Miércoles 13 de Septiembre de 2000 

Informe de Prensa de la APDH La Plata - Juicio por la Verdad

 

 

Un policía de la 5° admitió contactos con los detenidos
Dijo que les cortó el pelo. Pero en todo momento se refirió a ellos como “detenidos comunes”. En otro orden, el represor Beroch no compareció y presentó un certificado médico. El ex juez federal Ramón Miralles declaró sobre su detención ilegal y reconoció a varios policías: "Etchecolatz decidía la suerte de los presos". Su persecución continuó durante los primeros años de democracia. Por otro lado, un familiar de cuatro desaparecidos mencionó a Néstor Beroch como uno de los represores que participó en el secuestro de su madre y una de sus hermanas.

Por Francisco Martínez, Vanina Wiman, 
Ximena Martínez y Lucas Miguel (Secretaría de Prensa)

 

LA PLATA.- Un ex policía de la comisaría 5° señaló que tuvo contacto con los detenidos que permanecían en el fondo de la dependencia, aunque afirmó todo el tiempo que esos eran “presos comunes”. 

Oscar Saldaña trabajó como peluquero en la seccional en donde funcionó un centro clandestino de detención durante la última dictadura, y reveló que en una oportunidad le ordenaron cortarle el pelo a los prisioneros de los calabozos. 

Este dato coincide con el recuerdo de los ex detenidos ilegales de la 5°, quienes relataron ante la Cámara que varias veces vino un peluquero a cortarles el pelo y a afeitarlos, en un espacio contiguo a la celda. 

Saldaña admitió haberle pasado las tijeras a algunos presos, pero remarcó una y otra vez que eran “detenidos comunes”, aún cuando los jueces le indicaron que la mayoría de los policías negó la presencia de ese tipo de prisioneros en la comisaría 5°, en los años 1976 y 1977. 

“Usted corte el pelo acá y cállese la boca”, dijo el ex policía que le decían sus superiores. Cuando se le preguntó qué aspecto tenían los detenidos Saldaña sorprendió con un “la pasaban bien”, y que no se los veía flacos porque “se les daba de comer”. 

Los testimonios de los ex detenidos son marcadamente opuestos: Carlos De Francesco, por ejemplo, dijo que “estábamos todos infectados de piojos” y que “a veces pasaban tres días sin que viniesen los guardias a traernos comida”. Mario Féliz contó también que estando secuestrado en la 5° bajó 20 kilos. 

Estos relatos también indican que en el verano de 1977 la celda de 3,90 por 3,20 metros alojó por momentos a cerca de treinta personas a la vez. En esto coincidió el ex policía Saldaña: “Sería cuarenta —dijo, en referencia a la capacidad de las celdas—. No sé calcular”. 

Sobre el origen de la poca comida que se le daba a los prisioneros, Saldaña señaló que “venía de Bomberos, pero si faltaba se le pedía al Seminario”, en lo que concordó con los ex detenidos. Pero se despachó con un “sé que los presos comían bien”. 

En todo su testimonio, en el que Saldaña se mostró a la defensiva —llegó a decir: “asesino no soy”—, el Tribunal trató de explicarse cómo era posible que el ex policía negase haber sabido en esa época que funcionaba allí un centro clandestino. 

“Yo me la pasaba más afuera que adentro”, se justificó el peluquero, que trabajaba de lunes a viernes de 6 a 13, y que en su horario recorría varias comisarías. Oscar Saldaña negó haber visto traslados de detenidos, ni personal que no perteneciese a la comisaría. 

Sin embargo, su declaración estuvo regida por la tesis del “área restringida”. Dijo que la comisaría estaba “partida en dos” y que para pasar al fondo tenía que “pedir permiso”. Este acceso fue admitido por algunos policías y negado por otros. El ex policía, no obstante, contestó “no sé”, cuando se le preguntó por qué se “partió” la comisaría si sólo había en ella “detenidos comunes”. 

“Cambios había, pero nadie sabía qué era. Yo me decía: ‘Algo raro pasa acá, ¿qué es?. No sé’. Cuando salía a la calle me decían: ‘Afuera no hablés nada’”, expresó el peluquero. 

Saldaña aseguró también que uniformados del Ejército se reunieron en el despacho del titular de la 5°, por esa época Osvaldo Sertorio, a quien definió como “un muy buen comisario”. 

Del represor Luis Vicente Patrault, en tanto, Saldaña reafirmó su apodo de “el Tío” y lo definió como un “paisano bruto” de la zona rural de Arana. 




Beroch está enfermo 

En otro orden, el represor Néstor Beroch, acusado de participar en el secuestro de los chicos de “La Noche de los Lápices”, no compareció hoy ante la Cámara a declarar y se justificó con un certificado médico. 

El Tribunal envió a la casa de Beroch en City Bell a la doctora Alicia Sánchez, quien confirmó que el ex profesor padece una “infección urinaria” y un “estado febril”, y que debe guardar reposo por diez días. 

El juez Leopoldo Schiffrin anunció que se volverá a citar al represor para el próximo miércoles. En un escrito que presentó esta mañana, Beroch pidió incluso aclaraciones sobre en calidad de qué se lo convoca. La Cámara resolvió citarlo a declaración informativa, por lo que su situación es de imputado no procesado. 




Detenida en el “Pozo de Bánfield” 

Además, declaró ante la Cámara Adriana Patricia Sotelo, quien estuvo detenida en el centro clandestino conocido como “Pozo de Banfield”. Sotelo fue secuestrada el 27 de mayo de 1976, mientras se hallaba en el departamento de un matrimonio amigo, en Quilmes. “Vinieron a la noche y entraron violentamente. Estaban de civil y armados, y se identificaron como de la Policía Federal”, afirmó la ex detenida. 

En el operativo, también fue secuestrado el matrimonio, de origen uruguayo. “Supe que fueron liberados, pero perdí el contacto con ellos”, señaló la testigo. Agregó que su marido había sido secuestrado un tiempo antes, el 13 de abril, pero que “él no estuvo desaparecido, siempre lo tuvieron en penales y comisarías”. 

Durante su cautiverio en el “Pozo de Banfield”, Sotelo fue torturada varias veces: “Me hicieron desnudar y me aplicaron picana eléctrica. Eso se reiteraba todas las noches”, contó. 

En ese centro clandestino, Adriana Sotelo pudo ver a tres compañeros de trabajo de su marido, que también habían sido secuestrados. “No recuerdo los nombres, pero los apellidos eran Cabral, Cerrone y Armandi”, aseguró la testigo, y añadió: “Me alegré de verlos con vida, pero en ese momento me di cuenta de que ahora yo estaba desaparecida y que no me iban a encontrar”. 

Sotelo afirmó también que durante su detención ilegal en el “Pozo de Banfield” estuvo en contacto con una chica embarazada, pero dijo no recordar su nombre. 




Familiares

Por su parte, Mary Luisa López de Sanglá declaró por la desaparición de su hijo, Ricardo Antonio Sanglá, quien fue secuestrado —junto a Rodolfo Petiná y Héctor Manazi— el 15 de junio de 1977 de la Casa de Trenque Lauquen en La Plata. 

Los tres jóvenes eran oriundos de esa localidad del interior bonaerense, y se encontraban en esta ciudad estudiando Medicina. En la madrugada del 15 de junio, “quince hombres de civil, armados y a cara descubierta” entraron en la Casa de Trenque Lauquen —en la calle 41 entre 10 y 11— y se llevaron a Sanglá, Petiná y Manazi. 

Al momento del secuestro de su hijo, Mary Luisa López se encontraba en Trenque Lauquen. “Apenas supe, vine a La Plata con la señora de Petiná y el hermano de Manazi. Hicimos muchas gestiones y hábeas corpus, pero nunca más supimos nada”, manifestó la testigo. 

Entre las personas con las que Mary Luisa López se puso en contacto para obtener datos sobre su hijo, se encuentra el cura Cristian Von Wernich. “Nos dijo que quizás nunca más viéramos a los chicos”, expresó la madre del desaparecido.




"Etchecolatz decidía la suerte de los presos"


Ante una sala colmada, la Cámara Federal de La Plata recibió el testimonio del ex juez Ramón Miralles, quien aseguró que el cura von Wernich y el médico Bergés presenciaban sus sesiones de tortura, mientras estuvo ilegalmente detenido durante la última dictadura. 

El testigo, que se desempeñó como Ministro de Economía durante la gobernación de Víctor Calabró coincidió en su declaración con las que Héctor Ballent, ex director de Ceremonial, y Pedro Goin, ex Ministro de asuntos Agrarios suministraron al Tribunal en anteriores audiencias. 

El ex juez relató que Ibérico Saint Jean, cuando asumió como interventor militar en la gobernación de Buenos Aires, calificó como “desastrosa” la situación en que se encontraba la provincia, por lo que Miralles publicó un escrito en todos los diarios contrarrestando esta acusación. “Supongo que le generó una dificultad a Saint Jean”, expresó.

Miralles no se encontraba en el país cuando en los primeros días de junio de 1977 sus dos hijos, sus dos hermanos y la empleada de servicio fueron secuestrados. Posteriormente su mujer fue detenida y ante el temor por la vida de sus familiares presentó un recurso de hábeas corpus. Al poco tiempo Camps lo citó para tomar declaraciones. 

El 23 de julio de 1977 se presentó ante el jefe de policía y ese día fue detenido. ”Fui a parar al COT1 de Martínez. Me encadenaron una semana a una cama. Vi a (el periodista, Jacobo) Timmerman; se veía que había sido muy castigado, lloraba y decía que lo querían matar”, manifestó el ex funcionario. 

En este centro de detención vio también al periodista desaparecido Rafael Perrota, y a una mujer que no pudo identificar pero que tenía la puerta de la celda “repleta de fotografías de criaturas”, aseguró. 

Miralles relató, en concordancia con lo expresado por los otros dos funcionarios, que en ese centro clandestino también estaban sus hijos, el ex Secretario de la Gobernación Juan Destéfano, y el ex Ministro de Obras Públicas, el desaparecido Alberto Liberman. 

“En ese lugar me torturaban en largas sesiones”, expresó, “no me podía mantener en pie”. Calificó a Valentín Milton “Saracho” Pretti como un “torturador feroz”, también nombró a los policías Rebollo, Porras, Verdún y Ayala. 

“En un momento me mandaron a una celda donde había tres o cuatro muchachos que hacían gimnasia. Eran del ERP. Estando yo ahí, esos chicos desaparecieron”, manifestó el testigo. 

Posteriormente fue trasladado a “Puesto Vasco”, en la localidad de Don Bosco, en el partido de Quilmes, junto con uno de sus hijos, Liberman, Destéfano, entre otros. 

“Decían que Etchecolatz decidía la suerte de los presos de ahí”, señaló el ex juez. “Me pusieron en una celda solo. Me volvieron a torturar”, manifestó, a lo que agregó: “Tenía mis ojos y mi boca lastimada porque la tortura no reparaba en ninguna parte del cuerpo”. 

Reconoció a Cristian von Wernich, quien decía estar prestando “un servicio a Dios”, y al médico Jorge Antonio Bergés. “Por comentarios se decía que Bergés quería que tirotearan una casa para poder comprarla”, aseguró Ramón Miralles. 

Su próximo destino fue el Destacamento de Arana donde, según sus declaraciones, un atardecer trajeron a un grupo de adolescentes, los pusieron en doble fila y los torturaron de a uno. 

Durante su relato de lo acontecido en este centro de detención recordó que según se decía un policía apodado “el Chaqueño” quemaba los cadáveres, lo cual coincide con testimonios anteriores. 

Tras haber sido torturado una vez, fue trasladado a una comisaría de Monte Grande (Gran Buenos Aires) donde también había presos comunes. “El comisario no quería tener trato con nosotros. Estuvimos tres días sin comer, sin nada, un preso común nos acercaba alimento”, expresó. 

Luego de catorce meses de cautiverio, “fui puesto en libertad tras haber tenido una charla con alguien de las Fuerzas Armadas, me pidieron disculpas, me dijeron que se había cometido un error”. 

Una vez en democracia, presentó un escrito ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas donde se refirió a todo lo acontecido durante su detención. “Al poco tiempo lo detienen a Camps, fue un paso fuerte —dijo—, mi casa fue ametrallada, mi mujer secuestrada y quemada con cigarrillos, padecimos una larga persecución durante el gobierno constitucional”, agregó. 




Otra denuncia contra Beroch 

En la jornada de hoy también declaró Martín Horacio Caña, quien tiene dos hermanos desaparecidos, y a su madre y a otra hermana asesinadas por la última dictadura militar. 

El 15 de abril de 1976 su hermana María Angélica fue secuestrada en La Plata, cuando caminaba en cercanías de las calles 19 y 35. La desaparecida fue reconocida cinco días más tarde en un allanamiento a la casa de la hoy Madre de Plaza de Mayo, Adelina Dematti de Alaye. Según los vecinos, los represores la habían llevado hasta allí y estaba golpeada. 

Casi cuatro meses más tarde, el 2 de agosto de 1977, fue secuestrado Santiago Enrique Caña, otro de los hermanos de Martín. “Salió a trabajar y no regresó nunca más”, afirmó el testigo. 

Al día siguiente, un estruendoso operativo policial derribó a tiros la casa de chapa y cartón donde vivían la madre de Martín, María Angélica Banças, y su otra hermana, María del Carmen Cañas, embarazada de tres meses. Según el testigo, del operativo también participó la Concertación Nacional Universitaria (CNU). En el grupo de ultraderecha que estuvo en la casa de 134 y 39 ese día estaba el represor Néstor Beroch, quien hoy fue citado a declarar por la Cámara en la causa en de “La Noche de los Lápices” y no concurrió por problemas de salud. 

En la casa también estaban los niños Ernesto Valiente y Cecilia Porfidio, que fueron dejados en la Casa Cuna de La Plata. Ernesto es sobrino de Martín y Cecilia es la hija de Roberto Porfidio, asesinado por la Policía durante el ataque a la casa la familia Mariani el 24 de noviembre de 1976, donde murieron los demás integrantes de la casa y desapareció la beba Clara Anahí Mariani. 

Martín Cañas afirmó ante el Tribunal que, según los vecinos, los represores balearon la casa durante tres horas, al cabo de las cuales sólo quedó en pie una pared y un ropero agujereado. “No hubo ningún enfrentamiento. Mi madre entregó a los chicos, para que no les ocurriera nada, y luego la asesinaron. A mi hermana la torturaron para preguntarle por mí y mis hermanos, y luego la mataron”, narró Martín ante la Cámara. 

Según los certificados de defunción, de madre e hija perecieron a causa de “pérdida de masa encefálica por herida de arma de fuego”, como tantas otras víctimas que durante esos años aparecieron fusiladas de un disparo en la cabeza. Los dos cuerpos fueron enterrados en el cementerio de La Plata bajo la sigla “NN”. 

Un día después de la masacre, el padre de Martín, el suboficial del Ejército (R), Santiago Sabino Cañas, fue hasta la casa a buscar lo que quedaba y a averiguar qué había pasado con su nieto y la pequeña Cecilia Porfidio. En ese instante, tres efectivos de la comisaría 4° de La Plata se presentaron en la casa y le pidieron que se identifique. El suboficial presentó su credencial y los policías le tendieron la mano, para que los saludara. Como no lo hizo, le apuntaron con un arma y le dijeron que se presentara en la seccional. Paradójicamente no se lo llevaron detenido. 

Antes de concurrir a la comisaría, el suboficial Santiago Cañas llamó a algunos de sus camaradas para que lo acompañaran a la dependencia. Y, rato después, se presentó en la seccional acompañado de otros suboficiales, armados, en lo que su hijo interpretó hoy “como una demostración de fuerza entre el Ejército y la Policía”. 

Según contó Martín, su padre envió cartas a distintas dependencias y altos funcionarios de la época para encontrar una respuesta a la desaparición de sus hijos. Incluso envió dos misivas al dictador Jorge Rafael Videla. En la primera de ellas, el militar hizo referencia a Alejandro, el hijo del general internado bajo el diagnóstico “oligofrénico profundo y epiléptico”: “Mi General, apelo a sus sentimientos humanos y cristianos y en memoria de ese hijo suyo que tenía internado en la Colonia Montes de Oca de Torres, para que me dé una información sobre el paradero de mi hija Angélica”, reza uno de los párrafos de la carta que hoy Martín leyó ante los jueces de la Cámara. 

Por ese entonces, el séptimo hijo de Videla nunca había sido reconocido públicamente por su familia. Hace dos años, una investigación del diario Página/12 reveló la existencia de Alejandro. 

Tiempo después de enviadas las cartas, Cañas pudo reunirse con Videla. “Me dijo que lloraron juntos por sus hijos, y creo que se tejió un acuerdo. Yo creo que él (por su padre) no iba a difundir nada sobre su hijo oligofrénico”, contó Martín. 

El caso Cañas es uno de las causas contra represores argentinos en Francia, que tramita el juez Roger Leloir, por la ascendencia francesa de María Angélica Banças. 




“No somos chorros, somos el Ejército” 

En otro orden declaró Alcira del Valle Juárez por la desaparición de su marido, Manuel Coley Robles, secuestrado la noche del 27 de octubre de 1976 en su casa de Quilmes. 

“Un grupo de personas armadas irrumpió a la hora de la cena. Ataron y vendaron a mi esposo. Mientras, otro grupo entró por el fondo y revisaba todo”, señaló la testigo. 

La mujer se dio cuenta que los secuestradores eran del Ejército cuando quiso guardar un dinero sin que la vieran, hecho que no pasó desapercibido para los militares. “No somos chorros, somos el Ejército”, la quiso tranquilizar uno de los efectivos. 

Manuel Coley Robles, español, había trabajado en una fábrica quilmeña, donde era delegado gremial, hasta el 20 de marzo del ‘76, cuando fue expulsado junto a varios compañeros. 

La mujer denunció el secuestro en la comisaría 3° de esa localidad y le dijeron que la Policía no se podía “tirar contra el Ejército”. Y en las dependencias militares, cuando reclamó por su marido, le dieron otra explicación: “Capaz que se fue con otra”. 

Según dos ex detenidos, Coley Robles estuvo secuestrado en una seccional policial de Plátanos (Gran Buenos Aires). Otra mujer lo vio en el centro clandestino conocido como “Puesto Vasco”. 




Policía 

Por último, la Cámara recibió el testimonio del policía Antonio Melemeris, que prestó servicios en la comisaría 5° de La Plata entre 1968 y 1981. En general, su testimonio fue bastante pobre y aportó poca información. 

En contraste con Oscar Saldaña —ver nota 1—, Melemeris dijo que a partir de 1976 no se podía albergar a “detenidos comunes” en la dependencia, porque el Ejército “manejaba la zona restringida” de la parte trasera del edificio. 

El policía señaló también que la comida para los detenidos era traída de Bomberos y del Seminario Mayor. 

Y cuando se le preguntó si participó en “operativos contra la subversión”, Melemeris contestó que “no, porque cuando llegábamos al lugar el Ejército ya estaba ahí, y no nos dejaba hacer nada”.
 

  

 

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