Capítulo III. Remedio para meones

CAMPO SANTO - Parte I

 

 

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez) 



La vida en el internado


"La disciplina en el Instituto Roca era recta. Lo manejaban monjas muy estrictas, bravas. En esa época las monjas eran muy ortodoxas, duras... Todo lo que hacíamos mal en el día se pagaba con castigo a la noche. Un castigo corporal. Era muy común que nos hundieran la cabeza en la bañera llena de agua... y todas esas cosas." 

"Yo tenía ocho años. Viste que muchos chicos se llueven en la cama (1). Bueno, yo lloví colchones hasta los quince años. Y cobraba y cobraba por eso. No sé por qué no podía retener. Incluso hasta llegaron a atarme. Eramos tres o cuatro chicos que teníamos ese problema, nunca me olvido: Domínguez, Sánchez, yo... Andábamos con un tremendo olor a meo encima; nadie se nos arrimaba." 

"Entonces, como te decía, nos ataban. Pero antes sacaban el colchón de la cama. Nos ataban al elástico de pies y manos. Y así nos tenían todo el día. Ibamos a la escuela y nos ataban en el recreo. Volvíamos de la escuela y mientras los demás chicos jugaban, nosotros nos quedábamos atados en el pabellón. Era para que no nos meáramos más. Tampoco nos daban agua con la comida de la noche; el que quería tomar agua se las tenía que aguantar. Decían que tomar agua en la noche producía movimientos de vejiga." 

"En el pabellón éramos más de cien chicos. Yo fui pasando por todos los pabellones, menos el de lactantes. Hice preescolar, antes el de jardín de infantes. Después todos los demás. Así hasta el último; de doce, trece años. Cuando cumplías los quince, como lo padres no nos retiraban, nos llevaban a otro colegio, al otro instituto para chicos más grandes." 

"En el Roca teníamos un uniforme. Nos daban unos zapatones horribles tipo borceguí, pero sin caña. Me acuerdo que nos cagábamos a patadas con esos zapatos. No usábamos guardapolvos, sino un jardinerito gris, de color gris. Así como los que usan los chicos ahora, los que están tan de moda. Una tricota, una camisa. La tricota marrón, creo que era marrón." 

"Nos despertaban a las seis, cuando todavía era de noche. Venía la serena, nos despertaba con un silbato y nos mandaba a bañar. Los baños eran comunes, nos duchábamos todos juntos." "Después nos subían al micro que nos llevaba a la escuela, que estaba afuera del Instituto, sobre la calle Camarones, por Floresta. Todavía funciona. 

Después nos pasaron a otro colegio. A varios colegios. Lo que pasaba es que yo era medio indisciplinado y me echaban de todas las escuelas. Siempre fui rebelde de chiquito. Medio quilombero. Un pendejo bravo. Las monjas se la agarraban con mi vieja cuando venía a visitarme. Le pasaban el parte de toda mi mala conducta apenas entraba al Instituto. Entonces ella ya llegaba caliente y me sacudía peor. En vez de defenderme me mataba. Pobre vieja... 



Celadoras guardiacárceles


"En el Instituto había momentos en que se extralimitaban con la disciplina. Tenían un sistema de rigor como el de los reformatorios. Había celadoras que realmente no eran celadoras, sino directamente guardiacárceles. Nos manejaban con amenazas. Ellas se quedaban con la comida de las visitas y nosotros no podíamos tocar nada. No podíamos decirle nada a nadie de lo que pasaba ahí adentro. Teníamos que chuparles todo el tiempo las medias porque los castigos eran terribles, como cuando llegaba el momento del baño. Desde afuera escuchábamos como la bañadera se iba llenando y hasta sentíamos el olor a agua con cloro; era una tortura ya antes de entrar. Hasta hoy recuerdo el sonido de las canillas cuando las abrían y el chorro de agua llenando la bañadera. En la puerta siempre estábamos yo, Sánchez, Domínguez; todos en fila para ser zambullidos de cabeza en el agua fría." 

"Eso lo hacían las celadoras con el apoyo de las monjas, aunque las monjas también lo hacían. Yo me acuerdo de una monjita, la hermana Antonieta. Era bravísima. Te metía dos sopapos y no querías más. Era terrible cuando se juntaba con la hermana Angélica. Angélica era una monja que daba clases de moral y buenas costumbres en la televisión, por el que en esa época era Canal 7. Era muy amiga del padre Gardela, un cura capellán de la Policía Federal que los fines de semana nos pasaba películas. Daba clases de moral la hermana Angélica, y todos teníamos que ver su programa. Pero la bribona bien que nos recagaba a palos. Era española, gallega." 

"Había que avisarle cuando estaban los cantores flamencos por televisión, porque ella venía y se ponía contenta. Había que ser forro de las monjas y de las celadoras. En una palabra, tenías que forrearlas para pasarla bien. Yo nunca lo hice, y por eso la ligaba siempre; igual que Domínguez, Morel, Sánchez, Alvarez. Me acuerdo de los pibes que éramos más rebeldes."
 


Cumpleaños feliz


"Que yo me acuerde, en los institutos de las monjas no se le festejaba el cumpleaños a nadie. En mi caso alguna vez fue distinto. Yo cumplo el 5 de noviembre, y mi vieja llegaba al Roca con el cajón de Coca-cola y los sángüches de miga para todos los chicos. A decir verdad, primero pasaba por las celadoras, les dejaba la coima: una bandejita de masas y gaseosas también para ellas. Yo nunca me voy a olvidar de eso, esas injusticias quedaron grabadas en mi mente; qué injusta que es la coima, me decía." 

"Pero mi cumpleaños, para que me lo festejaran, tenía que caer en domingo; porque entre semana no se podían hacer visitas. Entonces, si ella llegaba, mis compañeros bajaban al patio porque sabían que mi vieja traía comida para todos. Si caía en un día de semana sonábamos, no había nada. Para que me dejen ver con mi vieja en un día de semana ella tenía que mandar, si las celadoras fumaban, cigarrillos; o yerba, azúcar, plata. Recién ahí me dejaban ver a mi vieja que me esperaba sentada en la antesala de la Dirección, chiquitita, hundida en esos sillones grandes de cuero marrón." 

"El sistema era el mismo para todos los chicos. Si a mí me dejaban comida, frutas o golosinas, yo no veía nada, obviamente. Trataba de comerme todo mientras caminaba desde la Dirección hasta llegar al pabellón. Todo lo que podía me lo comía rápido para salvar algo. Porque si yo le decía a la celadora: 'Señorita, me lo guarda', nunca más se te podía ocurrir pedírselo porque te agarraban bronca para toda la vida." 

"Las celadoras hacían mucha ganancia los sábados y domingos, cuando venían las visitas. Ahí no faltaba ninguna, Sabían que los padres, los tíos, los abuelos dejaban comida, ropa, juguetes, plata. Y los chicos sabían qué iba a pasar con todo eso. Estaba prohibido decir que las celadoras se quedaban con todo. Entre nosotros mirábamos con tristeza porque lo mejor de lo que nos regalaban ya sabíamos que se lo iban a llevar ellas. Cuando se terminaba la visita, los chicos directamente subíamos las escaleras y les entregábamos las cosas a las celadoras que decían que nos las iban a 'cuidar', así era de triste. Y esas cosas eran de siempre, las vi ahí, la vi afuera y las sigo viendo hoy en la actualidad en muchos órdenes de la vida." 

 

 


(1) Se refiere a orinarse.

 

 

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