La resistencia de los familiares

Informe de fusilamientos en el UP 1 - Córdoba, Marzo de 1977

 
 

Los familiares tuvieron un protagonismo fundamental en la lucha y resistencia por la sobrevivencia de los presos políticos ante la política represiva y de aniquilamiento dispuesta por las fuerzas militares. Ellos debieron soportar el aislamiento y la incomprensión de vecinos, amigos y parientes. También serios problemas en sus lugares de trabajo. Las de los presos políticos no eran familias de otro mundo, tenían los mismos problemas y vicisitudes que cualquier familia. Lo que las diferenciaba era el accionar represivo concreto. Ellas sufrían una gran presión, con seguimientos policiales, amenazas, humillaciones, etc., que buscaban atemorizarlas para que se desentendieran de la suerte de sus familiares presos. En algunos casos debieron sufrir el secuestro y la detención. La "Gringa", madre del Boxi Guevara nunca más apareció. Otros tuvieron mejor suerte, como el grupo de familiares que fue secuestrado y alojado en el Campo de La Rivera, hasta que pasó la visita a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA.

Los familiares se sintieron unidos en el reclamo por sus seres queridos. No quedaron puertas sin golpear, aunque muchas no se abrieron. Pero eso no les hacía bajar los brazos. La angustia y la incertidumbre los reunía todos los días. En alguna esquina, en algún bar o en las puertas de la cárcel. Juntos se apoyaban, se daban aliento. 

"Ibamos a buscar cartitas que sacaban las mujeres de los comunes - cuenta Rosario Rodríguez, esposa de Balustra - Cuando íbamos a un bar, el Viejo Cannizzo le pedía al mozo con voz fuerte: 'Para mí, un montonero'. Y cuando el mozo le respondía que no tenían ese vino, el Viejo le decía: 'No me traigás nada. Yo tomo Montonero o nada'. Y en el bar leíamos las cartas que nos traían quienes tenían contacto con las mujeres de los comunes. Así nos enteramos cuando lo sacaron al Boxi o a Cristian Funes." 

“Siempre nos juntábamos en grupos, -añade Teresa de Baronetto- porque había que andar averiguando, acompañando a alguien que venía de afuera buscando a su hijo o hija, chicos que estaban estudiando en Córdoba." "Muchas veces no sabíamos quienes eran. Y teníamos miedo que fuera gente que se metía para ver lo que hacíamos." - agrega Rosario Rodríguez.

Las colas de la incertidumbre que se formaban frente a la cárcel eran de tres o cuatro cuadras. Tratados con prepotencia debían deambular por la Dirección del Servicio Penitenciario, el Tercer Cuerpo de Ejército, el Arzobispado.

"Ibamos a la misa de Primatesta - relata Rosario Rodríguez - y cuando se iba para la sacristía nos metíamos allí. Le pedíamos que como autoridad de la Iglesia fuera a la cárcel y entrara para ver lo que estaba pasando. Los presos comunes nos mandaban a decir que era terrorífico lo que adentro le hacían a los presos políticos. Primatesta nos dijo que lo iba a intentar. Pero nunca fue. Y nosotros íbamos a la Catedral los domingos a la misa de 11, para verlo y decirle que se acordara de nuestro pedido, porque en el Arzobispado no nos recibía. Una vez Primatesta nos dijo que iba ir al otro día. Pero al día siguiente nos enteramos que estaba en un almuerzo con la Fuerza Aérea. Ni había pisado la cárcel." 

Cuando puedan reunirse los relatos de todos los familiares, con sus penurias y anécdotas, seguramente se podrá valorar en toda su magnitud el protagonismo en la lucha por la vida, arriesgando la propia a cada paso en aquel calvario del terror.


 

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