De esta manera, quisieron legitimar lo que luego sería la ley de Autoamnistía decretada por
Bignone. En ese entonces, y aún ahora, los hijos y la gente en general nos preguntamos qué
autoridad moral tenían para pedirnos "perdón y amor". Incluso esta posición obcecada y de lazos
tan estrechos con el horror les costó un enfrentamiento con el Vaticano. ¿Qué ironía, no? Cuando
el mismo Papa, junto a la cúpula eclesiástica, bendijo a los militares en la época de Malvinas.
El Episcopado sólo nombra a los presos y a los desaparecidos desde su "preocupación", siempre
basada en la teoría de los dos demonios.
Hoy también nos preguntamos dónde está lo insuficiente de sus actitudes cuando tratan el tema
veinte años tarde y, otra vez, por presión del Vaticano; cuando le cerraron las puertas de la Iglesia
y les negaron información a los familiares; cuando los capellanes castrenses daban su apoyo
espiritual a los torturadores en sus "dudas morales"; cuando Monseñor Plaza entregó gente;
cuando éste, junto a Tortolo, Bonamin y otros entraban a los campos de concentración para
pedirles a los torturados confesión y así sacarles información.
Ante este cuadro de tantos pecados horrorosos cometidos por la misma Iglesia nos invade,
inevitablemente, un sentimiento de profundo escepticismo e incredulidad ante su documento.
Más aún cuando no hay tampoco ninguna actitud concreta. No se ha excomulgado a ningún
torturador (es más, concurren a misa asiduamente), ni tampoco a ningún miembro de la Iglesia
que participó en la tortura (Von Wernich, a modo de ejemplo) y aún no han brindado la
información que negaron en su momento. De más está decir que nunca nos han acompañado
como institución en nuestro reclamo de juicio y castigo. Tampoco han reconocido ni pontificado
a sus mártires que sí tomaron una actitud digna y sí estuvieron realmente a la altura de las
circunstancias y en muchos casos lo pagaron con su vida, como Monseñor Angelelli, el Padre
Mujica, los Padres palatinos, las religiosas francesas, y muchísimos más.
Quizás también sea necesario decir que si la Iglesia como institución hubiera tomado una actitud
similar, hoy miles de nuestros padres estarían con nosotros. Es doloroso saber que en sus manos
estuvieron millares de vidas, pero también es una gran verdad. No hubiera sido posible un
genocidio de esta magnitud con la Iglesia como principal obstáculo, con la Iglesia poniendo su
influencia y su inmensa capacidad de movilización en defensa de los derechos humanos.
Como decía Monseñor Jaime de Nevares "Como no se cura un cáncer con una curita, no se reconcilia una sociedad muy herida haciendo la del avestruz y tapando ... Acá no pasó nada. por el contrario, la paz y la calma volverán sólo cuando se haga justicia".