GALERIA DE LA MEMORIA desaparecidos




Presentación

  • El derecho a la memoria"

  • Galería de la Memoria: Complemento
  • LA GALERIA DE LA MEMORIA*

    Por: Iván Cepeda Castro y Claudia Girón Ortiz
    Fundación Manuel Cepeda Vargas.

    En un pequeño municipio de la Costa Atlántica de nuestro país existe un paraje en el que hay un árbol sembrado hace cientos de años. En algún momento de la Colonia, de una de sus más fuertes ramas fueron colgados unos cuantos indígenas rebeldes al sometimiento español, seguramente pertenecientes a una de las tribus Caribes, cuyo carácter indómito no pudo ser doblegado por los conquistadores. La tragedia quedó en el silencio y al pasar las décadas su recuerdo se debilitó en la memoria colectiva.

    Hace pocos años, varios campesinos aparecieron muertos a la sombra del mismo árbol. Habían sido asesinados por un grupo paramilitar que cumplía las órdenes de un terrateniente de la región, quien planificó la masacre para quedarse con sus tierras. En ese lugar de muerte, como en muchos otros de nuestra geografía, aún hoy no existe un monumento que narre los episodios de la violencia, que sirva de testimonio para la memoria de nuestra sociedad frente a los crímenes de lesa humanidad con el fin de que éstos no vuelvan a repetirse.

    La memoria compartida se construye en el lenguaje y en la palabra, en los recuerdos que la historia oral o escrita nos trae del pasado. En la conversación familiar o en los discursos públicos, en los libros o en las inscripciones funerarias encontramos la narración de nuestra historia particular, y el sentido del tiempo que nos proporciona autoreconocernos como comunidad. Es por eso que cuando la palabra pierde su significado, cuando dejamos de percibir su sentido originario, la memoria se diluye e incluso corre el peligro de extinguirse.

    Mas por sí solos el lenguaje y la palabra no dan cuenta de toda la riqueza que encierra la experiencia de la memoria social. Las artes plásticas con sus imágenes, por ejemplo, nos proporcionan una vivencia estética asociada frecuentemente con la experiencia de una sensibilidad pretérita. El asombro que desde el principio de los tiempos ha causado en el hombre el misterio de la muerte, la búsqueda de la eternidad en el recuerdo, se ha encarnado también en los rituales funerarios, que a decir del antropólogo estrucutralista Levi-Strauss son "la marca innegable de la autoconciencia, porque reconozco la finitud de la vida propia, a partir de reconocer la existencia del otro como un semejante"(1).

    Pero además, el pasado vive, así sea en forma latente, en nuestro entorno, en el mundo material de los objetos que nos circundan. Los artefactos de la vida cotidiana pueden llegar a poseer, conjugado con su carácter estrictamente utilitario -con su valor de uso y de cambio-, un valor histórico, cuando al perdurar en el tiempo "nos traen" el testimonio de un mundo pasado o de la biografía de algún ser humano en particular. Cuando son separados de su tiempo y de sus funciones utilitarias, cuando son ordenados con el propósito de suscitar los recuerdos, los objetos materiales adquieren la categoría de dispositivos de memoria. Tal es el significado cultural de los museos, pues son los espacios que por excelencia redefinen el valor histórico de mundos materiales pasados.

    De ahí que el problema de quién ordena los objetos desde la perspectiva de su valor histórico, de quién determina cuáles de ellos serán conservados y exhibidos, y de cómo será distribuido el "dónde" de su ubicación, es un problema político por antonomasia, pues se trata de moldear la memoria histórica de las generaciones futuras, y con ello, de asegurar, asimismo, el modelo de sociedad deseado. George Orwell, el autor de 1984, ese visionario libro sobre la memoria y el olvido, decía a este propósito que "quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado".

    Algunas sociedades latinoamericanas han sabido recrear en forma generosa su pasado con movimientos culturales, artísticos y pedagógicos que han buscado la apropiación democrática de la historia, por medio de grandes museos antropológicos, programas educativos o proyectos artísticos de amplia envergadura social, que en el caso de México, por ejemplo, no ha dejado de incluir la creación cinematográfica. En Colombia, por el contrario, en ésta, como en muchas otras esferas de la vida social, el acceso a la memoria, a su conservación e institucionalización ha sido eminentemente excluyente y antidemocrático. Nuestras plazas están presididas usualmente por estatuas que exaltan a los líderes liberales o conservadores más tradicionalistas. Nuestros museos, a más de pobres, materializan la concepción de la vieja historia, centrada en la adoración de esos mismos próceres. Esa museografía e iconografia convencional, ese excluyente control del pasado, encarna las tradiciones políticas y religiosas más conservadoras de la historia.

    La apropiación pluralista de la memoria histórica y del acceso al pasado es un paso necesario en el proceso de democratización que debe tener lugar en la sociedad colombiana. Un grupo de organizaciones no gubernamentales de derechos humanos, aglutinadas en el proyecto Nunca más, hemos diseñado, como contribución a ese propósito, la Galería de la memoria. ¿En qué consiste esta iniciativa?

    La Galería es un espacio dedicado a construir la memoria colectiva de las personas que han sido protagonistas o testigos de las luchas sociales y de la historia actual del país, al cual son convocados sus familiares, compañeros y amigos. En ese espacio se produce un encuentro con las víctimas de violaciones a los derechos humanos, de la mal llamada "limpieza social" y de delitos de lesa humanidad. Allí se reviven los recuerdos, trayendo del pasado al presente, por unos instantes, la presencia viva de muchas personas que han muerto o "desaparecido" en Colombia. Por medio de fotografías, objetos personales cotidianos, legados artísticos e intelectuales (pinturas, esculturas, poesías, escritos, etc.) y en general, de todas aquellas cosas que quienes han sido más cercanos a las víctimas consideran necesarias, se recrean, en una instalación colectiva, los momentos más significativos de la vida de los seres queridos. Estas grandes y pequeñas historias, compartidas con quienes no conocieron a las víctimas, abren el espacio interior de la memoria, nos cuestionan sobre lo que acontece en el presente, y nos interrogan seriamente acerca de la insensibilidad generalizada ante la muerte (2).

    A través del testimonio, de construir colectivamente los recuerdos de las vidas y las muertes de quienes han sufrido las consecuencias de la violencia, se realiza un acto catártico. Cuando se expresa publicamente el dolor y la historia de las luchas contra la impunidad, cuando se informa a otros de la situación de injusticia en la que se encuentra cada crimen se estimula el trabajo de elaboración social del duelo, de transformación de la pérdida en reparación.

    La Galería no es, por lo tanto, un mero acto simbólico. Se trata de un instrumento lucha contra la impunidad y de construcción de la verdad histórica sobre los crímenes de lesa humanidad. Con ella se puede documentar la historia de las víctimas: quiénes eran, dónde y cómo vivían, qué pensaban, cómo estaban organizados, cuáles eran sus ideales, en qué consistieron sus procesos de formación cultural. Es decir, se puede recuperar cada una de las existencias del variado conjunto de personas asesinadas o "desaparecidas", desde los más excluídos y marginados hasta los candidatos presidenciales de la oposición política y los personajes reconocidos nacionalmente. Al mostrar el rostro de las víctimas, éstas dejan de ser un dato estadístico, una mera cifra. Se produce un acto de identificación: en estas vidas vemos reflejarse el destino común de todos nosotros, en la riqueza de estas biografías percibimos los costos más elevados que han tenido las violaciones a los derechos humanos para la sociedad en su conjunto.

    También podemos conocer y documentar la historia de los victimarios: quiénes fueron los promotores, patrocinadores, encubridores -nacionales e internacionales- de estos delitos; las razones políticas, económicas y sociales para los crímenes, el mecanismo con el que funcionó el dispositivo criminal, los métodos legales e ilegales de operación y encubrimiento, etc.

    La Galería se convierte, entonces, en un vehículo para crear nuevos vínculos sociales o restablecer aquellos que se han interrumpido en la medida en que propicia el encuentro de las personas afectadas por la violación de derechos humanos y la posibilidad de que se establezcan nexos entre ellas y con los visitantes la instalación.


    NOTAS:

    *) En el presente ensayo se define qué es la Galería de la memoria. La primera de estas experiencias la realizó la Fundación Manuel Cepeda Vargas en agosto de 1995 con cerca de cuarenta familias que hicieron en la Biblioteca "Luis Angél Arango" de Bogotá, una instalación colectiva. La segunda Galería, organizada por el proyecto Nunca más, se llevó a cabo el día 19 de mayo de 1998, en la Plaza de Bolivar de Bogotá, en el marco del homenaje nacional a Eduardo Umaña Mendoza, María Arango, Mario Calderón y Elsa Alvarado.

    1) Iplicjian, Thierry, "Hacia la construcción del otro", KO'AGA ROÑE'ETA se.viii ,v.1 (1997) - http://www.derechos.org/koaga/viii/1/iplicjian.html

    2) Sobre este particular, dice el escritor William Ospina lo siguiente: "A veces los hombres y las sociedades enferman de insensibilidad frente a la muerte; el combate contra ésta deja de ser el centro de inquietud de una cultura, y la muerte deja de ser esa persistente 'madre de la belleza' de que hablaba el poeta. Como si hubiera perdido toda su extrañeza y todo su misterio, se va convirtiendo en parte habitual y trivial y por ello monstruosa, de la realidad. Así suele ocurrir en las guerras, cuando esa amenaza normal que hacía brotar de las manos de los hombres tantas formas creativas, que hacía brotar de sus labios tantas canciones, cuando esa muerte contra la que oponíamos sin cesar nuestros esfuerzos y nuestros conjuros, empieza a ser prodigada insensiblemente por los propios mortales y no parece dejar huella alguna en sus almas". En: Duelo, memoria y reparación. Fundación Manuel Cepeda Vargas - Defensoría del Pueblo. En proceso de edición.




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