Capítulo IX. En el nombre de Dios.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

Condiciones naturales


"Yo pienso que el oficio de torturador no se aprende. Si a vos te gusta hacer sufrir a un tipo, ¿qué tenés que aprender? Supongo que se habrán perfeccionado en uno de esos cursos que daban en el Batallón de Inteligencia. Pero había tipos que no eran de ahí, que eran directamente enfermos. 

"Los interrogadores del campo tenían sus métodos. Cada vez que los autos llegaban con un prisionero era lo mismo. Yo lo he visto más de una vez. Lo recibían afuera, a la intemperie. Antes de meterlo en el cuartito lo ponían contra la pared y le decían: 'Bueno, acá perdiste. Te esperan golpes, hambre, frío, mordedura de perros, tortura, picana. Así que aflojá de entrada porque si te hacés el duro, tenemos de todo y todo el tiempo para quebrarte'. Así, en voz baja, sin calentarse. El tipo, imaginate, ya estaba encapuchado, no veía nada, no sabía dónde estaba. Le temblaban desde los pies hasta las manos. 

Después los interrogadores seguían: 'A mí no me arreglás con que me digas el cien por cien; quiero saber más de todo lo que tengas para decir'. Aunque dijera toda la verdad, no era suficiente. Así lo recibían cuando todavía estaba fresquito, recién llegado, y ahí nomás empezaba a cobrar, inmediatamente, como para que se diera cuenta de que la cosa iba en serio. " 

'El cien por cien de la verdad no me conforma', le repetían al detenido y se cagaban de risa entre ellos mientras le daban máquina y máquina. Con esto ya tenés una idea de hasta dónde podían llegar los interrogadores. 

"Por eso digo que para torturar no se necesita aprender. El que es malicioso disfruta pateándole a un tipo indefenso las rodillas, las canillas; golpeándole los genitales, pegándole un sopapo porque se le da la gana. Le gusta ver sufrir al prisionero, disfruta con su dolor, con su humillación, con su bronca. No se necesita aprender. 

"Pero no todos eran así. Algunos eran muy hábiles en el manejo de los interrogatorios, muy inteligentes en las preguntas. Como 'Barbeta'. Yo no sé qué hacía ahí, era un tipo buenísimo que no servía para pegar. Lo de él era cerebral, y ojo, era del Grupo de Tareas destinado al ERP, la parte más pesada. 

"Me parece que era civil; tenía una barbita muy prolija, bien recortada. Yo me llevaba bien con él. A veces se ensañaban todos contra un prisionero, aunque no supieran por qué ni de quién se trataba. Cuando veían que le pegaban a alguien, todos se iban sumando para pegarle también ellos. Ahí salía 'Barbeta': 'Esta no me la pierdo', decía. 

"Siempre nos reíamos con él. Se acercaba al preso, por como se movía y las cosas que le gritaba parecía que se lo iba a comer crudo. Cuando llegaba hasta el prisionero, el pobre tipo temblando, le tiraba una patadita que apenas le tocaba el culo y se iba. 

"A los detenidos de él ni los tocaba. Era muy habilidoso para interrogar. Era de buen corazón, educado. Como los otros eran medio bestias, me parece que a éste lo tenían para pensar. Tengo buenos recuerdos de él; nunca más lo vi, tampoco pude saber a qué fuerza pertenecía. 

"En cambio, sé que el 'Alemán' era de Prefectura. Todo el mundo lo sabía y como nadie se llevaba bien con él, lo querían escrachar. La verdad es que el 'Alemán' era un tipo asqueroso bajo todo punto de vista, como persona, como interrogador, en todo. Era el primero en llegar por las mañanas. Ahí nomás se iba para un pabellón y agarraba a una mujer, la que estaba más linda, y empezaba a golpearla para que confesara si durante la noche había tenido relaciones sexuales con algún celador o gendarme. La pobre piba decía que no, y él le daba y le daba. Todos los días hacía lo mismo. 

"Las pobres mujeres estaban todas golpeadas, todavía más humilladas y todo para nada. Esas cosas nos irritaban. Mirá, quedábamos en que no daría nombres, pero te aseguro que si supiera el nombre y rango del 'Alemán' te lo decía. Pero como ahí todos nos conocíamos por seudónimo, sobre todo con aquellos que no pertenecían a la fuerza, nunca pude conocer otros datos de él. Tené en cuenta que entre los interrogadores había policía de la provincia de Buenos Aires, de la Federal, de Prefectura, de Gendarmería, del Ejército, civiles. 

"Ahí llegaba cualquiera y decía que era coronel o teniente coronel. ¡Venía cada cara extraña! Como este tipo Guglielminetti. ¡Sabés cuántas veces estuvo en el campo! Un día llegó disfrazado de coronel; se permitía cualquier cosa. Yo, como un boludo, me le presenté, me creí que era militar. La pilcha le quedaba tan bien que parecía que había sido milico desde siempre. 

"Un día lo hice incomunicar al 'Alemán'. Yo me llevaba bien con un alférez de Gendarmería que estaba a cargo de la guardia. Como él tampoco lo quería, lo empecé a joder: '¿A qué no tenés huevos para incomunicarlo al Alemán?' Una vez, otro oficial de Gendarmería se cansó de que ese interrogador lo prepoteara y se enojó. 'Y éste ¿quién es? ¿Un civil?', dijo apenas lo vio que entraba al campo por la guardia. '¿Usted quién es?', le dijo. El 'Alemán' trató de cagarlo a pedos, pero el gendarme, que estaba como oficial de servicio, tenía los huevos bien puestos. Se enojó de verdad y lo mandó a ponerse el uniforme: 'Acá todos usamos el uniforme. Primero vaya y póngase el uniforme, después discutimos. Usted, para mí, por como está vestido es un civil de mierda, un civil torturador, ni más ni menos. Si usted quiere que yo lo respete, póngase su uniforme y hablamos de militar a militar'. Así le dijo el tipo. 

"El otro se fue recaliente al Estado Mayor del Comando de Institutos para quejarse y, al otro día, trasladaron al gendarme a otro destino. Pero al 'Alemán' se la juraron. Una mañana, apenas llegó al campo, tres gendarmes lo tuvieron dos horas contra el auto, las piernas abiertas y las manos sobre el baúl. 'Usted está incomunicado', le dijeron. 'No pueden hacer esto, yo tengo que trabajar', les decía él. 'Usted no trabaja hasta que no venga el jefe de campo. Está incomunicado', le respondían mientras le apuntaban con las armas. Un poco más y lo encapuchan. Era un perejil y alcahuetón de todo lo que hacíamos nosotros.
 



La tortura nunca descansa


"Hablando con vos empecé a recordar los métodos de tortura que se improvisaron allá, en 'El Campito'. Algunos de ellos fueron creados por un detenido, un tal 'Tito', que era cuñado del soldado Nuñez. 

"Ese tipo, 'Tito', inventó la picana automática. La punta electrificada estaba agarrada a una varilla que un motor de limpiaparabrisas -que le habían arrancado a un auto- movía como si fuera un péndulo, de un lado a otro. El detenido era atado de pies y manos a un elástico de cama metálico, al que le decían 'la parrilla', y le enroscaban un cable en el dedo gordo del pie, digamos el negativo. La otra punta del cable, el positivo, estaba en el extremo de la picana que colgaba sobre el preso. La punta iba y venía, y cada vez que pasaba tocaba el cuerpo y mandaba una descarga. Así lo dejaban unas dos horas. La picana lo tocaba en el pecho, los testículos. Iba y venía. Se la iban corriendo para que tocara las tetillas, la boca... hasta que consideraban que el detenido estaba ablandado. Entonces pasaban a la sesión más fuerte, aplicándole dos picanas: la automática y la manual. Eso era habitual con los tipos duros, que se resistían a hablar. " 

'Tito', que ya era como un interrogador más, diseñó también un sistema de roldanas, como las que usan los albañiles para subir los baldes con material; lo instaló en uno de los árboles del campo. La tortura consistía en atar al detenido de los pies e izarlo unos metros. Después lo bajaban despacito, y lo sumergían desde la cabeza hasta la cintura en uno de esos tachos grandes de aceite, pero con agua, de 200 o 300 litros. Lo hundían y lo sacaban. Más de uno se murió ahí dentro. Le explotaba el corazón, los pulmones, no sé qué. Era al aire libre y lo llamaban 'el submarino'. Todo eso lo ví yo. 

"A veces obligaban a los detenidos a torturar a sus propios compañeros. Muchos se resistían, pero 'Tito' no. A él le gustaba tanto torturar a la gente que también inventó la picana portátil, hizo varias. Funcionaban con una batería de auto o de moto, esas chiquitas. Entraba todo en una valijita, tipo maletín. Ahí llevaban la picana que usaban para interrogar a los prisioneros que eran capturados en sus casas o adentro de los coches, antes de llegar al campo. Siempre se trataba de ablandar rápido a los prisioneros porque muchos eran duros y no les sacaban ni una palabra. 

"Se decía que los subversivos hacían un curso para resistir las torturas. No sé, serían mentalistas. Yo creo que si me acercan un fósforo ya grito antes de que me toque y no paro de gritar hasta que me callen. Ahí se vivía el terror permanente. Se torturaba de sol a sol, todo el tiempo. Con el 'Charro' escuchábamos los gritos que venían de las oficinas de los interrogadores mientras preparábamos la comida en el quincho. Y nosotros hacíamos como que no pasaba nada. ¿Qué podíamos hacer?
 

"A veces llevaban desde los pabellones a tres o cuatro detenidos al mismo tiempo. Los formaban en fila frente a la puerta de la oficina de interrogatorios y los hacían pasar de a uno. Los que estaban en la cola para ser interrogados escuchaban los gritos del que estaba adentro. Los tipos se daban máquina y máquina escuchándolo al otro, pobrecito. Según me dijeron era para hacerles acción psicológica (sic). Después les tocaba a ellos y se acababa la psicología. Yo pasaba y los veía haciendo cola para que los torturaran. 

Los interrogadores no tenían horario. Cuando salía un 'blanco', tenían que hacerlo, de noche o de día, porque los operativos se hacían de acuerdo con lo que declaraban los detenidos. Apenas les arrancaban un dato salían a buscar a esa gente.
 



Fuga a la muerte


"Mucha gente se murió durante los interrogatorios sin que pudieran sacarle ni una palabra. Y ahí viene la duda: ¿serían o no inocentes? ¿Se resistieron a hablar o no tenían nada que decir? Estaban horas con dos picanas, muchos no aguantaban y se morían ahí mismo. Les reventaba el corazón, el cerebro, el bazo. Muerte súbita. Son grandes injusticias. A mí me tocaba sacarlos; otras misión que me dieron. 

"Los interrogadores te los encargaban como quien te dice que le saques la basura afuera, y aprovechaban para descansar. Ellos no tocaban nada, me dejaban el cuerpo del prisionero en el lugar y la posición en la que había muerto. Yo tenía que desatarlo, sacarlo del cuartito y depositarlo en otro lugar. Si en esos días estaba previsto un 'vuelo', se lo embarcaba en él. Si no, como había que sacarse rápidamente de encima los cadáveres, había que atarlo con alambre. Después se pedía un helicóptero que aterrizaba en el mismo campo. Los tripulantes preguntaban por 'el paquete' y ellos mismos se encargaban de cargarlo. Los cuerpos siempre eran arrojados al mar. 

"Esas cosas eran comunes. Morían en la picana, morían en el submarino o de cualquier otra forma que habían ingeniado para divertirse, como pasó en esa época de las inundaciones que venían del norte. Los camalotes que bajaban por el río traían yacarés, monos, sapos, culebras, de todo. Esa inundación duró cualquier cantidad de tiempo; hasta el río Reconquista, que pasa por Campo de Mayo, estaba lleno de esos animales. "Entonces, alguien trajo algunas de las víboras que llegaron con la crecida, una mente maligna. Las usaron como material de tortura, lo mismo que las mordeduras de los perros de guerra. Era terrorífico. De esta manera murieron muchos inocentes, otros quedaban agonizantes. Ahí corría 'Yoli', la doctora, para tratar de salvarlos. Pobre mujer. 

"Yo nunca ví a nadie tomar clases para aprender a torturar. ¿Dónde lo habrán estudiado?, me pregunto yo. Eso sí, ellos llegaban contentos a toda hora."
 

   

 


 

 

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