Capítulo V. La vida por televisión

CAMPO SANTO - Parte I

 

 

(Del testimonio del ex-sargento Víctor Ibañez)



Los reyes son las monjas


"Durante los primeros años de internación en el Roca, mi mamá no podía sacarme del Instituto, porque así era el reglamento. Podía visitarme, pero nada más. No la autorizaban a llevarme con ella si no hacía antes unos trámites: ver al director y pedirle permiso no sé a quién en otro lugar. Como ella trabajaba, no podía cumplir con toda esa burocracia. Después, no sé cómo, mi vieja ya pudo sacarme para que pasemos un día juntos afuera del Roca." 

"En una bolsita me traía toda la ropa para la salida, y yo me vestía mientras ella les daba una propina a las celadoras, que se le quejaban más de la cuenta por mi mala conducta para sacarle un peso más. Mi vieja me compraba ropa de la más alta calidad. Zapatos de charol, pantalón de cashemire. Me acuerdo que cuando salía así vestido parecía una foto." 

"Casi siempre me llevaba a la casa de sus patrones de entonces, la familia Peña. Ahí me mimaban mucho. Otras veces íbamos de visita a lo de mi padrino, el doctor Coria. Yo siempre volvía con juguetes. Eran de última generación, con luces y esos chiches. Juguetes que no tenía nadie. Pero como había un lugar para todos en el pabellón donde los tenía que dejar guardados, los agarraban y rompían otros chicos, que los usaban cuando yo salía con mi mamá." 

"A esos chicos nunca los iban a visitar; parecía que directamente no tenían padres, que eran huérfanos; había otros que estaban a disposición del juez de menores. Ese lugar era como un depósito de chicos pobres. A veces mi vieja, cuando podía, me retiraba a mí con dos o tres más que nunca salían porque no tenían quién los fuera a buscar, por ejemplo en Navidad." 

"Pero no eran los de mi barra. Morel tenía papá, Sánchez a su mamá, el 'Loco' Alvarez también tenía familia, Domínguez igual. Eran otros los chicos que mi mamá se llevaba conmigo en Navidad. Se buscaba que no quedara ninguno ahí adentro para las fiestas, entonces los padres se ponían de acuerdo y cada uno se llevaba a un grupito por esa noche, bajo su responsabilidad. Porque era feo quedarse ahí solo en Navidad. Yo me quedé una vez, cuando la operaron a mi vieja. Estuve mal, muy mal; nos quedamos con otro chico." 

"Eramos dos, no había nadie más en todo el Instituto. A los otros sin familia se los habían llevado a Córdoba o a Necochea, no me acuerdo. Como el caso nuestro fue de último momento, cuando ya había salido la excursión, nos quedamos en el pabellón largo, vacío, sin nadie. Todos los colchones estaban enroscados sobre los catres. A nosotros nos pusieron en las dos camas que estaban más cerca de la puerta. Era una noche de Reyes y yo tenía el problema de que me orinaba en la cama y el otro también. Los dos nos habíamos 'llovido' en el colchón cuando a eso de las doce nos despiertan los serenos diciéndonos que habían llegado los Reyes; y nosotros, de tan meados que estábamos no nos podíamos levantar." 

"Esa vez se portaron bien. Estuvieron como una hora en el pabellón, nos dejaron un montón de juguetes de chirimbolo. Nos cantaron un par de canciones y se fueron. Hasta nos vino a saludar el director del Instituto y la monja Angélica, haciéndose la buena."
 


Los buenos


"A la Angélica no la quería nadie. Pero había dos celadoras piolas: Delia y Celia. Eran buenas con nosotros. Es por ellas que me hice hincha de Racing. Porque jugaban muy bien a la pelota, ¡qué bien que jugaban!. A mí, que dominaba la 'fulvence' -una pelota de tiento más que de cuero inflado- me cagaban a baile. Ellas eran muy liberales. No le daban bola a las monjas. Tenían otra mentalidad, no sé que hacían ahí. A nosotros siempre nos defendieron mucho. Una de ellas se jubiló trabajando en un hospital, eso me contaron después. Cuando me sentía mal, triste, yo las buscaba. A la Delia o a la Celia. Entre mis compañeros con el que más hablaba era con Alberto Morel." 

"También había un cura, el padre Bruno, que era muy famoso en esa época. La otra vez lo vi cantando en televisión. Tenía su parroquia cerquita del Roca, la Santa Rita se llamaba. Ese curita nos trataba bien. Había puesto un proyector de cine en la iglesia, y los sábados y domingos nos venía a buscar para llevarnos al salón parroquial donde nos pasaba las películas. El padre Bruno es el que hizo esa canción que el otro día pasaron por la tele: 'Dios hizo la vaca y también la leche'. La estrenó con nosotros. Decía: 'Dios hizo la vaca / y también la leche / hizo el dulce de leche / todo lo hizo bien / por eso hay que cantar / aleluya, aleluya, aleluya'." 

"Cuando lo vi me dije: '¡Uy! Mira al padre Bruno, está viejo y sigue cantando el mismo tema'. Con él hablábamos mucho, después que nos pasaba las películas." 



El motín del capitán Minerva


Una vez nos amotinamos, porque en esa época por Canal 7 había un programa de televisión que a todos nos gustaba, que se llamaba el Capitán Minerva. En el Roca había un solo televisor. Los días de semana a la tarde daban el Capitán Minerva y después venía el Capitán Piluso. Hasta ese momento, eran los dos únicos programas para chicos que había. Pero empezaron a dar otro, que se llamaba 'Tatín y su perro Bernardo', por otro canal. A las monjas se les ocurrió que no podíamos seguir viendo el programa que promocionaba el jugo de limón Minerva, que por eso se llamaba así, Capitán Minerva; porque el personaje era un espadachín que siempre se estaba peleando. Dijeron que era un ejemplo violento. Y nos pusieron a mirar Tatín. Entonces nos amotinamos." 

"No fue la única vez. Cuando nos amotinábamos nos poníamos jodidísimos. Eramos como setenta, ochenta, cien chicos entre diez y doce años con bronca por los que nos pasaba. Nos refugiábamos en los pabellones y tirábamos los colchones por las escaleras, por las ventanas. Cómo en las cárceles, ¿viste? Pero nosotros no los prendíamos fuego. A las celadoras que querían entrar las hacíamos retroceder a almohadazos, golpeándolas con esas almohadas de antes, duras, de pura lana. Cuando los vecinos del Instituto escuchaban los gritos y veían como tirábamos los colchones y las sábanas a la calle llamaban a la policía, pero los canas nunca entraron. Se quedaban mirando desde afuera." 

"Para terminar con el motín nos mandaban a las celadoras más bravas. La mandaban a Carmen Fontana, la gorda que tenía una fuerza y unos músculos bárbaros. La mandaban a una de apellido Lorenzo, una gallega que parecía boxeador por como pegaba. También se venía la monja Antonieta que era especial para cagarnos a palos. Y por las dudas traían a dos o tres tipos que trabajaban de ordenanzas o en mantenimiento, que se encargaban de agarrar a los más bravos. Y nos mataban. Hasta que no nos calmábamos nos mataban a sopapos, a patadas, con empujones que nos tiraban al piso. Nos daban con todo." 

"Pero les costaba entrar, de verdad que les costaba dominarnos.. y se lo hicimos varias veces. Más de un motín les hicimos; y después nos la aguantábamos."
 


Campeón de letanías


Nos sacaron al Capitán Minerva pero a Piluso lo seguimos viendo. Después de Piluso venía 'Colt 45' , 'El Llanero Solitario', y todas esas series famosas de la época. La tele estaba en medio de un cuarto. De un lado en esa larga habitación, en el piso y cruzados de piernas, se sentaban los chicos que la podían mirar. Del otro lado ubicaban a los castigados, detrás de la tele. Desde ese lugar de la sala podíamos escuchar pero no llegábamos a ver la pantalla. Ahí nos mandaban siempre a nosotros: 'Ibañez atrás, Morel atrás, Domínguez atrás'; siempre estábamos en la lista de los que no podíamos ver televisión." 

"Un día se nos ocurrió traer un espejito y se lo dimos a un pibe que estaba sentado frente al televisor. El enfocaba el espejo a la pantalla así nosotros, que estábamos castigados, también la podíamos ver. Pero siempre había una celadora que nos controlaba a todos y nos agarró justo cuando estábamos mirando el espejo. ¡Para qué!, ¿Sabés como nos dio?" 

"Era una época brava. Había una celadora que se llamaba Berta, Berta Bonanducci. Era de cuidar la vieja esa. Disimulada como nadie para la maldad. Te pegaba discretamente, andaba con una bola de billar en el bolsillo, se arrimaba y te daba un bolazo por la cabeza. Yo tenía la cabeza así...Te hacía un toque, nada más. Y con eso ya te despabilaba. A la Berta le hacíamos contar cuentos, era buena para contar cuentos. Ella no lo sabía, pero era su mejor manera de apaciguarnos." 

"Generalmente nos los contaba a la tarde, cuando ya no podíamos ver la televisión. Y los hacía largos. No eran cuentos comunes, ahora con el tiempo a mí me parece que los inventaba. La vieja en el fondo tenía buen corazón, las bestias éramos nosotros." 

"Yo era medio contestador, come ya te dije, medio rebelde. Pero un día me hice un rosario. Yo tengo ganados premios por rezar los mejores rosarios con letanías; yo me rezaba el rosario de los quince misterios, porque el verdadero tiene quince, no cinco. Lo que pasa es que lo rezan de a cinco para no hacerlo largo, y yo me sabía de memoria los quince misterios, las letanías todas en latín, y... tengo tres medallas. Un día -no sé si había sido castigado- estaba solo y empecé a fabricar un rosario con el hilo canchero que usábamos para hacer los barriletes. Empecé a sacar alquitrán del piso con un palito (masticábamos los alquitranes para limpiarnos los dientes) y me fabriqué un rosario con las bolitas y el hilo con todos los misterios y le hice la cruz. Ese rosario se lo mandaron después al obispo."

 

 

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