Capítulo I. La república sitiada.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

(Informe de situación) 


Tal como había ocurrido una década atrás, durante la agonía del gobierno encabezado por Arturo Illia, el golpe de Estado militar que el 24 de marzo de 1976 derrocó a la presidente María Estela Martínez de Perón se hizo desear. El final anunciado se postergaba de un día para el otro mientras la mayoría de la población, incluso muchos justicialistas y hasta las propias organizaciones guerrilleras, se preguntaba qué estarían esperando los militares para tomar de una vez por todas el control del país. 


48 horas antes


Lunes por la tarde en el Congreso de la Nación. "Parece que la cosa es esta noche", comentaban en la Cámara de Diputados. "Dicen que en los hospitales sólo quedan los enfermos graves. A los demás los han mandado a sus casas porque van a necesitar las camas", aseguraban en los despachos de los senadores. 

Un grupo de radicales abandonó el palacio legislativo llevándose un busto de Hipólito Yrigoyen. En el interior del edificio, algunos legisladores corrían de un despacho a otro en su intento por sumar diputados a una idea desesperada: derrocar a la Presidente mediante una declaración parlamentaria, sin juicio político previo, antes de que los militares se pusieran en marcha. 

En la Casa de Gobierno, en tanto, se barajaba seriamente la posibilidad de ofrecer a las Fuerzas Armadas una amplia participación en las decisiones de poder.(1) 


24 horas antes


Martes. A excepción de algunos matutinos, la mayoría de los diarios repitió el adjetivo "inminente" en sus titulares del día. Inminentes cambios. Inminente decisión. Inminente final. 

Casildo Herreras, el entonces secretario de la Confederación General del Trabajo -la columna vertebral del peronismo-, desembarcó del ferry que lo trasladaba desde Buenos Aires a Montevideo. 

-¿Qué pasa en la Argentina?, le preguntó un periodista apenas pisó suelo uruguayo. 
-Ah, yo no sé nada, yo me borré, respondió Herreras. 

Mientras tanto, el rumor se extendía en Buenos Aires. "De esta noche no pasa". 

El entonces ministro de Defensa, José Deheza, convocó a una conferencia de prensa para tranquilizar los ánimos: "Yo estoy en contacto casi permanente con los comandantes generales. Conozco su pensamiento (...) Está muy claro que el gobierno no tiene poder militar. No hay, como en otras circunstancias, fuerzas leales. Si las Fuerzas Armadas quisieran tomar el poder, les bastaría con venir a decírmelo. Pero las Fuerzas Armadas son conscientes de que la lucha contra la delincuencia subversiva no les deja tiempo libre para manejar el Estado. Ellas prefieren que un gobierno civil tenga esas responsabilidades, para concentrar energías en la lucha antisubversiva.

"(...) En este momento, yo puedo asegurar que no hay inminencia de golpe. La campaña periodística y la ola de rumores obedecen a una acción psicológica. Pero la mayoría de las Fuerzas Armadas tiene conciencia de los riesgos que correría en caso de asumir el poder político. No habrá golpe, ni mañana, ni pasado, ni el viernes." (2) 


Siempre de noche


En la madrugada del 24 de marzo de 1976, la Junta militar, integrada por los tres Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas -el teniente general Jorge Rafael Videla, del Ejército; el almirante Emilio Eduardo Massera, de la Armada; y el brigadier general Orlando Ramón Agosti, de la Fuerza Aérea-, difundió por la cadena nacional de radio y televisión una proclama que dejaba todo en claro desde el primer párrafo: 

"Agotadas todas las instancias del mecanismo constitucional, (...) frente a un tremendo vacío de poder, capaz de sumirnos en la disolución y en la anarquía, (...) las Fuerzas Armadas, en cumplimiento de una obligación irrenunciable, han asumido la conducción del Estado.

Más adelante, el bando militar anunciaba: 

"Esta decisión persigue el propósito de terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo y sólo está dirigida contra quienes han delinquido o cometido abusos de poder. Es una decisión por la Patria y no supone, por lo tanto, discriminaciones contra ninguna militancia cívica ni sector social alguno. Rechaza, por consiguiente, la acción disociadora de todos los extremismos y el efecto corrupto de cualquier demagogia.

Inmediatamente después de iniciada la transmisión en cadena, las Fuerzas Armadas informaron mediante una sucesión de comunicados que se había clausurado el Congreso, removido a los jueces de la Suprema Corte de Justicia, cesanteado a los gobiernos provinciales, suspendido toda actividad política y gremial y extendido a los civiles el Código de Justicia Militar. 

En horas de la tarde, un nuevo parte militar recomendó a la población "abstenerse de transitar por la vía pública durante las horas de la noche, a los efectos de mantener los niveles de seguridad general necesarios, cooperando de este modo con el cumplimiento de la tareas que la fuerza en operaciones intensificará a partir de dicha oportunidad". 

Ya sin tono marcial, el comunicado número 23 de la Junta anunciaba que la cadena nacional de radio y televisión se interrumpiría para permitir la transmisión del partido de fútbol entre los seleccionados de la Argentina y Polonia que se disputaba esa noche. 

Por la noche, encerrada en sus casas, la gente gritó. José María Muñoz acababa de relatar por Radio Rivadavia: "...Bochini para Luque, pase en profundidad para Scotta, Scotta la lleva, viene el gol, gol, gol...¡¡¡¡¡¡Gooooooooooool ar-gen-ti-no!!!



La verdad tiene dueño 


En uno de los pasajes del discurso que Jorge Rafael Videla dirigió a todo el país cuando fue designado presidente de la Nación por sus pares de la Junta de Comandantes, el general recordó una vez más que "el país transita por una de las etapas más difíciles de su historia. Colocado al borde de la disgregación, la intervención de las Fuerzas Armadas ha constituído la única alternativa posible frente al deterioro provocado por el desgobierno, la corrupción y la complacencia.

El resto de su mensaje "presidencial" giró en torno a los siguientes ejes: 

-La justificación del golpe de Estado: "Ante esta dramática situación, las Fuerzas Armadas asumieron el Gobierno de la Nación. Esta actitud conciente y responsablemente asumida no está motivada por intereses o apetencias de poder. Sólo responde al cumplimiento de una obligación inexcusable, emanada de la misión específica de salvaguardar los más altos intereses de la Nación.

-El respeto por la democracia: "Profundamente respetuosas de los poderes constitucionales, sostenes naturales de las instituciones democráticas, las Fuerzas Armadas hicieron llegar, en repetidas oportunidades, severas advertencias sobre los peligros que importaban tanto las omisiones como las medidas sin sentido. Su voz no fue escuchada.

-La defensa de la cultura permitida: "La cultura, como un modo singular de expresión del arte, la ciencia o el trabajo de nuestro pueblo, será por ello impulsada y enriquecida. Estará abierta al aporte de las grandes corrientes de pensamiento, pero mantendrá siempre fidelidad a nuestras tradiciones y a la concepción cristiana del mundo y del hombre.

-El dueño del poder: "Sólo el Estado (...) habrá de monopolizar el uso de la fuerza y consecuentemente sólo sus instituciones cumplirán las funciones vinculadas a la seguridad interna". 

-El destinatario de la represión: "...combatiremos sin tregua a la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones, hasta su total aniquilamiento". 

Por último, Videla se permitió confesar lo siguiente: "Para nosotros, el respeto por los derechos humanos no nace sólo del mandato de la ley ni de las declaraciones internacionales, sino que es la resultante de nuestra cristiana y profunda convicción acerca de la preminente dignidad del hombre como valor fundamental". 

Antes de cerrar su mensaje, el circunspecto general hizo una breve pausa, clavó su mirada en el lente de la cámara del canal oficial que transmitía su imagen por televisión, y con voz firme y clara les dijo a los argentinos: "Ha llegado la hora de la verdad". 

El 14 de abril de 1976, durante una conferencia de prensa en la Casa de Gobierno, el presidente de facto recordó una vez más quién era el poseedor de la verdad. El comandante opinó que en el sistema democrático se origina la demagogia, una de las causas de la decadencia política. "...Para mí, es el primer mal que tiene la Nación -dijo-. Frente a ese mal debemos oponer la autenticidad por vía de la verdad, lo cual significa firmeza en afirmar esa verdad (...) Firmeza es afirmar la verdad, que a veces es dura, pero que hay que decir aunque cueste y aunque duela.

Y con tono grave agregó: "Nos hemos gastado la garganta en decir que la subversión no era un problema que requería solamente una actuación militar. Es un fenómeno global que requiere también de una estrategia global de lucha en todos los campos: de la política, de la economía, de la cultura y el militar".(3) 

Unos meses antes del golpe, el general ya había anticipado cómo pensaba lograr sus objetivos. "Si es preciso, en la Argentina deberán morir todas las personas que sean necesarias para lograr la seguridad del país." (4) 

Y cumplió su palabra. 

 




(1) Revista "Cuestionario", Nº 36, Buenos Aires, abril de 1976.


(2) Idem anterior.


(3) Diario "La Opinión", Buenos Aires, 14 de abril de 1976.


(4) Diario "Clarín", Buenos Aires, 24 de octubre de 1975.

 

 

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