desaparecidos

Sin Marcos


"Desaparición y el Exilio"






El 24 de marzo de 1976 Argentina se encuentra desde hace un tiempo inmersa en una crisis socio-económica, consecuencia de un gobierno peronista vacío de poder y sin ningún plan económico concreto; un marco político represivo sustenta la toma del poder por militares, sin dejar de mencionar la complicidad civil del proceso como el mismo peronismo y jueces corruptos.

Es necesario aclarar que la represión en la Argentina data de muchos años anteriores a 1976 como el protagonismo militar al servicio de la minoría conservadora quien ostenta el poder desde los inicios mismos de la república.

La transformación de la economía y el comportamiento social sería el objetivo de la junta militar con R. Videla al frente al llegar al poder. Medidas a tomar para el logro de dichos objetivo serán las intervenciones a la CGT y Sindicatos, prohibición de huelgas y negociaciones colectivas, congelación de salarios, persecución y represión de dirigentes y militantes políticos ya iniciado por el peronismo y justificadas por los decretos sancionados en 1975 por la entonces presidenta Mª. Estela Martínez de Perón (Isabelita) y su séquito liderado por José López Rega. La eliminación del proteccionismo económico generó crisis en la economía nacional frente a la competencia de productos importados.

La devaluación del peso en un 400% y la inflación del 100% fueron las causantes directas del aumento de la deuda externa, una fuerte concentración de poder económico y poder de decisión en unos pocos grupos. Un proceso de desindustrialización reemplaza la producción por la especulación.

El Gobierno Político fue reemplazado por los tres comandantes de las fuerzas armadas, el Congreso es reemplazado por la Comisión de Asesoramiento Legislativo, integrada por tres altos jefes de cada fuerza, nueve en total; el Poder Judicial sigue funcionando pero ajeno a las cuestiones políticas, los jueces, obedientes al poder dictatorial, favoreciendo la represión ilegal, la sustracción de civiles de sus jueces naturales, procesamiento ante tribunales militares inconstitucionales y la facultad del Poder Ejecutivo de sancionar leyes que tenían función preventiva a las detenciones en manos de las Fuerzas Armadas, leyes que facilitaban la acción de las fuerzas represoras. Muchos de estos mismos jueces, al término de la dictadura, "contribuirían" a hacer posible la impunidad de la que han gozado los violadores de los derechos humanos hasta llegar a las leyes de "obediencia debida" y "punto final", una aberración y la negación absoluta a crímenes de lesa humanidad.

Cabe destacar que en el mismo periodo, la jerarquía episcopal conviviente y cómplice con la dictadura militar, apoyaba descaradamente la "doctrina de la Seguridad Nacional" por medio de la justificación teológica de la tortura, el asesinato de prisioneros indefensos en forma clandestina y aceptando la represión como un instrumento válido. El episcopado argentino observó una conducta reprochable y sin parámetros en el mundo en ninguna otra época. Pocos fueron aquellos que dieron su vida comprometidos con el evangelio por su vocación sacerdotal.

Vale la pena recordar que la iglesia muy tempranamente ha tenido como característica justificar el poder político y militar con los que ha mantenido estrecha relación. En la Argentina, la más conservadora y retrógrada de América Latina, hubo movimientos y grupos, tales como "Sacerdotes para el Tercer Mundo, Conferencia de Religiosas, Movimiento Rural, Juventud Obrera Católica, Juventud Universitaria Católica y otros que luchaban por ser aceptados por una iglesia recalcitrante, que intentaban aportar elementos de renovación a la iglesia, quienes del lado de la lucha por la liberación de un pueblo oprimido fueron tildados de grupos "subversivos" luego abandonados a su suerte con la radicalización del proceso político, enfrentados a la más brutal de las represiones.

La misma Conferencia Episcopal Argentina que reconfortaba y amparaba a represores, también ignoraba a esas madres de desaparecidos, torturados, asesinados o tirados al océano, que sólo querían entregar una carta aun confiando en una Iglesia que día a día traicionaba y avergonzaba la conciencia , ya no solo de cristianos, sino de seres humanos.

Hubo exilios y proscripciones a mediados de la década de los setenta, generadas por la dictadura, de ahí la decisión de abandonar el país legal o ilegalmente para, así, distanciarse de la muerte. El abandono familiar, de amigos, lugares a los que se es asiduo, lugares de reunión, para eludir esos peligros y también esa amenaza, por asociación con militantes y otras personas, es el resultado del enfrentamiento con la represión o asesinato. Poco importa cómo se puede abandonar el país, física o jurídicamente; el tiempo que transcurre inmediatamente anterior a la salida es de vértigo. Es un tiempo que pone a prueba nuestras habilidades de vencer el miedo al mismo tiempo que se elude a nuestros represores. La sensación es de que el tiempo se detiene, los movimientos de un lugar a otro son lenta y penosamente interminables de mucha tensión, de poner todos los sentidos en lo que se hace, no hay margen para errores un autobús equivocado y allí están, bloqueando calles o rutas con los listados, pidiendo documentos, la distancia entre la vida y la muerte es generalmente una fina línea determinada por un pequeño error de decisión, si todo va bien pronto comenzara un viaje con destino al "exterior" y que para muchos es interminable, el desarraigo, ver a la distancia la desintegración de la familia, a diferencia de otros, nosotros no hemos viajado a ningún lugar si no que hemos huido de nuestro propio país, que es muy distinto por culpa del régimen.

Ya lejos, hemos perdido nuestras casas, nuestras familias, nuestros lugares, nuestros barrios, nuestros amigos; a partir de entonces nuestro entorno será una colección de piezas dispersas que pasará mucho tiempo, si acaso alguna vez sea posible, volver a juntarlas para formar aquel sentimiento de seguridad con vista al futuro que alguna vez sentimos; nadie piensa que su salida es definitiva y terminante. Pasan muchos años y en casos duran toda la vida antes de identificarse como un miembro activo y productivo de su nuevo entorno social; muchos, la mayoría de estos ciudadanos abandonan el país dejando sus familias en un régimen de terror sumamente represivo, creando esto un estado permanente de tensión y ansiedad ante la imposibilidad de una comunicación directa y sin posibilidades de correspondencia, desde y hacia el exterior. La lucha por no perder la identidad es ardua y requiere de muchos sacrificios y ni hablar de los traumas tremendamente estresantes producidos por la represión y las torturas.

La lista de nombres de víctimas es muy larga, casi interminable, de todos los sectores sociales. No todos los asesinos fueron militares y esto quede claro, no es una justificación ni mucho menos; hubo quienes prepararon el terreno para este genocidio atroz y despiadado y, cuando hablamos de tramas, no podemos dejar de hablar del peronismo que los argentinos apoyaron incondicionalmente, ni de quienes sancionaron decretos que hicieron posible la eliminación de adversarios políticos con la excusa de la defensa de la democracia, democracia que ninguno de ellos jamás conoció, ni supo el camino para que ese pueblo tan "querido" llegara a ella.

Perón fue hábil políticamente en otorgar una plataforma para que tantos jóvenes pudieran expresar sus inquietudes en el quehacer nacional; demostró su inmensa cobardía aquel primero de mayo de 1974 en Plaza de Mayo, pues luego de usarlos políticamente, los echó diciendo "aquellos imberbes que no me dejan hablar" y así rompió sus promesas. Allí se firmó la sentencia de muerte para tantos jóvenes que indefectiblemente hubieran hecho de este país algo mucho más digno de lo conseguido hasta hoy. El peor delito de esa juventud fue luchar por las desigualdades, ayudar a alfabetizar a tanta gente que aunque parezca mentira no habían tenido ninguna oportunidad de aprender lo más básico en un ser humano de estos días, ayudar a que consiguieran un mejor estilo de vida con menos pobreza. ¿Cómo es posible que la doctrina peronista haya abandonado sus propios fundamentos?

A pesar de tanto sufrimiento, hoy, esta Argentina sigue enferma, nos quedamos con lo que el peronismo fue capaz de crear: una sociedad que no vota por ideales políticos, ni por convicción ciudadana, ni por conocimiento de una realidad nacional, todo ello sumado a años de represión de la que hoy nos queda la impunidad como una extensión al sufrimiento. Los Radicales son más conocidos por su exasperante inoperancia que, sin ser represiva, es igualmente condenable; todos, sin distinción, son muy adictos a la corrupción con una lista de familiares favorecidos con altísimas pensiones jamás afectadas por "Corralitos" u otras estrategias financieras para cometer defalco; son tan despiadados como la misma dictadura: ventas indiscriminadas de tierras a extranjeros, desplazamientos ilegales de indígenas de sus lugares ancestrales…, sin duda pasarán varias generaciones antes de poder apreciar un cambio. Hasta hoy nadie ha iniciado los mecanismos correctores a tantas injusticias; quién llega al poder sigue pidiendo préstamos como si esto fuera un "botín" a repartir entre los "elegidos" y la corrupción continúa en tal medida que hasta se ha convertido en un negocio muy lucrativo la inseguridad donde se confunde al delincuente común con el uniformado.

Ya no hay fronteras, todo es posible por muy poco dinero, la pregunta es, ¿valió la pena arriesgar y perder tantas vidas para lo que estamos presenciando hoy? Argentina va en caída libre al abismo, ¿qué profunda será esta caída? A la distancia y con mucha impotencia vemos como las promesas son sólo eso: promesas que nunca se cumplen.

Definitivamente, la respuesta no está en esta generación de políticos, pero, ¿cuántas generaciones más tendrán que pasar? Aquellos que un día salieron del país confiando en un futuro de poder regresar, van poco a poco perdiendo las esperanzas y, a medida que forman familias en otras latitudes, la ilusión se desvanece así como el interés de volver que sólo quedará en una inmensa tristeza por lo perdido.

Mario López Aguilar




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