Miércoles 27 de Septiembre de 2000 

Informe de Prensa de la APDH La Plata - Juicio por la Verdad

 

 

Se refuerza la hipótesis de que en Arana se quemaban cadáveres
Un ex detenido dijo que escuchó a un guardia hablar sobre “la proporción correcta de neumáticos y cuerpos” que eran incinerados. Además, se presentó un caso de un desaparecido de origen japonés. Un policía no sabía que en la Comisaría 5° funcionó un centro clandestino de detención.

Por Vanina Wiman, Lucas Miguel y Francisco Martínez (Secretaría de Prensa) 

 

LA PLATA.- Un ex detenido dio más fuerza a la hipótesis de que en los alrededores de un centro clandestino de Arana se quemaban cadáveres durante la última dictadura. Alberto Liberman señaló que, en una oportunidad en la que estuvo en cautiverio en un centro de esa localidad, escuchó decir a un guardia, apodado “el Chaqueño”, los detalles de cómo realizaba el incineramiento de cuerpos. 

“Comentaba que se sentía orgulloso por haber llegado a la proporción correcta de neumáticos y cuerpos para que sólo se olieran los neumáticos”, reveló Liberman, ex Ministro de Obras Públicas de la Provincia durante el gobierno de Victorio Calabró, que permaneció secuestrado junto a sus colegas entre mayo de 1977 y agosto de 1978. “Traigo esto a referencia porque son cosas que no se olvidan”, agregó. 

Según el testimonio del hermano de un desaparecido, este represor podría ser Roberto Grillo. Además, Héctor Ballent y Pedro Goin, compañeros de prisión de Liberman, ya habían dicho en sus respectivas declaraciones que se comentaba que en Arana ocurrían esas cosas. Por eso fue que la Cámara decidió el viernes la “prohibición de innovar” sobre los terrenos adyacentes al Destacamento de Arana. 

Liberman contó que fue ilegalmente detenido el 14 de mayo de 1977 y trasladado al COT1 de Martínez. Y que permaneció allí hasta mediados de julio, junto a un grupo de 30 ex funcionarios del gobierno provincial. 

Sobre las condiciones de detención en ese centro clandestino, Liberman enfatizó que “eran prácticamente infrahumanas, estábamos hacinados en algo que ni siquiera era una celda”. 

El ex funcionario mencionó que en los interrogatorios actuaba el “capitán Trimarco” (Eros Tarella), que el jefe del centro era “Saracho” (Valentín Pretti) y que el médico presente en las torturas era Jorge Antonio Bergés. Todos estos datos confirman los brindados por Ballent y Goin. Liberman también agregó a dos “oficiales de inteligencia del Ejército”: un tal “Rossi” y un “Romá”, y al comisario Miguel Etchecolatz como partícipe en torturas. 

En julio todo el grupo de ex funcionarios fue trasladado a “Puesto Vasco”, hasta el 30 de septiembre del ’77. “Las condiciones de detención no eran para nada mejores, también allí se aplicaban tormentos”, recordó Liberman. 

El ex ministro dijo que el jefe de lo que había sido un centro de fomento de Don Bosco era “Darío Rojas”, y que el único prisionero que no pertenecía al grupo de ex funcionarios provinciales era el periodista Jacobo Timerman. 

Fue a mediados de septiembre cuando Alberto Liberman y Ramón Miralles fueron llevados por poco más de una semana a un centro clandestino de Arana, que podría ser el Destacamento. 

“Nos efectuaron simulacros de fusilamiento: nos hicieron correr vendados por un campo arado, a la noche, y cerca de nuestros oídos escuchábamos los silbidos de las balas”, rememoró el ex ministro provincial. 

Luego de volver a “Puesto Vasco”, la gran mayoría de los ex funcionarios fueron liberados el 30 de septiembre, menos Liberman, Miralles, Goin y Juan Ramón Nazar. Los cuatro quedaron en ese centro hasta fines de octubre y luego fueron trasladados a una comisaría de Monte Grande. 

Liberman señaló que en este último lugar “estuvimos una semana sin comer”, y que los guardias eran “gente uniformada” de policía. En una oportunidad, llegó el “Capitán Trimarco” preguntando por una persona. “Volvieron todos nuestros fantasmas —dijo Liberman—. Ballent le preguntó por qué estábamos detenidos y Trimarco nos contestó que estábamos «en penitencia»”. 




Desaparecido de origen japonés 

En otro orden, Elena Dakuyaku declaró por la desaparición de su hermano Ricardo, secuestrado de su domicilio el 6 de diciembre de 1977 por un grupo de personas uniformadas y armadas, que llegaron en autos sin patente. “Dijeron ser de la policía, pero los uniformes eran de fajina”, recordó la testigo, y agregó que los secuestradores “rompieron la puerta para entrar y revolvieron toda la casa”. 

Ricardo Dakuyaku tenía 22 años al momento de su detención, era estudiante de Arquitectura y militaba en un partido de izquierda. “Unos días antes le comentó a mi mamá que habían ‘levantado’ a unos compañeros en Mar del Plata, y que tenía miedo”, manifestó la hermana del desaparecido. 

También señaló que el ex intendente de Florencio Varela, Julio Carminetti, “le dijo a mamá que no se preocupe, que mi hermano estaba en un lugar en el que tocaban la guitarra y que lo iban a rehabilitar”. 

Elena Dakuyaku contó además que una semana después del secuestro de su hermano, un grupo de personas entró al local comercial que la familia poseía: “Desarmaron unas máquinas y se llevaron libros y un mimeógrafo, y por cómo quedó todo se notaba que sabían donde estaba lo que buscaban”. 

Sobre el destino de Ricardo Dakuyaku luego de su detención ilegal, la testigo dijo que no pudo averiguar nada. “Lo único fue que hace poco, por casualidad, leí en Página/12 que mi hermano fue visto por última vez en el Batallón 601 de City Bell”, indicó.




“Todos los detenidos eran por delitos penales”. 

Un policía que se desempeñó durante casi toda la dictadura en la comisaría 5° de esta capital, donde está probado que funcionó un centro clandestino de detención, negó saber que allí las fuerzas de seguridad alojaron detenidos ilegales y no recordó las irregularidades en el funcionamiento que tuvo la dependencia durante el régimen de facto. 

El hoy suboficial principal Pedro Raúl Muñoz ingresó como aspirante en la comisaría 5° el 30 de octubre de 1975 y permaneció hasta 1981 u 82, según declaró. El policía sostuvo que, como aspirante, le estuvo vedado el ingreso a los fondos de la seccional, pero que cuando realizó el curso de agente, a principios de 1976, ya lo podía hacer. 

Se estima que el centro clandestino de la 5° comenzó a funcionar a mediados de este año, con la llegada del comisario Osvaldo Sertorio. Pero para Muñoz no hubo tal situación ilegal, ya que —dijo— “todos los detenidos eran por delitos penales”. En este orden, señaló que nunca vio militares “porque estaba poco” dentro de la dependencia, debido a que “cuando volví del curso de agente, me dieron para hacer citaciones”. De esta manera, Muñoz quiso desvincularse de lo que ocurría dentro de la 5° porque el trabajo del citador se realiza la mayor parte del tiempo en la calle, fuera de la seccional. 

—¿Nunca vio detenidos vendados ni encapuchados?- insistió el juez Antonio Pacilio. 
—No. 

—¿No escuchó gritos o quejidos? 
— No escuché nada porque todo el tiempo estaba haciendo citaciones— reiteró Muñoz, quien también sostuvo que “nunca me comentaron nada de movimientos irregulares” dentro de la 5°. 

Muñoz señaló que en el “poco tiempo” que estaba en la dependencia cumplía funciones en la oficina de expedientes, desde donde se divisa el patio a través de una ventana. Según otros policías, en el patio un grupo de tareas bajaba a los detenidos ilegales para luego depositarlos en las celdas del fondo. 

El testigo dijo que las ventanas de la oficina estaban cerradas de modo que no pudiera observarse el patio, y que en una puerta había un cartel con la leyenda “área restringida”, que vedaba el paso hacia allí. No obstante, indicó que en algunas oportunidades, después de solicitar permiso a un superior, concurrió a la cocina y a la peluquería, contiguas a las celdas donde estaban alojados los detenidos ilegales. Y ante nuevas preguntas, dirigidas a determinar su conocimiento del centro clandestino, contestó que nunca vio “nada raro”. 

—¿No le llamó la atención que el fondo estuviese vedado?- preguntó otra vez Pacilio. 
— No, para nada. Era muy estricto, no podíamos preguntar qué pasaba- se justificó Muñoz. 

El ex policía colmó la paciencia de los jueces cuando sostuvo que no recordaba el nombre de ninguno de sus comisarios ni de sus compañeros, al cabo de siete años de trabajo en el mismo lugar. Sólo recordó al comisario Fernando Polonio Muñoz, “porque tiene el mismo apellido que yo” y a “un tal Orellana” que trabajaba con él en la oficina de expedientes. Se trata de Alfredo José Orellana, el primer policía de la 5° que en el Juicio por la Verdad reconoció la existencia de detenidos ilegales y que en la dependencia sucedían cosas “aberrantes”. En su declaración del 5 de abril pasado, Orellana sostuvo, entre otras cosas, que "de día llegaba gente que no conocíamos en vehículos particulares. Llamaban la atención porque bajaban agresivos, armados hasta los dientes, como si fueran los dueños", en referencia a los grupos de tareas. 

Sin embargo, hoy Muñoz afirmó que no se dio por enterado de esta situación y aseguró que no sabe que allí funcionó un centro clandestino. 

—¿Usted pasa seguido por la comisaría 5°?- le preguntó molesto el juez Pacilio. 
-—Sí, por la calle. 

—¿Vio que hay una plaqueta en la puerta?- siguió el magistrado, en referencia a la placa de bronce que recuerda la existencia de un centro clandestino en el lugar durante la última dictadura. 
—Sí... 

—¿La leyó? 
—...No. 

—Bueno, le recomiendo que la lea, así se ilustra de lo que ocurrió allí. 

En este contexto, el juez Julio Reboredo le explicó al testigo que “la falsedad de testimonio también abarca la omisión”, y le señaló un “error” de su declaración. Reboredo advirtió que el policía dijo que en 1976 tenía 18 años, cosa matemáticamente imposible teniendo en cuenta que Muñoz nació en 1956. 

Más tarde, el fiscal general, Julio Piaggio, indicó que había una contradicción entre el testigo y el peluquero de la seccional, Oscar Saldaña —también policía—, quien declaró el 13 de septiembre pasado en este juicio. Saldaña había afirmado que atendió a los oficiales en el despacho del subcomisario y no en el fondo de la dependencia, como dijo hoy Muñoz. Además, el peluquera había descripto en su declaración la situación irregular de la dependencia. 

A pesar de las negaciones y las evidentes contradicciones el tribunal no denunció por falso testimonio al policía, como sí lo hizo en otras oportunidades con efectivos que se comportaron de igual forma que Muñoz en sus testimonios. 




“Queremos que olvide todo esto” 

Por otro lado, declaró Normando Moreno, un ex detenido-desaparecido que estuvo secuestrado durante casi 50 días, entre la primera quincena de agosto y fines de septiembre de 1977. 

Moreno era socio de la firma NP Moreno y Cía. de esta ciudad y había sido presidente de la Confederación Económica de la Provincia de Buenos Aires y vicepresidente de la Cámara de Comercio platense. 

A principios de agosto, un grupo de cuatro personas “uniformadas de celeste o gris y con armas largas” irrumpió en su comercio y se lo llevó invocando “órdenes superiores”. 

“Me golpearon, me taparon con una manta y no vi nada más”, describió Moreno, de 76 años, ante los jueces Reboredo y Pacilio. Lo trasladaron a “una dependencia policial de la calle 55”, según pudo saber, y lo introdujeron en “un cubículo de hierro, donde me sentaron y ataron a una silla”. 

Al cabo de unas horas, el periplo continuó en el Destacamento policial de Arana, sede de un centro clandestino de detención, donde estuvo hasta el día de su liberación. En este lugar compartió el cautiverio con Héctor Mel, Ramón Miralles, Pedro Goin, Horacio Balud, Juan Gramano y un dirigente gremial de apellido Minguito. 

Moreno afirmó que en Arana oyó “quejidos de maltratos y, en alguna oportunidad, gritos de mujeres”. En este sentido, contó que conoció a una detenida en un “avanzado estado de embarazo”, a quien —relató— ayudó a ir al baño. “Era rubia, de unos 30 años”, recordó. “Fue un solo caso (de embarazo) que vi, pero se decía que había varios”, agregó. 

En Arana, Moreno sufrió la tortura con picana, atado a un colchón mojado, y escuchó disparos “en dos o tres oportunidades. Alguien dijo que eran simulacros de fusilamiento”. 

El final del calvario llegó a fines de septiembre, cuando fue trasladado a la Jefatura de Policía, donde antes de liberarlo, un jefe policial le sugirió: “Vuelva usted a sus tareas, a su cooperadora, al club y queremos que se olvide de esto”. De esta manera, el efectivo le hizo saber que la fuerza conocía sus actividades privadas en una cooperadora y en el Club Universitario de La Plata, y, en el mismo acto, le pidió disculpas por la situación a la que lo habían sometido. Después, un grupo de represores lo subió a un auto y lo tiró en las inmediaciones de 1 y 33 de esta ciudad. 




En la Brigada 

También prestó testimonio ante la Cámara Carlos Alberto Zaidman, quien estuvo ilegalmente detenido en la Brigada de Investigaciones de esta ciudad desde el 11 de julio de 1977 hasta agosto de ese mismo año. 

El testigo contó que fue secuestrado de la casa de sus padres, en 61 esquina 12. “Llegué a la noche y cuando quise salir la casa estaba rodeada de policías. Enfrente había todo un operativo con gente de uniforme, y en un momento cruzó un hombre de civil y me apuntó con una Itaka”, recordó. 

Más temprano, ese día, “se habían llevado a mi padre y mi hermano. A mí me vendaron los ojos, me esposaron y me hicieron poner en el piso de un Renault 12”. El testigo señaló que fue llevado a la Brigada de Investigaciones: “Cuando llegué me dijeron ‘acá vas a hacer lo que te digamos, acá vas a aprender’”. 

En ese lugar, Zaidman fue interrogado, y después fue llevado a una habitación: “ahí me hicieron desvestir y empezaron a torturarme, con golpes y picana en todo el cuerpo. Las torturas se repetían todos los días”, manifestó, y agregó que “los represores tenían un ensañamiento particular conmigo, me decían ‘cerdo judío’ o ‘judío de mierda’”. 

El ex detenido también aseguró que, mientras estuvo detenido en la Brigada, supo que “había un bebé con su mamá. Había dos hombres y dos mujeres que en ese momento colaboraban con los represores, y el bebé era de una de las chicas”. Sobre estas cuatro personas, el testigo pudo precisar el apodo de uno de ellos —«El Flaco»—, del cual aseguró que “era médico o estudiante de Medicina, y presenció algunas sesiones de tortura”.
 

  

 

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