero saludar a todos los que de una manera o de otra,
resisten a la sangrienta dictadura militar. En especial a los prisioneros del
régimen, hombres y mujeres responsables de su misión histórica, sin olvidar
particularmente a los familiares muertos, presos y desaparecidos. Con este
abrazo va la certeza de la victoria final".
En 1979 los Montoneros, que se consideran la vanguardia revolucionaria por
excelencia sin reconocer que sus fuerzas están diezmadas, deciden enfrentarse
con las Fuerzas Armadas Argentinas y ordenan una contraofensiva. Muchos de los
militantes que están en el exilio vuelven al país para pelear, pero al poco
tiempo son secuestrados, torturados y desaparecidos para siempre. Dentro de esa
ofensiva, el cura Adur recibe la orden de entrevistarse con el Papa Juan Pablo
II durante su visita pastoral a Brasil, en julio de 1980.
Adur llega a Brasil, desconociendo la existencia del Plan Cóndor, a través del
cual las Fuerzas Armadas de algunos países de América Latina intercambian
información y realizan operativos conjuntos. El cura fue secuestrado, sin lograr
entrevistarse con el Papa, y la Conferencia Episcopal Brasileña denunció el
hecho a las autoridades, pero Adur jamás volvería a aparecer.
¿Dónde desapareció el cura Adur?
Los interrogantes sobre el sacerdote que fue capellán de los Montoneros y participó de la contraofensiva guerrillera contra la dictadura.
El sacerdote Jorge Oscar Adur, de la congregación de los agustinos
asuncionistas, fue el único capellán reconocido por la organización guerrillera
peronista Montoneros, siendo nombrado en el cargo durante su exilio en Europa.
Tuvo un trabajo pastoral y militante importante en lo que la Organización
denominaba Columna Norte, que abarcaba el norte y noroeste del Gran Buenos
Aires. Dos de los lugares donde se desempeñó como sacerdote fue en la capilla
Nuestra Señora de la Unidad de Olivos y en la capilla Cristo Obrero de
Manuelita, en San Miguel. En este último lugar se instaló en 1974, meses antes
de la muerte del entonces presidente Juan Perón, siendo acompañado por los
seminaristas Luis Ramón Rendón, Carlos Di Pietro y Raúl Rodríguez. El 4 de junio
de 1976 fuerzas militares realizaron un operativo especial en la casa donde
vivían, en Manuelita, de donde secuestraron para siempre a Di Pietro y a
Rodríguez, sobreviviendo Rendón y Adur. El sacerdote pudo salir del país,
dirigiéndose a Francia, pero en 1980 intentó volver en la contraofensiva que
ordenó la Conducción de Montoneros para enfrentar a la dictadura militar. Muchos
dirigentes guerrilleros desaparecieron en aquella oportunidad, entre ellos el
mismo Adur.
El cura en Manuelita
La capilla del barrio manuelita siempre fue atendida por los sacerdotes
jesuitas, entre ellos los padres Vicentini primero, y Juan Carlos Scannone
después. La llegada de Adur permitió reemplazar al último, quien fue becado para
estudiar en Alemania, y de esta manera los asuncionistas se instalaron en una
casa a doscientos metros de la capilla en construcción. Las fuentes consultadas
en el barrio reconocen que la labor de los religiosos era pastoral y social, y
que nunca se hizo política partidaria, y mucho menos a favor de la lucha armada.
En el barrio también trabajaban pastoralmente tres religiosas de la congregación
del Divino Maestro, que aún tienen una casa propia en el barrio Belo Horizonte,
al lado de Manuelita.
"El trabajo religioso y social de los curas era muy bueno, y también las
hermanas trabajaban muy bien, incluso habían hecho algunos retiros. Entiendo que
la función sacerdotal, evangelizadora la llevaban muy bien. Evangelizaban con
mucha honestidad, cada uno con su visión, sus límites y su gracia, y no estaban
reclutando ni política ni militarmente a nadie. Yo lo sé porque trabajaba
políticamente en el barrio y en la región, y porque tenía contactos con Zona
Norte y más o menos sabía quien era quien, así que puedo garantizar que los
seminaristas no estaban trabajando para la organización Montoneros", señaló 'Kelo'
Ahumada, quien militaba en la Juventud Peronista en aquellos años.
Otra testigo de la época que reconoció el trabajo pastoral de los asuncionistas
fue Haydée Escobares, a quien Adur la casó en la capilla del barrio. "El padre
Jorge Adur compró una casita sobre la calle Balcarce, cerca de la plaza de
Manuelita. Vino con otros muchachos que eran diáconos, Raúl y Carlos, que cuando
le allanaron la casa los matan. Eran seminaristas o diáconos, estaban con Jorge
pero no eran militantes. Con ellos estaba Luis Ramón, que vive porque en el
momento del allanamiento no estaba en la casa. El trabajo que hacían era atender
la capilla, daban la misa, la capilla todavía no estaba terminada, y Carlitos y
Raúl trabajaban con la juventud. Cuando nosotros empezamos a militar veníamos de
la Acción Católica, entramos a la JP y al tiempo me casé, y fue el padre Jorge
el que nos casó, mi marido no era militante. Digamos que el trabajo del cura era
barrial, similar al del padre Mujica, pero además se manejaba en otro nivel
porque era un tipo importante en la organización, un ideólogo. No estaba todo el
tiempo en el barrio, aquí hacía el trabajo de la capilla, pero afuera tenía otro
tipo de reuniones, incluso a nivel internacional", explicó.
Según Ahumada, eran pocos los que sabían de la militancia política de Adur, y
los pocos que lo sabían era porque tenían contactos aceitados con la Columna
Norte de la JP. "Eramos muy pocos los que sabíamos que él era Montonero, dos o
tres de los que estábamos en el barrio. Los contactos que teníamos con Zona
Norte nos permitió saber de la actividad del padre, pero más allá de eso era muy
difícil sospechar algo porque él en Manuelita hizo un trabajo exclusivamente
pastoral y no político", le dijo a La Hoja.
Exilio y controfensiva
El día del allanamiento a la casa no se encontraban en el lugar ni Rendón ni
Adur, por lo que los vecinos montaron un operativo para avisarle para que no se
arrimaran al barrio, ya que en el lugar quedaron personas esperando atrapar a
todo el que intentara entrar a la casa. Adur, el más comprometido, salió del
país a las pocas semanas, y se dirigió a Francia, donde vivía una hermana. En
Europa tomó contacto con la conducción de Montoneros, y allí lo nombraron
capellán. En 1979 la conducción decide la contraofensiva, por lo que los
principales cuadros regresan al país. Fue una verdadera masacre, ya que las
Fuerzas Armadas estaban informadas del operativo, y contaban con muy buena
información sobre el movimiento de cada uno de los guerrilleros que regresaban.
El regreso del cura fue en ocasión del viaje del papa Juan Pablo II a Brasil, a
mediados de 1980. Las versiones sobre cómo cae prisionero son disímiles y no
existe una versión única, aunque todos coinciden que cayó durante la
contraofensiva, en 1980. Algunos señalan que el capellán montonero cayó en julio
cuando cruzó el puente Paso de los Libres/ Uruguayana, en la frontera con
Brasil, durante un operativo conjunto de las fuerzas binacionales en el marco
del Plan Cóndor. Otros señalan que cayó en Río de Janeiro, intentando llegar
ante el Papa. Otro dicen que formó parte de la comitiva del Papa, que tenía la
protección de la delegación, pero que luego se separó para regresar al país y
cayó en Buenos Aires. La periodista Adriana La Rotta, sostuvo en una nota en La
Nación que el Movimiento de Derechos Humanos de Porto Alegre informó que el
sacerdote desapareció en territorio brasileño, el 26 de junio de 1980, cuando se
desplazaba en un colectivo de Buenos Aires a Porto Alegre. Esa información
motivó a que el gobierno brasileño, durante el mandato de Fernando Henrique
Cardozo, gestionara la entrega de indemnizaciones a tres argentinos
desaparecidos en su territorio a saber: Jorge Adur, Norberto Habbeger y Enrique
Ruggia, siendo los dos primeros Montoneros. También se tramitó en esa época,
indemnizaciones para los familiares de Horacio Campiglia, Mónica Pinos de
Binstock y Lorenzo Ismael Viñas, desaparecidos en territorio brasileño.
Tal vez uno de los testimonios más escalofriantes sobre el cura Jorge Adur fue
el que dio Silvia Tolchinsky ante el juez Claudio Bonadío, en la investigación
por la desaparición de militantes Montoneros durante la contraofensiva. La
mujer, que igual que Adur estaba en el exilio, regresó al país en marzo de 1980
y cuando seis meses más tarde quiso volver a salir fue secuestrada en Mendoza,
desde donde la trasladaron a una quinta en las cercanías de Campo de Mayo. En
ese lugar dijo haber visto al montonero Lorenzo Viñas y dice que escuchó los
gritos bajo tortura del padre Jorge Adur. Al finalizar noviembre fue llevada a
otra casa, también cerca de la guarnición militar, pero ya no vio ni a Viñas ni
a Adur. La mujer sobrevivió, vive en Barcelona y es una de las principales
testigos en la causa que tiene detenidos una treintena de militares y dos jefes
de la conducción de Montoneros. Reconoció a algunos de sus secuestradores y
torturadores, y también una de las casas donde estuvo alojada, ubicándola en
Muñiz, sobre la calle Conesa.