9. La Cuarta

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Mi papá se fue a vivir a Santa Fe en 1944.

Después de aquel primer trabajo en los frigoríficos de Berisso tuvo que andar un tiempo en la Patagonia para escapar de la policía que lo buscaba por un “carnero” (23) al que alguien le había roto la cabeza, con una llave inglesa, en la huelga de 1934.

Cuando volvió a Buenos Aires, trabajó para un tío que tenía una fabrica de válvulas de radio cuyo nombre, B y E, aludía a sus presuntas propiedades. El secreto del nombre era muy simple: buenas y económicas. 

Como obrero de esa empresa participó en la fundación de la primera organización sindical de los metalúrgicos pero luego de una huelga derrotada (24), su tío le ofreció trabajo en una nueva empresa en Rosario: un negocio de venta de productos de electricidad y radio.

Estuvo un tiempo en Rosario, allí conoció a mi mamá, y cuando le propusieron encabezar una sucursal de la empresa en Santa Fe, se casaron y allí fueron. Compraron una casa frente al Mercado de Abasto, en Primera Junta y Boulevard Zavalla, en lo que entonces eran las afueras de la ciudad, casa que consiguió muy barata por dos razones. La primera era obviamente la ubicación: el Mercado de Abasto en aquella época era el lugar donde llegaban los quinteros de la zona.  Y llegaban con carros a tracción a sangre y eso quería decir bosta, meada de caballos, ruido y mugre todo el día. 

Y toda la noche porque el mercado abría a las cuatro de la madrugada y los caballos, digo los carros, llegaban a media noche o un poco más tarde. Dependía de que zona de quintas vinieran. La otra razón era la más comentada por mi papá: el dueño anterior la había perdido jugando a las cartas y para mi viejo, moral proletaria y bolchevique, el hecho de que alguien se juegue la casa a las cartas era sencillamente incomprensible.

Pero la casa tenía algunas ventajas muy apreciadas por nosotros. era muy grande, tenía muchas habitaciones y un fondo muy amplio con árboles frutales y todo. Había hasta un olivo, que soportaba nuestras subidas a la siesta y también una vid que daba una uvita chiquita y no muy dulce pero que en verano comíamos con ganas. Cuando vino mi abuelo de Lituania, puso un gallinero en el fondo y el lugar se convirtió casi en una quinta.

El fondo daba a otra casa, y de la otra casa se pasaba a los fondos de una comisaría: la seccional Sexta que, en los setenta, pasó a llamarse la Cuarta. Frente a la Cuarta estaba la escuela Vicente López y Planes, la número Cinco como le decíamos nosotros, la escuela a la que fuimos los tres hermanos. 

Todos en turno mañana porque a la tarde teníamos que ir al Shule, la otra escuela para la familia. El Shule era una escuela de la colectividad judeo progresista, donde supuestamente estudiábamos el idish, pero que en realidad funcionaba como un club de juegos y descubrimientos de un montón de cosas que en la escuela oficial no teníamos: la ciencia, los nazis, la historia europea, la revolución rusa, los adelantos científicos, el teatro, el cine club, los amigos.

La “Escuela Popular Israelita I. L.Peretz” era en realidad nuestra segunda casa, una especie de familia grandota que nos cobijaba y en el seno de la cual teníamos una intensa vida social. Y una formación política nada despreciable. Seguro que no fue por casualidad que más de sesenta compañeros de ese espacio (25) pasaron por las cárceles y campos de la dictadura. Y un puñado de ellos quedó desaparecido.

A la vuelta de la casa vivía un músico profesional, un bandoneonista bastante bueno, que practicaba casi todas las tardes y que nosotros escuchábamos en silencio desde el fondo de nuestra casa haciendo un alto en nuestros juegos de cowboy o de Tarzán.

He tenido que dar este largo rodeo para que se entienda por qué en la mañana del trece de octubre de 1976, después de dormir mí primera noche de preso en el suelo, ya que en la celda no había absolutamente nada más que nosotros mismos, los sonidos fueron como un mapa que me fueron llevando de la mano hasta saber exactamente donde estaba.

A la mañana, la campanada de entrada a clases y después, al medio día, la de salida del turno mañana de la escuela López y Planes. Después de comer, la entrada del turno tarde y a la hora de la merienda, la de la salida. Y aquella campanada era inconfundible para nosotros, sonaba distinta a todas. Después a la tarde el sonido del bandoneón y los ruidos de los preparativos para cenar en las casas de los vecinos.

Todo me era particularmente familiar y cuando vi a aquel agente retacón, ya viejo y gordito, que era el mismo que nos corría cuando jugábamos a la pelota en la calle, y que más de una vez me había llevado de las orejas a mi casa, ya no dudé más.

Estaba en la Cuarta, a los fondos de la casa donde había vivido toda mi vida hasta el 24 de marzo de 1976.

Claro que era otra Cuarta, bastante distinta a la que yo había conocido en mi infancia.

 


Notas 

(23) Rompehuelgas

(24) La huelga metalúrgica de 1942, con un papel relevante de los comunistas, fue una de las más importantes en el periodo inmediato anterior al golpe del GOU en 1943.

(25) Las instituciones judeo progresistas estaban en todo el país. La cifra de represaliados se calculó nacionalmente.

 

  

 

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