28. El Secuestro

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Cuando salí en libertad la Fede decidió que quedara en Santa Fe, en la misma tarea que antes.

Pero me pusieron un colaborador, Carlos.

Un compañero que había estudiado en el Comercial y que ya me había ayudado en los primeros días del golpe.

Después que me rajaran de mi “casa de seguridad” y antes de poder alquilar la casa de la calle Güemes, unos días estuve en lo de mi tía de la calle Urquiza y luego en su casa detrás del Liceo Militar.

El barrio estaba bueno.

El único peligro era que para llegar había que pasar por delante del Liceo, pero como estaba alejado y a medio urbanizar  parecía que uno estaba en el campo, y eso te tranquilizaba.

La casa era muy humilde y creo que fue la primera vez en mi vida que lo único que tenía para comer eran unas achuras que el padre de Carlos traía del frigorífico donde trabajaba a pesar de que el hijo las tenía prohibidas por la presión alta.

La casa era más que humilde, Carlos estaba recién casado y vivía con los padres; pero era gente solidaria y me cuidaban mucho.

Carlos hacía de enlace mío con otra gente con lo que me ayudaba a no andar tan expuesto en la calle.

Pero claro, eso llevaba a tener que vernos mucho, con el peligro para él de que me siguieran y nos chuparan a los dos.

Aquel día, veintidós de noviembre de 1977, yo tenía que verlo en el Club Gimnasia y Esgrima de Ciudadela, un viejo club que por no meterse en los torneos de la AFA, como Colón y Unión, se fue quedando; pero que en los años cincuenta había sido bastante importante.

Antes del golpe habíamos hecho varias reuniones allí y nos habíamos hecho conocidos de alguna gente, así que de vez en cuando nos citábamos en el bar del Club, nos tomábamos unos lisos (55) y arreglábamos las cosas.

Pero esta vez, apenas entré, lo vi al Curro Ramos con tan mala suerte que no podía ya volverme porque el también me había visto y había quedado entre la puerta que daba a la calle y yo.

Así que seguí caminando para que el Carlos me viera, y sin siquiera mirarlo y mucho menos saludarlo,  salí por la galería que da a la cancha como si fuera al baño que estaba bajo la tribuna, ahí doblé y salí a la calle por la puerta del estadio para el lado del cementerio.

Iba haciendo zigzag esperando que apareciera un taxi u algo para rajar de ahí, pero no llegaba nada.

Me tranquilicé un poco porque miré para atrás y no vi que me siguiera nadie.

Pensé que a lo mejor se quedaron chupando y me salvaba.

Me paré en la esquina del Cementerio porque vi venir a un colectivo, era la vieja  F que después le pusieron número: el nueve.

Levanté la mano para pararlo, pero antes me metieron la pistola en la espalda y me pegaron una piña en la nuca. 

Me di vuelta y vi que otra vez me habían enganchado.

Era el señor de traje y corbata con su gente.

Me subieron a un fitito blanco, me metieron la cabeza entre las piernas y salimos.

No sé por qué tenía el presentimiento de que volvíamos a la Cuarta.

 


Notas 

(55) Es el nombre que se le da en Santa Fe al vaso de cerveza tirada, servida directamente del barril.

 

  

 

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