Miño Retamozo, Antonio Horacio

Legajo Conadep N° 3721

 


Secuestrado en su lugar de trabajo en la Capital Federal, el 23 de agosto de 1976. El procedimiento fue el habitual. En primer lugar lo llevaron a la Seccional de Policía N° 33.
 

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«En la seccional 33 las cosas comenzaron normalmente. 

Fui interrogado primero por mi nombre y apellido, "nombre de guerra" (y yo no sabía lo que era), grado con que militaba en la "orga" (y tampoco sabía de lo que se trataba) y luego se me ofreció pasaporte, billete de avión y mil dó1ares para salir del país. Desconociendo lo que me preguntaban y negándome a responderles terminó el díalogo y comenzó la persuasión. Fui vendado y comenzaron los golpes. "Me rodearon 3 o 4 individuos y comenzaron a lloverme trompadas y puntapiés en todas partes y de todos lados. Persistiendo en mi actitud, fui conminado por razones más poderosas: garrotes y bastones de goma; repitiéndose la secuencia interrogatorios-golpes hasta que perdieron la paciencia y, para ser más eficaces, me llevaron a la Superintendencia de Seguridad Federal, Coordinación , envuelto en algo grueso, que bien podría ser una alfombra. Me metieron en un patrullero, en el suelo, en la parte de atrás. Dos o tres me pisaban para que no me moviera. "Allí fui llevado directamente a la "parrilla", atado al elástico metálico de una cama, ligado de pies y manos con electrodos y acariciado por la "picana" en todo el cuerpo, con especial ensañamiento e intensidad en los genitales.

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Sobre la parrilla uno salta, en la medida que le permiten las ligaduras, se retuerce, se agita y trata de evitar el contacto con los hierros candentes e hirientes. La "picana" era manejada como un bisturí y el "especialista" era guiado por un médico que decía si aún podía aguantar más. Luego de una interminable sesión me desataron v se reanudaron los interrogatorios.

Me acosaban con preguntas sobre el "cope del rim" y yo pensaba qué podía ser cope del rim y no entendía nada de esa jerga. Y al instante estaba de nuevo en la parrilla y se reanudaban los interrogatorios-picana-parrilla. Volvían a repetir las mismas preguntas, cambiando el sentido y la formulación a fin de encontrar respuestas y contradicciones. 

Recién al año siguiente, y por confidencia de un prisionero, supe que el "cope del rim". estaba referido al copamiento del Regimiento de Infanterla de Monte N° 29 de Formosal, ocurrido el 5 de octubre de 1975, ciudad en la cual yo viví durante todo ese año.

Los interrogatorios se hicieron luego más cortos, pero la "picana" era más fuerte, persiguiendo con encarnizamiento los esfínteres, siendo verdaderamente horrendo los electrodos en los dientes, que parece que un trueno le hace volar la cabeza en pedazos y un delgado cordón con pequeñas bolitas que me introducían en la boca y que es muy difícil de tragar pues provocan arcadas y vómitos, intensificándose, por ello, los castigos, hasta conseguir que uno trague. Cada bolita era un electrodo y cuando funcionaban parecía que mil cristales se rompían, se astillaban en el interior de uno y se desplazaban por el cuerpo hiriéndolo todo. Eran tan enloquecedores que no podía, uno, ni gritar, ni gemir, ni moverse. Un temblor convulsivo que, de no estar atado, empujaría a uno a la posición fetal. Quedando temblando por varias horas con todo el interior hecho una llaga y una sed que no se puede aguantar, pero el miedo al pasmo es superior y, por ello, en varios días uno no come ni bebe, a pesar de que ellos quieren obligarlo a que lo haga.

Todos los días inventaban cosas distintas para castigarnos en forma colectiva. Una vez fue bestial. Vino una persona que se hacía llamar "teniente" y dijo a alguien que él nos estaba dando instrucción militar lo cual no era ciert o, nosot ros estábamos fuertemente vendados, no podíamos hablar. Allí casi siempre había guardias y siempre estaban entrando y saliendo, llevando y trayendo gente.

Nos llevaron a algo que imagino era un salón grande, nos rodearon y comenzaron a golpearnos en todas partes, pero con preferencia en los codos y en las rodillas, chocábamos unos contra otros, nos llovían los golpes de todas partes, tropezábamos y caíamos. Y, cuando estábamos todos destrozados, en el suelo, comenzaron a tirarnos agua helada y con "picanas" nos levantaban y nos llevaban de nuevo a nuestro antiguo sitio. Nos dejaron todos apiliados, temblando, mojados, tiritantes, acercándonos unos a los otros para darnos calor. 

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Se escuchaban voces que ahogaban la constante testimonial de alguien que era torturado e indicaban que estaban jugando a las cartas. Cuando terminaban la partida se divertían en maltratarnos.

Cuando nos llevaban desde la "leonera" a la sala de tortura-interrogatorio-peores tratos, había que subir tres escalones y bajar dos o viceversa, subir dos y bajar tres y nos hacían dar vueltas para desorientarnos. "La noche del miércoles 1° de septiembre fue noche de traslado, para algunos, con ello el miedo y la inseguridad, pues en aquellos días era cosa muy sabida que los presos eran eliminados en los traslados, fabricándoles "enfrentamientos".

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Fuimos llevados a un L.T., o sea un lugar transitorio, de ablande, previo a la eliminación. Allí la tortura era tal que no teníamos nombre ni apellido, sino número, correspondiéndome el 11. "Aquello parecía un sótano, éramos 15 y, entre nosotros, reconocí la voz de Puértolas, por una entonación aguda que aún me sigue como un perro.

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El castigo era brutal, el jueves me llevaron dos veces y el viernes me dieron la paliza más bestial que jamás haya recibido. Había alguien en la parrilla, parecía Puértolas, aunque era muy difícil reconocer la voz, estábamos demasiado destrozados. Me atravesaron a la cama sobre él y, cuando me picaneaban a mí, él saltaba sobre la cama. Con los pies tocaba una pared y, por tocarla, por moverme, por ensuciarla, recibía golpes en las piernas».

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«Los castigos no terminaban nunca, todo estaba organizado cientificamente, desde los castigos hasta las comidas. A la mañama traían mate cocido sin azucar. De vez en cuando, un trocito de pan duro, que nos tiraban por la cabeza y a tientas nos desesperábamos buscándolo. La comida no tenía carne ni gusto alguno, muy salada algunas veces, sin sal otras. Un día traían polenta, otros fideos y al siguiente garbanzos en un bol de plástico, cada preso debía comer un bocado y pasar al de al lado y así hasta el final. Si alcanzaba y sobraba volvía de nuevo...».

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Después de sucesivos malos tratos y amenazas de muerte Miño Retamozo fue llevado al Regimiento de Infantería de Monte 29.
 

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«Llegué con un cartel más grande que una estrella de cine, pues para ellos era yo quien había planeado el copamiento del Regimiento.

El lunes, temprano, comenzaron a trabajar y lo hacían mañana, tarde y noche. Los primeros días, entre sesión y sesión, estaba desnudo, atado a una cama, con un guardia al lado y sin comer. Por la noche era llevado a un pasillo y tirado junto a los otros prisioneros que no sabían qué hacer, queriendo apartarse de mí por temor a ser confundidos y llevados en mi lugar. Por la noche llegaba "la voz femenina", conocido Oficial de Gendarmería que impostaba la voz y lo primero que hacía, era acariciarle a uno los testículos amicipándose al goce de lo que habría de ser su labor.

Así durante tres semanas, mañana, tarde y noche ahogándome con bolsas de plástico o metiéndome la cabeza en el agua o destrozándome con el "casco de la muerte" (escalofriante aparato lleno de electrodos que se coloca en la cabeza) que ni siquiera permite decir no. Simplemente el cuerpo se desgarra a traves de alaridos.

Una noche se entretuvieron con un chico de Las Palmas (Chaco) y yo. Los soldados se entretenían escuchando la radio, jugaban Patria, el crédito local y Rosario Central. Durante todo el partido al chico le aplicaron el casco, a partir de ese momento quedó loco como dos semanas. Después me volvió a tocar a mí. Durante los interrogatorios siempre había alguien que con una maderita le destrozaba a uno los nudillos de las manos o de los pies».

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De su posterior traslado a Formosa, Miño Retamozo agrega:
 

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«Siendo Formosa una ciudad de aproximadamerxte 100.000 habitantes casi todos los que estaban allí conocían la identidad de los torturadores, como el Sargento o Sargento primero Eduardo Steinberg, el segundo Comandante Domato, la "Muerte con voz femenina", también segundo Comandante de Gendarmería. 

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Cuando la guardia era un poco permisiva, pedíamos un cubo de agua y podíamos bañarnos. La primera vez que me bañé casi me muero. Cuando me levanté la venda me pareció imposible reconocerme. Estaba negro de marcas, como si me hubiera revolcado en alambres de puas, lleno de quemaduras, desde cigarrillos hasta el bisturí eléctrico, era el mapa de la desdicha. El "bisturí eléctrico" corta, quema y cauteriza. Lo utilizaron poco conmigo en relación con Velázquez Ibarra y demás prisioneros. De allí conservo huellas en la espalda ¿Electrodos o bisturí? Estando la espalda en carne viva se pegaba a la camisa, con el calor y la mugre, comenzó a descomponerse y yo no me daba cuenta. Mis compañeros que tanto me cuidaban llamaron a un soldado de la enfermeria para que me desinfectara la herida

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Un día conocí por fin cual había sido la lógica de mi infortunio, si puede hablarse de lógica en estos casos. Mientras que los presos políticos estaban en recreo, desde el calabozo de enfrente, alguien me relató que había "cantado" Mirta Infran. Habían apresado a ella y su marido. Primero lo torturaron hasta destrozarlo al marido. Luego lo eliminaron. Entonces comenzaron con ella. En determinado momento se extravió, pretendió salvarse o tropezó con los umbrales de la demencia y comenzó a "cantar" cosas inverosimiles. Mandó en prisión, fácilmente a más de 50 personas y dijo que yo había planeado el copamiento del Regimiento, que militaba en la organización "Montoneros" y que ellos me habían ofrecido apoyo logístico.

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En el año 1975 yo había conocido a Mirta Infran, tenía ella 19 años, trabajaba en un Juzgado y asistía a mi mismo curso, en el primer año de Ingeniería Forestal y nos vinculaba una amistad tangencial. 

Fui puesto en libertad el 6 de junio de 1977».

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