Bahía Blanca
Testimonio sobre
el campo de concentración
"La Escuelita" de
Bahía Blanca.
Este es el único testimonio de los campos de concentración del sur de Argentina y muy especialmente de los existentes en la zona de Bahía Blanca.
El 19-9-74 contraje matrimonio con Carlos Samuel Sanabria, argentino nacido en Bahía Blanca
el 15-9-53, con quien tuve una hija Ruth-Irupé, quien nació el 28-6-75. Estudiábamos en la
Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca), yo en el departamento de Humanidades y mi
esposo en Ingeniería, habiendo sido yo delegada de curso y ambos activistas de la Juventud
Universitaria Peronista. En el momento de nuestra detención mi esposo estaba trabajando en un
negocio de venta de neumáticos "Casa Cincotta".
El día 12 de enero de 1977 al mediodía, soy detenida por personal del ejercito uniformado, en mi
domicilio de Canadá 240, Dto 2, Bahía Blanca; minutos después el mismo personal detiene a mi
esposo en su local de trabajo. Se nos traslada al Comando del V Cuerpo de Ejercito y de allí a un
campo de concentración: "La Escuelita". A partir de ese momento pasamos a ser por espacio de
5 meses, dos nombres más en la interminable lista de miles de detenidos-desaparecidos, víctimas
de la dictadura militar argentina.
Permanecimos 3 meses y medio en "La Escuelita", sujetos a torturas físicas y psicológicas,
acostados permanentemente. De allí el 25 de abril de 1977 somos trasladados a la cárcel de Villa
Floresta (Bahía Blanca), donde por 52 días estamos totalmente incomunicados, separados y en
celdas de castigo. A mediados de junio de 1977 -150 días después de la detención- el Poder
Ejecutivo Nacional emite un decreto por el cual pasamos a estar a su disposición. A los pocos
días de nuestra detención-desaparición, en el comando del V Cuerpo de Ejercito a mi familia le
habían mostrado un papel supuestamente firmado por nosotros donde "declarábamos" haber sido
puestos en libertad,'''
El 22 de agosto de 1977 mi esposo es trasladado a la cárcel de Rawson. Durante el traslado, esposado y vendado es objeto de golpes brutales. Permanece hasta octubre de 1979 en dicho establecimiento penal en condiciones infrahumanas de detención. Yo soy trasladada a Villa Devoto, esposada, vendada y sentada (con la cabeza entre las piernas) sobre el aparato de calefacción del avión en un viaje con Escalas que dura 10 horas.
A fines de 1979, luego de tres años de prisión se nos otorga el derecho a dejar el país y llegamos
a Estados Unidos, Carlos el 22 de octubre y yo junto a mi pequeña hija el 23 de diciembre de
1979.
Este testimonio es una prueba más de la existencia de detenidos desaparecidos en Argentina y de
la responsabilidad total que cabe a la Junta Militar en la realización de crímenes contra la
humanidad.
Me uno al pedido de los familiares de las víctimas y del pueblo de mi país, que hoy reclaman el
total esclarecimiento de la situación de los detenidos-desaparecidos:
Aparición con vida de los detenidos desaparecidos ;.
Aparición de los niños secuestrados y nacidos en cautiverio.
Juzgamiento y castigo de los culpables.
Responsabilizo al Gobierno Militar de Argentina por cualquier represalia que se tome sobre la
persona o los bienes de mi familia que vive en el país.
Me constituyo en testigo de cargo y me responsabilizo por todo lo expuesto en este testimonio.
Estoy dispuesta a declarar ante cualquier organismo que investigue la violación de los derechos
humanos en mi país.
El que sigue es el relato de la pesadilla en que la Dictadura Militar Argentina nos sumió (a mí y a mí familia) por espacio de tres años. Si hemos podido salir vivos de ese infierno ha sido por la presión ejercida sobre el gobierno argentino desde dentro y fuera del país por todos aquellos (Personas u organismos) que luchan por la plena vigencia de:.la Constitución y los Derechos Humanos en mi tierra. Por eso, por los que todavía sufren en manos de quienes sangrientamente se apoderaron del gobierno de mi patria el 24-3-76, es que exhorto a no abandonar esta justa lucha por la vida y la libertad de miles de hombres, mujeres y niños argentinos.
Allí permanecimos, en lugares separados hasta la tarde, en que luego de tomarnos declaración
con los ojos vendados y esposados fuimos del mismo modo; trasladados al Campo de
concentración. Cuando bajé del vehículo en que me llevaron, pude distinguir gracias a que mi
venda estaba un poco floja, la fachada de una vieja casa en cuyo frente se leía en grandes letras
negras: A.A.A. (Alianza Anticomunista Argentina), grupo para policial responsable de
numerosos secuestros, torturas y asesinatos y con el cual el ejército insiste en no tener relación.
Adentro de la casa, entre burlas, gritos y malos tratos, tomaron nota de la ropa que llevaba puesta
y me robaron [ilegible] un anillo. Luego me preguntaron:
Militar: -¿Quiénes somos nosotros?
Yo: -El Ejército
Mil.: No, quién te detuvo?
Yo: -El Ejército
Mil.: -El Ejército te dejó en libertad y nosotros te agarramos - te encontramos en la calle.
Era 1977 y los militares hacían cínicos y absurdos esfuerzos por deslindar responsabilidades.
Me llevaron a una pieza y me obligaron a acostar sobre un colchón. Allí, con las manos atadas
atrás, escuche durante toda la noche voces de hombres y mujeres: "Señor, agua", "Señor, quiero
ir al baño", "Señor, pan". Nadie respondía. De a ratos entraba alguien y golpeaba a algunos, o
gritaba insultos. Se oían quejidos.
Escuché durante toda la noche los gritos de mi marido en la tortura. Después supe que lo habían
atado desnudo a una cama metálica y le habían aplicado electricidad (picana) en las sienes, las
encías, el pecho, los testículos; supe que lo habían golpeado brutalmente. Luego me pareció
escuchar sus quejidos entra habitación contigua, a la mañana, cuando me obligaron a levantarme
descalza, pude ver - por un resquicio de abajo de la venda, - que él estaba tirado en el piso,
también había sangre en el suelo y me hicieron pisarla.
Me llevaron a interrogar a la cocina, había allí unos cinco o seis militares, entre interrogadores y
guardias. Me pusieron una picana al lado mientras gritaban "Máquina" (así llaman a la tortura
con picana); con un arma me apuntaban en la sien y apretaban el gatillo. Decían que iban a matar
a mi hija. Me golpearon y luego cínicamente me leyeron el testimonio de una mujer a la que
habían torturado salvajemente. Me decían que ellos no me estaban haciendo nada de eso, que por
lo tanto todo eso era mentira -yo sabia que no era mentira-. Pero luego hicieron venir a mi esposo
para que me contara su tortura.
Casi no podía hablar porque tenía la boca llagada y la lengua lastimada de haberla mordido cuando le aplicaban electricidad. Después de golpearme y amenazarme con "hacerme jabón" (por ser judía),me hicieron volver a la habitación diciendome que en dos semanas me iban a venir a buscar de nuevo y me iban "a matar, si no te acordás de las cosas". Me sobresaltaba varias veces al día al oír el motor del auto de los torturadores, pensaba que venían a buscarme. Pasaron dos semanas y no volvieron.
Constaba de dos habitaciones donde se encontraban las camas cuchetas en las que
permanecíamos acostados los prisioneros. Cuando llovía, el agua caía a chorros dentro de las
piezas, empapándonos ya que no nos podíamos mover. El piso de esas habitaciones era de
madera, con huecos y roturas; las paredes amarillentas y las ventanas, altas y con rejas coloniales
tenían postigos verde oscuro. Siempre espiando por debajo de la venda podía ver desde mi cama
la inscripción A.A.A. en la pared de una de las. piezas; había un pizarrón en la pared opuesta. En
el medio de esas habitaciones había un balcón con piso de baldosas, donde se instalaba un
guardia a controlar que no nos moviéramos ni habláramos.
También había allí una cama con un prisionero. Una reja clausuraba esa parte de la casa. Luego
de un pasillo, venía la habitación de los guardias. La cocina y el baño (adonde a veces nos
duchábamos). Se atravesaba una puerta para salir al patio, donde estaba la "sala de tortura", la
letrina adonde nos llevaban a hacer nuestras necesidades y un aljibe que utilizaban para torturar
colgando a las personas durante horas con el cuerpo sumergido allí. También había una casilla
rodante donde dormían los guardias Luego agregaron una o dos casillas más para otros
detenidos-desaparecidos.
Este es el plano aproximado del lugar. En más de 100 días, se dieron muchas oportunidades de espiar por debajo de la venda, a pesar de los algodones que nos colocaban, de la cinta adhesiva que nos pegaban a la piel o de los golpes que recibíamos ante la sospecha de que espiábamos. A pesar de que podría reconocer perfectamente el lugar si lo viera, hay algunas imprecisiones en el dibujo, sobre todo en lo que respecta a la ubicación de los lugares en el patio.
Estos jefes (aparentemente oficiales) estaban encargados de la tortura, en los interrogatorios, y
también tomaban parte en los secuestros y traslados. Algunos guardias participaban en la tortura
y en los operativos (secuestros) -de lo cual se vanagloriaban-, recibían a cambio dinero extra y
ademas el beneficio de repartirse el "botín". Todos los guardias eran encargados de la diaria
tortura física y sicológica consistente en el maltrato y la humillación permanente que luego
describiré.
Había dos interrogadores (personal de Inteligencia) que aparentemente supervisaban el "trabajo"
de los jefes de turno y que venían imprevistamente o cuando habla nuevos secuestrados. Cada
tanto venían comitivas especiales, precedidas por un estado de nerviosismo de los guardias -que
en esas oportunidades limpiaban el piso-. En una de esas recorridas pude ver -por un resquicio de
la venda- un par de botas militares y parte de un pantalón verde oliva. De todos modos el ruido
de las botas sonaba aterrador sobre el piso de madera -aún antes de haberlas visto- (Tanto los
guardias como los jefes usaban ropa civil, esmerándose en que su calzado fuera silencioso para
que nunca tuviéramos exacta noción de donde se encontraban). También había un "médico" o
enfermero en el último tiempo.
Los turnos de guardia se distribuían de la siguiente manera: 3 grupos de 4 Cada grupo tenía un
día de turno, un dúa de descanso (en que estaban autorizados a salir del lugar) y un día de "retén"
en que se quedaban a reforzar la guardia en caso necesario. El grupo de refuerzo era el encargado
de ir a buscar la comida al comando. El grupo diario rotaba en los siguientes puestos: Uno
adentro de las piezas, uno en el pasillo, uno en la qarita de afuera y el cuarto móvil. Luego de
meses de estar atenta a los ruidos y a las voces, y a las conversaciones que podía captar entre
ellos, pude darme cuenta de cuantos eran y como se organizaban. Todos se llamaban entre ellos
por sobrenombres; las descripciones físicas aproximadas puedo darlas gracias a lo que espíe bajo
la venda floja y a que en las pocas oportunidades en que nos podíamos bañar ellos se colocaban
una capucha negra al quitarnos la venda.
El encargado de nuestro traslado a la cárcel fue el oficial Núñez (alias Mono), que se
desempeñaba como encargado de los "detenidos especiales" (presos políticos) en la cárcel de
Villa Floresta (Bahía Blanca).
Interrogadores: Tío, Pelado.
Jefes de turno:
Primer turno de guardia: Desde mediados de diciembre hasta mediados de febrero de 1977.
Segundo turno de guardia: Desde mediados de febrero hasta alrededor del 22 de abril de 1977).
Alrededor del 23 de abril volvió el primer turno pero sólo dos días hasta nuestro traslado a la cárcel no pude identificarlos bien.
Obligados a estar acostados, a veces inmóviles o boca abajo durante largas horas, con los ojos
vendados y las muñecas atadas fuertemente (en los hombres se solía utilizar esposas). Cubiertos
con una sucia manta cuanto las temperatura alcanzaba varios grados bajo cero, éramos obligados
a cubrirnos hasta la cabeza cuando el calor era fuerte.
La venda en los ojos era fuertemente ajustada, aunque en oportunidades pasaban guardias que no
las ajustaban lo cual era usado como excusa en la guardia siguiente para pegarnos "Por no
avisar" Frecuentemente nos tapaban también los oídos con la venda. Muchas veces se nos
permitía hacer nuestras necesidades una sola vez por día y luego de muchas horas de pedirlo.
Otras veces los guardias nos ofrecían llevarnos al baño pero eran tantos los golpes, empujones y
malos tratos que recibíamos en el trayecto que preferíamos no ir.
En una de esas idas al baño me rompieron un diente empujandome contra la reja que cerraba la
entrada a las habitaciones. Otras veces nos hacían formar un "trencito"; entraban a gritos en las
habitaciones, golpeándonos con un garrote de goma nos apuraban a que nos pusiéramos los
zapatos, que buscábamos a tientas alrededor de la cama. Luego nos hacían formar en hileras de 4
ó 5, tomados unos de las ropas de los otros, a veces podíamos tomar la mano de alguien, ellos no
lo sabían y su propósito era humillarnos y reírse de nosotros, pero ese contacto con una mano
solidaria nos reconfortaba. El baño en cuestión era una letrina sin puertas, en el patio. Mientras
hacíamos nuestras necesidades eramos observados por los guardias que nos insultaban.
Estábamos tan debilitados que nos desmayábamos muy frecuentemente cuando nos
levantábamos para ir al baño.
Estábamos muy sucios, nos bañábamos cada 20 días y en el transcurso no se nos permitía
lavarnos las manos, con las que solíamos comer muchas veces a falta de cubiertos. Nos echaban
polvos insecticidas tóxicos sobre el cuerpo y el cabello "para combatir pulgas y chinches".
Mientras nos bañábamos eramos observadas por los guardias encapuchados, luego del baño, nos
volvíamos a colocar la misma ropa sucia. A veces, cuando saqueaban las casas solían traer
algunas ropas al "campo"' y una vez obligaron a todos los hombres a vestir camisones de mujer y
vestidos mientras se secaban sus pantalones. El objetivo era humillarlos. En días muy fríos solían
bañar a los hombres con una manguera en el patio, como a los animales.
La comida consistía en almuerzo a la 1 (13 horas) y cena a las 7 (19 horas); o sea que durante 18
horas seguidas no probábamos bocado. Vivíamos con hambre permanentemente. Yo adelgacé 10
kg. llegando a pesar 45 kg. (mido 1,64 m). A la comida escasa, falta total de azúcares y frutas, se
sumaba el hecho de que la situación de "stress" permanente hacía que nuestro organismo
consumiera mayor cantidad de calorías. Solíamos temblar durante horas de frío, a veces en
verano. Comíamos nuestro plato de comida con los ojos vendados, sentados en la cama y con el
plato sobre la falda, apoyado en la almohada. Cuando había sopa o guisos líquidos los golpes
eran permanentes porque los guardias pretendían que mantuviéramos el plato derecho, cosa
imposible con los ojos vendados.
Cuando teníamos sed podíamos pedir agua durante horas sin obtener más respuesta que
amenazas o golpes. Hablar estaba prohibido y era castigado con golpes de cachiporra de goma,
puñetazos o quitándosenos el colchón. Una vez que me encontraron hablando me llevaron a los
empujones hasta la cocina, me obligaron a desnudarme y a colocarme bajo una gota de agua que
caía por un agujero del techo, ya que estaba lloviendo. Estuve media hora parada allí y luego me
pegaron fuertes patadas. Ea otra oportunidad, me colocaron en la misma pieza con mi esposo
después de 3 meses de no vernos.
Luego de dos días de escuchar atentamente tratando de encontrar un momento para hablar,
creíamos que no nos observaban y alcanzamos a cruzar algunas palabras, pero nos estaban
escuchando: fuímos brutalmente golpeados y por supuesto separados de habitación. Nunca voy a
olvidarme del día de mí cumpleaños, el 7 de febrero: me permitieron sentar en la cama; también
había música ese día: estaban torturando a Carlos Mario D'Ilaqua y a Hugo Pvonpíndal y
pretendía tapar los gritos con el ruido de la radio.
Cuando detenían a gente nueva solían traer buena comida, nos decían que: "debíamos estar
contentos" en esas oportunidades. El día en que detuvieron a "Benjamín" -un muchacho de 17
años- nos habían traído un trozo de queso para la cena. Benjamín -casi un niño- fue
brutalmente golpeado; después de tenerlo todo el día sin comer, alternativamente colgado de los
brazos y sumergido en el pozo de agua y parado al sol, lo trajeron a nuestra habitación. Allí le
ataron las manos a los pies de mi cucheta (yo estaba en la cama de arriba). Toda la noche estuvo
allí parado y desnudo, recibiendo los golpes de los guardias que entraban a cada rato diciendo
que "estaban aburridos" y "querían boxear un poco".
Lo golpeaban en el estómago y caía, quedando colgado de las manos; lo obligaban a levantarse y
lo volvían a golpear. En un intervalo alcancé a pasarle unos trozos de queso y de pan por debajo
de la manta: debía colocármelos entre los dedos de los pies y alcanzárselos hasta su mano, ya
que de otro modo nos podían descubrir.
E1 clima de violencia era permanente, nos amenazaban constantemente gatillando sus armas en
nuestra cabeza o boca. Una vez, a uno de los guardias que estaba parado enfrente de mi cucheta
se le escapó un tiro adentro de la habitación, podía haber sido fatal.
Había cosas insólitas: un día nos trajeron a todos cepillos de dientes y pasta dental, no teníamos
nada, casi no nos bañábamos y a duras penas nos llevaban al baño, ¿nos dejarían lavar los
dientes? Un día cuando nos llevaron al baño nos dieron un vaso de agua para que nos laváramos
los dientes, yo no pude resistir unos minutos más parada y me desmayé. A los dos días nos
quitaron todo: la pasta dental era de los Laboratorios del Ejercito Argentino.
En los últimos tiempos trajeron un médico o enfermero que venía a preguntarnos como estábamos: como las mujeres no menstruábamos nos decía que nos iba a poner una inyección pero que iba a ser "antes de ir a la cárcel". Escuché que les decía que les iba a poner esa inyección a Zulema Izurieta y a María Elena Romero la noche en que las sacaron de allí. Minutos después sentí como hablaban con la voz del que se esta durmiendo por efecto de la anestesia.
Graciela permaneció en "La Escuelita", obligada a estar acostada, vendada y maniatada como el
resto de la gente. El último mes de su embarazo se le permitía "caminar". Esas caminatas,
vendada, consistían en unas diez vueltas alrededor de una mesa, sosteniéndose de su borde. Unos
días antes de dar a luz la llevaron a una casilla rodante en el patio. El día 17 de abril dio a luz un
varón, sin asistencia médica, pero normalmente-.
Pedí insistentemente que se me permitiera asistirla o acompañarla pero no me dejaron. Fue asistida por los guardias. El día 23 de abril fue sacada de "La Escuelita" y no supe más de ella. Figura en las listas de detenidos desaparecidos de A.I. Su hijo, según los guardias fue entregado a uno de los interrogadores. -
Yo estaba en la misma habitación que Zulma y María Elena Romero (quien fue sacada de allí esa misma noche), vino el enfermero y me cambio de habitación; en la otra pieza estaban Braco y Benja (compañeros de Zulma y María Elena respectivamente). Escuché como les inyectaban con anestesia -los guardias les hacían bromas al respecto y se oía la respiración rítmica y profunda de quien se está durmiendo; los envolvieron en mantas y los sacaron de allí. Al día siguiente las dos parejas aparecieron en los diarios como muertos en un "enfrentamiento" con fuerzas militares en una casa en General Cerri, población cercana a Bahía Blanca. (Diario "La Nueva Provincia" del 12 ó 13 de abril de 1977).
Carlos y Hugo fueron muy torturados. A Carlos le dislocaron un brazo en la tortura (colgándolo de los brazos dentro del pozo de agua). En tarde del 13 de abril todos ellos fueron trasladados junto con Elizabeth y María de los Angeles Ferraris. Cuando me llevaron al baño al mediodía pude ver, por bajo la venda los pies de los seis, que estaban sentados a lo largo del pasillo angosto.
Nunca más supe de ellos.