32. La responsabilidad de Brusa

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

El Juez Baltasar Garzón abandonó su actitud impasible, se revolvió en el asiento y pidió que repitiera lo último que había dicho.

Yo volví a explicar que luego de torturarme, en el mismo edificio y casi seguro que en la oficina de al lado de la sala de torturas, un funcionario judicial llamado Víctor Brusa me había amenazado con que me volverían a interrogar los mismos muchachos de la noche anterior.

Y que quería hacerme firmar un papel que él traía escrito.

La miró a la gallega Susana, una argentina exiliada en Madrid desde la dictadura que ahora era una de las abogadas de la Acusación Popular y le preguntó si iba a pedir el inmediato procesamiento del Juez.

Susana se sorprendió -era la primera vez en todo el juicio que el mismo Garzón insinuaba un pedido de este tipo- pero enseguida reaccionó, pidió la palabra y solicitó formalmente el procesamiento de Brusa, de Facino, del Curro Ramos y de todos los de la banda.

Salimos a la calle. Madrid en aquel septiembre de 1999 era una fiesta en espera del nuevo siglo y milenio.

La Audiencia Nacional Número Cinco, donde se lleva adelante el Juicio por Genocidio en la Argentina, está bastante cerca del monumento a Colón así que me voy a tomar un café allí con una periodista de France Presse que no se conformó con la conferencia de prensa, y pidió una entrevista exclusiva.

Nos sentamos en el Bar y me preguntó si es verdad que el juez Brusa era un torturador, que nunca habían escuchado algo parecido.

Yo tampoco.

Ese sábado de agosto de 1992 en mi casa de Rosario estaba tomando mate y viendo televisión con Mary, cuando un flash informativo, me hizo como un click en la memoria. El periodista informaba que había ingresado al Senado la nómina de candidatos a Juez Federal que el poder ejecutivo, a cargo de Menem, proponía.  Y que en la ciudad de Santa Fe, una diputada peronista (58) había presentado un pedido de investigación a la Legislatura Santafesina sobre las acusaciones que pesaban sobre uno de los candidatos. Al principio el nombre no me dijo nada, pero al rato me empezó a dar vueltas y vueltas en la cabeza.

Me fui al placard, saque la caja de los papeles y documentos que venía mudando de casa en casa y de matrimonio en matrimonio, y me puse a revisar los recortes de los diarios y los apuntes hasta que no tuve dudas, era el mismo hijo de puta de la Cuarta.

Me senté a la máquina de escribir, y sin respirar, escribí toda la historia de un tirón, la metí en un sobre, me subí a la moto y me fui al diario.

Lo busqué al Nano, que había estado hasta el 90 en la Fede y que ahora, libre del “pecado ideológico”, estaba de capo en la redacción pero no lo encontré. Conocía a otra gente ahí adentro pero no quise sentir más vergüenza ajena: me daba pena darme cuenta que se escondían como si les fuera a contagiar el virus del comunismo muerto en Rusia.

Dejé el sobre en la mesa de entradas, y me volví a casa.

La Mary me preguntó cómo me había ido, y le dije que al menos me había sacado el gusto: había escrito la denuncia con buen estilo; seguro que no iban a publicar una mierda, pero que igual había que hacerlo. Que era mi modo de mantenerme vivo.

Al otro día vinieron los chicos y hasta trajeron una amiga de Mariana a comer. Hacía tantos años que no trabajaba para una empresa privada que me había olvidado lo que era ganar un mango extra así que cada vez que cobraba una comisión por las ventas hacíamos una pequeña fiesta familiar o compraba boludeces importadas. A Javier le había comprado una de las primeras computadoras personales que utilizaba un casete de sonido para funcionar.

El que teníamos se empecinaba en no dar vueltas a la velocidad requerida por la computadora, pero con mucho esfuerzo hicimos andar un jueguito, que hasta colores y musiquita tenía.

Estábamos en eso cuando llegó mi hermano Cacho, asombrado porque por todo Rosario, los de La Capital buscaban a un Schulman que había estado preso.

Reaccioné al instante, saltó la ficha de Brusa pensé, y rajé para el diario. La periodista que me hace la nota pronuncia la misma pregunta que escucharía desde ese momento como una letanía: ¿el juez participaba personalmente en las torturas, él también pegaba?.

Y la misma respuesta desde entonces: ¿qué importa quien aprieta el gatillo?  Aquí lo que hubo fue un genocidio planificado y todos los que participaron en él son solidariamente responsables por la totalidad de los hechos. Porque sin el concurso de cada uno de ellos no se podría haber consumado el genocidio del modo en que se lo hizo

El punto es que sin la complicidad de jueces como Mántaras y personal judicial como Brusa, el sistema no podría haber funcionado tan eficazmente como funcionó. 

Si se hubiera respetado la institución del Hábeas Corpus...

Si alguno de ellos hubiera alentado a que se denunciaran las torturas...

Si hubieran requerido un mínimo de respeto a los niños...

Si no hubieran actuado como actuaron, ¿cuantos miles se hubieran salvado? (59) 

Que respondan pues por todo.

Por los desaparecidos, por los torturados, por los detenidos sin causa ni proceso, por los exiliados, por los que perdieron su trabajo, los estudios, la familia, y también por los robos.

 


Notas 

(58) La diputada santafesina Gastaldi, que presentó un pedido de informes -que nadie contestó- era por entonces una de las principales operadoras políticas del gobernador Reutemann quien, ni siquiera así, se interesó por el tema.

(59) Trascripción taquigráfica del testimonio de José Ernesto Schulman ante la Comisión de Acusaciones del Consejo de la Magistratura del Poder Judicial de la Nación del 28 de junio de 1999.

 

  

 

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