Introducción.

EL CASO RODOLFO WALSH: UN CLANDESTINO

 
 

 

Un hombre que se anima


En el micromundo de los medios de comunicación en Argentina es habitual que se mencione a Rodolfo Jorge Walsh como ejemplo y modelo de periodista, pero son pocos los profesionales que se animan a manifestar su admiración abiertamente o publicarlo en el lugar donde se desempeñan. La militancia de Walsh en las FAP y su identificación con la izquierda peronista, en la década del ‘70, son algunos de los elementos que lo transforman en un escritor maldito. Pero el análisis de su vida y su obra nos demuestran que él fue más allá de las coyunturas. 

Su movimiento ideológico pasó desde la derecha de la Alianza Libertadora Nacionalista, en la década del ‘40, hasta culminar en la agrupación Montoneros, en los ‘70. Y su trabajo como cronista nos permite, no solo conocer esa evolución personal, sino que ayuda a observar en detalle los cambios sociopolíticos y económicos de nuestro país en la segunda parte del siglo.

A Mariano Moreno se lo respeta y recuerda como patriota, integrante del movimiento revolucionario que instaló el primer gobierno patrio y luchador por ideales libertarios, aunque su texto del plan revolucionario que elabora no es muy digerible para los estómagos e intelectos argentinos. Con Rodolfo Walsh en cambio ocurre al revés, muchos obvian y hasta le imputan haber participado de un movimiento revolucionario, aunque rescatan los textos que escribió en diversas etapas de su vida.

“No siempre un rótulo político basta para definir a un hombre, para abarcarlo en toda su profundidad”, dice en alguna oportunidad Walsh. Ante esto es necesario agregar que una persona lo es en su integridad, no existe en partes ni seccionada, sino que es una totalidad, con sus luces y sombras, con sus matices y contradicciones, que es lo que le da riqueza. Tanto Moreno como Walsh son mencionados como importantes hombres de prensa, ambos fueron políticos, en el sentido amplio del término, aunque la distancia temporal aún no permitió valorar el aporte de Walsh a la cultura argentina.

El presente trabajo pretende hacer una semblanza del escritor, periodista y militante político. El desgranar algunos detalles de su vida, y transitar por los textos que legó, nos permitirá descubrir que su obra resultan claves para comprender algunos procesos; pero además nos mostrarán a un hombre que se adelantó a su tiempo en la búsqueda de recursos y estilos, influyendo en más de una generación de periodistas.

Era descendiente de irlandeses, nació en 1927, en Choele Choel (provincia de Río Negro), fue educado en colegios religiosos de Capilla del Señor y Moreno. En su primera infancia la familia no sufrió necesidades, pero cuando su padre dejó de ser mayordomo de estancia y tuvo que rondar el puerto en busca de trabajo, como consecuencia de la década infame, las necesidades empezaron a abundar. Su vocación era ser aviador, aunque su incursión en el mundo de las letras, en su adolescencia, lo marcaron para siempre. Cuentos policiales, traducciones para la editorial Hachette, artículos de periodismo cultural para diversos medios -entre los que figuran La Nación-, y un premio municipal de literatura figuran en su curriculum hasta el ‘56. 

Cuando estaba a menos de mes de cumplir treinta años, un ‘dato’ lo interrumpió de su amodorrado refugio intelectual. En un café de La Plata, alguien le dijo que de los fusilados en un basural, que había ordenado el gobierno nacional meses antes, había un sobreviviente. Entonces se animó, salió y fue más lejos que la ‘gran prensa’ y que la misma justicia. Su vida cambió, preguntó sobre la historia de los fusilados del ‘56, averiguó acerca de los fusiladores, encontró a sobrevivientes y nunca dejó de buscar respuestas, a fin ampliarlas hasta que la luz encegueciera. Los jefes militares de la policía bonaerense lo pusieron en la mira.

Luego encaró otra investigación, la del asesinato de un poderoso abogado judío vinculado con el diario La Razón. Los responsables del SIDE, recién creado, también lo consideraron su enemigo por los datos que reveló.

Hastiado del sistema de complicidades e impunidad, viajó a Cuba, donde la incipiente revolución lo incorporó de inmediato, para fundar una agencia de noticias primero y ser espía después, hasta derivar en criptógrafo, descubriendo el desembarco en Bahía Cochinos con meses de anticipación.

Más tarde se refugió en el Delta, escribió con melancolía algunos cuentos, cultivó la ironía a través de dos obras teatrales y planificó una novela que nunca pudo terminar de redactar. Su andanza lo llevó a conocer al coronel que escondió durante años el cadáver de Evita. 

Recorrió el litoral junto a un fotógrafo, compañero de aventuras. Describió, en notas de antología, el rostro oculto del país que la megalópolis porteña desconoce, porque siempre intuyó que debía acompañar a los abandonados.

Luego de encontrarse con Perón en Madrid, fundó una revista gremial para los trabajadores. Sabía que el movimiento obrero era traicionado por sus principales dirigentes, y los enfrentó descifrando el asesinato de uno de ellos. Se incorporó al Peronismo de Base, recorrió villas, integró las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y luego se sumó a Montoneros. La llamada burocracia sindical y la Triple A también lo consideraron tropa enemiga.

El 24 de marzo de 1976 empezó la última dictadura, que oscureció el sol de los argentinos por más de un lustro. Un año después, con la masacre y el exterminio a pleno galope, Rodolfo Walsh estaba sufriendo un exilio interno; vivía refugiado, tratando de ayudar a la militancia abandonada. A veces pensaba que a la edad en que muchos jóvenes eran perseguidos por la jauría de los borceguíes, él se dedicaba a imitar a Capablanca en el tablero, a armar laberintos literarios para alguna trama policial, o reseñaba la obra de Doyle o Bierce diciendo que hacía periodismo.

Perdió a su mejor amigo, supo de la muerte violenta de su primer hija y terminó enfrentándose con la cúpula del movimiento guerrillero. Había cumplido cincuenta años y desde su refugio, en San Vicente, decidió salir a pelear cara a cara contra el terror desatado por fuerzas perversas. Blandió el arma que mejor usaba, su máquina de escribir, y redactó el informe más lapidario que tuvo el gobierno militar al cumplir el primer año de gobierno. Pagó la osadía con su muerte.

Hacía veinte años había publicado el libro más importante de su vida, ‘Operación Masacre’. Recordaba que en el prólogo de la primera edición decía: “Investigué y relaté estos hechos tremendos para darlos a conocer en la forma más amplia, para que inspiren espanto, para que no puedan jamás volver a repetirse”. Su deseo no se cumplió, y por eso escribió su último texto “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso de dar testimonio en momentos difíciles”. 

Tal vez la mejor definición de Walsh no sea ni lo que dicen sus apologistas, ni lo que dicen sus detractores, sino simplemente “un hombre que se anima, y eso es más que un héroe de película”.