Capítulo VII. Impunidad operativa.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)


"Antes de hacer cada operativo se trabajaba en lo que denominaban 'área de situación'. Se trataba de un gráfico en el que se marcaban las calles, las manzanas y las casas que se iban a 'reventar' (1); todos los datos necesarios como para no ir a ciegas. 

"Después se planificaba la operación en una mesa de arena. Era justamente eso, una caja con arena. Estaba cruzada por unos hilos que hacían las veces de meridianos y paralelos, que servían para establecer la ubicación por grados de un objetivo si se trataba de una zona muy amplia o rural. 

"Si la operación era urbana, con esos hilos se señalaban las manzanas, calles y otras referencias. Era como una maqueta con arbolitos, autos, casas, calles. Ellos ponían, sacaban, corrían las cosas de lugar; pero a veces les salía todo al revés. Pasaba todo lo contrario de lo que habían pensado. La situación se presentaba distinta y entonces tenían que improvisar. Ese fue el caso de un operativo en San Martín, donde resultó que la puerta de la casa que se buscaba no era verde como decían los informes, sino marrón. Esos detalles significaban mucho atraso y perder el factor sorpresa. 

"Lo que pasaba era que los datos no siempre eran buenos; había muchos tipos que con tal de que no los golpearan ni los torturaran más decían cualquier cosa. Mentían. Así por lo menos zafaban por unas horas del tormento y le daban tiempo a sus compañeros para que se pudieran escapar. Pero cuando los interrogadores se daban cuenta de que habían sido engañados...esa persona... Pobrecito. 

"Los interrogadores no siempre iban a la cabeza de los operativos. Pedían apoyo sólo si era muy necesario. No dejaban a ningún otro hacer el blanco, siempre era de ellos. Sabían que se podían encontrar con dinero, buenas armas, valores. No le iban a dejar el dinero ni las armas a otros. Ellos además ya sabían de antemano la peligrosidad del tipo al que buscaban, porque los guerrilleros estaban muy organizados, con brazo político, militar, prensa, esto y lo otro, todo bien orgánico. Si las cosas se ponían feas o se trataba de un blanco militar, ahí sí pedían refuerzos, y me llevaban a mí. Sabían que a mí me gustaba entrar en combate. Yo era soldado, quería forjar el espíritu del soldado, siempre mantuve esa esperanza. Pero las cosas fueron al revés. 

"Para cada operativo se planificaban distintas estrategias. Se podían concretar tanto de día como de noche, ser frontales como encubiertos. Por ejemplo, a veces se dejaba a una patota durante dos o tres días destinada a vigilar un lugar hasta que aparecía el guerrillero que se estaba buscando. Se solía hacer el 'aguante' (2) tanto dentro de la casa como en la calle. Siempre se pensaba en la mejor manera de sorprenderlos. Si a los dos o tres días no aparecía el blanco, la operación era levantada porque con toda seguridad esa gente ya se había escapado. 

"Los subversivos usaban un código de señales. Dejaban marcas en las casas; por ejemplo, con una línea dibujada con marcador en una pared, de determinado color. El que no conocía esos códigos no se daba cuenta de que se trataba de un mensaje. No le prestaba atención. Entonces, cuando llegaba alguien de su organización y veía la línea, que era una señal, sabía que tenía que salir rajando y no volver nunca más a ese lugar, porque ya estaba "envenenado". 

"Cuando nosotros entrábamos en una casa que ya había sido abandonada -siempre se respiraba con alivio cuando no había enfrentamiento armado-, buscábamos boquetes disimulados en las paredes o en el piso. Los tipos escondían los fierros de esa manera, los llamaban "embutes". Si se llegaba tarde no se encontraba nada, ya habían sacado todo.
 


Un verdadero soldado


"Todo era medio oculto y nunca se sabía cuándo se presentaba un combate. No hacía falta que yo ni nadie pidiera participar en los operativos. Si te tocaba, te tocaba y no se podía retroceder. A mí me gustaba. 

"Una tarde me llevaron a un operativo en Lope de Vega y la avenida General Paz. La Negra, una colaboradora, fue a marcar a un tipo que resultó bravo. En cuanto se dio cuenta de que le habían hecho una encerrona, el tipo empezó a defenderse a los tiros. No me acuerdo de su aspecto, pero llegué a ver como tiraba un paquete y alcancé a atajarlo. Estaba envuelto como si fueran sanguches de miga. La patota no se quería arrimar, pensaban que eran explosivos, una cazabobos. 

"Agarré el paquete y se lo pasé a la Negra, que la tenía al lado. Juntos empezamos a romper el papel para saber qué había adentro. Me acuerdo como si fuera hoy cómo se tiraron todos los demás cuerpo a tierra en esa pendiente que tiene la General Paz esperando que la Negra y yo explotáramos por el aire. Pero cuando lo abrimos nos encontramos con una pila de billetes verdes: 52 mil dólares. Agarré el fajo y se lo entregué a uno de los jefes. Los demas, apenas se dieron cuenta de que se trataba de guita, se vinieron al humo como moscas a la miel. Esa plata se esfumó, por supuesto. 

"Me acuerdo de otro operativo. Fue en Campana. El blanco era un tipo del que no me acuerdo el nombre, que trabajaba con el Ejército. Era un civil que les sacaba fotos a los soldados en la Jura de la Bandera y otras cosas para el recuerdo de su servicio militar. Creo que, como tenía acceso a una unidad de Villa Martelli -ahí había muchas unidades-, copió un plano de las instalaciones y sacó fotos del lugar para una organización subversiva que estudiaba un posible ataque al cuartel. Había fotografiado todos los objetivos importantes: sala de armas, depósito de municiones, guardia... 

"Ese día, como no había conductor, me llevaron a mí como chofer de un Peugeot 504, que no era trucho. La fábrica regalaba autos cero kilómetro a los generales o a los Comandos. Era un coche seguro y rápido, al que le habían puesto sirena porque era un vehículo legal; pero no la usamos. Fuimos por la Panamericana derecho hacia el norte. 

"El fotógrafo vivía en una casillita prefabricada de madera, muy linda, a unas cuadras del centro de Campana. Tenía un Opel K180, nunca me voy a olvidar de ese auto. Color amarillo, impecable. El blanco estaba por acomodar en el baúl un lechón cocido que llevaba en una bandeja grande, justo cuando nos vio llegar a nosotros. 

"Ahí nomás tiró todo a la mierda, se metió en la casa y empezó a los tiros. Disparaba desde todos lados y hasta nos tiró granadas. Eran esas granadas verdes, de las españolas. No explotó ninguna. Se olvidó de sacarles el seguro; les arrancó el anillo pero no rompió el segundo activador antes de lanzarlas. Pero la verdad es que el hombre se defendió con todo. 

"No siempre se grita en un combate, depende de la situación. Pero este tipo insultaba y nos decía de todo: 'Vengan a buscarme', 'Milicos de mierda', esas cosas. Un valiente. Estaba jugado y se la jugó. No me acuerdo de qué organización era, pero sí de quién lo marcó... ¡ah!; fue la esposa. Ella había caído el día anterior y mediante tortura le arrancaron los datos para llegar hasta él. 

"Sucedió a unas cuadras de la plaza principal, de noche. Yo no estaba entre los que tiraban porque me encargaron alumbrar con los faroles del auto la casilla del tipo. Justo enfrente había un barcito, era verano y tenía las mesas en la vereda. Me quedé charlando con el mozo, que me preguntó qué pasaba al ver tanto despliegue, antes del enfrentamiento. Ahí me dí cuenta de que la policía no sabía nada, que nos habíamos olvidado de pedir zona libre. 

"Fue un blanco urgente y no hubo tiempo de pedir la zona. La comisaría estaba ahí nomás y los patrulleros llegaron al toque, apenas empezaron a escuchar semejante tiroteo. Como todo era de civil, nosotros vestidos de civil, autos civiles, tipos con barba y pelo largo, apenas llegaron los policías no sabían qué pasaba y casi nos agarramos a los tiros entre nosotros. Menos mal que se dieron cuenta a tiempo de cómo venía la mano. 

"En el baúl del auto del fotógrafo encontramos sanguches de miga, saladitos, bebidas. Tenía de todo, como para un festejo. Parece que lo último que le faltaba cargar era el lechón y ya se iba. Tenía el motor en marcha, acomodaba la bandeja, cerraba la puerta de la casa y se iba. Menos de cinco minutos antes y se salvaba. No pudo ser; murió peleando. 

"En esos combates uno pierde el miedo. Yo salí con tipos que iban al frente, sin miedo. Ellos decían: 'Acá no se puede caer nadie, ¿está claro?'. Pero a mí me hubiera gustado ir a Malvinas. Hicieron todo al revés, llevaron a pibes que no sabían nada y que no querían ir, mientras que personal preparado para eso, al que el pueblo le pagaba para eso, se quedó acá haciendo cebo, escuchando las mentiras que se decían por radio. 

"La situación que se me presentó fue al revés de lo que había aprendido en la escuela. No era lo mismo estar acá que en Tucumán, donde vos podías ver al enemigo. Donde el enemigo daba la cara, a pesar de los sabotajes, y vos llevabas puesto tu uniforme de combate. La guerra es así. Dos bandos enfrentados, y dependía de la habilidad de uno u otro para sobrevivir, y había que aplicar todo lo que aprendiste en el Ejército si querías salir vivo. Pero esto que me pasó a mí, que me presentaban a un enemigo vencido, humillado, y te decían: 'Este es tu enemigo'. Una persona atada, encapuchada, torturada. ¿Qué enemigo? A mí me hubiera gustado ser un verdadero soldado."
 

 




(1) Reventar: allanar una casa y detener a sus moradores. Producir una baja en una base de la guerrilla.


(2) Se llamaba "aguante" a la guardia que se establecía sobre un inmueble -vivienda o local- que se sospechaba era habitado o visitado por miembros de una organización guerrillera. El "aguante" consistía en esperar que alguien llegara a ese lugar y proceder a su secuestro. A veces, se esperaba a que se reunieran más personas y se vigilaba su movimiento durante uno o dos días hasta determinar el momento apropiado para realizar el operativo. Se solía llevar a un prisionero para que señalara si esas personas pertenecían a su organización y cuál era su grado de responsabilidad dentro de ella.  

 

 

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