30. Banderas rojas sobre el Kremlin

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Cómo pega el hijo de puta. 

Puesto que estoy con la capucha no veo venir los golpes, y como me agarra desprevenido parece que dolieran más.

Vuelo de un lado al otro de la habitación como si fuera una almohada en manos de niños.

Pero éste no debe ser un niño, debe ser un boxeador fracasado o un forzudo.

Me tira al suelo y aprovecho para dar vueltas como desmayado para quedarme todo lo que pueda en el suelo pero ya me levantaron de vuelta.

Para no meter la pata, para no hablar, para no hacer nada de lo que ellos quieren, pero ¿Qué carajos quieren?, ¿qué pueden no saber de mí después de todo lo que pasó?, ¿o será que les da por las bolas que yo siga militando en el Partido?, trato de pensar en Fucik.

Trato de pensar que mierda hacía Fucik cuando se la daban, pero una piña en el estómago me dobla en dos.

No es fácil acordarse de la literatura, pero hago un esfuerzo.

Ah, ya me acuerdo, Fucik piensa en lo que más quiere para aguantar la tortura.

Y lo que más quiere es su mujer y su Partido.

Hagamos la prueba.

No funciona, igual duele.

Ahora me ponen contra la pared y me anuncian que me van a fusilar, aunque no me ven me sonrío: qué boludos, si lo que uno quiere es que no te torturen más y que si te tienen que matar que te maten de una vez.

Me pongo derechito, esta película sí que la vi, ahora me acuerdo del cura que era novio de Camila al que lo fusilan antes que a ella y que muere con tanta serenidad.

Yo también trato de terminar dignamente.

¿Alguien se acordará de mí si me matan ahora?, somos tantos...

¿Y qué pensarán de mí los de la Fede?

¿Alguien me llorará como yo lloré al Alberto?

Pienso en una gran bandera roja que veía ondear en la Plaza Roja de Moscú.

Nos bajábamos del Metro con el Alberto y con Bolita, vamos caminando despacio porque la avenida va cuesta arriba, del Metro a la Plaza Roja hay como trescientos metros en subida y de a poco se ve la bandera roja que está en la punta de las torres del Kremlin.

Está anocheciendo y la bandera roja sobre el Kremlin es para nosotros el símbolo de la revolución.

¿Cuantos murieron en la Segunda Guerra?

Veinte millones, entre ellos todos los Schulman menos mi abuelo. 

Pero todas las hermanas de mi papá, y sus tías y sus tíos que hubieran sido mis tíos abuelos o qué se yo qué carajos hubieran sido, pero eran míos.

El Curro Ramos sigue verdugueando pero yo ya me escapé. 

Él no sabe que ya no estoy ahí: que voy volando por la historia del Partido.

Del viejo Sorbellini defendiendo el Sindicato de la Construcción con el fusil en la mano, de Florindo Moretti (57) entrando en una comisaría de Villa Ocampo y liberándolo a Ricardo San Esteban a lo guapo.

A lo Florindo nomás.

El mismo Florindo que se pasó tres días pidiéndole a Codovilla que lo autorizara a convocar la insurrección armada para acompañar la resistencia peronista que intentaba enfrentar el golpe desde el paro general que se mantuvo en Rosario cuando todos ya lo habían levantado. Por supuesto inútilmente, Codovilla no iba a usar las armas, nunca. Pero entonces, ¿para qué mierdas las tenía?

Ahora me acuerdo de Ingalinella, del día que estuvo en la casa de mis viejos y trajo tierra de Stalingrado. Qué extraño ¿no? Un montón de gente grande mirando un frasquito con tierra.

¡¡Buum!!. 

El balazo pegó cerca de la oreja.

Me pongo a calcular si era una bala o un petardo.

El Curro se hace el enojado con los que dispararon, dice que es una vergüenza que tengan tan mala puntería, que va a tener que tirar él en persona.

Me ponen otra vez contra la pared, pero otra vez me escapo.

Ahora estoy en la Plaza de los Congresos, es el trece o el catorce de septiembre de 1973 y Jorge Garrido me llevó a la marcha de las juventudes políticas contra el golpe en Chile.

Nos subimos a la estatua que está frente al Congreso, donde está la fuente y de ahí miramos todo: el mar de banderas rojas y argentinas.

Anda a la puta que te parió Curro, matame o hacé lo que quieras que igual nosotros te vamos a ganar. 

Como te ganamos en Rusia, en Cuba, en China, en Portugal.

El mundo es nuestro y estos días de derrota serán una especie de exotismo de la historia.

Algo de eso había leído, cuando este mundo capitalista desaparezca a las generaciones futuras les parecerá muy extraño el modo en que está organizada la vida en estos tiempos.

Puta, y si les va a resultar extraño la plusvalía, que van a pensar de la picana eléctrica en las bolas, y de que te metan la cabeza en un balde con orina y mierda, o que le metan la ametralladora en la vagina de las compañeras, o que obliguen a los presos a cogerse entre sí con una pistola en la cabeza.

¿Quién carajo va a poder imaginar lo que era esto?

Y ahora… ¿qué pasó, por qué no me pegan más?.

Se fueron todos, me dejaron tirado como un trapo de piso estrujado.

Me vienen a buscar y me tiran en una celda.

Pero no en la del medio en la que estaba en octubre del 76, ahora estoy en una de las tumbas de la derecha, donde estaba la chica que se murió de diabética, creo.

-¿Quién es?, pregunta el compañero de la celda contigua.

-El gordo Schulman, le digo, yo salí de Coronda hace poco, y vos ¿quién sos?.

-El Mono, dice, soy el Mono, José….Pero, que mala suerte, el único que salió y ya estás de vuelta adentro.

-A mí me trajeron a declarar, nos están trayendo por causa, nos torturan y después te hacen firmar cualquier mentira

-Y por qué no los denunciás al juez, le pregunto,

-Boludo, si el que te tortura es el Juez.

 


Notas 

(57) Florindo Moretti fue el principal dirigente comunista santafesino hasta su muerte el 17 de octubre de 1983. De origen campesino, de la zona de Casilda, fue ferroviario y organizador de mil huelgas y revueltas populares como aquella primera contra Onganía denominada la Marcha del Hambre desde Villa Ocampo a Santa Fe en 1969.

 

  

 

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