7. El Ciego

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

La columna de las Juventudes Políticas Universitarias avanzaba por el centro de Rosario. Marchaban los muchachos de la Juventud Peronista, los la Juventud Radical, los la Fede y algunas otras fuerzas menores.

Era un jueves de mayo de 1975 y todavía estaba caliente el ambiente político por el operativo montado contra los trabajadores y el pueblo de Villa Constitución. Se sabía que en Villa la izquierda había acumulado mucha fuerza. Con el triunfo en Acindar y la UOM se había logrado la dirección de la CGT regional y de un vasto movimiento popular que resistía dignamente la ofensiva derechista de afuera y de adentro del gobierno de Isabel.

El 20 de marzo habían caído sobre Villa desde el cielo, el agua y la tierra.  

Y no era una figura literaria. Desde el río bajaron los tipos de Prefectura Naval desde unas lanchas artilladas que usaban en el norte para reprimir el contrabando; desde los helicópteros cayeron los de Gendarmería y desde una impresionante caravana de autos policiales y Falcon sin patente (nada menos que 105 autos con dotación completa de fierros y servis) cayeron los Federales sobre Villa Constitución y la tomaron prisionera. Sólo ese día metieron 300 compañeros presos (19).

Pero Villa no murió de un solo golpe.

Hubo un paro, y aún más, a pesar de ser una ciudad ocupada militarmente, el 22 de abril de 1975 miles de mujeres, hombres y niños habían marchado por sus calles repudiando la represión y a la siderúrgica Acindar, la empresa de Martínez de Hoz, que auspiciaba la escalada golpista.

Rosario no había escapado a las consecuencias del operativo y no sólo por la proximidad geográfica, sino sencillamente porque muchos de los trabajadores de Acindar vivían en Rosario, e iban y venían diariamente.

La Fede se había destacado en compartir la lucha con los trabajadores de Villa Constitución, y ya había pagado su cuota de presos: Laurita Ojeda, Silvia Diaz y Ángel Romero habían sido detenidos pintando murales y mientras estaban en los calabozos de la Jefatura de Villa Constitución, frente a la plaza principal, los milicos armaron una gran balacera, hicieron correr la voz de una fuga y los tentaron con que se vayan caminando.

Se salvaron.

Los milicos le tenían preparada la ley de fuga: un tiro en la nuca al que corriera. Pero los cumpas olieron la trampa y se quedaron adentro.

En la marcha de las Juventudes Políticas Universitarias estaba la Fede, y en la columna de la Fede por supuesto que iba la Mechi. Pero esta vez no iba del brazo del Ciego porque como el clima estaba muy pesado, el Ciego estaba cuidando la marcha.

No es que no supiera de política, pero lo que más le gustaba era eso. No se perdía ni uno de los campamentos del frente (20) , y de tanto practicar con la pistola había adquirido una velocidad y una puntería casi increíble en alguien que usaba los cristales gruesos como vidrio de botella en sus lentes.

En el local de la Fede de la calle Pueyrredón era famoso porque, cuando hacía guardia, dormía con el arma en la mano y se ataba un hilito desde la puerta a la mano.

Así, si alguien tanteaba la puerta, él saltaba de su silla con la 45 apuntando.  Los compañeros le tenían pánico porque más de una vez había apuntado a quienes entraban al local fuera de las horas previstas, y más de uno se había tirado de cabeza al suelo al verlo dormido y con el arma en alto.

Así que ese día, como casi siempre, el Ciego estaba en su puesto. Tranquilo, mirando la marcha y observando a los que la espiaban desde la vereda. 

El Pollo también estaba en su puesto. 

Había sido guardaespaldas de Rucci, del equipo de seguridad  más íntimo de la dirección nacional de la Unión Obrera Metalúrgica y su llegada a Rosario era un acuerdo del Loro Miguel con la gente de López Rega (21). 

Le habían conseguido un puesto de oficial de inteligencia de la policía provincial y estaba trabajando en armar la Triple A en la provincia. Él fue el primero que habló del asunto con Rebechi y fue también él quien adiestró al grupo de colaboradores santafesinos más selectos: el Curro Ramos, González y Cabrera.

Al Ciego lo tenía junado.

Por pedido de la patronal del Swift, hacía rato que venía vigilando la entra da de los trabajadores a la planta industrial de Villa Gobernador Gálvez como parte de un operativo de seguridad más amplio que incluía la infiltración de las agrupaciones clasistas. Por eso ya sabía que todos los jueves a las cinco de la mañana, una hora antes del turno de las seis, caía a la empresa una camioneta IKA revieja, con un grupo de bolches encima. Sacaban el diarito y se ponían a repartirlo. Casi siempre estaba el Ciego en el grupo, y se notaba que era el jefe, aunque disimulara. 

Pero al Pollo no lo iban a engañar esos rusos de mierda.

Otra vez lo había enganchado en el aeropuerto de Fisherton cuando todo un colectivo de pendejos de la Fede habían ido a recibir a unos presos liberados del Penal de Rawson al que habían sido llevados después de la masacre (22), y él personalmente los había metido presos.

También la conocía a la Mechi, esa pendeja que se las daba de médica y recién había empezado la carrera. Si lo sabría él, que había revisado minuciosamente su carpeta universitaria para ver si le pescaba el domicilio, pero la muy guacha daba direcciones falsas en todos lados.

La columna avanzaba por Corrientes, y cuando empezó a doblar por Santa Fe para ir a Humanidades, el Pollo la vio a la Mechi y se decidió a darles un escarmiento. 

Miró a su alrededor, no vio a nadie, sacó el arma y apuntó

El Ciego se había distraído mirando a la columna de la Fede, protestando en voz baja -ese cartel que no esta bien atado, se cae por la derecha porque no saben poner bien los tiros, cuando la vio a la Mechi. Sin saber por qué dio vuelta la mirada, justo hasta donde estaba el Pollo, vio que estaba sacando el arma y él también manoteó la 45.

Era la primera vez que tiraba a sangre fría.

La mano se movía automáticamente, sacar, apuntar, gatillar… pero la cabeza le funcionaba a mil.  La imagen del padre Roberto que le repetía No Matarás, la cara de Ingalinella amordazado en la Jefatura, la de Keohe cayendo fulminado en las escalinatas de Tribunales, la de la Mechi riendo…

El Pollo no entendía nada, hubo sólo un fogonazo pero era él quien estaba cayendo. Murió sin siquiera saber que era el Ciego el que lo había bajado. 

Sus dos compinches miraron horrorizados y sin siquiera intentar socorrerlo, salieron en su busca. Pero ya era tarde.

El Ciego había dado la vuelta, los fachos trataron de seguirlo pero cuando llegaron a Corrientes el gentío de la hora los envolvió. Y lo perdieron.

El Ciego dio mil vueltas y se fue a la casa de la Mechi.  Entró sin hacer ruido, revisó cuarto por cuarto, se convenció de que nadie había entrado, se aseguró de que todo estaba en orden, y volvió a salir.

La Mechi había llegado antes, había agarrado los papeles más importantes, los metió en una bolsa de basura, los subió a la terraza y ahí se quedó agachada debajo del parrillero. 

Si escuchaba ruidos, se iba a cruzar por la terraza a lo del vecino, iba a saltar una parecita que ya había estudiado, y de ahí podía bajar por el otro lado de la cuadra. Era el Ciego el que le había enseñado a buscar siempre una salida por atrás de las casas donde estuviera.

Se quedó arriba como tres horas, entre asustada y feliz por lo que había hecho el Ciego. Ella no había visto nada; nadie había visto nada salvo que el facho cayó muerto con la pistola en la mano y un balazo en la cabeza. 

No dijo nada a nadie pero estaba segura que había sido el Ciego. Quería abrazarlo y estar con él, pero tendría que esperar seis meses para volver a verlo, y no sería en Rosario.

Tampoco en Santa Fe donde el Ciego estuvo escondido, sino más lejos. 

Mucho más lejos.

 


Notas 

(19) Más datos sobre estos hechos se pueden consultar en el libro del autor, Tito Martín, el Villazo y la verdadera historia de Acindar, editorial Dirple, 1997.

(20) Eufemismo con que en aquellos años se refería a la autodefensa partidaria.

(21) Ministro de Bienestar Social del gobierno de Perón y una de los principales impulsores de la Triple A, organización terrorista anticomunista que desató la caza y el exterminio de los militantes populares desde el mismo momento en que Perón llegó al país en junio de 1973.

(22) El 22 de agosto de 1972 la Marina fusiló a dieciséis militantes que no habían podido completar la fuga del Penal. Los militantes de la Fede liberados habían sido llevados al Penal luego de esos sucesos, y habían sufrido el régimen de terror que impuso el Gendarme Sidone.

 

  

 

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