Capítulo VII. Entrenamiento tumbero

CAMPO SANTO - Parte I

 

 

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibáñez) 

 
"Cuando cumplí los catorce años me sacaron del Roca y me internaron en el Tucso Bonifacio. Ese lugar todavía existe. Está en Juan B. Justo y Víctor Hugo, en el barrio de Villa Luro. Era un instituto municipal al que llamaban 'Hogar para convalecientes'. Yo no convalecía de nada pero igual estuve ahí hasta los dieciocho años." 

"En ese lugar también había gente enferma, ancianos y personas indigentes que no tenían dónde vivir. Pero estaban separados de nosotros, los más chicos. En pabellones diferentes." 

"En el Bonifacio había chicos que venían de otros internados, algunos con problemas de conducta, que habían pasado por reformatorios. Además, nosotros ya éramos más grandes. Y por eso la disciplina también era más dura. Y con mala suerte." 

"Justo cuando a mí y a Alberto Morell nos pasan al preventorio, también se va a trabar ahí una de las celadoras más jodidas del Roca, que se llamaba Angélica Béliz. Un día que se armó quilombo mientras mirábamos televisión porque yo me quería sentar en las primeras filas y los demás no me dejaban pasar. Como yo no me volví al fondo como me lo había ordenado ella, se sacó el cinto de cuero y me tiró un golpe a la cara con la parte de la hebilla, una de esas de metal grueso. Me pegó en el ojo, no me dejó tuerto de casualidad." 

"Pero Angélica no era la peor. Había un celador de nombre Alberto Vaginés. Ese sí que te pegaba. Era un tipo joven. De día andaba siempre con una Biblia en la mano, y se chupaba como cuatro litros de vino a la noche. El servicio militar lo había dejado medio milico. Nos obligaba hacer cuerpo a tierra, saltos de rana, giros militares, y carrera march. A la hora de castigarnos usaba un cable grueso que cuando te pegaba dolía más que si te hubieran dado con un palo. Con el tiempo notamos que nos miraba mucho, y ahí nos damos cuenta que era medio bufa (1). Después nos enteramos que todas las noches se llevaba a un par de pibes a su pieza para toquetearlos. Justo él, que tenía todas las imágenes de los santos y día, cuando encontraron a un chico masturbándose mientras miraba televisión, le quemó la mano con un cable electrificado." 

"A este tipo lo hicimos echar, armamos quilombo y le mostramos al director del instituto las botellas vacías que Vaginés tenía debajo de la cama. Pero lo reemplazó otro que era peor, un verdadero sádico no se iba a dormir sin antes fajar a uno de nosotros." 

"La que también me daba coscorrones era mi vieja por que yo no podía levantar las notas en la escuela, de donde le mandaban quejas porque yo era muy indisciplinado. Ella me decía que yo tenía un buen coeficiente intelectual, que no lo desperdiciara. Y tenía razón. Pero yo en ese momento estaba en otra." 

"Además, en el preventorio había conocido a chicos que venían de otros institutos, algunos de ellos estaban bajo custodia del juez de menores por haber cometido delitos. Eran más bravos que nosotros, que nos habíamos pasado la vida metidos adentro del Roca. Y así fue como nos cagaron a trompas el primer día que llegamos al pabellón, para que quede en claro que los que mandaban eran ellos. Eran chicos que ya habían vivido la vida, que conocían la calle, que ya habían debutado." 

"En cambio yo, el día que salí del Bonifacio, a los dieciocho años, me di cuenta que nunca había cruzado una calle solo."
 

 


1. De tendencias homosexuales

 

 

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