Martín, Juan

Legajo Conadep Nº 440 

 

Mi secuestro

 

“Fui secuestrado el sábado 14 de agosto de 1976, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, en la región noroeste de la República Argentina. El hecho ocurrió a las 11,30hs., en el interior de un bar-comedor que funcionaba en un club deportivo de barrio, ubicado en un pasaje existente entre las calles Lavalle y Bolívar, a la altura de la avenida Colón, en el acceso oeste de la ciudad, razón por la cual era habitualmente utilizado por camioneros.

Ese día –yo concurría al bar con frecuencia- me encontré allí casualmente con un compañero, integrante como yo del Movimiento Peronista, a quien conocía sólo por su apodo de “Viru”. Ambos nos sentamos juntos para almorzar. Otras treinta personas, aproximadamente, se encontraban en el local.

Ya iniciada la comida, dos grupos de personas ubicados en mesas distintas, todas vestidas de paisano, se incorporaron bruscamente y nos amenazaron con armas cortas y sub-ametralladoras, capturándonos, mientras que al mismo tiempo obligaron al resto de los presentes a arrojarse al suelo.

En ningún momento mis secuestradores –en total 7 u 8 personas- dijeron pertenecer a ningún organismo policial o militar. Eran todas personas jóvenes, con edades comprendidas entre los 25 y 35 años, algunos vestidos con ropas informales, varios luciendo barba, o largas cabelleras.

Posteriormente, yo identificaría a varios: Teniente Primero de Ejército ARTURO FELIX GONZALEZ NAYA, y a miembros de la Policía Provincial como los subcomisarios JOSE BULACIO y ANGEL MORENO, los oficiales LUIS DE CANDIDO, GUILLERMO AGUSTÍN FARIÑA y HUGO ROLANDO ALBORNOZ, y el Cabo CARLOS REYNOSO.

Tanto “Viru” como yo fuimos esposados con las manos detrás del cuerpo, y conducidos a unos vehículos que estaban estacionados muy cerca del local: un Peugeot 504, de color amarillo, matrícula de Buenos Aires, y un Ford Falcon azul, de Tucumán. El compañero fue introducido en el primer coche, y yo en el otro.

En el Ford Falcon me tiraron en medio de ambos asientos, en la parte trasera del coche, y mi cuerpo fue cubierto por una manta, con el propósito evidente de impedir tanto que fuera visto, como que yo advirtiera dónde era conducido.

Desde el mismo instante en que me suben al coche comienzo a recibir golpes y a ser interrogado. En tanto, el Ford Falcon comienza un largo viaje por la ciudad, y posteriormente se dirige a la Jefatura Central de Policía de la provincia de Tucumán, ubicada en pleno centro de la ciudad, en la intersección de la avenida Sarmiento con la calle Salta.

Pese a los intentos de mis secuestradores por desorientarme, advertí dónde estaba. Inclusive que habíamos ingresado a la Jefatura por el portón que da a la calle Santa Fe.

Inmediatamente de producido el ingreso, fui conducido al salón principal de interrogatorios (ver planos) del “Servicio de Información Confidencial”, denominación oficial interna en la Policía del grupo encargado de los secuestro de opositores a la dictadura militar implantada en al país desde el 24 de marzo de 1976.

En cuanto soy ingresado al salón, se me tapan los ojos, utilizando un paño de algodón sostenido por una venda de Cambric, de las utilizadas en medicina. Mientras dura ese procedimiento, alcanzo a ver que en el recinto hay otras personas, que están atadas, vendadas y acostadas en el suelo.

Una vez vendado y mis manos atadas con soga de cáñamo común, comienzan los apremios ilegales de todo tipo, mientras me reclaman información sobre otros compañeros. Durante 2 o 3 horas recibo puñetazos, puntapiés, cachiporrazos, tarea que cumplen varias personas.

Soy trasladado luego a una sala contigua, más pequeña, denominada por mis interrogadores como la “sala del teléfono”, donde me desnudan y me atan por mis extremidades a un elástico de cama. Allí comienzan a aplicarme la picana eléctrica, mediante la utilización de dos teléfonos de campaña del Ejército: uno de los electrodos se me coloca en la cabeza, y otro en los órganos genitales.

Esta tortura se prolonga durante 48 horas, con algunos intervalos, sobre todo entre medianoche y las 8 de la mañana. Durante ese lapso sólo me levanté de la cama para ir al baño en dos o tres oportunidades, y para comer algo.

Concluido este tormento, fui llevado a la zona de calabozos de la Jefatura, donde funcionaba el campo de concentración clandestino de detenidos-desaparecidos propiamente dicho. Allí fui alojado en una celda individual, donde permanecí hasta mediados del mes de setiembre, salvo durante los primeros días en que fui llevado a interrogatorio otra vez. Me sacaban del calabozo a la mañana muy temprano y reingresaba en él por la noche. Evidentemente, ésta era una medida de precaución adoptada por los secuestradores, puesto que era necesario cruzar la playa de estacionamiento, donde podía ser visto (ver plano).

En esa fecha soy trasladado a otro campo de concentración, ubicado en el sur de la provincia de Tucumán, en las cercanías de la ciudad de Famaillá. Este csmpo estaba emplazado en las instalaciones del ingenio azucarero Nueva Baviera, que había paralizado su actividad industrial hacía unos 10 años. Mi traslado se realiza introduciéndome en el baúl de un Ford Falcon azul, el mismo que se utilizó cuando fui secuestrado.

Desde septiembre quedo a disposición del Comando Militar de la Zona de Operaciones, que tenía su sede en ese ingenio. Este comando del Ejército tenía una jurisdicción que se extendía desde la localidad de San Pablo, en las afueras de San Miguel de Tucumán, hasta la ciudad de Concepción.

En Nueva Baviera, además, se hallaba la base del Ejército más importante de la zona, tanto por su número de efectivos como por la sede del Comando.

El campo de Nueva Baviera tenía su propio grupo operativo, integrado también por personal de la Policía Provincial, aunque participaban en él, en forma rotativa, oficiales del Ejército.

Permanecí en Nueva Baviera hasta fines de enero de 1977, aunque en ese período fui trasladado esporádicamente, durante 3 o 4 días, tanto a la Jefatura Central de Policía como a otras bases del Ejército ubicadas en Lules y Bella Vista.

Desde mi ingreso a este campo, durante cuatro días, vuelvo a ser torturado para arrancarme información sobre la resistencia popular en la zona. La forma principal de tormento fue otra vez la picana eléctrica y el “submarino”, que consistía en introducir mi cabeza en un gran tacho con 200 litros de agua hasta llegar a punto de asfixiarne. Durante la tortura estuvieron presentes el jefe y el segundo jefe del Comando de la zona de Operaciones, Teniente Coronel ANTONIO ARRECHEA y Mayor AUGUSTO NEME.

Durante la tortura, Arrechea me quitó la venda de los ojos, diciéndome que no le importaba que le viera la cara, “porque no vas a salir vivo de aquí”.

A Lules y a Bella Vista fui conducido en octubre y noviembre de 1976, durante dos o tres días. En ambas ocasiones me trasladaron vendado y esposado. Para ir a Lules utilizaron un jeep militar y a Bella Vista una camioneta con techo de lona sobre la caja, también propiedad del Ejército. Tanto en Lules como en Bella Vista fui interrogado por los oficiales del Ejército en la sede de ambas bases. Estuve siempre vendado y esposado. Los interrogatorios estaban referidos a la organización de la resistencia popular en esas ciudades, y en su trascurso recibí varias palizas.

En enero de 1977 fui trasladado a otra base del Ejército, ubicada en una escuela de la ciudad de Monteros, donde permanecí durante 20 días.

Ya a principios de febrero de 1977 soy trasladado a otro campo de concentración denominado “L.R.D.” (aparentemente “Lugar de Reunión de Detenidos”), ubicado en el interior de la Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga, del Ejército, ubicada en las afueras de la ciudad de San Miguel de Tucumán al lado de la ruta nacional N° 9, que une Tucumán con Salta. Este traslado se realiza en un coche Ford Fairlane, de color negro, sin identificación. El viaje duró unos 45 minutos, y fui echado entre los dos asientos. Ocupaban el vehículo otras cuatro personas, suboficiales de Gendarmería Nacional. Con mi ingreso “L.R.D.” paso a disposición orgánica, en mi calidad de detenido ilegal, del Destacamento 142 de Inteligencia perteneciente al Comando de la V Brigada de Infantería con asiento en Tucumán, e integrada en el III Cuerpo de Ejército.

Mi traslado significa el reconocimiento de los interrogadores y de las torturas. En el “L.R.D.” se utiliza el “pozo” (enterramiento de los prisioneros desnudos) durante los primeros dos días, y luego la aplicación de picana eléctrica, estaba colgado de una barra por los brazos sin que mis pies tocaran el suelo, mientras me mojaban el cuerpo para amplificar los efectos de la corriente eléctrica.

En este campo de concentración estoy hasta mediados de mayo de 1977, fecha en que se dispone otro traslado, esta vez a la Jefatura Central de Policía, en el cual permanezco hasta mi liberación, el 12 de agosto de 1978, si bien en varias oportunidades fui llevado a otras bases del Ejército, por períodos no mayores de cuatro días aproximadamente, tales como una ubicada en el Potrero de las Tablas, en las cercanías de Lules, otra en el Cerro San Javier, en los pabellones de la Ciudad Universitaria.

Tanto en San Javier como en Potrero de las Tablas estuve bajo control de oficiales pertenecientes al Regimiento 19 de Infantería. En San Javier me mantuvieron en un pequeño cuarto de uno de los pabellones pertenecientes a la Universidad Nacional de Tucumán, bajo vigilancia de soldados conscriptos. También fui interrogado, pero sin torturas, sobre algunas características de la zona de monte (picadas, caminos, etc.). Desde San Javier fui trasladado en un jeep militar a Potrero de las Tablas, donde soy interrogado sobre la existencia de presuntos objetivos militares en la zona. Allí, luego de un simulacro de fusilamiento realizado por oficiales de Ejército al mando de un teniente coronel, cuyo nombre y apellido desconozco, aunque pude verificar que no era tucumano, paso a sufrir un nuevo tipo de tortura que demuestra el salvajismo de los represores del pueblo argentino: me suben a un helicóptero militar que toma altura, y me intiman a colaborar bajo pena de arrojarme vivo desde el aparato. Como no les proporcioné la información que me requerían me atan fuertemente las manos detrás de mi cuerpo, y con una cuerda gruesa, los tobillos. Luego me deslizan por la puerta del helicóptero al espacio, ya sin vendas en mis ojos, colgado de los pies. Desconozco el tiempo transcurrido en esa posición. Yo estaba aterrado. Posteriormente, y con lentitud, me izan e ingresan otra vez en el aparato, donde continuó el interrogatorio. Al cabo de 15 o 20 minutos, el helicóptero regresó a Potrero de las Tablas, desde donde me trasladaron sucesivamente a San Javier, Regimiento 19 de Infantería, y finalmente, a la Jefatura Central de Policía. Durante todo el tiempo que estuve secuestrado –aproximadamente poco más de 23 meses- fui testigo de la política genocida contra el pueblo argentino, desarrollada por el Ejército y otros organismos del Estado en la provincia de Tucumán.

Lo que sigue es mi testimonio personal sobre cuanto vi y me consta:

   


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