Avellaneda, Iris

(del testimonio en "Campo Santo")

 

"El 24 de marzo de 1976, a las 9 de la noche, mi marido atendió el llamado telefónico de un compañero. Nos avisaba que los milicos habían copado el poder y que tanto él como mi cuñado, también activista del Partido Comunista, no se quedaran esa noche en la casa. A mi esposo ya lo había amenazado la Triple A. 

"Ese día me acuerdo que me dijo: 'Iris, ¿adónde quieren que me vaya? Primero: no cometimos ningún delito; segundo: ¿adónde podemos ir?' Todo parecía tan loco. Después nos empezamos a asustar. Había movimientos raros en el barrio. Autos que pasaban de noche despacito, gente extraña caminando por la calle y tratando de mirar hacia adentro de la casa. 

"Floreal, mi marido, estaba preocupado porque en ese momento trabajaba como remisero, y tenía miedo de que le robaran el auto, un Peugeot 504 más o menos nuevito. Pero nunca vimos nada en particular. Sólo sombras. 

"Vivíamos con mis cuñados en una casa enorme, en Sargento Cabral 2385, en Munro. Nosotros teníamos la casa en el fondo y las hermanas de mi marido vivían con sus familias una al lado y la otra enfrente de nuestra casa. Era un lugar grande pero monótono, toda la estructura de la edificación era igual. Quiero decir que todos los espacios de la casa eran arquitectónicamente iguales. Esto es importante para entender cómo fue que se escapó mi marido. 

"Teníamos los dormitorios en la planta superior; el baño, la cocina y el comedor estaban abajo. Las tres viviendas eran iguales y se apoyaban en las mismas paredes. Una de esas paredes se estaba revocando, por lo que quedaba un agujero que daba al aire libre, del que salían esos fierros que después sirven para unir una pared con otra. Gracias a esos fierros, Floreal, mi esposo, se pudo escapar. 



La noche de los Avellaneda 


"Fue en vísperas de Semana Santa, me acuerdo clarísimo. Estábamos durmiendo porque al día siguiente salíamos temprano de paseo para Rosario, donde teníamos muchos amigos. 

A las 2.30 de la madrugada escuchamos frenadas de autos alrededor de toda la manzana, coches por todos lados, milicos por todos lados. Dios mío. No sé si todos los secuestros habrán sido igual, pero el nuestro fue espectacular. 

"Destrozaron la cerradura de la puerta principal ametrallándola con un FAL. Después, a las patadas, tiraron la puerta abajo. Entraron por la casa de mi cuñada, la que vivía adelante. Le rompieron todo, hicieron un estrago esos hijos de puta. Mi otra cuñada, apenas los vio, empezó a los gritos: '¡Floreal, Floreal, las Tres A, son las Tres A!' El se levantó como un torpedo. Era una noche helada, estaba en camiseta y llegó a ponerse únicamente los pantalones. 

" 'El Negrito' vino corriendo desde su cuarto y llegó a ver cómo se escapaba su padre. 'Me quiero ir con vos', le pidió. Desde el techo, su padre le dijo: 'No, quedate con tu madre. Le vas a hacer falta'. Mi hijo entonces buscó a las disparadas una camisa que alcanzó a tirarle a mi marido que en uno de esos saltos por las azoteas perdió los documentos. " '¡Viejo, los documentos!', le gritó 'el Negrito', que se quedó siguiendo con la vista a Floreal grande que se escapaba. 

"Fueron las últimas palabras que mi marido escuchó de él. Por suerte ningún vecino dijo 'acá está' o algo parecido. Enseguida los milicos, que se habían demorado buscándolo en las casas de mis cuñadas -lo que le dio tiempo para escapar- tiraron la puerta abajo y se desparramaron como moscas por todos los rincones. Un grupo fue a la cocina, otro al comedor, otros a las habitaciones y el restante al auto. 

"Eran un malón de disfrazados. Usaban pelucas, antifaces, medias de mujer en la cabeza. Nos juntaron a todos en el comedor de mi casa. Escuchábamos como destrozaban todo lo que encontraban mientras se gritaban entre ellos: '¡Se escapó el hijo de puta!', decían. 'Pelotudo, ¿por qué no fuiste más rápido?', le reprochaban a otro. Estaban furiosos y todo el tiempo se acusaban unos a otros por la fuga de mi esposo. 

"Era tanta la bronca que tenían que nos llevaron al patio y nos hicieron pasar por el primero de los tres simulacros de fusilamiento al que nos sometieron en un lapso de 15 minutos. '¡Y esto es por hijos de puta!', nos gritaban. Después se reían. Eramos doce personas contra la pared en esa noche tan fría: mi cuñada, el marido, sus dos hijas y el novio de una de ellas; mi otra cuñada, su esposo y sus dos hijos; y yo que estaba con Estela y 'el Negrito'. 

"Después nos separaron a mí y al 'Negrito' del resto del grupo. Mi hija estela empezó a los gritos cuando vio cómo nos empezaron a llevar a los empujones, a mí no me dejaban ni tocarla. Mientras un grupo nos sacaba de la casa, los otros les reclamaban a mis parientes que les entregaran toda la plata que había en la casa. Se llevaron los sueldo, los ahorros, todo lo de valor, hasta fotos. También una escopeta que mi marido tenía declarada porque le gustaba salir de caza de vez en cuando. Con esa escopeta me tuvieron loca y fue uno de los motivos por el cual más me torturaron. '¿Así que nos estabas esperando armada atrás de la puerta? Nos querías matar', me decían. 




Por algo será... 

"En la vereda nos ataron y encapucharon. Dejé de escuchar los gritos de Estela y el llanto de mis cuñadas y sobrinas cuando me metieron violentamente adentro de un auto. "Tanteaba el asiento para ver si 'el Negrito' estaba conmigo. Como no lo encontré les empecé a preguntar a los gritos qué habían hecho con él. 'Pará che. No te desesperés que ya te lo traen. Pará de gritar, hija de puta', me dijo uno de los secuestradores, el que se mostró más nervioso durante todo el operativo. 

"Y así fue, me lo sentaron al lado. El tenía las manos atadas a la espalda y giraba para tratar de agarrarme las mías. 'Mami, quedate tranquila. Todo va a salir bien', me dijo, y justo pudo llegar a apretarme fuerte las manos. No me soltó hasta que nos separaron. Pero antes pasó un buen rato. Llevaron el auto hasta un lugar donde lo dejaron parado como dos horas con nosotros adentro, solos. Después nos llevaron a la comisaría de Villa Martelli. 

"Apenas llegamos me bajaron de los pelos y me ataron a una columna de hormigón que estaba junto a una piletita para lavarse las manos. Se escuchaban gritos espeluznantes, de gente a la que estaban torturando. Me preguntaba para qué me querrían a mí, cuando en ese preciso momento me llevaron frente a un muchacho que decía haber trabajado en Tensa con mi marido. " 'Dígale que yo estuve en su casa y que Floreal era compañero de trabajo', me dice este muchacho. Yo pensé que si decía que sí iban a pensar que sabía más cosas y me iban a reventar a palos para que confesara lo que en realidad no sabía. Yo estaba encapuchada y respondí: 'A esa voz no la conozco'. 'Dele, Iris, dele. Dígales que me conoce', volvió a insistir la voz. Yo pensaba que era una trampa, que me querían hacer pisar el palito. Me mantuve en la negativa y enseguida fui a la 'parrilla'. 

"Después de atarme a un elástico de cama metálico me tiraron unos baldazos de agua. Uno, que creo que le decían 'el 220', me dijo: 'De esta no te olvidás más, te lo juro'. Me picaneó sin piedad. Me preguntaba dónde nos reuníamos, cuándo... Todo para que yo 'cantara' nombres. Y mientras me torturaban a mí, también torturaban al 'Negrito'. Me volvía loca, gritaba. 'Ni a vos ni a tu pibe les van a quedar ganas de joder más', me decía el hijo de puta masticando las palabras con bronca. Escuchaba a mi hijo Floreal, al que estaban torturando. Me desesperaba ante cada uno de sus gritos, me retorcía de dolor e impotencia. Cada vez que él gritaba, me aplicaban la 'máquina' con más ganas. 

"No sé cuánto tiempo pasó. Cuando terminó la sesión me llevaron hasta la columna en la que me habían atado antes. El 'Negrito' ya estaba ahí. 'Mamá, deciles que papá se escapó por los techos, por favor', me dijo. Fue la última vez que escuché su voz. Después se lo llevaron. Me separaron definitivamente de él. Tenía 13 años. 




Viaje hacia ningún lugar: el 'chupadero' 

"En la comisaría me ajustaron las vendas de los ojos y me metieron en el baúl de un auto que después de andar un rato largo se metió en un camino de tierra. Cuando llegamos a ese lugar me volvieron a bajar de los pelos y me tiraron en una sala llena de mujeres. Estaba completamente en silencio. Se escuchaban voces de hombres a unos seis o siete metros, de muchos hombres. 

"Me acomodaron medio retirada del resto de las prisioneras. No sé si sería porque era comunista, yo jamás negué que era comunista. Un hombre me estaqueó contra unas maderas sin pronunciar palabra. Así pasé muchas horas. Cada vez que trataba de dormir venía alguien y me tiraba un baldazo de agua helada. Más tarde apareció un correntino que me dijo: 'Esta es la última vez que vas a escuchar una voz humana', y me llevó hasta una pared donde una y otra vez jugaron simulacros de fusilamiento. 

"El último que gatilló su pistola vacía en mi sien, al que todos le decían 'señor', después de eso me levantó violentamente tomándome del cuello y me dijo: 'Sos una comunista hija de puta. A los comunistas nunca les podemos sacar nada. Por eso, la vas a parir'. Me llevó hasta la sala donde estaban las demás detenidas y me tiró sobre un colchón. Me dejó ahí y nunca más me molestó. 

"En el campo le asignaban un número a cada persona. Al principio tuve el 527, después el 3570. Me parece que nos reconocían porque los números estaban pintados en la capucha. Los torturadores te pasaban a buscar por la sala y te llamaban por tu número y te llevaban por un sendero hasta las oficinas de tortura. 

"Al llegar te recibía un tipo que te empujaba hacia el elástico donde te estaqueaban y mojaban. Después encendían una radio. Tango y folklore. Los torturadores iban cambiando, eran varios, pero las preguntas eran siempre las mismas: '¿Quién es tu jefe? Danos nombres, basura'. También se repetían las amenazas: 'Acá te morís hoy'. Y picana, y otra vez picana. Claro, yo no podía decir nada porque no sabía nada. Eso los enojaba. Encima se acordaban de la escopeta que habían encontrado en mi casa: '¿Así que nos estabas esperando con una escopeta?' 

"Me aplicaban la picana en los senos, el ano, la vagina, los dientes. Era espantoso, días y días así. Encima yo tenía el brazo salido de lugar porque unos días antes del secuestro me había caído en las escaleras de casa. Entonces vino un tipo que me llevó hasta una oficina o algo parecido donde me atendió un médico (1). Me dijo que levantara el brazo y me pidió que no lo mirara. Me cambió las vendas que estaban muy sucias. 

En un papelito blanco me envolvió seis o siete pastillas blancas. Cuando miré de reojo por debajo de la capucha, vi que llevaba delantal blanco. Entonces vino otro y le dijo: 'Casserotto, ¿me la puedo llevar?'. El le dijo que todavía no. Me preguntó qué era lo que me había pasado y yo, inocentemente, le dijo que me habían estado torturando. 'Hijos de puta, hijos de puta', dijo cagándose de risa. Me empujó hasta otro hombre que me llevó directamente a la sala de torturas. Cuando terminó la sesión pedí ir al baño y tiré todas esas pastillas a la mierda. 

"También me acuerdo de 'Escorpio', 'Padre Francisco', 'Correntino' y 'Chupete'. El 'Padre Francisco' era el que nos pedía que rezáramos porque Dios era bueno y nos iba a ayudar a salir de ahí. Nos salvaríamos de todos nuestros pecados si hablábamos y contábamos todo lo que sabíamos. Era un milico, se notaba a la legua. 'Escorpio' era un borrachín, te digo que cuando te hablaba le sentías el olor a vino que tenía. Era bien guacho. Decían que violaba mujeres. 

'Chupete' se paseaba por todo lados. Tenía la costumbre de pisar las manos de los detenidos y andar siempre con perros. Y yo le tenía un miedo terrible, porque los perros te olían, te lengüeteaban, te gruñían. " 'Chupete' y uno que tenía voz de correntino -me di cuenta de eso porque estaba medio picado y se mandaba de vez en cuando algunos sapucai-, una vez me llevaron al baño. 'Yo te llevo al baño si gritás Viva Hitler', dijo 'Chupete'. '¿Por qué tengo que gritar Viva Hitler?', pregunté. 'Entonces cagate encima', aseguró. 'Cuando grites Viva Hitler, te llevo'. Y yo no grité. Entonces, cuando a 'Chupete' se le ocurrió, nos hizo parar a todos y nos llevó al baño. Era una buena mierda. Nos hacía contar chistes y, si no le gustaban, nos cagaba a patadas. ¡Qué sorete! Encima un día vino medio en pedo y preguntó quiénes tenían teléfono para así llamar a sus casas y avisar que estábamos bien. Nos vivía tomando el pelo. "No sé si 'Chupete' estaba siempre borracho, pero el que estaba siempre picado era el 'Correntino'. Era el que más estaba en la sala. 

"Una noche -creo que era de noche-, escuché tiros y a la mañana el 'Correntino' le preguntó a 'Chupete' si se había enterado de lo que le había pasado al gremialista de Swift. Con lujo de detalles, contó cómo lo habían fusilado. Y después contó lo de un perro que se había comido a una persona. Creo que hablaban del 'Negrito' (llora). 

(Sigue, secándose las lágrimas) Personalmente, me cagué hasta las patas. Y las demás mujeres también. Tal es así que cuando una pedía ir al baño, pedían todas. Nadie quería quedarse sola por miedo a que pasara algo. Ir al baño, para ellos, era muy divertido. Se reían cuando alguien se caía. Nos llevaban en hilera, como si fuera un jardín de infantes. 'Levanten los pies. Doblen'. 

"Se escuchaban ruidos de aviones y helicópteros. Más de aviones. De noche siempre había ruido de autos, camiones y tiros. Mientras estuve en cautiverio, traían mujeres a rolete y las tiraban una tras otra. Parece que cuando llegaba una más o menos linda, la violaban. Una noche, alguien vino y manoseó a una chica. No sé quién fue. ¡El escándalo que se armó al otro día! Nos pegaron por buchonas. 

"Mientras estuve encapuchada me carearon una vez con un tal 'Rubencito'. Después conocí a Estela Ingenieros, la nieta de José, el escritor. Una sola vez nos sacaron de la sala para limpiar. Nos pusieron a todos en hilera y yo quedé de espaldas con una persona, que no sé si era mujer o varón. Le hice una pregunta y no me contestó. 

La sala no era muy grande. Era como de 15 metros de largo por 10 de ancho. Yo estaba en una esquina, sola. Me dí cuenta de esto porque tanteaba alrededor. Pero mucho no tocaba porque los tipos andaban con perros, que te olfateaban y si vos te movías, sonabas. En el piso había varios colchones roñosos. 

"A todo el mundo lo llevaron a bañarse más de una vez. A mí ni siquiera me vinieron a buscar. ¡¡Gracias a Dios!! ¡Quién sabe el futuro que me esperaría! 

"Durante esos quince días no tomé ni una sola gota de agua. Te decían que si tomabas agua después de una sesión de tortura, reventabas como un sapo. Lo único que comí fue una manzanita que me acercó alguien. Fue un milico. Me dijo: 'Comé todo, hasta el carozo. No dejés nada que me pueda incriminar'. 

"Esa fue la única comida. Me fui de casa con 58 kilos y entré a Olmos con 42. 

El último día en 'El Campito' vino alguien y me arrastró de los pelos. Me hizo formar una fila -estaba con siete u ocho- y nos llevaron a un baño o a un lugar donde corría agua. Nos hicieron separarnos unos de otros y con un látigo nos pegaron durante dos horas. 'Espero que hayan aprendido, hijas mías. Esto es por olvidarse de Dios', decía el 'Padre Franciso' mientras nos castigaban. 

"Cuando llegué a Olmos, el lonjazo más chico que tenía era como el dedo gordo de mi mano. Fue terrible. Además, como únicamente estaba con el camisón finito de mangas largas y un pulover que daba risa, no sabés cómo me quedaron las nalgas... 




Olmos, Devoto y libertad 

"Llegué a Olmos el 30 de abril de 1976. Recuerdo que con una mugre que no me podía ni mirar. El olor que tenía encima era asqueroso. Estuve hacinada como un perro durante 15 días. Me acompañaba Estela Ingenieros, una chica macanudísima. Nos trasladaron en un celular. El viaje duró bastante. 

"Cuando llegamos nos llevaron frente el director del Penal. Me sacaron la capucha, la venda... No podía ver nada. (Se toca la cabeza) Tenía una conjuntivitis del carajo... Una enfermera me limpió los ojos y ¡qué alivio fue! Mientras sucedía esto, el director me dijo: 'Iris Avellaneda, usted está acusada por el Poder Ejecutivo Nacional de ser una militante del Partido Comunista combatiente'. Y después agregó: 'Su salida de esta Unidad dependerá de su comportamiento'. 

"Lo primero que hice fue bañarme. Me metieron en agua fría con la otra chica, Estela Ingenieros. Con ella trabé una amistad. Me dijo que trabajaba en un juzgado de San Fernando. Me comentó que a varios abogados los habían chupado la misma noche que a ella. También me contó que había escuchado voces conocidas en 'Los Tordos'. 

"En la cárcel me enteré de que había estado en Campo de Mayo. Nos comentaron las otras presas que nosotras éramos 'una carga de Campo de Mayo'. 

"De mi hijo no sabía nada. Algunos diarios pasaban por Olmos. En un diario salió que en el Uruguay habían aparecido 30 cadáveres. Cuando la celadora nos trajo ese diario, nosotros lo leímos y dijimos: '¿Cómo puede ser? ¿Qué está pasando afuera?' 

"Había algunas otra personas del PC en Olmos. Todas habían pasado por lo mismo. Pero las únicas que veníamos de Campo de Mayo éramos nosotras. 

"Mientras estuve secuestrada, mi abogado, el doctor Biaggio, había presentado un hábeas corpus, pero no le dieron importancia. Lo extraño fue que llegó a mi casa una cédula del Poder Ejecutivo Nacional que explicaba que yo estaba a disposición del presidente. Nada más. 

"Estuve en Olmos hasta el 21 de agosto de 1976. Luego llegó una orden del PEN para concentrar a todas las mujeres en Devoto y a los hombres en Olmos. Estuve en Devoto desde esa fecha hasta el 13 de julio de 1978, cuando salí en libertad. Estuve 27 meses presa. 

"Costaba mucho que mi familia me visitara, pero mi cuñada lo logró. No saqué nada positivo de todo esto. Me mataron a un hijo, me torturaron... Encima Menem los indultó. Pero me queda un consuelo. En Devoto yo tenía el número 203. ¿Sabés que jamás gané con ese número en la quiniela? 

"Al 'Negrito' nunca supe adónde lo llevaron. Hicimos averiguaciones por todos lados durante años, y nadie había oído hablar de él. Recién cuando Ibañez contó que estuvo en 'El Campito', lo que se confirma por la mordedura del perro, me di cuenta de que estuvimos en el mismo lugar, adentro del mismo pabellón, a metros uno del otro." 




La muerte de Floreal chico 

En su edición del 16 de mayo de 1976, bajo el título "Cadáveres en el Uruguay", el desaparecido diario "Ultima hora" informó que ocho cadáveres habían aparecido flotando en las costas uruguayas. Según la crónica, " en un comunicado oficial de la Prefectura Nacional Naval del Uruguay, se informó que el último de los cadáveres encontrados era de sexo masculino, cutis trigueño, cabello castaño oscuro, de un metro sesenta de estatura. Como seña particular se encontró un tatuaje en forma de corazón con las iniciales F y A'. 

El cuerpo de Floreal Avellaneda apareció flotando en aguas del Río de la Plata, cerca de la costa uruguaya, el 15 de mayo de 1976, un mes después de que fuera secuestrado junto a su madre. Estaba atado de pies y manos con alambre. Tenía una profunda herida sin cerrar en una de sus piernas. Luego se comprobaría que había muerto a causa del 'empalamiento' (2) al que fue sometido por los torturadores en 'El Campito'.

 

 

 

 

 

 

 

 


(1) Por los datos aportados por Iris Avellaneda, este médico sería el entonces teniente coronel Julio César Casserotto.


(2) El 'empalamiento' es una forma de tortura de origen medieval, que consistía en sentar a la víctima sobre un palo de punta aguzada que se ensanchaba progresivamente, y se introducía a las víctimas por el recto.