Martín, Juan

Legajo Conadep Nº 440 

 

Mi libertad


El 9 de agosto de 1978 fui puesto en libertad en San Miguel de Tucumán. Inmediatamente viajé a Buenos Aires y desde allí al exterior. Salí de Argentina el día 12 de agosto de ese mismo año.

Un mes antes, el supervisor militar del D-2 había autorizado que la Policía Federal extendiera un pasaporte a mi nombre.

¿Cuáles son las razones que motivaron esta decisión? ¿por qué, en definitiva, yo estoy libre y otros muchos aún no han aparecido? No tengo elementos concluyentes para dar mi versión definitiva de estos sucesos. Sin embargo, puedo anotar algunos hechos que pueden imbricar una explicación parcial de un proceso que en su totalidad desconozco.

Desde mi secuestro, el 14 de agosto de 1976, hasta fines de mayo de 1977, luego de varios traslados por varios campos de concentración, no hay ningún indicio que haga presumir para mí una suerte distinta al resto de mis compañeros: no colaboro con las fuerzas represivas, no hay ninguna detención producto de mis declaraciones, no realizo tareas de inteligencia para ellos.

En enero de 1977 se comienza a advertir, y de forma más o menos clara e inmediata, que el ritmo de secuestros va disminuyendo.

La explicación es simple: en Tucumán, la práctica del terrorismo de estado había comenzado antes del golpe de 1976 y, por lo tanto, dos años después también disminuyen ostensiblemente las detenciones. A mediados de 1977 pude observar un cambio en la política terrorista del estado en Tucumán en forma externa, porque ya no hay tantos secuestros; en forma interna, porque la política de ofensiva puramente militar se torna prevención e inteligencia.

La veta para la información rápida y operativa de los primeros tiempos, que estaba dada por la concentración clandestina e indefinida de los prisioneros, deja de ser importante, porque hay pocas capturas de nuevos prisioneros; se transforma en tareas más elaboradas de inteligencia.

Es en ese momento en que cambia la situación con respecto a un grupo de prisioneros, en el cual estoy incluido. Se nos separa del resto, se nos interroga continuamente, ya sin torturas físicas y posteriormente, se nos deja conectar con nuestras familias, aunque sin estar ni en libertad, ni reconocidos oficialmente como detenidos.

A fines de 1977, posteriormente, otro signo de este cambio de política es la disolución del SIC, el desmantelamiento del campo de concentración de la Jefatura y de Nueva Baviera. Inmediatamente antes se produce un traslado colectivo de detenidos-desaparecidos.

Con los integrantes del grupo de prisioneros seleccionados –éramos cuatro detenidos– los responsables del SIC se dieron una técnica especial. Es la teoría de la supuesta “recuperación” para los planes de la dictadura militar.

Esta política no tuvo un desarrollo lineal, lógico, racional: estuvo recorrida por subjetividades, engaños, simulaciones. Y no fue un proceso corto, sino de largo plazo, matizado por la explotación de los trabajadores y el pueblo, al crimen organizado, al aprovechamiento económico de las lacras humanas, tales como el tráfico de drogas o la prostitución, el robo o el soborno.

Esa pirámide de intereses permanentes, cuyas bases se asentaban y aún hoy se asientan sobre la brutalidad, el escarnio, la represión y la violación de todo derecho humano, tiene una cúpula: La Junta Militar Argentina, que ha instaurado la más brutal dictadura antipopular que registre la historia de nuestra patria.

Hoy vengo a testimoniar ante mi pueblo y ante la opinión pública internacional, para fijar las responsabilidades de todos los protagonistas de esta página negra de la historia argentina.

Pero desde un punto de vista absolutamente personal, vengo a testimoniar para demostrar a mis secuestradores que, pese a todo, no soy un hombre “recuperado” para sus planes y designios. Al contrario, creo que este testimonio viene a dar fe en mi confianza en la pronta recuperación de la libertad, la democracia y la justicia para el pueblo argentino, y en el resultado de la lucha imprescindible para derrotar a una dictadura culpable del dolor de millares de familias de argentinos, así como del hambre, la explotación, y la angustia de millones de compatriotas.

 

   


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