Gard de Antokoletz, María Adela



VICTIMAS:

- Daniel Víctor ANTOKOLETZ, argentino, abogado, nacido el 22 de febrero de 1937, C.I. de la Policía Federal 6.277.901, Libreta de Enrolamiento matrícula individual 4.676.964, con domicilio en Guatemala 4860, piso 6°, departamento 27, de la ciudad de Buenos Aires, casado.

- Liliana María ANDRÉS DE ANTOKOLETZ, argentina, abogada, C.I. 6.599.922 expedida por la Policía Federal, con domicilio en Guatemala 4860, piso 6°, departamento 27, de la ciudad de Buenos Aires.


El doctor Daniel Víctor ANTOKOLETZ es un destacado abogado, docente universitario, internacionalista miembro del Instituto Americano de Estudios Jurídicos Internacionales, dependiente de la Organización de los Estados Americanos y miembro fundador titular de la Asociación Argentina, de Derecho Internacional. Ha seguido numerosos cursos y publicados diversos artículos y trabajos en su especialidad.

El doctor ANTOKOLETZ, de firmes convicciones democráticas, defendía en el ejercicio de su labor profesional –ajena a cualquier tinte partidario– a presos polóticos y personas sujetas a actos de persecución. Su labor se limitó, como es lógico, al ámbito de la defensa en juicio, sin tener en cuenta la ideología del defendido.



RELATO DE LOS HECHOS:

El 10 de noviembre de 1976 a las 8 y 30 de la mañana seis hombres de civil, fuertemente armados, que se identificaron como pertenecientes a las “Fuerzas de Seguridad” y “Fuerzas Conjuntas”, irrumpieron en el domicilio conyugal de las víctimas, sito en Guatemala 4860, piso 6°, departamento 27, Capital Federal. Luego de obligar a sus moradores a arrojarse al suelo golpean al doctor ANTOKOLETZ y esposan a éste y a su esposa, con las manos en la espalda. Durante más de una hora revisaron minuciosamente el departamento, llevándose documentos personales, escritos y material de trabajo profesional, fotos familiares, etc. Uno de los ocupantes telefoneó a una central diciendo: “el festejo está cumplido, ya vamos”. Aproximadamente a las 10 las víctimas fueron sacadas con esposas en dos autos particulares, un Chevy rojo y un Ford Falcon celeste-gris metalizado.

La actitud de los secuestradores al salir a la calle con sus presas, en plena mañana, a la vista de vecinos y transeúntes, apuntando con armas largas y cortas y esperando sin prisa y con total impunidad ponía de manifiesto que pertenecían a fuerzas regulares y actuaban en ejercicio de autoridad pública.

Ubicadas las víctimas en el Ford Falcon, Liliana en el asiento de adelante y Daniel en el de atrás, viajaron con dos individuos apuntándoles permanentemente con armas amartilladas. Luego de recorrer una cuadra y media les vendaron los ojos. El Chevy escoltaba al Ford Falcon, y sus tripulaciones se comunicaban entre sí por radio. El viaje duró unos 40 minutos, con muchas vueltas, seguramente para desorientar a los prisioneros.

Al llegar a destino las víctimas fueron separadas, bajando dos subsuelos. Ambos fueron sometidos a sucesivos interrogatorios –tres el mismo 10 de noviembre– en tres cuartos diferentes. Durante el primer interrogatorio Liliana escuchaba los gritos de dolor de una chica que era bárbaramente torturada a su lado, con picana eléctrica y golpes. Todo cesó de golpe y alguien dijo: “Ché, se nos fue la mano con la rubia”. De allí trasladaron a Liliana con golpes de puño y a patadas a una habitación más pequeña de aproximadamente 2 x 3 metros –que los captores llamaban “camarote”–, verdadero cuarto de tortura en el que había una cama con colchón de goma pluma húmedo y correas para atar las manos y las piernas y una “máquina” o picana eléctrica con la cual la víctima fue varias veces amenazada. Allí esperó más de una hora durante la cual siguió escuchando gritos aterradores, cercanos y lejanos, de mujeres y hombres sometidos a torturas y fue interrogada más dura y largamente.

Liliana fue luego trasladada a otra pieza donde cinco personas volvieron a interrogarla largamente, con una única luz de un reflector iluminando en forma constante, moleta y exasperantemente los ojos vendados de la interrogada. Durante esos interrogatorios los intervinientes dijeron estar convencidos que Liliana no tenía relación con el problema motivo de la detención y manifestaron que posiblemente saldrían en libertad o pasaría a la condición de arrestada a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. También expresaron que sabían que Daniel no pertenecía a ninguna organización armada, pero sostuvieron que para “ellos” era peligroso por cuanto cumplía un papel de ideólogo de la subversión por su carácter de abogado defensor de presos políticos y de los derechos humanos, sobre todo por su prestigio como jurista. Insistieron incluso que era judío, lo que su esposa negó, no por considerarlo por cierto desdoroso, sino simplemente porque no es verdad (Es llamativo que en muchos casos similares a éste inmediatamente surge la mentalidad antisemita frente a cualquier apellido que resulta extraño a la fonética castellana. Lo cual, además de una prueba del antisemitismo de las Fuerzas de represión es igualmente un indicio de primitivismo e ignorancia). Preguntaron a Liliana sobre sus ideas religiosas y al contestar que era católica, uno de los interrogadores, inopinadamente, le dio una medalla de la Virgen de la Medalla Milagrosa (otra prueba de incongruencia y primitivismo mental). Luego de los interrogatorios tuvo lugar para Liliana un simulacro de fusilamiento, realizado para amedrentarla y para entretener a los guardias.

La víctima, Liliana, pese a haber permanecido durante todo el tiempo de su cautiverio con los ojos vendados, pudo observar muchos detalles. El edificio donde se encontraba estaba rodeado de jardines, muy bien mantenidos. Varios automóviles particulares estaban estacionados en el interior de los jardines. Los techos del edificio eran de teja. Pese a la desorientación provocada por las subidas y bajadas, Liliana cree que el edificio tiene tres pisos y un altillo, además de los subsuelos. Fue instalada en el altillo, adonde no llegaba el ruido del ascensor, para su confinamiento. Era una sala de aproximadamente nueve metros por nueve con seis ventanas banderolas, a ras del piso, vidrios pintados de azul celeste, ubicadas (las ventanas) mitad y mitad en dos de las paredes enfrentadas. El techo tenía forma de punta, con vigas de madera y tejas. Junto con Liliana se encontraban otras cinco personas, aunque el número no era fijo. Todos estaban instalados en pequeñas colchonetas sobre el piso, con los ojos vendados y esposas en las manos y en los pies con cadenas unidas a pesados objetos de hierro. En el piso inmediatamente inferior, según se lo dijo a Liliana uno de los guardias, se encontraba Daniel, con 30 o 40 personas más. Durante la reclusión, pese a una evidente relación de mando y subordinación, propia de un cuartel militar, todas las personas intervinientes evitaban designarse mutuamente con sus nombres, grado o apellido. Usaban apodos (Tucho, Pato, Negro) y se comunicaban por chistidos o señas. Los guardias eran jóvenes de 18 a 24 años, en su mayoría provincianos y vestidos con uniforme de fajina color verde oliva y marrón. El trato con los prisioneros era muy brusco. La comida consistía en mate cocido una vez por día y pequeñísimos bocadillos de carne, uno al mediodía y a veces otro por la noche. De afuera llegaban los sonidos de tropas en formación y voces de mando y en una ocasión Liliana escuchó una marcha militar ejecutada por una banda.

Durante todo el día –prosigue Liliana–, y gran parte de la noche, se escuchaba música propalada por estridentes altoparlantes. Esto tenía, aparentemente, dos propósitos: evitar el descanso de los prisioneros y amortiguar los ruidos, tanto internos como externos, aunque los gritos de horror y dolor de la gente que era constantemente torturada nunca cesaba. Algunos de los compañeros de piso llegaban luego de las sesiones de tortura literalmente deshechos y eran tirados al piso, sin prestárseles atención alguna.

Desde afuera se escuchaba el tránsito veloz de vehículos (automóviles y camiones pesados); trenes que pasaban a escasa velocidad y ruido de aterrizaje de aviones con mucha frecuencia. Para quien conoce los lugares militares de Buenos Aires la descripción anterior y estos detalles permiten señalar con absoluta seguridad que el lugar de reclusión era la Escuela de Mecánica de la Armada, sita entre las avenidas del Libertador y Lugones, con tránsito de este tipo; paralela corre una vía de ferrocarril, que en esa época estaba en plena reparación entre la Escuela y la cancha de fútbol de River Plate y de ahí la lentitud de su paso. Finalmente la Escuela citada está en la línea de ascenso y descenso del aeroparque Jorge Newbery. Más precisamente, el lugar de detención era la Escuela de Suboficiales de la Armada, que funciona en un pabellón separado de la anterior por una calle interna. Yendo por Libertador se puede ver el edificio anteriormente descripto, con su piso superior con un techo rematado a cuatro aguas y sus ventanas banderolas colocadas como han sido descriptas y pintadas de azul.

En la mañana del sábado 13 de noviembre uno de los guardias, condujo a Liliana, a su pedido a ver a su marido. Lo hizo con grandes precauciones. La llevó hasta un baño y le pidió que no contara luego nada; pues esto lo comprometía. Condujo también a Daniel al mismo lugar. Les permitió sacarse capuchas y vendas y verse a los largo de un minuto. Liliana pudo advertir que Daniel había sido bárbaramente torturado. Caminaba con dificultad, ya que le habían aplicado la picana eléctrica en testículos y encías. Luego la llevaron a su lugar y desde ese momento Liliana nada ha sabido de Daniel.

En la madrugada del 17 de noviembre liberaron a Liliana. El viaje de regreso sólo duró veinte minutos. Los que la condujeron le pidieron que olvidara lo que le había sucedido; que no se le ocurriera hacer una denuncia de desaparición en ningún lado, ni relacionarse con los grupos de familiares de presos y desaparecidos. Debía comprender que la guerra es así, unos ganan y otros pierden. Agregaron a Liliana que si sabía moverse nada le sucedería y pronto tendría noticias de ellos.

Efectivamente, el sábado siguiente a la liberación de Liliana, es decir el 21 de noviembre, una persona llamó por teléfono a la denunciante, madre de Daniel, que reside en Buenos Aires y le pidió que comunicara a aquélla que en el jardín de la casa de sus padres, donde estaba residiendo, sita en la localidad de Mercedes, provincia de Buenos Aires, a 100 kilómetros de la Capital Federal, habían dejado papeles de interés. Agregaron que debía mirarlos detenidamente porque podían servirle de ayuda.

Así fue. Se encontró una caja, dejada durante la madrugada, con el nombre de Liliana y a dirección. En el remitente decía “Matías” que era uno de los captores y guardianes. Por el trato que le dispensaban era evidente que se trataba de un oficial de la Armada. La caja contenía fotos y papeles sin importancia, sacados del departamento el día de la detención y en el fondo una plegaria impresa –que se acompaña como anexo–. Detrás de la plegaria unas expresiones que también se acompañan en fotocopia, de afecto. La Plegaria es interesante por cuanto pone de manifiesto la ideología y la deformación espiritual, moral e intelectual de los oficiales a cargo de la represión y en alguna medida de las Fuerzas Armadas argentinas. “...Haz, Señor, que mi alma no vacile en el combate ... Haz que el silbido agudo de los proyectiles alegre mi corazón ... pon destreza en mi mano para que el tiro sea certero...”

Fueron testigos presenciales de la detención, entre otros, los vecinos Mauro Colombek, domiciliado en Guatemala 4860, encargado del edificio y la señora Pilar Marcotte, propietaria de la tintorería Marcotte, ubicada en la calle Guatemala entre Serrano y Thames.


GESTIONES REALIZADAS:

Se han interpuesto diversos recursos de hábeas corpus y formulado denuncias al ministerio del Interior, Comando del Primer Cuerpo del Ejército, Armada Nacional, organizaciones de abogados, dignatarios eclesiásticos, etc., sin ningún resultado. Las autoridades insisten que Daniel ANTOKOLETZ no se encuentra detenido y tampoco reconocen el secuestro de Liliana.


PRUEBAS Y CONCLUSIONES:

Las pruebas aducidas, observaciones de Liliana, la Plegaria y las frases anotadas, que permitirían una prueba caligráfica, los testigos, etc. acreditan que la detención fue realizada por fuerzas regulares y la responsabilidad de la Armada Nacional en el artero, tortura y decisión acerca de Daniel ANTOKOLETZ.


DENUNCIANTE:

María Adela GARD de ANTOKOLETZ, argentina, DNI 1845677, con domicilio en Oro 2366, piso 10, dep. “F”, Capital Federal, teléfono, 773-8284.