Capítulo III. El Campito.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

El 'boss' 


Esa mañana, salvo por la premura displicente -un gesto poco habitual en él- al devolverle el saludo al sargento de guardia cuadrado en la entrada de las nuevas instalaciones, el general de división Santiago Riveros supo disimular el sudor frío de la emoción que le mojó el cuerpo, debajo del uniforme. 

A poco de ingresar en ese sector alejado en Campo de Mayo, pocas horas después de consumado el golpe de Estado militar que derrocó a la presidente María Estela Martínez de Perón, Riveros creyó comprobar, mientras observaba al grupo de soldados que estaban a punto de terminar con los últimos detalles de construcción en el lugar, que a veces los sueños se convierten en realidad. La doctrina de aniquilamiento de todos aquellos considerados subversivos -cuya paternidad solía adjudicarse Riveros- estaba a punto a consumarse con la inauguración del centro de detención clandestino que funcionaría bajo su jefatura en el Comando de Institutos Militares. El general también era el responsable de la Zona IV de Seguridad, uno de los territorios en los que se dividieron las operaciones de las Fuerzas Armadas para concretar las operaciones de represión ilegal. Su poder abarcaba toda la franja norte del Gran Buenos Aires y se extendía hasta los límites de la ciudad de Campana. 


El lugar


"El Campito" no era divisible desde la Ruta 8, que bordea los límites de la guarnición de Campo de Mayo. Para llegar hasta el lugar había que salir del camino, doblando a la izquierda, a la altura de la Puerta 4 de Campo de Mayo, y tomar un camino interno que atravesaba la guarnición y desembocaba en la Ruta 9. A poca distancia se encontraba el portón de entrada a la "Plaza de Tiro", del que salía un camino de tierra que llegaba hasta un monte de eucaliptus junto al cual había una pequeña casa de reciente construcción. A su izquierda, nacía un camino secundario que conducía hasta las dependencias de la Gendarmería Nacional. 

La calle de tierra que ingresaba en "El Campito" estaba bordeada de árboles. Tres grandes edificios de unos 50 años de antigüedad a uno y otro lados del camino, dos de chapa y uno de material, sobresalían entre las otras instalaciones menores dispersas en el predio de cien metros de ancho por unos ciento cincuenta metros de largo que abarcaba el centro clandestino de detención, al que en el Ejército denominaban Lugar de Reunión de Detenidos (LRD) (1)

Muy cerca de la entrada estaba la construcción de mampostería a la que llamaban "Pabellón N° 1". Allí funcionaban la jefatura del campo -a cargo de un coronel del Ejército-, el comedor, una cocina y un baño para uso exclusivo del personal de la guarnición. En el mismo edificio se encontraban las tres salas de tortura (2) y una habitación destinada a enfermería. De esta manera, "los represores comían, dormían y torturaban bajo el mismo techo"(3)

Los otros dos galpones, los de chapa, denominados Pabellones de detenidos, eran alojados los prisioneros. Una de las construcciones había servido como caballeriza y cuadra de los soldados durante las maniobras militares que solían realizarse en el paraje vecino, llamado "Los Tordos". En el otro galpón había funcionado el aserradero y la carpintería de Campo de Mayo. 

Una pileta de natación, un quincho y otras pequeñas edificaciones complementaban, para quien observara a la distancia, la imagen de una postal bucólica: un sitio en el medio de sembradíos, rodeado por la protección de los grandes árboles y el canto de los pájaros, placenteramente aislado del resto del mundo. 

Sin embargo, dentro de los límites de ese lugar jamás amanecía, la vida fue cercada por la desesperación, el silencio aturdido por los sonidos más desgarradores. Un inquietante vaho impregnaba todos los olores. Debía ser un infierno. Y lo fue. 


El peor de todos 


"El Campito" no fue un centro de detención clandestino más. Ahora se sabe que fue el peor. Estaba dentro del territorio del general Carlos Guillermo Suárez Mason, jefe del poderoso I Cuerpo de Ejército, cuya jurisdicción se extendía desde Palermo hasta Bahía Blanca. 

El mando directo sobre el centro de detención lo ejercía desde el Comando de Institutos Militares el recientemente ascendido general de división Santiago Omar Riveros, a quien le seguían en orden jerárquico: el general de brigada Fernando Humberto Santiago, a cargo de la subcomandancia; y el entonces coronel Fernando Ezequiel Verplaetsen, jefe de Inteligencia y responsable del funcionamiento cotidiano del campo clandestino, quien se mantuvo en el cargo desde la apertura hasta el cierre del campo. 

La elección del lugar donde fue instalado el campo no fue casual. Respondía a una estrategia represiva del gobierno militar. Se encontraba a pocos pasos de la pista del aeródromo de Campo de Mayo y a poca distancia de la base de paracaidismo. Eso facilitaba el embarque de los prisioneros en los aviones del Ejército antes de cada vuelo. 

Por otra parte, el lugar estaba completamente aislado de la población, contaba con una logística cuartelera que le ahorraba complicaciones, como tener asegurada la comida para los prisioneros. Además, operar dentro de una guarnición, como lo era Campo de Mayo, permitía mantener un intenso movimiento de vehículos y utilizar armas de fuego sin despertar sospechas entre los vecinos. 

El Campito funcionó en el mismo predio en el que estaba asentado el Comando de Zona 4, lo que aseguraba una fluida comunicación entre los jefes de Estado Mayor con los encargados de ejecutar sus órdenes. A esa misma guarnición fue trasladado, desde su sede en la avenida Callao esquina Viamonte, en la Capital Federal, el Destacamento 201 de Inteligencia, dependiente del Batallón 601 del Ejército, que tuvo su base operativa en un sector denominado Las Casitas y que funcionó como lugar de detención transitorio y de apoyo operativo de El Campito. 

Ambos estaban muy cerca el uno del otro, en el interior de Campo de Mayo. En esa dependencia se hacía una especie de selección de las personas secuestradas que, según el criterio de los interrogadores, eran despachadas al campo o liberadas en caso de haber cometido un grosero error en el momento del secuestro. Para la mayoría de los detenidos, fue un lugar de tránsito hacia el último destino: El Campito. 

Todo indica que éste fue el mayor campo de detención clandestino del Ejército, y posiblemente el más letal de todos lo que funcionaron en la Argentina desde 1976 en adelante. Albergaba en forma constante a unas 200 personas, entre las que se encontraban mujeres embarazadas -algunas de ellas incluso dieron a luz durante su cautiverio-, ancianos y familias enteras. Se calcula que pasaron por él cerca de 4000 personas hasta su clausura, a fines de 1979. 

Por otra parte, además de concentrar e interrogar mediante tormentos a los detenidos capturados gracias a su propia acción operativa, funcionó dentro de la maquinaria del aniquilamiento del Ejército como el principal centro de recepción y exterminio de prisioneros derivados de otros campos. Fue el peor de todos.

 




(1)
Datos extraídos del testimonio del ex detenido Juan Carlos Scarpatti en su declaración ante organismos de Derechos Humanos (Ver Capítulo 12: "La vida es cosa de locos").


( 2)
Según afirma Alipio Paoletti ("Como los nazis, como en Vietnam", Edición Cañón Oxidado, Buenos Aires, 1987, Pág. 68), una de ellas era utilizada por personal de la Policía Federal. 


( 3)
Idem anterior. 

 

Indice General de Campo Santo