Capítulo XIII. Los vuelos.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

-¿Cuándo se enteró de la existencia de los "vuelos"?
-Al día siguiente de la muerte de Lucas, cuando cargaron su cuerpo en un helicóptero que aterrizó en las cercanías del campo. Yo de helicópteros no entiendo mucho; era uno de esos que tiene el Ejército, verdes, chicos. Le pregunté a un compañero: "¿Qué van a hacer con el cadáver?" Me contestó que los detenidos, una vez que ya no eran de interés para la gente de Inteligencia, eran tirados al mar. 

-"El Campito", ¿funcionó como centro de exterminio de detenidos alojados en otras dependencias clandestinas del Ejército?
-Puede ser que desde ese campo se hicieran todos los "traslados". Seguro que fue así, porque traían gente de otros lugares de detención. Parece que había más de 350 de estos centros, según dicen. La gran mayoría funcionaba en la provincia de Buenos Aires. Como "El Campito" estaba prácticamente pegado a la cabecera de la pista del Batallón de Aviación de Campo de Mayo, no había ningún problema para justificar el movimiento de los Twin-otter, los Hércules y los helicópteros. Era el lugar ideal para ocultar las idas y vueltas de los aviones. Nadie podía ver nada; el perímetro estaba vigilado por la Gendarmería. No existían curiosos, ni tránsito de civiles, ni algún otro peligro de indiscreción. 

-¿Quién era el responsable del movimiento de los aviones dentro de la fuerza?-¿Cuándo se enteró de la existencia de los "vuelos"? 
-Al día siguiente de la muerte de Lucas, cuando cargaron su cuerpo en un helicóptero que aterrizó en las cercanías del campo. Yo de helicópteros no entiendo mucho; era uno de esos que tiene el Ejército, verdes, chicos. Le pregunté a un compañero: "¿Qué van a hacer con el cadáver?" Me contestó que los detenidos, una vez que ya no eran de interés para la gente de Inteligencia, eran tirados al mar. 

-"El Campito", ¿funcionó como centro de exterminio de detenidos alojados en otras dependencias clandestinas del Ejército? 
-Puede ser que desde ese campo se hicieran todos los "traslados". Seguro que fue así, porque traían gente de otros lugares de detención. Parece que había más de 350 de estos centros, según dicen. La gran mayoría funcionaba en la provincia de Buenos Aires. Como "El Campito" estaba prácticamente pegado a la cabecera de la pista del Batallón de Aviación de Campo de Mayo, no había ningún problema para justificar el movimiento de los Twin-otter, los Hércules y los helicópteros. Era el lugar ideal para ocultar las idas y vueltas de los aviones. Nadie podía ver nada; el perímetro estaba vigilado por la Gendarmería. No existían curiosos, ni tránsito de civiles, ni algún otro peligro de indiscreción. 

-¿Quién era el responsable del movimiento de los aviones dentro de la fuerza? 
-Eso dependía del Comando de Aviación que funcionaba en el Estado Mayor del Ejército, bajo el mando directo del Comandante en Jefe de la fuerza, que en ese momento era el general Jorge Rafael Videla. Estaba a cargo de un general. En el Estado Mayor son todos generales que dependen del Jefe de Estado Mayor. 

-Los vuelos, entonces, debían contar con la autorización de ese general. 
-También podría no saberlo, tranquilamente ni enterarse; yo no lo sé. Eran vuelos fantasmas. El general Riveros tenía su propio avión con el que iba y venía de acá para allá. 

-Pero, según usted, se utilizó más de un avión, incluso helicópteros. 
-Y, sí. Ahora que lo pienso... Tenían que sacar el avión de la base, pedir el combustible para el vuelo, autorización para el despegue. Por más trucho que fuera, en el Ejército, en esos momentos, esas operaciones no las autorizaba cualquiera. Además debían tener una hoja de ruta, por si llegaban a tener una emergencia, un accidente. Hay un centro de control aéreo en el que se toma nota de todos los vuelos. Ahí debería estar todo registrado. 

-¿Qué tipo de aviones se utilizaban? 
-Twin-otter, Focker, hasta Hércules. En esa época también entraron al país unos aviones italianos nuevos, los Fiat. Eran una versión chica de los Hércules. En el Ejército los estrenaron con los presos, en los vuelos que salían con rumbo al sur. 

-¿Qué capacidad tenían esos aviones? 
-Yo he visto subir hasta ochenta personas en algunos de ellos. Todo dependía de las necesidades del momento. A veces se cargaba un avión y, a la vuelta, la misma tripulación despesgaba en otro aparato que había sido cargado en el interín. Veinte, treinta, cincuenta personas más. 

-¿Cuál era la duración de los vuelos, entre ida y vuelta? 
-De cinco a seis horas. Los aviones italianos, que vuelan a 700 kilómetros por hora, demoraban unas tres horas en ir otras tantas en volver. Estamos hablando de un viaje a no menos de 1500 kilómetros mar adentro, digamos a la altura de Viedma. El avión agarraba para el sur, siempre enfilaban hacia allá. 

-Además de los italianos, ¿qué otro tipo de aviones utilizaron? 
-El Twin-otter, un avión de paracaidismo que sólo tenía dos asientos, uno en cada extremo del acceso. La puerta era una lona con cierres. Me decían que ese era el avión ideal para tirar gente al mar. 

-¿Cada cuántos días se hacían esos vuelos? 
-Más o menos cada quince días. 

-¿Cuál era el procedimiento previo a cada uno de ellos? 
-Cuando se preparaba un vuelo, los que estaban a cargo del operativo convocaban a los celadores, todos suboficiales. Nos daban el número identificatorio de cada uno de los prisioneros que teníamos que ir a buscar para ser embarcados. Después de recogerlos en los distintos pabellones, los agrupábamos en un lugar descampado, lejos de las instalaciones, donde arrancaba el camino que llevaba hasta la cabecera de pista del aeropuerto militar. Ahí, los detenidos eran cargados en un camión civil robado que tenía una caja de aluminio cerrada. A veces se usaba el jeepón o cualquier otro vehículo, dependía de la cantidad de "trasladados". Como yo era uno de los choferes, más de una vez me tocó conducir a todos ellos amontonados en la caja a lo largo de este recorrido: salíamos por la puerta de adelante, tomábamos el acceso que venía de la ruta, dábamos la vuelta por un camino lateral, hacíamos 200 metros y desandábamos el camino de tierra por el campo hasta la pista donde esperaba el avión con los motores encendidos. 

-¿Los detenidos se dejaban conducir dócilmente hasta el avión? 
-Los llevaban engañados. Les hacían creer que los estaban "blanqueando" y que pasaban a disposición del Poder Ejecutivo, es decir, que los trasladaban a una cárcel legal, donde se podrían encontrar con sus familias; que la pesadilla había terminado. Ellos iban contentos, claro. Algunos estaban durmiendo cuando les llegaba la hora del traslado y los traían así nomás: en calzoncillos, en camisón, descalzos. Si total lo único que el avión traía de vuelta después del viaje eran las capuchas. Si alguno se quejaba porque estaba sin vestirse, le aseguraban que en el lugar al que iban, les darían ropa nueva. 

-¿Qué sucedía luego? 
-Cuando se llegaba a la pista, los prisioneros eran formados al pie de la escalerilla del avión, de a uno en fondo. Los del grupo de eliminación ya los estaban esperando. A veces era uno, a veces eran dos los tipos que se ocupaban de aplicarles una inyección antes de subirlos. Les decían que el Servicio Penitenciario exigía esa vacuna para incorporarlos al sistema carcelario federal. Todo mentira. 

-¿Para qué los inyectaban? 
-Los pinchaban de a uno a medida que llegaban al pie del avión. Después los prisioneros subían cuatro o cinco peldaños de la escalerilla y ya se sentían mal. Yo y otros dos muchachos los esperábamos arriba. Los guiábamos hasta el lugar donde tenían que sentarse. Ni bien se acomodaban empezaban los dolores. Estiraban las piernas y se estremecían por los primeros retorcijones en el estómago. No sé qué les produciría esa droga, pero en menos de un minuto ya estaban como muertos. El efecto era inmediato y apenas les dejaba fuerzas como para subirse al aparato y quedarse ahí, tirados, retorciéndose de dolor. Yo me acuerdo bien de eso. Pharanoval era la droga más usada, venía en unas cajas rojas del tamaño de un paquete de cigarrillos; la otra se llamaba Ketalar, creo que era de uso veterinario. 

-¿En qué más consistió su participación en esos vuelos? 
-Sólo en esto. Después de acomodarlos uno al lado del otro en los asientos del avión, bajaba y me volvía con el camión al campo. No era mi responsabilidad habitual, no era mi función, pero algunas veces tuve que hacerlo. Si te tocaba no podías zafar, porque también eras boleta. Muchos de mis compañeros fueron pasados por las armas ante la mínima sospecha de resistencia a participar en estas cosas. Yo me acuerdo de un suboficial principal que trabajaba en el Hospital Militar; era un hombre grandote, colorado. Nunca más se supo de él. 

-¿Quiénes integraban la dotación que comandaba cada vuelo? 
-La tripulación de los aviones chicos consistía en dos pilotos y el mecánico. En los Hércules se llevaba más personal: dos pilotos, ingeniero de vuelo, dos mecánicos y comisario de a bordo. 

-¿Quién se ocupaba de inyectar a los prisioneros? 
-Gente de afuera que llegaba con el encargado de aplicar las "vacunas". Me contaron que este tipo, que siempre se traía una buena provisión de whisky junto con los vasos, los cubitos y las inyecciones, era médico de la policía. Un médico haciendo eso, es de no creer. Después de ver los primeros traslados, quedé tan impresionado que avisé a todos en el campo que le metería un tiro al primero que se me arrimara con una jeringa. 

-Usted dice que era "gente de afuera" la que se ocupaba de los operativos de exterminio. ¿A quiénes se refiere? 
-Era el grupo de eliminación, los que tiraban los cuerpos de los detenidos al mar. Deberían tener un sistema rotativo, porque no eran siempre los mismos. Iban cambiando. Lo mismo que los comandantes de los aviones; ellos andaban de uniforme porque en ningún momento abandonaban la cabina. Sólo piloteaban el avión y lo que pasaba en la pista o atrás, en el sector de transporte, no les interesaba. Los del grupo de exterminio andaban de verde, vestidos con equipo de fajina, pero sin ningún tipo de insignias a la vista. Parece que en esos casos estaba prohibido usar jinetas. Decían que a los guerrilleros les tiraban a los cuadros y no a los soldados, entonces no se usaba nada que indicara la jerarquía. 

-¿Alguien más participaba en la ejecución de los vuelos? 
-Dos o tres curiosos que el grupo de exterminio siempre se traía con ellos. Gente que no hacía ni decía nada. Se quedaban como apartados y mirando, lo miraban todo a la distancia. Estos eran los últimos en subirse al avión y no se perdían detalle del vuelo. Siempre había gente de paso, que venía a mirar. 

-¿Qué hacía usted después de la partida de cada vuelo? 
-Me quedaba observando el despegue; yo sabía el destino que les esperaba a los pobres tipos que había acomodado ahí adentro. Mientras miraba como el avión se perdía, me decían una y otra vez: "No pienses en nada, ellos se lo buscaron. A vos, ¿qué te importa?" Pero yo igual sentía una gran angustia, sobre todo porque cada viaje significaba para mí un regreso, una nueva limpieza a la vuelta. 

-¿A qué se refiere? 
-... 

 
Ibañez pide una tregua, que se apague el grabador. "No sé si debo...", dice, y se cubre el rostro con ambas manos. Enseguida recupera la compostura. Aunque tiene los ojos llenos de lágrimas, su debilidad fue apenas un gesto. "No sé cómo contarte esto... es algo tremendo. Tremenda la misión que me dieron", argumenta. Un instante de silencio y después se acaba la pausa previa. Una mera apelación cargada de dramatismo escénico antes de avanzar en la narración. 


El problema de la sangre cuando se seca
 


-¿Cuál era su misión, Ibañez?
-Mi tarea era, cada vez que partía un vuelo, pasar por el campo, llenar con agua del bebedero los cilindros que se usaban para traer la ración de alimentos y cargarlos en el jeep junto con una botella de detergente y un cepillo. Volver a la pista y esperar a que los pilotos, después del aterrizaje que los traía de vuelta, acomodaran el avión en un sector medio escondido de la pista antes de irse a dormir. Yo tenía que arrimar el vehículo y con un trapo mojado en el agua con detergente de los tachos, ponerme a lavar todo el avión para que no quedara ninguna señal de nada. 

-¿Qué señales no debían quedar? 
-No sé qué efecto les produciría la droga que les inyectaban a los prisioneros. Yo creo que los reventaba. Se ve que durante el vuelo, por efecto de esa inyección que para mí ya los dejaba medio muertos, los pobrecitos condenados se hacían encima. En el interior del avión te encontrabas con sangre, vómitos, orina y materia fecal por todas partes. Yo tenía que limpiar esos restos tanto por dentro como por fuera. Y ahí venía lo peor. 

-¿Qué era lo peor? 
-La panza del avión era lo que más me costaba lavar. Después de cada vuelo traía una mezcla de cuero cabelludo, sangre y vísceras pegadas al fuselaje. Se ve que al arrojar los cuerpos -pienso que por efecto del viento y ese vacío que hacen los motores para poder volar-, los cuerpos chicotearían contra la panza salpicándola con sangre y otras partes humanas. No lo sé, pero me acuerdo que era durísimo sacar la sangre pegada en el fuselaje. Es que se endurece tanto la sangre cuando se seca... 

-¿Los aviones siempre regresaban en esas condiciones? 
-Los Twin-otter peor. Esos aparatos tienen un fierro en la panza para evitar que la cola toque el suelo cuando despegan. Se ve que algunos de los cuerpos arrojados al vacío golpearían contra ese fierro que llegaba enchastrado con todo lo que te puedas imaginar. Eso tenía que hacer. -En el testimonio de un arrepentido se menciona a cierto cuchillero que integraba el grupo de los vuelos. Dijo que se abrían los cuerpos... -(Interrumpe) No me gusta hablar de esto. No lo hubiera hecho antes de relacionar ciertas cosas que me tocó vivir. Pero ese Napoleón tiró unos datos, dijo que se practicaban incisiones con cuchillos en los cuerpos de los prisioneros cuando ya estaban cargados en los aviones. Que les hacían un corte en la mano y otro en el estómago para producir una hemorragia. Eso es lo que contó él. Entonces yo me acordé de la noche en la que vi bajar del avión a uno de los nuestros con un cuchillo sostenido con los dientes, con toda la boca roja, la hoja toda ensangrentada. Pensé que estaba lastimado, después me dí cuenta de que no. 

-Hablemos de ese hombre. 
-Pertenecía al grupo de los eliminadores. Ese día estaba completamente borracho. Los de ese grupo siempre traían mucho whisky, supongo que tomaban para tener más coraje. Se trataba de un suboficial que hablaba medio en guaraní y medio en castellano. No sé si inculto es lo mismo que ignorante, por las dudas, te digo que era inculto e ignorante. Del cuerpo de Caballería, correntino o misionero, nunca lo supe. Lo ví en dos o tres vuelos más. 

-¿Habló con él? ¿Qué le contó? 
-Me contó que abrían el estómago de los prisioneros con un cuchillo de monte para evitar que los cadáveres flotaran en el mar. Que de esa manera se hundían más rápido y que, creo que por el olor de la sangre, atraían a los tiburones. Según parece, como se habían encontrado algunos cadáveres en la playas de la costa Atlántica y en otras del Uruguay, los vuelos fueron enviados mucho más al sur y se buscó la manera de evitar que los cuerpos fueran arrastrados hasta las costas por la corriente... No quiero hablar más sobre esto, te pido un poco de tiempo. 

-Sólo una más. Por lo que usted dice, el estado en que recibía los aviones confirmaría que los cuerpos eran mutilados antes de ser arrojados al mar. 
-Así era. Los del grupo de eliminación rotaban permanentemente. Parece que todos tenían, en algún momento, que hacer el trabajo sucio. Todos debían estar con las manos igualmente manchadas de sangre. Se trataba de un pelotón de tres o cuatro hombres encargados de abrir los cuerpos de los detenidos durante el viaje hasta el punto elegido para arrojarlos al mar. El del cuchillo era el más constante, se ve que instruía a los demás. Ibañez pide una nueva pausa. La voz se le quiebra cuando dice: "Me imagino lo que estarás pensando de mí, que soy una especie de monstruo". Como quien no quiere la cosa gira un poco la cabeza y levanta el brazo izquierdo justo a tiempo para atajar con el pulgar y el índice un par de lágrimas que se le escapan de los ojos. "Ahora el Ejército dice que soy un psicópata y me da de baja. ¿Podría yo ser un psicópata?" 

-¿Alguien lo ayudaba a limpiar los aviones? 
-Nadie. Me dejaban solo durante las tres o cuatro horas que tardaba en hacerlo. Terrorífico. Cada vuelo que volvía traía sangre, excrementos y otras partes de los que se fueron. Yo pensaba y pensaba mientras que con un trapo y sin guantes fregaba el fuselaje. Para ablandar la sangre sacaba nafta abriendo una válvula que estaba en la panza del avión. La nafta de avión es muy buena para aflojar la sangre. Cada tanto escurría el trapo con toda esa suciedad en el agua con detergente que tenía en los tachos, que se iban llenando de sangre. Esa noche, en los mismos tachos, llevé desde la cocina hasta el campo la comida de los prisioneros, la que también comíamos nosotros. 
Eso dependía del Comando de Aviación que funcionaba en el Estado Mayor del Ejército, bajo el mando directo del Comandante en Jefe de la fuerza, que en ese momento era el general Jorge Rafael Videla. Estaba a cargo de un general. En el Estado Mayor son todos generales que dependen del Jefe de Estado Mayor. 

-Los vuelos, entonces, debían contar con la autorización de ese general. 
-También podría no saberlo, tranquilamente ni enterarse; yo no lo sé. Eran vuelos fantasmas. El general Riveros tenía su propio avión con el que iba y venía de acá para allá. 

-Pero, según usted, se utilizó más de un avión, incluso helicópteros. 
-Y, sí. Ahora que lo pienso... Tenían que sacar el avión de la base, pedir el combustible para el vuelo, autorización para el despegue. Por más trucho que fuera, en el Ejército, en esos momentos, esas operaciones no las autorizaba cualquiera. Además debían tener una hoja de ruta, por si llegaban a tener una emergencia, un accidente. Hay un centro de control aéreo en el que se toma nota de todos los vuelos. Ahí debería estar todo registrado. 

-¿Qué tipo de aviones se utilizaban? 
-Twin-otter, Focker, hasta Hércules. En esa época también entraron al país unos aviones italianos nuevos, los Fiat. Eran una versión chica de los Hércules. En el Ejército los estrenaron con los presos, en los vuelos que salían con rumbo al sur. 

-¿Qué capacidad tenían esos aviones? 
-Yo he visto subir hasta ochenta personas en algunos de ellos. Todo dependía de las necesidades del momento. A veces se cargaba un avión y, a la vuelta, la misma tripulación despesgaba en otro aparato que había sido cargado en el interín. Veinte, treinta, cincuenta personas más. 

-¿Cuál era la duración de los vuelos, entre ida y vuelta? 
-De cinco a seis horas. Los aviones italianos, que vuelan a 700 kilómetros por hora, demoraban unas tres horas en ir otras tantas en volver. Estamos hablando de un viaje a no menos de 1500 kilómetros mar adentro, digamos a la altura de Viedma. El avión agarraba para el sur, siempre enfilaban hacia allá. 

-Además de los italianos, ¿qué otro tipo de aviones utilizaron? 
-El Twin-otter, un avión de paracaidismo que sólo tenía dos asientos, uno en cada extremo del acceso. La puerta era una lona con cierres. Me decían que ese era el avión ideal para tirar gente al mar. 

-¿Cada cuántos días se hacían esos vuelos? 
-Más o menos cada quince días. 

-¿Cuál era el procedimiento previo a cada uno de ellos? 
-Cuando se preparaba un vuelo, los que estaban a cargo del operativo convocaban a los celadores, todos suboficiales. Nos daban el número identificatorio de cada uno de los prisioneros que teníamos que ir a buscar para ser embarcados. Después de recogerlos en los distintos pabellones, los agrupábamos en un lugar descampado, lejos de las instalaciones, donde arrancaba el camino que llevaba hasta la cabecera de pista del aeropuerto militar. Ahí, los detenidos eran cargados en un camión civil robado que tenía una caja de aluminio cerrada. A veces se usaba el jeepón o cualquier otro vehículo, dependía de la cantidad de "trasladados". Como yo era uno de los choferes, más de una vez me tocó conducir a todos ellos amontonados en la caja a lo largo de este recorrido: salíamos por la puerta de adelante, tomábamos el acceso que venía de la ruta, dábamos la vuelta por un camino lateral, hacíamos 200 metros y desandábamos el camino de tierra por el campo hasta la pista donde esperaba el avión con los motores encendidos. 

-¿Los detenidos se dejaban conducir dócilmente hasta el avión? 
-Los llevaban engañados. Les hacían creer que los estaban "blanqueando" y que pasaban a disposición del Poder Ejecutivo, es decir, que los trasladaban a una cárcel legal, donde se podrían encontrar con sus familias; que la pesadilla había terminado. Ellos iban contentos, claro. Algunos estaban durmiendo cuando les llegaba la hora del traslado y los traían así nomás: en calzoncillos, en camisón, descalzos. Si total lo único que el avión traía de vuelta después del viaje eran las capuchas. Si alguno se quejaba porque estaba sin vestirse, le aseguraban que en el lugar al que iban, les darían ropa nueva. 

-¿Qué sucedía luego?
-Cuando se llegaba a la pista, los prisioneros eran formados al pie de la escalerilla del avión, de a uno en fondo. Los del grupo de eliminación ya los estaban esperando. A veces era uno, a veces eran dos los tipos que se ocupaban de aplicarles una inyección antes de subirlos. Les decían que el Servicio Penitenciario exigía esa vacuna para incorporarlos al sistema carcelario federal. Todo mentira. 

-¿Para qué los inyectaban? 
-Los pinchaban de a uno a medida que llegaban al pie del avión. Después los prisioneros subían cuatro o cinco peldaños de la escalerilla y ya se sentían mal. Yo y otros dos muchachos los esperábamos arriba. Los guiábamos hasta el lugar donde tenían que sentarse. Ni bien se acomodaban empezaban los dolores. Estiraban las piernas y se estremecían por los primeros retorcijones en el estómago. No sé qué les produciría esa droga, pero en menos de un minuto ya estaban como muertos. El efecto era inmediato y apenas les dejaba fuerzas como para subirse al aparato y quedarse ahí, tirados, retorciéndose de dolor. Yo me acuerdo bien de eso. Pharanoval era la droga más usada, venía en unas cajas rojas del tamaño de un paquete de cigarrillos; la otra se llamaba Ketalar, creo que era de uso veterinario. 

-¿En qué más consistió su participación en esos vuelos? 
-Sólo en esto. Después de acomodarlos uno al lado del otro en los asientos del avión, bajaba y me volvía con el camión al campo. No era mi responsabilidad habitual, no era mi función, pero algunas veces tuve que hacerlo. Si te tocaba no podías zafar, porque también eras boleta. Muchos de mis compañeros fueron pasados por las armas ante la mínima sospecha de resistencia a participar en estas cosas. Yo me acuerdo de un suboficial principal que trabajaba en el Hospital Militar; era un hombre grandote, colorado. Nunca más se supo de él. 

-¿Quiénes integraban la dotación que comandaba cada vuelo? 
-La tripulación de los aviones chicos consistía en dos pilotos y el mecánico. En los Hércules se llevaba más personal: dos pilotos, ingeniero de vuelo, dos mecánicos y comisario de a bordo. 

-¿Quién se ocupaba de inyectar a los prisioneros? 
-Gente de afuera que llegaba con el encargado de aplicar las "vacunas". Me contaron que este tipo, que siempre se traía una buena provisión de whisky junto con los vasos, los cubitos y las inyecciones, era médico de la policía. Un médico haciendo eso, es de no creer. Después de ver los primeros traslados, quedé tan impresionado que avisé a todos en el campo que le metería un tiro al primero que se me arrimara con una jeringa. 

-Usted dice que era "gente de afuera" la que se ocupaba de los operativos de exterminio. ¿A quiénes se refiere? 
-Era el grupo de eliminación, los que tiraban los cuerpos de los detenidos al mar. Deberían tener un sistema rotativo, porque no eran siempre los mismos. Iban cambiando. Lo mismo que los comandantes de los aviones; ellos andaban de uniforme porque en ningún momento abandonaban la cabina. Sólo piloteaban el avión y lo que pasaba en la pista o atrás, en el sector de transporte, no les interesaba. Los del grupo de exterminio andaban de verde, vestidos con equipo de fajina, pero sin ningún tipo de insignias a la vista. Parece que en esos casos estaba prohibido usar jinetas. Decían que a los guerrilleros les tiraban a los cuadros y no a los soldados, entonces no se usaba nada que indicara la jerarquía. 

-¿Alguien más participaba en la ejecución de los vuelos? 
-Dos o tres curiosos que el grupo de exterminio siempre se traía con ellos. Gente que no hacía ni decía nada. Se quedaban como apartados y mirando, lo miraban todo a la distancia. Estos eran los últimos en subirse al avión y no se perdían detalle del vuelo. Siempre había gente de paso, que venía a mirar. 

-¿Qué hacía usted después de la partida de cada vuelo? 
-Me quedaba observando el despegue; yo sabía el destino que les esperaba a los pobres tipos que había acomodado ahí adentro. Mientras miraba como el avión se perdía, me decían una y otra vez: "No pienses en nada, ellos se lo buscaron. A vos, ¿qué te importa?" Pero yo igual sentía una gran angustia, sobre todo porque cada viaje significaba para mí un regreso, una nueva limpieza a la vuelta. 

-¿A qué se refiere? 
-... 


Ibañez pide una tregua, que se apague el grabador. "No sé si debo...", dice, y se cubre el rostro con ambas manos. Enseguida recupera la compostura. Aunque tiene los ojos llenos de lágrimas, su debilidad fue apenas un gesto. "No sé cómo contarte esto... es algo tremendo. Tremenda la misión que me dieron", argumenta. Un instante de silencio y después se acaba la pausa previa. Una mera apelación cargada de dramatismo escénico antes de avanzar en la narración. 



El problema de la sangre cuando se seca


-¿Cuál era su misión, Ibañez? 
-Mi tarea era, cada vez que partía un vuelo, pasar por el campo, llenar con agua del bebedero los cilindros que se usaban para traer la ración de alimentos y cargarlos en el jeep junto con una botella de detergente y un cepillo. Volver a la pista y esperar a que los pilotos, después del aterrizaje que los traía de vuelta, acomodaran el avión en un sector medio escondido de la pista antes de irse a dormir. Yo tenía que arrimar el vehículo y con un trapo mojado en el agua con detergente de los tachos, ponerme a lavar todo el avión para que no quedara ninguna señal de nada. 

-¿Qué señales no debían quedar? 
-No sé qué efecto les produciría la droga que les inyectaban a los prisioneros. Yo creo que los reventaba. Se ve que durante el vuelo, por efecto de esa inyección que para mí ya los dejaba medio muertos, los pobrecitos condenados se hacían encima. En el interior del avión te encontrabas con sangre, vómitos, orina y materia fecal por todas partes. Yo tenía que limpiar esos restos tanto por dentro como por fuera. Y ahí venía lo peor. 

-¿Qué era lo peor? 
-La panza del avión era lo que más me costaba lavar. Después de cada vuelo traía una mezcla de cuero cabelludo, sangre y vísceras pegadas al fuselaje. Se ve que al arrojar los cuerpos -pienso que por efecto del viento y ese vacío que hacen los motores para poder volar-, los cuerpos chicotearían contra la panza salpicándola con sangre y otras partes humanas. No lo sé, pero me acuerdo que era durísimo sacar la sangre pegada en el fuselaje. Es que se endurece tanto la sangre cuando se seca... 

-¿Los aviones siempre regresaban en esas condiciones? 
-Los Twin-otter peor. Esos aparatos tienen un fierro en la panza para evitar que la cola toque el suelo cuando despegan. Se ve que algunos de los cuerpos arrojados al vacío golpearían contra ese fierro que llegaba enchastrado con todo lo que te puedas imaginar. Eso tenía que hacer. -En el testimonio de un arrepentido se menciona a cierto cuchillero que integraba el grupo de los vuelos. Dijo que se abrían los cuerpos... -(Interrumpe) No me gusta hablar de esto. No lo hubiera hecho antes de relacionar ciertas cosas que me tocó vivir. Pero ese Napoleón tiró unos datos, dijo que se practicaban incisiones con cuchillos en los cuerpos de los prisioneros cuando ya estaban cargados en los aviones. Que les hacían un corte en la mano y otro en el estómago para producir una hemorragia. Eso es lo que contó él. Entonces yo me acordé de la noche en la que vi bajar del avión a uno de los nuestros con un cuchillo sostenido con los dientes, con toda la boca roja, la hoja toda ensangrentada. Pensé que estaba lastimado, después me dí cuenta de que no. 

-Hablemos de ese hombre. 
-Pertenecía al grupo de los eliminadores. Ese día estaba completamente borracho. Los de ese grupo siempre traían mucho whisky, supongo que tomaban para tener más coraje. Se trataba de un suboficial que hablaba medio en guaraní y medio en castellano. No sé si inculto es lo mismo que ignorante, por las dudas, te digo que era inculto e ignorante. Del cuerpo de Caballería, correntino o misionero, nunca lo supe. Lo ví en dos o tres vuelos más. 

-¿Habló con él? ¿Qué le contó? 
-Me contó que abrían el estómago de los prisioneros con un cuchillo de monte para evitar que los cadáveres flotaran en el mar. Que de esa manera se hundían más rápido y que, creo que por el olor de la sangre, atraían a los tiburones. Según parece, como se habían encontrado algunos cadáveres en la playas de la costa Atlántica y en otras del Uruguay, los vuelos fueron enviados mucho más al sur y se buscó la manera de evitar que los cuerpos fueran arrastrados hasta las costas por la corriente... No quiero hablar más sobre esto, te pido un poco de tiempo. 

-Sólo una más. Por lo que usted dice, el estado en que recibía los aviones confirmaría que los cuerpos eran mutilados antes de ser arrojados al mar. 
-Así era. Los del grupo de eliminación rotaban permanentemente. Parece que todos tenían, en algún momento, que hacer el trabajo sucio. Todos debían estar con las manos igualmente manchadas de sangre. Se trataba de un pelotón de tres o cuatro hombres encargados de abrir los cuerpos de los detenidos durante el viaje hasta el punto elegido para arrojarlos al mar. El del cuchillo era el más constante, se ve que instruía a los demás. Ibañez pide una nueva pausa. La voz se le quiebra cuando dice: "Me imagino lo que estarás pensando de mí, que soy una especie de monstruo". Como quien no quiere la cosa gira un poco la cabeza y levanta el brazo izquierdo justo a tiempo para atajar con el pulgar y el índice un par de lágrimas que se le escapan de los ojos. "Ahora el Ejército dice que soy un psicópata y me da de baja. ¿Podría yo ser un psicópata?" 

-¿Alguien lo ayudaba a limpiar los aviones? 
-Nadie. Me dejaban solo durante las tres o cuatro horas que tardaba en hacerlo. Terrorífico. Cada vuelo que volvía traía sangre, excrementos y otras partes de los que se fueron. Yo pensaba y pensaba mientras que con un trapo y sin guantes fregaba el fuselaje. Para ablandar la sangre sacaba nafta abriendo una válvula que estaba en la panza del avión. La nafta de avión es muy buena para aflojar la sangre. Cada tanto escurría el trapo con toda esa suciedad en el agua con detergente que tenía en los tachos, que se iban llenando de sangre. Esa noche, en los mismos tachos, llevé desde la cocina hasta el campo la comida de los prisioneros, la que también comíamos nosotros.

 

 

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