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Carta a los viejos por la muerte de un hermano






Ricardo Omar y Enrique Horacio eran los hijos más chicos de Felipe Sapag ex-gobernador de Neuquén, y se incorporaron a la Juventud Peronista antes del golpe militar de 1976. Encontraron la muerte a manos de la dictadura que se instaló en el país después del 24 de marzo de ese año. Ricardo murió en junio de 1977 y Enrique en octubre de ese año, a los 24 y 19 años. Ambos fueron asesinados en Buenos Aires. Luego de la muerte de su hermano, Enrique le escribió una carta a su familia que tuvo una carga emotiva y de inyección de fuerza que fue la bisagra en la vida de Felipe Sapag para continuar en la política. A continuación, se reproduce la carta que publica Luis Sapag en su libro.

Papá, Mamá, Silvia, Luis, Mi querida familia

Domingo 3 de julio de 1977

Posiblemente ya sabía que alguna vez tendría que escribir esta carta, y ustedes que la recibirían. Bueno, Caíto está muerto, no ha podido sustraerse a un destino que no le correspondía pero que sabía que le podía tocar. No ha podido vivir más, pero nos ha dejado acá, una lección de vida. No va a ver el triunfo del pueblo, pero con su entrega ha forjado a construirlo iY cómo!. No ha vivido mucho más de 24 años, pero ha vivido tan plenamente, tan intensamente y con tal felicidad, que en su vida se resumen 1.000 años de historia, que en su lucha se resume la explicación final de para qué el hombre está sobre la tierra y en su muerte se resume que cuando estamos a la búsqueda de objetivos totales, superiores, comporta sobre todo, la simplicidad y la entrega, la humildad y el despojo personal, el amor por los demás. Caíto no era otra cosa que un pibe, pero las dimensiones de su acción nos obligan a respetarlo e incluirlo dentro de la "raza", y la estirpe de los grandes.

Desde chico mamó el amor de su familia, fue rebelde en su adolescencia. En la escuela sacaba justo para el 6 (¿Eh, mamá?). Estaba buscando algún sentido a este mundo y se hizo medio yuppie. "Sonríe sólo cuando viene a pedirme plata" (dicho con la dulzura de Papá, no con las connotaciones hijas de puta de la revista Gente). Escuchaba a los Beatles, pero ni ahí, ni en sus estudios de contador, ni de arquitectura, estaba su destino. Simplemente todas esas pruebas le sirvieron para descubrir cuáles eran los mecanismos de esta sociedad, cuáles eran las sucias motivaciones de un poder injusto. Y sobre todo, para descubrir que ese poder injusto, entre todos, podía ser destruido.

Hasta el 30 de junio de 1977, día final, devino en Montonero, devino en luchador incansable, batallador, gladiador de la justicia. Como les digo, en Montonero.

Ah, familia mía, qué placer era estar con él. Siempre irradiaba un no sé qué. Que nos quede la satisfacción de saber que él estuvo siempre feliz de su vida. Hasta en su momento último lo imagino avasallante, despierto.

Yo había perdido contacto con él luego de la muerte de Norma (7 de febrero) y lo recuperé hace 2 meses. El me dijo que estaba "medio tristón", que "es un golpe muy fuerte perder a la compañera", pero ustedes vieran, su imagen y su entereza eran la imagen distinta a eso, claramente sabía que la mejor forma de recordar y llevarla en el corazón a la Flaca no era precisamente dejarse abandonar. Sus compañeros le tenían devoción. Es que el Tata (su nombre de guerra por varios años) tenía mística, y era fácilmente amable (no de amabilidad, sino de amor).

Como les decía, yo hace dos meses recuperé contacto con él, nos veíamos cada 3 o 4 días, y en los últimos días, más asiduamente. La última vez fue el 29. Fuimos juntos a hacer las compras para su casa (vivía momentáneamente con un matrimonio de compañeros). Y me enternecí un poco, porque en ese nivel, el doméstico, él que siempre fue un fiaca, se estaba superando siempre. En una bolsa grandota de papel iba poniendo la carne, la manteca..., la polenta.

Como les digo, me enternecí. Y nos reímos.

Acá quisiera contar todo. Pero hasta eso es insuficiente, lo importante es que charlemos lo importante. Caíto se llamaba Tata también. Tata quiere decir Papá. Yo, les cuento, siento que el Tata ha sido un poco un Padre para todos nosotros. Porque nos ha enseñado muchas cosas. Estemos siempre a la altura de lo que él quiso para nosotros, no traicionemos su recuerdo, y sigámoslo hasta allá donde podamos. Yo, ahora, voy a hablar por boca de él, de lo que él hubiera dicho en sus últimas palabras, si hubiera podido, si lo hubiesen dejado.

A mí me hubiera dicho: "No me le afloje macho" o "No me le afloje machito".

Con ustedes, con ustedes, con cada uno de ustedes, no sé exactamente qué palabras habría usado, pero les digo que los hubiera mirado tan profundamente como diciendo "Comprendanmé, comprendanmé. Y no me lloren".

El los quería a ustedes entrañablemente, no era un insensible, pero sabía que tenía que sacrificar un montón de cosas. Como me pasa a mí.

Les ruego que no me insistan que abandone esto.

Muestrenlé al mundo, que los despojados 24 años de Caíto, van a servir de ahora en más para superamos y ser mejores, día a día.

Muestrenlé al mundo que Ricardo Omar Sapag era un gran tipo.

Muestrenlé esta carta a la familia, yo no sé, pero quizás todavía supongan que somos dos descarriados a los que les han llenado la cabeza. Arranquen, aférrense a las enseñanzas de Caíto, no vivan de su recuerdo y no vivan de la esperanza de reencontrarse en algún lugar del mundo conmigo. Yo me quedo acá. Y ustedes también, porque deben mostrarle al mundo sus cabezas altivas, porque deben decirle que su hijo Ricardo Omar era un gran tipo, y deben demostrar que no son la familia donde hizo nido la desgracia, sino donde por fruto del amor, floreció y creció ese gran tipo que se llamó Ricardo Omar Sapag. Yo, mis chicos, no quiero hacer comparaciones odiosas, pero Caíto como Jesucristo, murió para que vivamos. Nos corresponde no endiosarlo, pero es una obligación también estar contentos y felices de que una luz nos ilumina.

No pido que mi familia sea dueña del estoicismo espartano, como el de aquella mujer que pregunta primero por la Patria y no por sus hijos que han muerto en la batalla. Yo no lo pido, yo ¡lo exijo!, por el recuerdo de mi hermano.

Acá llegamos a un punto clave: Sobre si es justo o no en nuestro caso el uso de la violencia ¡Sí, es justo! Porque el nuestro es el legítimo derecho a la defensa propia. Porque ellos son los avasalladores, ellos son los prepotentes que quieren acallar la voz de la justicia. Porque ellos, defensores del Poder de unos pocos, son, no digamos ya los que torturan y asesinan con los rudimentos más salvajes a varios miles, sino digamos mejor que son los que torturan día tras día a las madres que no pueden dar de comer bien a sus hijos, a los hijos que no pueden vivir dignamente, a millones y millones de trabajadores que se desloman de sol a sol, para traer a la mesa un mísero mango. Para cambiar esto, murió Caito. Murió para que vivamos.

Muchos dirán, "el mundo es así, qué se le va a hacer". ¡No!. El mundo no es así, el mundo puede ser cambiado. Debe serlo. Los católicos hablan de la superación del hombre y de la sociedad. Nosotros, a través de nuestra convicción política vamos a conducir al pueblo argentino a ese cambio. ¡Por eso murió Caíto, murió para que vivamos!

No admitan eso de "Pobre Chela" ó "Felipe está deshecho". No lo acepten, rechácenlo vigorosamente; no cualquier hogar genera un hijo digno hasta el final como Caíto!. ¡Pobres los otros, que no han tenido hijos como la gente!.

Llorémoslo a Caíto, pero hasta un punto. Recordemos o sepamos que llorar cuando alguien muere, es llorar no por el muerto, sino por nosotros mismos, porque nos va a costar acomodamos a la nueva situación. Es decir, el llanto es una expresión de dolor y compasión hacia nosotros, que nos quedamos solos. No hacia el muerto. Yo estos días estoy llorando mucho pero, pensando por supuesto en Caito, lloro por mí, porque me quedé sin él. O a lo sumo lloro pensando en todo lo que sufre mi familia, Caíto no quiere que lo lloren!. ¡Sí él fue feliz!. ¡Muy feliz!.

Lo que quiero decir es que llorar es un sentimiento de compasión hacia uno mismo, que naturalmente no vamos a impedirle cauce, pero que, de perpetuarse, significará que somos incapaces de resolver por nosotros mismos los problemas, que dependemos absolutamente de los demás y que no somos valientes. Me refiero tanto a llorar, como a otras formas de expresar dolor: llámesele negativa de los intestinos a funcionar (esto me pasa a mí), llámesele profundos estados de depresión, llámesele ataques al hígado (Mamá, te permito unos pocos, esta vez).

Tampoco se permite pasar mucho tiempo en la cama o dormirá mucho (como yo hoy: 12 horas) porque esto significa que estamos evadiendo la realidad. Y a la realidad no hay que evadirla, hay que transformarla. Yo tampoco admito eso de "Pobre Enrique, ahora está solo". No, Enrique no está solo, está bien acompañado. Claro que necesitaría unos mimitos de mi familia, pero no se preocupen: Enrique está de novio y goza de unos mimos "cualitativamente superiores", me va a costar mucho vivir sin Caíto. Tanto o más que a ustedes. Pero hacer, construir mi vida, es una obligación que no debo eludir y que no voy a eludir.

Me ha hecho muy bien escribirles. Espero que estén serenos y juntos, alrededor de la mesa. Caíto vencerá.

Enrique




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