33. El Robo

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

La pareja entró a la habitación del motel como gente que conocía el lugar.

La mujer revisó que hubiera toallas, que las sábanas estuvieran limpias, que hubiera forros y que el televisor anduviera bien.

Le calentaban las películas que daban en esos lugares y no se atrevía a pedirle al marido que se las alquile en su casa.

El hombre sacó la pistola reglamentaria, la puso en el cajón junto con la credencial del Casino de Oficiales.

El uniforme lo había dejado en el cuartel, junto con los borceguíes, pero la pistola la llevó por si las dudas, y la credencial se la olvidó en el bolsillo del pantalón que usó en la última fiesta con la gente que vino de Corrientes por unos días, a ese curso de contrainsurgencia…

Se desnudó despacio mientras la mina se pegaba un bañó y justo cuando se estaba sacando el calzoncillo, abrieron la puerta de golpe y dos tipos armados lo encañonaron.

El Curro le agarró el pantalón, metió la mano en el bolsillo y sacó la billetera.

No le prestó atención a los papeles, agarró los billetes, se entusiasmó con los dólares, y se los metió en el bolsillo.

Dio un paso atrás, sin dejar de apuntar al tipo, le dijo cagándose de risa: -si se te para, podés cogerla, gil de goma.

Y salió por la puerta sin saber que se había cavado la fosa. Se metió en la pieza de al lado, y en la otra, y en la otra. Al salir, manoteó una empleada y la empujó dentro del auto. 

Amenazó al otro empleado que si lo denunciaba, volvía y lo hacía mierda. Que podía considerar eso una expropiación revolucionaria, que ellos eran del E.R.P. y que no les convenía abrir la boca.

A la chica la tiraron atrás, los muchachos la toquetearon todo el viaje y al llegar al otro motel bajaron la velocidad, abrieron la puerta y la empujaron al suelo. Pusieron la segunda, después la tercera y arrancaron para la Casita de Santo Tomé. Esa noche habría joda, la cosecha había sido buena, y hasta verdes habían conseguido.

Lo que no sabían era que los militares no se las iban a perdonar.

El milico, apenas quedó solo, le dijo a la mujer: estos tipos me la van a pagar, ya vas a ver, ya vas a ver. Enfiló para la ciudad, dejó la mujer en la parada de un taxi, y siguió para el regimiento. Buscó su ropa, se cambió y enfiló para su oficina, levantó el teléfono y pidió con el jefe del área.

A los dos días los detuvieron a los tipos, estaban torturando a un comunista en la Cuarta, así que hubo que detenerlos y largar al tipo.

Era el 22 de noviembre de 1977, no sé el nombre del milico que los mandó detener, pero si todavía vive debe estar puteando cada vez que me ve aparecer en la tele denunciando a Brusa y todos los genocidas.

Que se joda, seguro que era tan hijo de puta como el Curro Ramos y la banda.

 

  

    

 

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