Capítulo I.

EL CASO RODOLFO WALSH: UN CLANDESTINO

 
 

 

El problemático ejercicio de la literatura 
Las primeras letras, la incursión por editoriales, el periodismo cultural y los cimientos de una obra.


Para hacer más fácil la comprensión del trabajo intelectual de Walsh, vamos a dividir la escritura de su labor en tres etapas, aunque sabemos que es una simple reducción, una simplificación necesaria para poder asir la obra. Los tres momentos - periodismo cultural, periodismo de investigación (político y social) y periodismo en la clandestinidad- se entrecruzan a lo largo de su vida, y no resultará extraño ver notas de una etapa en otro momento.

Era un adolescente de diecisiete años cuando se presentó en la editorial Hachette para poder ganarse el pan. Ocupó el puesto de auxiliar y, poco a poco, fue descubriendo todo lo relacionado con el mundo de la edición de libros. Rodolfo Walsh estuvo tres años allí, cubriendo puestos como auxiliar de ediciones propias, más tarde corrector de pruebas, luego traductor y finalmente editor de antologías. Pero su interés fue más allá del mundo del libro como objeto, e inició la incursión por el país de las letras.

El amor por el ajedrez y por la lectura de laberínticas tramas de novelas policiales influyó estéticamente en sus escritos, y en sus primeros textos armó juegos mentales para resolver ‘casos’ en los que, algunas veces, él mismo es protagonista y en otros simple relator. Su manejo del clima, del suspenso y la trama del policial negro será magistral, aunque el mundo académico considere el género como marginal, de igual manera que a la ciencia ficción, la historieta o las telenovelas.

Lentamente se aproximó al periodismo, pero no como cronista -nunca trabajó en redacciones de diarios- sino como redactor de artículos de interés general, muchos relacionados con escritores y obras literarias. 


El canon Walsh

Su primer artículo, al que consideramos la apertura del canon de Walsh, tiene que ver con un autor casi desconocido: Ambrose Bierce. El artículo, ‘La misteriosa desaparición de un creador de misterios’, fue un homenaje al ‘otro Poe’, señalándolo como escritor maldito, hombre de acción, militar, periodista y permanente polemista. Dice que Bierce dejó una maldición para quien lo recordara en el futuro, a la vez que se admira al observar que “en algunos relatos alcanza la difícil perfección del género”. Ambrose Bierce, al igual que Edgar Allan Poe, “padecieron el desprecio o la incomprensión de sus contemporáneos. Ambos murieron misteriosa muerte”. Y lo mismo podemos afirmar de Walsh.

Su conocimiento de los textos del género policial le permitirá escribir numerosas notas sobre el tema, entre ellos ‘¡Vuelve Sherlock Holmes! - La resurrección literaria más sensacional del siglo-’. En el breve ensayo periodístico relata la vida de Arthur Conan Doyle, otra figura en su canon, médico, amante de las novelas históricas, responsable del nacimiento, vida, muerte y doble resurrección del detective más famoso de la literatura: Sherlock Holmes.

Más tarde publicó en ‘La Nación’, como especialista literario, el texto ‘Dos mil quinientos años de literatura policial’. Plantea la tesis de que Poe no es el padre del género policial, sino que se cristalizó en él una tradición que ya figuraba en la Biblia, con el profeta Daniel a quien, además de reconocerle el don de aclarar sueños, desatar preguntas y soltar dudas, considera como el primer detective de la historia. Walsh continuó con el armado de su canon, sumó a los clásicos griegos y romanos, destacando a Cicerón y Virgilio, incorporó el Renacimiento, el Popol Vuh y el Quijote. A mediados del ‘55 publicó ‘Un estremecimiento, por favor -En torno al cuento fantástico y de suspenso-’, donde indaga acerca del nacimiento del relato fantástico y la importancia de algunos autores como Poe y ‘El Caso del Señor Valdemar’, H. G. Wells y la ciencia ficción, Jack London, Anthony Boucher y Richard Matheson.

En la revista ‘Leoplán’ publicó ‘El genio del anónimo’ donde recuerda “la más larga y enconada batalla periodística de todos los tiempos”, canonizando a un extraño personaje, de quien imitará sus métodos en los ‘70. Se trata de la historia de un ‘fantasma’ llamado Junius quien, a fines del siglo XVIII y durante tres años consecutivos, tuvo en jaque a la nobleza y al gobierno británicos. Este escritor publicaba de manera anónima en el periódico ‘Public Advertiser’, develando secretos escandalosos de los hombres públicos de un país tan “amante de venerables tradiciones”. Con sus cuarenta y cuatro cartas desató la polémica y se perdió en la noche de los tiempos, sin dar a conocer su identidad. El método usado era la única forma de hacer política, porque “estoy seguro que si me descubrieran no me quedarían tres días de vida”, le dijo a su editor el hasta hoy enigmático Junius. Años más tarde Walsh repetirá este gesto pero no para denunciar “escandaletes de la vida privada de los miembros del palacio”, sino para desnudar “el terror más profundo” que vivió la Argentina.

Antes de contraer matrimonio compartía un cuarto de pensión con uno de sus hermanos; luego se casó con Elina Tejerina, a quien le dedicará su primer libro. Su esposa estudió letras y fue nombrada directora de una escuela para ciegos en La Plata, lugar adonde van a vivir. Allí tuvieron dos hijas: Patricia Cecilia y María Victoria.


Personajes en rojo

Cuando tenía 23 años participó del concurso literario que organizaron la revista ‘Vea y Lea’ y la editorial Emecé, recibiendo una mención por el eléctrico relato ‘Las tres noches de Isaías Bloom’; integraban el jurado Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Leónidas Barletta. Fue su primer cuento editado en una revista de circulación amplia, antes había publicado dos relatos en la revista de Dénix, de un grupo cultural de la facultad de Humanidades de La Plata. Ese primer relato responde al género policial, perfilándose veladamente, y de manera implícita, algunos de sus personajes, como el comisario Jiménez y Daniel Hernández, éste último también será su seudónimo en muchas notas periodísticas. 

En 1951 publicó cuentos en ‘Leoplán’, el primero de ellos fue ‘Los nutrieros’, una exacta descripción de la vida de los cazadores furtivos en los campos de la provincia de Buenos Aires y los riesgos que enfrentan al invadir propiedades. De manera póstuma se reunirán once de estos escritos bajo el título ‘Cuento para tahúres y otros relatos policiales’, historias ambientadas en paisajes geográficos y humanos típicamente argentinos. El texto que da título al libro prefigura de algún modo la historia del gremialista Rosendo García, “la muerte planificada entre malandras”, que plasmó en su investigación acerca del asesinato del dirigente en ‘¿Quién mató a Rosendo?’. 

De sus relatos surgirán algunos personajes entrañables, como el comisario Laurenzi, corpulento y asmático, que bien podría ser un homenaje del escritor hacia su padre, Esteban. Laurenzi llevó una tropilla a Choele Choel, pueblo de donde era oriundo Walsh, y allí se afincó por un tiempo. En muchas de las tramas se pone de manifiesto la violencia que surge del encuentro entre los hombres y la naturaleza salvaje; y Laurenzi, con sencillez, empírico saber popular y la paciencia del hombre de tierra adentro, recorre la misma senda que el padre Metri de Leonardo Castellani, o el Isidro Parodi de la dupla Borges- Bioy Casares. Resuelve algunos casos en los cuentos ‘Transposición de jugadas’, donde se manifiesta la rudeza de la vida de campo a través del famosos dilema entre el lobo, la cabra y el coliflor; ‘Simbiosis’ donde se entrecruzan la religiosidad popular, el sincretismo y el paganismo, fusionándose dos fanatismos: el religioso y el ateo; ‘Los dos montones de tierra’, describiendo la prepotencia de los dueños de la tierra para con los humildes; ‘En defensa propia’ realizando por un lado una indagación psicológica de ‘una persona intachable’, y por otro un análisis sociológico de la parte hipócrita de la sociedad. 

Otros cuentos, como el largo relato ‘La sombra de un pájaro’ o el divertimento ‘Tres portugueses bajo un paraguas’, son resueltos por el comisario Jiménez, más urbano, impulsivo y racional que Laurenzi, quien actúa con su amigo Daniel Hernández, un intelectual que acompaña al protagonista. En esta colección hay dos cuentos más, es primero se llama ‘Los ojos del traidor’, de indudable influencia borgeana, y el segundo es ‘El viaje circular’, suerte de homenaje a Poe, que superan los límites del género policial para introducirse en lo fantástico.

En el ‘53 publicó la antología ‘Diez cuentos policiales argentinos’, primera recopilación del género en nuestro país, donde se rescata la labor de diez años de escritura policial en clave local, con personajes, paisajes, idioma y situaciones propias de nuestra tierra. Walsh destaca como autores de ‘obras maestras’ a Borges con ‘El jardín de los senderos que se bifurcan’; Jerónimo del Rey (seudónimo de Leonardo Castellani) con ‘La mosca de oro’; y Manuel Peyrou con ‘La plaza mágica’. 

Su primer producción literaria se plasma en un volumen de relatos policiales, que obtiene el Premio Municipal de Literatura: ‘Variaciones en Rojo’; un homenaje al detective Holmes, su creador Doyle y la primera novela de éste: ‘Estudio en escarlata’. Se trata de tres nouvelles donde el protagonista, Daniel Hernández, es un detective aficionado, suerte de alter ego de Walsh con quien comparten el oficio de corrector de pruebas. Hernández es amigo del comisario Jiménez, a quien acompaña en los casos que se le plantea, resolviendo con ingenio los enigmas de cada uno de los crímenes. Esta pasión de Walsh por armar historias como si fueran partidas de ajedrez la abandonará cuando compruebe que la realidad misma es un juego mucho más amplio, complejo y peligroso, y se transforme él mismo en el investigador que debe develar misterios de odios, rencores y muertes.

Una vez pasada la euforia, y tomando la sana distancia del tiempo, el autor dijo: “Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy (1966) abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la literatura, aunque sí en la diversión y el dinero. Me callé durante cuatro años más, porque no me consideraba a la altura de nadie".


Periodismo que no es periodismo

Mientras avanzaba la década del ‘50, la vida de Walsh presentaba un panorama cada vez más alentador y promisorio, los días transcurrían con tranquilidad, tenía una existencia ordenada, una familia constituida y un futuro prometedor. No tenía ningún compromiso político, solo estaba atado a sus seres queridos y a las letras; y como joven escritor caminaba a consolidar su prestigio. Ya estaba ‘haciendo carrera’.

Años más tarde recordará esta etapa como algo idílico a la que desearía volver: “al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela ‘seria’ que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo”.

Al finalizar su adolescencia había tenido cierta simpatía con el peronismo, a través de la Alianza Libertadora Nacionalista, de donde le venía su amistad con el cura Castellani. 

Pero, como muchos pensadores de su tiempo, se transformó en un intelectual antiperonista, sin por ello enfrentar abiertamente el régimen, manteniendo su tendencia por el nacionalismo.

En 1955 se desató la revolución autodenominada Libertadora, encabezada por los generales Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Rojas. Derrocan a l entonces presidente Juan Domingo Perón, quien marcha al exilio, mientras sus seguidores son perseguidos por todo el país. 

Apoya la movida militar, influido por los argumentos antiperonistas sobre el petróleo, despreciando toda actitud autoritaria del régimen, pero a la vez por una cuestión doméstica, uno de sus hermanos era capitán de Corbeta y director de la Escuela Naval de Aviación, perteneciente al arma más furibundamente ‘gorila’, que es como se denominaba a quienes se oponían al movimiento peronista. En el epílogo de ‘Operación Masacre’ explicó: “He sido partidario del estallido de septiembre de 1955. No solo por apremiantes motivos de afecto familiar, sino porque abrigué la certeza de que acababa de derrocarse un sistema que burlaba las libertades civiles, que negaba el derecho de expresión, que fomentaba la obsecuencia por un lado y el desborde por el otro”.

A pesar de su aprobación tácita, él no salió a la calle, tampoco integró los comandos civiles ni se sintió convocado. “Mis creencias de entonces son indefendibles, lo defendible es mi inacción”, le confiaría a Ernesto Fossati en una entrevista. El compromiso lo hace con su hermano, por quien escribe dos artículos en ‘Leoplán’, exaltando el valor y el heroísmo de los aviadores que combatieron en aquellas jornadas para derrocar a Perón, cerca de las sierras de la provincia de Buenos Aires.

En la primer nota, ‘2-0-12 no vuelve’, la acción transcurre en el sur de la provincia, en los cielos del pueblo de Saavedra donde, durante las acciones revolucionarias, mueren tres pilotos de aviación: el capitán de fragata Eduardo Estivariz, el teniente de fragata Miguel Irigoin y el suboficial mayor Juan Rodríguez. Desde la base aeronaval Comandante Espora habían partido los dos oficiales rebeldes y el suboficial peronista, de quien dirá “no siempre un rótulo político basta para definir a un hombre, para abarcarlo en toda su profundidad”. Hace un retrato épico, exaltando la figura de quienes enfrentan el orden constituido.

La belleza literaria del texto periodístico tiene su efecto al dejar de lado las fechas, calificaciones, ascensos, cifras y adjetivos para forjar mejor la imagen del protagonista, el capitán Estivariz, dedicándose a indagar en las relaciones humanas, en la anécdota y el recuerdo personal. Más allá de lo cuantitativo, ésta será una característica esencial del método cualitativo de investigación que el escritor implementará, de manera rigurosa, en casi toda su producción periodística y literaria.

El segundo artículo, ‘Aquí cerraron sus ojos’, fue escrito un año después, luego de la cobertura de un acto en el serrano pueblo de Saavedra, por los acontecimientos que llevaron a la muerte a los tres aviadores. Ambos textos generaron un enfrentamiento con la Armada. 

En el ‘57 escribió: “Las autoridades del ministerio de Marina vetaron esas notas, primero verbalmente y después por escrito. Ellos entendieron que los caídos, sus propios muertos, podían prescindir de tal homenaje, y yo entendí que podía prescindir de la opinión del ministerio de Marina. Porque tanto entonces como ahora creo que el periodismo es libre, o es una farsa, sin términos medios”.

La misma fuerza militar que lanzó a la batalla a los aviadores pretendía olvidarlos, y Walsh, a pesar de las objeciones de la fuerza, publicó la reivindicación. Se trató de su primer discusión con una institución de gran envergadura, hecho que de ahí en adelante fue una constante en la obra walshiana. Pero su enfrentamientos no pasarán por cuestionar la institución en sí, sino porque le molestaba la corrupción e impunidad de los hombres que las distorsionaba. Se sumará así el enfrentamiento con miembros de la policía Bonaerense, que él llamaba la secta del gatillo alegre; las imputaciones contra la jerarquía sindical, manejada por el ‘Lobo’ Vandor que pretendía un peronismo sin Perón y sin obreros; las denuncias contra el mismísimo estado de Israel ante el caso Palestino; y en último término el enfrentamiento final con el ‘sistema’ encarado por el Proceso de Reorganización Nacional, en el ‘76.

Desde entonces lo puro y específicamente literario quedó atrás, un acontecimiento en su rutina le hará dar un vuelco en la manera de encarar su escritura, e incluso la vida misma. Ese muchacho “de estatura más bien baja, delgado, pálido, huidizo, que habla en voz baja y ríe con una risa breve”, tal como lo describió Juan Bautista Brun, dejará “las suaves, tranquilas estaciones”.

Aquí culmina una etapa, que se puede describir como burguesa y liberal, donde el futuro está asegurado, con un trabajo respetable y una carrera de escritor promisoria. Lo dejará todo para dedicarse a un periodismo distinto que con los años lo llevará a una militancia revolucionaria.