31. La Justicia

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Por cincuenta años, el poder se apoyó en la Argentina en un balanceo inestable entre gobiernos civiles electos bajo la apariencia constitucional y dictaduras militares que subían cagándose en la legalidad y amparándose en Actas Institucionales cuyo único valor jurídico era el sostén armado que tenían.

Cada golpe ponía a su antojo jueces que daban valor a sus actos dictatoriales.

Lo que nunca pudieron explicar los liberales argentinos es por qué los gobiernos civiles convalidaban tales actos, que no sólo eran ilegales, eran el preanuncio del siguiente golpe de mano.

Todo el continuismo del poder real se basaba en un artilugio de extrema fragilidad teórica, el llamado continuismo jurídico que equiparaba leyes y proclamas golpistas en el mismo barro.

El tío de Brusa, Eugenio Wade, llegó a juez por ese camino sinuoso.

En 1955 los golpistas de la Fusiladora lo pusieron de juez Federal en Santa Fe, y años más tarde el tío llevó a trabajar con él a su sobrino Víctor, un mediocre estudiante de derecho, que así podía aprender algo y ganarse unos pesitos.

Cuando Mántaras llegó a juez, pareció haber entre él y el joven empleado judicial, todavía estudiante de Derecho, como un enamoramiento.

Mántaras le daba más y más lugar, y Brusa lo escuchaba hablar contra los judíos y los comunistas como en un arrobamiento.

Sobre todo le encantaba escuchar las anécdotas del joven Mántaras contadas con tanta gracia en el salón del club del Orden.

-Los rusos venían por el medio de la Plaza San Martín, querían poner una ofrenda floral al prócer, vaya descaro de estos judíos de mierda, así que el Pucho y yo les arrebatamos las flores, los empujamos al suelo, les pegamos unas buenas patadas en el culo  y nos fuimos corriendo.

-Los muchachos de la policía, que estaban avisados, llegaron por la otra punta de la Plaza una vez que nosotros nos habíamos ido.

-Y otra vez, con una moto salimos a tirar bombitas de alquitrán a las sinagogas y sus escuelas. 

-Qué mierda, ya tienen los  bancos, lo único que falta que les dejemos escuelas de sinarquía a esta mierda.

Brusa sabía que el hombre estaba bien vinculado. Desde que Onganía había llegado al gobierno, era más escuchado en la Casa Gris.

Y estaba convencido de que a su lado llegaría lejos

Fue en una de esas noches de joda, ya lejos del pacato club del Orden, en una quinta cerca de Rincón en donde se mezclaban jueces, putas, travestis, doctores, políticos y policías, donde un morocho, más bien formal para el ambiente de orgía que había, le propuso mantener una conversación en los días siguientes.

El tipo era de los servicios de inteligencia de la policía y le proponía presentarle alguna gente del SIDE que quería coordinar más información con el juzgado.

Ante una duda de coordinación con Mántaras, Rebechi le contó que ya habían arreglado los jefes con el juez pero que no había problemas, si quería podía chequear la información con su jefe.

Ya había ocurrido el Cordobazo, ya Santa Fe había perdido esa calma provinciana que tanto gustaba al juez Mántaras, ya los grupos habían empezado a actuar en coordinación con el II Cuerpo del Ejercito y en ese ambiente empezó a hacer buenos amigos.

El problema es que empezó a tomar demasiado y a pegarle a las putas. Con la mujer no tenía problemas, cogía una o dos veces por semana y todo bien. Pero con las putas, no sabía que le pasaba, cuando estaba montado le agarraba como ataques de locura y las cagaba a puñetazos. Y guay si alguna se quejaba, porque entonces ni le pagaba, ni nada.

Como a finales de 1975, el propio juez lo invitó a un asado en su quinta cercana a Santo Tomé. Le extrañó porque era un miércoles y las jodas se hacían los viernes a la noche, y además el juez nunca había arriesgado su quinta para ese tipo de fiestas. Habiendo tantos lugares seguros para que arriesgarse a que caiga algún hijo o la propia mujer.

Cuando llegó había bastante gente, incluso unos tipos vestidos de uniforme. El que hablaba era un tipo del ministerio de Bienestar Social de la Nación, y explicaba que todos estaban motivados por la misma causa: la necesidad imperiosa de recuperar el orden y parar la subversión que en la provincia de Santa Fe se había extendido a lo largo de todo el cordón industrial que corría de San Lorenzo a Villa Constitución, y que no era respetando los derechos humanos de los terroristas como se iba a resolver el problema.

Que ellos iban a poner el cuerpo, que estaban armando la Triple A en la provincia, pero que necesitaban la colaboración de todos.

Víctor se sintió respetado y reconocido como uno más. Había un juez Federal, dos coroneles, un mayor, tres comisarios, el director de un diario y algunos empresarios de los más respetados de la ciudad. Era la crema de las familias bien de Santa Fe. A muchos de ellos los veía en el Jockey, en el club del Orden o tomando cerveza en el Baviera del Puente Colgante.

Se entusiasmó y se dispuso a colaborar en todo lo que pudiera.

 

   

 

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