Hesayne, Miguel E.
Juicio a las Juntas, 2 de Agosto de 1985
Dr. López: Se llama al estrado a monseñor HESAYNE.
Dr. D'Alessio: Monseñor, a partir del mes de marzo de 1976, ¿recibió usted
noticias de desapariciones de personas y realizó gestiones para determinar la
suerte de esas personas?
Hesayne: Sí, muchísimas. Pero dos momentos o dos hechos que protagonicé son para
mí fundamentales, uno en diciembre del `76 y el otro en abril del `77. Antes, y
brevísimamente, de narrar esos dos hechos quisiera exponer mi estado de ánimo en
cuanto se inició mi vida episcopal, que coincidió precisamente con la fecha,
aproximadamente, del comienzo del llamado Proceso de Reorganización Nacional, y
mi estado de ánimo era el siguiente: el que vivía y vivíamos la mayo ría de los
argentinos, un estado de temor, un estado de ánimo de clamar por la paz, la paz
nacional, y aunque personalmente no era partidario, ya entonces, de un gobierno
militar, noté los primeros meses una especie de calma nacional, pero al mismo
tiempo comencé apercibir, por noticias, por comentarios, por quejas, por algunas
cartas, como que esa calma encerraba una tormenta muy honda, y concretamente la
definí en una homilía. Este estado de ánimo, ya enjulio de 1976 definí a ese, mi
estado de ánimo, como un gran temor de que la energía que animaba a que nuestras
Fuerzas Armadas y nuestras fuerzas de seguridad la llevaran tan firmemente que
se convirtiera en la espiral de la violencia y por eso que en esta homilía, que
para mi en cierto sentido es clave, porque lo dije delante de las autoridades
provinciales de entonces, militares, marinos, yo advertía que si a la violencia
que estábamos padeciendo se la pretendía extirpar con violencia, caeríamos
indudablemente en el caos nacional, tanto más que la violencia de uno u otro
signo no es ni humana ni cristiana como lo vengo repitiendo, asumiendo las
gráficas palabras de Pablo VI. Y bien, estamos enjulio del `76, más o menos creo
que agosto del `76, el general VIDELA, presidente entonces del gobierno de ese
momento, llega a VIEDMA y pido una audiencia privada bajo todo punto de vista,
porque no quería publicitarme bajo ningún aspecto; hablé con él unos 20 minutos,
creo, y pidiéndole ya entonces por los pobres y por los jóvenes; por los pobres
porque, como le dije, entiendo que no deben sobrellevar el mayor peso de una
economía que entonces va se decía heredada. Por los jóvenes le dije textual
mente: "Mire, señor presidente, si hay jóvenes equivocados los culpables somos
nosotros, los adultos, en última instancia que no los supimos educar, y entonces
no es cortando cabezas -textualmente le dije entonces-... no es cortando cabezas
y la de nuestros jóvenes que vamos a construir el país y la Iglesia". Me
reafirmó que estaba totalmente de acuerdo con lo que yo le decia, que así se
tenía que pensar, pero lo percibí, fueron también mis palabras textuales a mi
vicario cuando llegué al obispado, que lo había encontrado como a un hombre un
tanto prisionero, no sé de qué, ¿no?, la idea de que estaba como atado,
interiormente.., atado. Pasa el tiempo y comienzan a llegar cartas y más cartas
de varios puntos del país, pero vengo al hecho que quiero desarrollar y para mí
fue la puerta, por así decir, que me abrió a este estado que hemos vivido y que
narrándolo lo podríamos definir. Se me presenta el 13 de diciembre del `76... yo
comencé a ser obispo y obispo de Viedma en junio del '75, por eso es que no
conocía a muchas familias, sÍ conocía a la familia de este joven que se me
presenta, y se me presenta con este "Monseñor, me están siguiendo, temo que me
chupen". Era la primera vez que yo escuchaba este término, le pregunté qué
significaba, me lo explicó, me dijo: "Me siguen, creo que es la policía, me van
a secuestrar". Me llamó muchísimo la atención, le pregunté: "¿Pero... en qué
estás, qué hacés, estás en algo, en algo raro?". "No, no, solamente yo he sido
uno de los dirigentes de la JP" "¿Pero, entonces, cómo sabés, por qué temés?"
"Porque un oficial de la Policía Federal, amigo de mi hermano, que es abogado,
es licenciado -creo- en Economía, y un hermano..., mi hermano, a través de un
amigo, me ha dicho, me ha comunicado que están a punto de secuestrarme."
Entonces... no sé por qué hasta ahora, solamente creo que porque entonces
todavía creía firmemente en la honestidad de la autoridad, de los funcionarios
de la seguridad de nuestro país, le di este consejo: "Si eres inocente, ¿por qué
no te presentas? Yo te voy a visitar". Fue así como se presentó. Al otro día, 14
de diciembre, fui; ya conocía por algunas reuniones protocolares al comisario de
entonces y me presenté, le llamó la atención una visita, inclusive no anunciada,
del obispo. Le dije que venía a visitar a Mario Eduardo CHIRONI. Lo noté
extrañado. Le digo: "Mire, sí está acá". "¿Y cómo lo sabe", me dice. Y bueno, le
comenté, le narré lo acontecido, que yo había prometido venir. Luego de unos
momentos dubitativos me dice: "Bueno, puede pasar a visitarlo". E iba a llamar a
alguien y le dije, ya creo que temiendo algo, pero no lo tenía clarificado, le
digo espontáneamente: "No, mire, prefiero verlo delante suyo". Entonces lo hizo
traer al escritorio, hablamos un momentito, le pregunté si necesitaba algo. Me
dijo que no. Y le pregunto delante del joven detenido: "¿Y qué van a hacer?". "Lo
vamos a llevar mañana al V Cuerpo de Ejército." Entonces, delante del comisario,
le digo al joven CHIRONI: "Bueno, pasado mañana yo te voy a visitar". Confieso
que ya en ese momento algo sospechaba, no sabía qué, pero temía y sobre todo
estaba un tanto arrepentido de haber sugerido ese consejo; el día 15 o 16 -no
recuerdo bien, pero creo que fue el 16-, sí, sí, el 16 de diciembre voy muy de
mañana al V Cuerpo, yo he sido capellán, no militar, sino capellán auxiliar como
párroco en la catedral de Azul, durante 8 años he visitado frecuentemente, desde
el punto de vista pastoral, los cuarteles; iba a un lugar desconocido, entonces,
es decir, el medio ambiente. Me recibieron con muchísimo respeto, no se
encontraba entonces el señor comandante con quien pedí hablar, entonces era el
general AZPITARTE; me dijeron que se encontraba en el campo de recorrida y me
recibió el segundo jefe, el general Abel CATUCCI, miembro del Movimiento
Familiar Cristiano, y entonces con mayor razón me sentí cómodo, y le dije lo que
había pasado y que venía a visitar a Eduardo Mario CHIRONI, porque así se lo
había prometido. Con sorpresa mía me dijo que tal joven no estaba, ni siquiera
buscó, preguntó a nadie, me dijo que en absoluto se encontraba tal joven. Yo le
insistí, comencé esa insistencia a las 9 de la mañana y la terminé a la 1 de ese
mismo día (a las 13) porque ya todos se retiraban y cerraban las oficinas.
Insistentemente me decidí, luego de una primera y rotunda negativa a mi
insistencia, sin decir en esos momentos por dónde yo lo sabía, porque temía
comprometer a algún subalterno, entonces, sin afirmarle, es decir, darle las
razones, pero sí que le decía que creyera que él sabia por otra parte, porque si
no cómo iba a ser segundo jefe. Comenzó muy amable la conversación y como se
imaginan terminó muy tensa porque yo ya percibía que este... mi joven aconsejado,
ahí ya comencé a sospechar que podría estar en el tobogán de la muerte, y que yo
lo había puesto, por otra parte; y eso también lo sabía la familia y sobre todo
lo sabia mi conciencia. Entonces mi firmeza era que yo no me retiraba si no
encontraba a este joven, pero, por otra parte, hasta último momento no quería
jugar la carta del subalterno, el comisario de la Policía Federal. Entonces
llegaron las 13, y momentos antes, después de entradas y salidas, de varias
consultas que hacía con diversos subalternos, el general CATUCCI me dijo: "Mire,
le aseguro que yo en cuanto lo encuentre se lo voy a comunicar, le doy mi
palabra y acéptela". Bueno... salí y al salir me encuentro con el general
AZPITARTE, y me saluda, nos habíamos visto protocolarmente, también me había ido
a visitar. Entonces me preguntó qué estaba haciendo y le dije, le conté, le
manifesté lo que acabo de decir, palabras más... palabras menos, y en un gesto
también muy... que me llamó la atención, así como en una actitud como pensando
en otra cosa, levantando los ojos en el medio del patio, me decía: "No, no está,
acá no está". Y en un momento dado, como yo ya tenía por otra parte la palabra
formal de que si se encontraba el joven me lo iban a comunicar, al preguntarme
él... "Pero... ¿y usted por qué reafirma tanto que está?" Y entonces le dije: "El
comisario de la Policía Federal de Viedma me afirmó antes de ayer por ayer que
lo traían por orden del V Cuerpo", y entonces, con una mirada un tanto
fulminante, me dice: "Pero... ¿el comisado FORQUETI le ha dicho tal cosa? Bueno,
mire, tendrá noticias, se lo comunicaremos, si es que está, porque acá no está".
Bueno, me fui, no sin seguir insistiendo. Porque pasaban los días y por teléfono,
día por medio, trataba de hablar con el general CATUCCI. Después supe que a
fines de diciembre la familia, el papá, la mamá, la esposa y el hermano de
Eduardo Mario, lo econtraron en la enfermería de la comisaría de Floresta, la
que está contigua al 3° Cuerpo de Ejército. Cómo entraron allí yo solamente lo
sé por testimonio de ellos, que fue por un coronel o teniente coronel, un
oficial de cierta graduación, que les dioautorización a fin de año, para que lo
pudieran ver. Se encontraba en estado más que lamentable, no se podía ni sentar
ni caminar, el rostro desfigurado, por testimonio del enfermero, la noche de
Navidad contaba que falleció, pero por lo que sé, por testimonio de sus padres,
de su señora y de su hermano, lo cierto es que en enero, al conocer yo esto, me
presenté al general CATUCCI, es decir a quien encontré, no encontré más al
general AZPITARTE. El general CATUCCI, como síntesis, porque también tuvimos, y
no la vamos a pasar ahora las tres horas, otras tres horas de larga conversación
y de discusión con el general CATUCCI, porque indudablemente yo ya fui con esta
actitud de que como pastor de la Iglesia tenía que denunciarlo a él y a los
responsables de una violación, no solamente de los derechos humanos, sino de un
templo vivo de Dios, que es un bautizado; le hablé con muchísima seriedad; él
intentó defenderse, de que él había encontrado algo montado ahí. Me dio el
nombre del general VILAS, el había sustituido al general VILAS. El general VILAS
era el segundo comandante antes que el general CATUCCI, pero lo cierto es que yo
le insistía en la responsabilidad humano-cristiana, sobre todo a él, a tal punto
que llegó un momento -esa conversación después prosiguió, por la tarde, en el
arzobispado de Bahía Blanca- en que me pedía una tabla de salvación. No entendía
qué significaba, por qué yo le había dicho que no podía comulgar él como
responsable, uno de los tantos, y le expliqué, lo que no es el caso de explicar
acá qué significaba comulgar con el cuerpo y la sangre eucarística de Jesucristo
y el compromiso que tenemos nosotros, los cristianos, entonces, de comulgar
fraternalmente con todo hombre o toda mujer, sea quien fuere, o haya cometido lo
que hubiere cometido; y entonces le exigí en esa ocasión que aun cuando Eduardo
Mario CHIRONI hubiera sido culpable, ellos tenían que liberarlo en razón de una
mínima reparación. Me dijo que ya no podía ser, porque había de por medio un
cónclave -es otra palabrita que comenzó a prender-, un cónclave a través del
cual, por lo que me explicó era una especie de tamiz, podían ser liberados
Fulano o Zutano de acuerdo con el juicio del cónclave. Entonces pedí verlo; me
dijo que no era el momento, que me comunicarían oportunamente. Yo, ciertamente,
no dije que los familiares lo habían visto, es decir, a través de un oficial,
para justamente no denunciar estos casos. Pasaba el tiempo, no se me llamaba a
verlo, y no recuerdo honestamente, ya corría el año `77, pero sí, fue antes de
abril que me lo dejaron ver, deduzco que es antes de abril porque creo que no
había hablado con el general HARGUINDEGUY. Lo veo en la comisaría de Villa
Floresta; yo creía que eso era una dependencia del V Cuerpo, a tal punto que
cuando me dijeron que podía ir a visitarlo fui al V Cuerpo. Me dijeron: "No, no
está acá". Entonces yo recordé la frase de AZPITARTE, no está acá, pero dónde
está, no estaba fisicamente, pero dependía del V Cuerpo, estaba en la comisaria
lindera al V Cuerpo. Fui y lo encontré todavía, habían pasado unos meses, pero
todavía lo encontré con rastros de tortura en las sienes y en las muñecas, unas
manchas negras, una hematoma, pude hablar un poco con él, lo vi muy traumado, yo
diría asustado; la imagen que me dio era la de alguien que estaba esperando que
le dieran una paliza, un castigo, y eso que conmigo tuvo la confianza de venir a
pedirme ese consejo, qué iba a hacer, pero resulta que cerca, en una sala, lo
único que le pude escuchar fue: "Mire, no puedo hablar, allá cerca, mire para
aquel lado, está uno de los que me ha castigado". Prácticamente fue lo único que
pudo decirme. Me di vuelta y encontré a alguien que estaba escribiendo a
máquina, a unos cinco o seis metros, porque entonces cuando yo le preguntaba:
"¿Y qué tal estás?", eso ya me lo decía un poquito más fuerte, decía: "Bien", se
sonreía. Lo cierto es que lo animé, le dije que estaba procurando que lo
liberaran. Y volví nuevamente entonces a insistir, con frecuencia, con cartas;
pasa el tiempo, antes hay otro hecho, el segundo, pero pasa el tiempo y me
entero de que pasa a Rawson y eso no era en lo que habíamos quedado con el
general CATUCCI, yo lo que quería era salvarlo, después veríamos qué íbamos a
hacer con las pruebas de esas torturas. Pasó a Rawson. En el interín llega a
Viedma el general HARGUINDEGUY, entonces ministro del Interior, Albano
HARGUINDEGUY. Me encontraba en una reunión sacerdotal en la parroquia más
cercana a la sede, pero que está a 160 kilómetros de ella, y me llaman del
obispado diciendo que el secretario de la gobernación pide mi presencia porque
así lo exige el ministro del Interior. En estos términos estuve a punto de no
ir, de hecho dije que no iba; entendía, no por la actitud prepotente, sino que
entendía que debía ser libre. Y no tenía el ministro del Interior que exigir mi
presencia en ese acto, tanto más que yo estaba cumpliendo mi misión pastoral en
esa otra parroquia; tenía reunido, justamente, no solamente a la clerecía, sino
también a un buen grupo de laicos en una asamblea parroquial, pero luego
recapacité y me dije que era una oportunidad de poder insistir en la liberación
de CHIRONI y de algunos otros rionegrinos, alrededor de unos 10, y de otras
familias de otros lugares que me escribían, es decir, ya me estaba haciendo la
formación mental de que había no desaparecidos o autodesaparecidos, simplemente,
sino que había todo un plan, esto en sospecha. Entonces fui, me presenté y can
gran sorpresa, delante del gobernador, del ministro de gobierno de la provincia,
de ese momento, del comandante de la guarnición de Bariloche, me pregunta cómo
se comportan mis sacerdotes. Entonces le digo: "Mire, esa pregunta yo no la
respondo, pero le advierto que mis curitas, mis religiosos y mis laicos se
comportan evangélicamente". Le advertí, poniéndome en guardia, y le llegué a
decir: "Y voy a defender con mi vida, si me tocan a alguno de mis feligreses". A
propósito de esto, ante esa actitud, tomó entonces una actitud de rélax, de
sonrisa, y me dice: "Bueno, bueno, no lo tome así". Dice: "Es una pregunta que
suelo hacer cuando me encuentro con alguno de sus hermanos obispos"; hermanos
creo que no me dijo, me dijo colegas obispos. Le digo: "Mire, yo le puedo
asegurar que esa pregunta yo no se la puedo responder. Quisiera saber para qué
me llama, pero antes comenzó entonces una conversación que llevó unos 40, 45
minutos, una conversación que fue toda una polémica sobre la licitud o ilicitud,
la legalidad a ilegalidad de la tortura como medio para informarse de la verdad.
Entonces le hablé claramente. La síntesis de esa conversación se encuentra
justamente en esta carta, porque yo al final de esos 40 minutos, que estaba
invitado a la misa de la gobernación, la decliné, le dije que no me era posible
cenar con ellos, que me disculparan, pero que no podía compartir la mesa en este
momento, y menos si ellos seguían reafirmando la licitud de la tortura para
lograr una información, y hasta con (inint.). Por ejemplo, el general
HARGUINDEGUY me puso este caso, que luego lo he oído repetido a otros oficiales.
Se exponía este caso: "Pero mire, si usted sabe que este muchacho ha salido de
este departamento, de tantos pisos, donde viven 200 personas, y yo sé que este
muchacho ha puesto una bomba y tengo 10 minutos o veinte minutos y en estos
minutos él no me dice dónde ha puesto la bomba, mueren 200 personas, ¿yo no lo
voy a torturar?". "No, señor general, el fin no justifica los medios", y no pude
hacerle entender que el fin no justifica los medios, a tal punto que terminé
diciendo: "Mire, señor general, me sorprende con mucha angustia que usted,
ministro del orden y de la seguridad del país, me defienda, como principio, no
como un exceso, lo clasifico 10 en táctica, que podría utilizarse para un
tanque, para un robot, pero tengo que aplazarlo en humanidad, sobre todo en
moralidad cristiana". A esto el ministro de gobierno, capitán de navío, me dice
en forma irónica: "Y bueno, nos iremos al infierno para que usted pueda después
libremente predicar el Evangelio". Luego de esa conversación yo le escribo esta
carta, que puedo...
Dr. D'Alessio: Entréguesela monseñor, por favor, al secretario.
Hesayne: Y esa carta la leyó personalmente el general HARGUINDEGUY, aunque no me
la contestó, y sé positivamente que la leyó, que la leyó personalmente, porque
la llevó a la Nunciatura, y Pío LAGHI, no directamente sobre el tema, sino
hablando de otros temas, me dijo que el general HARGUINDEGUY se la presentó como
una especie casi de insubordinación mía, que la queja tendría que haber pasado
parece por la Nunciatura, cosa en la que también se equivoca porque el obispo
diocesano tiene como superior solamente al Papa, y Pío LAGHI recuerdo que le
dijo: "Usted se queja de esa carta de monseñor HESAYNE, si se quiere peor ha
hablado Pablo VI a los embajadores sobre el tema de la tortura en febrero de
este año". Y bien, teniendo entonces presentes estos dos hechos yo llegué a la
conclusión de que estábamos frente a un hecho innegable, lamentable, más
horroroso que la guerrilla, estábamos frente a una represión tanto más vil que
la misma guerrilla, porque era la subversión del Estado contra sus mismos
ciudadanos. Entonces, como pasaba el tiempo y CHIRONI no era liberado, y yo ya
me había formado esta conciencia con estos dos casos fundamentales, y en torno a
él, o en torno a estos dos casos que son como los pilares, una cantidad de casos
que no había protagonizado, pero que si me los referían familiares, amigos,
sacerdotes, inclusive algunos obispos...
Dr. D'Alessio: Lo interrumpo monseñor, el Tribunal ha dispuesto que el
secretario lea la carta que usted ha acompañado.
Dr. López: Bueno, se trata de un papel que tiene membrete del Obispado de Viedma,
República Argentina, está fechado en Viedma, el 24 de abril de 1977, dirigida al
señor ministro del Interior, general de Brigada Albano HARGUINDEGUY, y dice así:
Excelentísimo señor ministro, el jueves 21 del corriente acepté esperanzado la
entrevista can su excelencia, conforme a la comunicación telefónica que
recibiera del señor secretario privado del señor gobernador de Río Negro.
Confiaba en la posibilidad de presentar a su excelencia casos concretos que
afligen profundamente a la comunidad rionegrina y al país a quien me debo en
servicio eclesial. Esperando un marca de comprensión, según se deduce de las
respectivas declaraciones del excelentísimo señor presidente de la Nación, me
retiré de dicha entrevista angustiado, apenado y embargado de un gran temor por
el futuro inmediato de nuestro país. Antes que nada, y a manera de acotación, no
fue una audiencia privada, como se me había informado que su excelencia deseaba
tener conmigo, y por eso estando en una reunión en General Conesa, en una
reunión plenaria con el clero, me retiré antes de lo previsto expresamente para
acceder a una solicitud de su excelencia, al estar de la comunicación de mi
informante oficial, antes mencionado. Pero volviendo a mi estado de ánimo
angustiante, apenado y que no salgo aún del temor de un sombrío futuro para el
país, se debe a que no sólo encontré en la conversación mantenida con su
excelencia errores -entre comillas- ampliamente comprensibles, sino habiendo
otra declaración de principios de acción contrarios a la más elemental moral
cristiana. Tales principios, sustentados vigorosamente por su excelencia y
celosamente corroborados por el señor gobernador y el señor secretario del
gobierno provincial y el señor comandante de la Guarnición Militar Bariloche, y
en la víspera también reafirmado por el señor comandante del V Cuerpo de
Ejército. La tortura es inmoral, la emplee quien la emplee, es violencia, y la
violencia es antihumana y anticristiana, es frase célebre de Pablo VI para
sintetizar la doctrina católica al respecto. Mi angustia nace porque no de
palabras, sino de corazón, quiero a las Fuezas Armadas de mi Patria, las quiero
realmente cristianas, por eso he dedicado 13 años de sacerdocio católico, no sin
algunas polémicas, por quienes no ven una posibilidad de pastoral castrense, y
hoy estoy comprobando que optan, para ganar una batalla muy dura y peligrosa,
por principios maquiavélicos, renunciando a Cristo y a su Evangelio, de hecho,
no obstante los actos de culto católico que programen. Mi pena se ha ahondado
desde la conversación con su excelencia. Conocía errores cometidos por algunos,
pero ahora, desde la alta oficialidad, se reniega prácticamente del Evangelio al
ordenar o admitir la tortura como medio indispensable en algunos casos. En la
práctica, por otra parte, es asumir la teoría marxista que se pretende combatir.
Por mi pena que ante esta realidad Dios no puede seguir bendiciendo a las
Fuerzas Armadas que ultrajan a criaturas suyas bajo el pretexto que fuere. Sigue
siendo válido aquello afirmado por Jesús: "Lo que hiciéreis al más pequeño, a mí
me lo hacéis". Le aseguro, excelentísimo señor, que esto lo he predicado desde
que se inició la escalada de violencia, venga de donde viniere, en nuestro país;
la violencia como pretendido medio para un orden nuevo siempre es violencia, y
por lo tanto, inhumana y anticristiana sin excepción. He clamado para que
nuestras Fuerzas Armadas empleen el rigor de la fuerza cuantas veces fuere
necesario, pero en la hidalguía y en el coraje y jamás en la violencia inhumana,
indigna de nuestros soldados. Mi pena se basa en esta triste realidad: que una
victoria a costa de actos indignos se convierte pronto en derrota porque nadie
construye ni al margen ni contra Dios. Fuerzas Armadas que torturen no saldrán
inmunes ante Dios creador, acá radica mi angustia y mi honda pena que hoy es un
gran temor por el futuro inmediato del país. Las Fuerzas Armadas que gobierna el
Sr. ministro del Interior responsable de la tarea del orden interno no admite
por principio la tortura como instrumento (inint.) sólidos argumentos por
supuesto ninguno válido en moral cristiana, no desautoriza al Sr. ministro de
Gobierno provincial de Río Negro que no admite de hecho la norma presidencial de
que las Fuerzas Armadas no deben confundir los grupos armados con grupos
ideológicamente adversos pero no armados. Mi angustia y mi pena es ya temor
serio y fundado porque la paz que merece ser vivida está cada día más lejana en
un país donde seguimos escuchando declaraciones de ética cristiana a un nivel de
gobierno pero a otro nivel y sobre todo a nivel ejecutivo, se toman actitudes
abiertamente anticristianas. Entiendo cumplir mi labor de obispo señalando los
valores y antivalores evangélicos en una gestión que hace al bien común. Esto no
es entrar en la técnica de gobierno; valoro la responsabilidad que cabe a su
excelencia, por eso me he atrevido a escribir, porque entiendo que la mejor
colaboración que puede tener un obispo para con su gobernante es facilitar la
voz del Evangelio de Cristo que viene a iluminar toda situación, y para terminar
no puede un obispo no elevar su voz cuando es violada el templo de Dios, sobre
todo por quienes se proclaman católicos e hijos de la Iglesia Católica, y si en
nuestra historia argentina hubo pena de excomunión para quienes violaron templos
materiales, qué pena merecen los que violan, torturando las templos de Dios,
templos vivos que son toda hombre o mujer; par ser tal, excelentísimo Sr.
ministro, mi conciencia de testigo de la fe cristiana no podría quedar en paz
ante Dios y ante la comunidad rionegrina y el país si no le hacía llegar estas
líneas que tienen una sola intención: iluminar desde la fe vuestras buenas
voluntades de quienes hoy tienen en sus manos el destino del país. Saluda y
bendice a su excelencia, respetuosamente, una firma ilegible y su aclaración,
que dice: Miguel Esteban HESAYNE, obispo de Viedma, Rio Negro. Eso es todo.
Dr. D'Alessio: Adelante, monseñor.
Hesayne: Bueno, concluyo este aspecto diciendo que llegué a la conclusión de que
las Fuerzas Armadas habían ido suplantando la moral cristiana por la Doctrina de
la Seguridad Nacional, que la había oído o la había visto escrita así, muy al
pasar, citada simplemente, y por otra parte teniendo en cuenta que todavía
seguía Eduardo Mario CHIRONI en la cárcel de Rawson en febrero del `78, le
escribo al señor presidente de entonces, el general VIDELA, una carta diciéndole
que le escribo porque él se profesa católico y entonces le escribo desde la
misma fe y que si él cree en las palabras de Jesús yo también las creo y basado
en ésas, sus palabras, le afirmo que soy testigo de la violación y de la
profanación de Eduardo Mario CHIRONI; le narro brevemente el hecho y le digo que
nos queda para la historia la anécdota de Ambrosio, que detiene en las puertas
de la catedral de Milán a Teodosio El Grande, lo detiene y le dice que hasta
tanto no repare la masacre cometida con los soldados, de la cual él es
responsable, él no va a poder entrar al templo; entonces, por homologia, le
decía que yo me vería obligado, en conciencia, a que si no liberaban aunque
fuera culpable o aunque no lo fuera, que no lo era, a Eduardo Mario CHIRONI, yo
ponía en entredicho la provincia de Río Negro, es decir de modo especialísimo, a
partir del 25 de mayo del '78, se cerrarían los templos y, por supuesto, no
habría ninguna ceremonia de orden oficial, como sería el Tedeum del 25 de mayo,
atendiéndome a la disciplina del Derecho Canónico. No recuerdo bien si la
contestó, sí ciertamente recibí acuse de recibo de la carta, creo que (inint.)
primeras se le presentan a los guardianes de Eduardo Mario CHIRONI y sin darle
razón lo liberaron; esto me confirma una vez más lo que he venido por otra parte
pensando, la corresponsabilidad indudablemente de la Junta de entonces y de
todos los subordinados, de acuerdo indudablemente a la responsabilidad de mando
que han tenido...
Dr. D'Alessio: Monseñor. ¿supo si Eduardo Mario CHIRONI fue sometido a proceso
en algún momento?
Hesayne: En ningún momento, ningún proceso; solamente el proceso, podríamos
decir, ha sido extra; es decir, él no intervenía para nada; entiendo que él, la
persona de Mario CHIRONI, de Eduardo Mario CHIRONI, ha sido juzgada en el
cónclave del cual me hablaba el general CATUCCI y que justamente ese cónclave
fue el que decidió pasarlo a Rawson; pero él, en absoluto.
Dr. D'Alessio: Entre las gestiones que Ud. realizó, ¿se contó también el caso de
Néstor GUZZO?
Hesayne: Néstor GUZZO. bueno, yo no lo conocía; recibí de parte de mi vicario...:
él vivía en La Plata, residente en La Plata, y mi vicario lo conocía de entonces,
y me pidió si..., que interviniera con algunos de los pedidos de tantos
generales que he hecho, pero por centenares, pero así en forma directa no
intervine reclamando, por ejemplo, al Ministerio del Interior a través de las
instituciones de los derechos humanos, he reclamado por, también, por Néstor
GUZZO, por uno de la lista.
Dr. D'Alessio: ¿Conoció después qué ocurrió con este joven?
Hesayne: Bueno, lo he sabido, sí he sabido que, por referencia de los familiares
del mismo, la vez que fue liberado, que se encontraba capturado en La Plata, no
sé, no recuerdo en este momento a qué dependencia de La Plata, porque vuelvo a
repetir, no era algo que me acuciara en forma tan personal, porque era un
feligrés de La Plata, y supe también que le dieron un plazo después de liberado,
le dieron un plazo de no sé cuántas horas para que se retirara del país él y su
familia.
Dr. D'Alessio: ¿Conoció otros casos, monseñor?; ¿realizó otras gestiones del
tipo de las que ha narrado; las recuerda, puede narrarlas?
Hesayne: Conozco esos casos en que llegan encapuchados, violan el domicilio
-porque en ese momento no encuentran a nadie-, luego vuelven y, según versión de
los vecinos, en autos Ford Falcon, descienden varios hombres armados que luego
se llevan a la esposa y a sus dos hijos. Cuando el esposo regresa se encuentra
con que su familia ha desaparecido, entonces se traslada a algún lugar que
desconozco para buscarla, no la encuentra y cuando vuelve a su casa ve que
prácticamente le habían robado todo, inclusive colchones, frazadas, etcétera.
Dr. D'Alessio: Señor fiscal, ¿alguna pregunta?
Dr. Strassera: Ninguna, señor presidente.
Dr. D'Alessio: ¿Los señores defensores? Monseñor, le vamos a pedir que iniciale
la carta que ha presentado, puede dejar usted la fotocopia o quiere...
Hesayne: Sí, sí, doctor.
Dr. D'Alessio: Muchas gracias, monseñor, su testimonio ha terminado. Que
comparezca el próximo testigo, doctor LOPEZ.
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