Rochocz, Frida

Archivo Conadep, Secretaría de Derechos Humanos


  

El día 26 de junio de 1976 fuí como solía hacerlo a la escuela secundaria, Nacional de Villa Ballester en horario nocturno. Tenía 17 años. Mi hermano, Gonzalo Abel Carranza, se encontraba detenido por razones políticas en la Unidad N° 9 de La Plata, y su esposa, María Claudia Mazza estaba detenida en Villa Devoto. Yo no militaba.

Al salir de la escuela me dirigí directamente hacia mi casa, Tupac Amarú 1296, Vicente López, llegando alrededor de las 11 de la noche. A una cuadra de casa ví movimientos extraños, coches estacionados adelante y hombres que entraban y salían. En un corto lapso de tiempo pensé que mejor sería no ir. Yo sabía que grupos armados parapoliciales solían ensañarse con los familiares de presos políticos. Pensé también adonde ir a esas horas de la noche, lo que probablemente ocurriría a mi familia, que haría yo al día siguiente. Respiré profundamente y seguí caminando hasta mi casa.

Al llegar delante de mi casa salieron dos hombres con anteojos y pelucas de mujer hablando a los gritos, se sacaron las pelucas justo cuando yo llegué a la puerta y pude verles la cara a los dos. Enseguida me empujaron contra la pared, me palparon y me preguntaron quien era. Oí gritos adentro de la casa. A veces la voz frágil de mi hermano mayor, Ramón Manuel Carranza, que estaba enfermo de leucemia mieloblástica y a quien preguntaban cosas. También pude percibir por la puerta el interior de la casa, habían tirado todo al suelo, gritaban y caminaban por encima de libros y ropa. Un hombre gordito y de tipo achinado, armado de un fusil estaba detrás mío.

No sé cuanto tiempo pasé así. Luego vinieron a vendarme los ojos. Lo hicieron con mi bufanda y me hicieron entrar en uno de esos coches Falcon sin matrícula que yo había visto delante de la casa. Me hicieron agachar en el asiento de atrás y me cubrieron con una manta. A cada lado se sentó un hombre. Oí que también llevaban a mi madre y a mi hermano, pero en otros coches. Los coches partieron estrepitosamente. Desde que me vendaron los ojos perdí la noción del tiempo y no puedo decir cuanto duró el viaje.

A veces los coches se quedaban parados y algunos hombres iban y venían. No sé lo que estaban esperando. La radio del coche estaba prendida y se oían cantar tangos. Luego me hicieron bajar a los empujones. Me llevaron al interior de un lugar. Tuve que entregarles mis alhajas. Me dijeron que a partir de ese momento yo me llamaría 703 y que tendría que responder a cada llamado. Oí que mi madre y mi hermano se llamarían 701 y 702. Me llevaron a otro lado, los pasos resonaban como en un gran galpón. Me hicieron agachar y entrar en cuatro patas en algo que sentí era como una carpa de lona de un metro de alto. Hacía frío. Yo tenía mi poncho catamarqueño en el que me envolví bien y empecé a escuchar. Se oían gemidos. De vez en cuando pasos y una voz que llamaba a un número, otra voz apagada que respondía. Debían haber muchísimas carpas como la mía en el galpón. A veces oía llamar a mi mamá, pero no a mi hermano.

No me quise sacar la vendas porque sentía que no serviría de nada, que no habría manera de irse de ahí. Al exterior del galpón se oían ladrar perros. Me trajeron un jarro de metal con un brebaje. Después pedí ir al baño y otras voces también pidieron. Me hicieron salir en cuatro patas y siempre con los ojos vendados ponerme de pie, senti que nos hicieron formar en fila india y caminar así. Nos hicieron salir y un lugar nos indicaron separarnos y así nomás bajarnos la ropa y hacer lo que teníamos que hacer. Luego reformar la fila india agarrados del que estaba adelante. Le apreté la manos de una que por lo que sentí en su voz era mujer y también joven. Y así otra vez a la carpa. Por momentos dormí. Y siempre así, números que llamaban, números que respondían, hasta que volvieron las voces de los que nos habían traído y llamaron nuestros números. Nos hicieron salir y subir otra vez en los coches. Otro viaje.

Me hicieron bajar y entrar en un lugar y subir por una escalera caracol. Allí oí las voces de mi mamá y de mi hermano que respondían a las preguntas que les gritaban. Oí que se llevaban a mi madre a un cuarto, desde donde la oí gemir. Oía la voz débil de mi hermano mientras lo prepoteaban. Después sacaron a mi madre y me llevaron a mí a ese mismo cuarto. Me ataron contra algo como el elástico de una cama. Debían haber cuatro o cinco tipos ahí adentro. Me preguntaron por nombres que yo no conocía y tambien por "el Gringo" A veces me decian, "¿así que vos sos la alemana?". Me preguntaron si los libros que había en casa eran míos y me gritaron que yo sólo tenía que leer la Biblia. Después me preguntaron por mi padre. Les dije que había muerto cuando yo era chica. Querían saber de dónde era. Les dije: alemán. Quisieron saber si mi padre era cristiano. Les dije que era judío. "Entonces a vos te vamos a dar el tratamiento reservado a los judíos."

Allí dijeron : "a la parrilla". Me arrancaron parte de la ropa. Me ataron algo metálico en el dedo gordo del pie izquierdo. Empezaron o tocarme el vientre y las piernas y cada vez había una descarga eléctrica. Cuando gritaba me aplastaban un almohadón contra la cara que me impedía respirar, mientras seguían preguntándome por nombres desconocidos para mí. Varias veces me dijeron: "¿Vos sos la alemana?", "¡Así que vos sos la alemana!". Yo ya había oído hablar de la picana eléctrica y me dije adentro mío que eso duraría mucho. De vez en cuando paraban y alguien me tomaba el pulso. Luego recomenzaban: "Si tenés algo que decir, vos decí Juancito, que soy yo o Carlitos, que es el de tu derecha", me explicaban a veces con tono paternalista.

No sé cuanto duró todo esto. En un momento pararon y se pusieron a hablar entre ellos en un costado. Yo tenía el vientre ardiendo y la pierna izquierda me dolía muchísimo. Después me desataron y me llevaron a otro cuarto, me tiraron en una especie de asiento, era como un cuadro de metal con una red de hilo plástico. Oí al lado mío a alguien que montaba guardia. Le pedí que por favor me pusiera las manos sobre el vientre porque me quemaba. Aceptó y sus manos frías me calmaron un poco. Él me decía : "Piba, ¿porqué te metiste en ésto?". Le dije que yo no me había metido en nada.

Estuve acurrucada así largo rato, hasta que nos llevaron a los tres y nos hicieron sentar en tres sillas, mientras ellos caminaban alrededor nuestro. Nos dijeron que se habían equivocado, que nosotros no éramos los que estaban buscando y que tenían que proceder así para acabar con la subversión. Me recomendaron a mí que no bebiera agua durante tres días, que sólo me mojara los labios. Nos llevaron otra vez a los coches. Me encontré otra vez acurrucada entre dos hombres, siempre con los ojos vendados y bajo una manta. El viaje fue bastante largo. Me hicieron bajar y sentí que me empujaban contra alguien y oí que eran mi hermano y mi mamá. Nos dijeron que contáramos hasta 50 y que recién entonces nos sacásemos las vendas de los ojos. Así oímos cerrarse las puertas de los coches y sin saber lo que nos esperaba contamos. Al sacarnos las vendas descubrimos que estábamos delante de nuestra casa, que había quedado en un estado desastroso después de la granada que habían tirado.

A partir de ese momento no tuve más donde vivir. Consideramos que podrían volver y buscamos refugio en otro lado. Lo primero que hice fue acompañar a mi hermano a que le hicieran una transfución sanguínea. Unas semanas más tarde salió en el periódico que un capitán del ejército llamado Leonetti había muerto heroícamente en un enfrentamiento al intentar capturar al subversivo "Santucho", Roberto Santucho. En el artículo la madre del capitán decía lo bueno que había sido su hijo. Reconocimos en la foto al imbécil que había pegado a mi mamá. También comprendimos que habían venido a buscarme porque presumían que yo era la "Alemana", la mujer de "Santucho", según lo que decía el artículo del periódico.

Mi madre me dijo que ella se había subido un poco la venda y que logró ver todo el tiempo que nos habían llevado primero a Campo de Mayo, el segundo lugar era en Panamericana y Avenida Márquez, un lugar que simulaba ser una especie de estación de servicio y que tenía siempre la radio a todo volúmen. Ella pasó a propósito varias veces después por ese lugar para verlo bien, inclusive vió entrar coches con gente bajo mantas.

Mi hermano Ramón me dijo que él pidió sacarse la venda cuando fué al baño porque estaba tan débil que no tenía equilibrio: el lugar dónde nos hacían bajar la ropa era una fosa asquerosa, y ahí, al borde se tenía uno que desvestir sin ver.

La salud de mi hermano empeoró y murió el 13 de octubre. Mi madre me envió a Europa en enero de 1977, considerando que era la única manera de preservar mi integridad física. Antes de partir fuí a visitar a mi hermano Gonzalo por última vez a la Unidad 9 de la Plata en diciembre del 76. Mientras hacía la cola al interior de la cárcel vinieron a buscarme dos tipos y me llevaron al costado hacia otro tipo que me preguntó quién era yo: lo reconocí imediatamente, era el "Carlitos" que me había torturado. Me hice la idiota y miré para el piso. Luego me dejaron volver a la fila.

Mi hermano Gonzalo quedó en la Unidad N° 9 de la Plata hasta el 3 de febrero de 1978, fecha en que supuestamente lo "liberaron". En realidad lo subieron a un camión junto con Guillermo Segalli y Miguel Alejandro Domínguez, todos desaparecidos. La declaración de desaparición de Gonzalo lleva el N° CONADEP 3512.

Yo fui durante muchos años alumna del Instituto Ballester, que es un colegio alemán en Villa Ballester. Allí había una profesora de historia que era esposa de milico y que me tenía mucho odio. Me pregunto hasta qué punto no es ella la que al origen pudo haberme denunciado como "la Alemana", puesto que dijo a varios de mis amigos: "no la vean a Frida porque corren peligro, es una subversiva". Esta maravillosa señora se llamaba "Señora de Silveira" y si mal no recuerdo su marido trabajaba en Campo de Mayo.-