Capítulo XI. Dos en la memoria.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)


Charro, el amigo subversivo


"Seis meses después de mi llegada al campo, los gendarmes se hicieron cargo de los pabellones y yo quedé como integrante del equipo de logística. Me pusieron a cargo de la radio, el camión y los perros. Pero lo que más me gustaba era ser cocinero oficial. 

"Ya estábamos medio cansados de comer siempre las raciones comunes que traíamos desde la cocina del Comando de Institutos Militares. Entonces, una tarde de frío andábamos con hambre y, aprovechando que en el quincho había gas natural, como para desembolarnos, nos conseguimos una sartén, aceite y papas y nos pusimos a cocinar. ¿Sabés que lindas papas fritas me salieron? 

"De ahí en más, todos los días, cuando bajaba el sol, me mandaba para el quincho y cocinaba papas fritas con huevos fritos para todos nosotros, los de logística. Después se fueron agregando los demás. Al final, tenía que cocinar para unos quince en total. Con el tiempo pasamos a los churrascos que robábamos de la cocina del Comando cuando íbamos a buscar el rancho; le fuimos sumando la ensalada y otras cosas. Así se fue armando la cocina en 'El Campito'. 

"Cuando se hacían los grandes operativos siempre se terminaba robando todo lo que se encontraba en las casas de los detenidos. Se llevaban el perro, el gato, el termo, el ventilador, la mesita de luz, el televisor, el velador, todo. Me hacían acordar a una de esas películas de Atila que vi una vez, cuando entraba a un pueblo con la horda y arrasaban con todo. 

"Yo he visto a gente de la patota salir corriendo de las casas de los detenidos con máquinas de cortar el pasto, ventiladores, cualquier cosa en la mano. No tenía nada que ver. Estaba todo desvirtuado. 

"Bueno, la cosa es que me trajeron todo lo que hacía falta para armar la cocina y me nombraron cocinero oficial del campo. Como ayudante me asignaron a un detenido de confianza, el Charro. Un muchacho muy bueno, creo que era 'monto', de unos 40 años, con una vida de novela. Había hecho de todo ese Charro. 

"Con él estábamos todo el tiempo en la cocina, parecíamos dos de esas viejas chusmas que se la pasan hablando de los demás mientras pelan papas. Yo la hacía larga para que él no tuviera que volverse tan rápido al pabellón. Me acuerdo que fumaba Caburitos, esos toscanitos cortos y fuertes. Si no se los compraba yo, se los compraban otros, porque además de cocinar muy bien el Charro se sabía hacer querer, y era vivo. Se ganó la simpatía de los interrogadores cuando les construyó flor de cancha de bochas para que jugaran en sus momentos de descanso. Sabía hacer de todo, el Charro. 

"Me hablaba siempre de una camioneta que tenía, una pick up Chevrolet color bordó casi nueva. No me acuerdo bien, pero creo que había sido comerciante. Me contó que se puso a vender en la cancha de Boca unos almohadones de telgopor que se usaban como asientos en las tribunas. Después se lo prohibieron porque los hinchas los tiraban encendidos desde la popular a las bandejas de abajo. Con eso hizo mucha plata. Después inventó el papel higiénico con chistes y vendió cualquier cantidad, pero también se lo prohibieron porque parece que la tinta irritaba el culo de los que lo usaban. Mientras duró también hizo mucha plata. Era un tipo muy hábil para los negocios; a mí me daba buenas ideas. 

"El Charro tenía mundo. Había visitado otros países; sería un ratón, un bohemio, pero sabía de todo. Era un filósofo, un bocho. A veces, yo tenía curiosidad por saber algo de su familia, preguntarle si era casado, si tenía hijos. Pero de eso nunca se hablaba, me lo tenía prohibido porque sabía que les hacía mal. 

"Pero algunas cosas me decía en lo poco que hablaba conmigo. Bah, conmigo hablaba mucho, pero dentro de lo mucho que hablaba era poco. Yo trataba de que no fuera al pabellón, lo llevaba recién bien entrada la tarde porque los presos tenían que estar en su pabellón antes de que oscureciera. 

"Había muchos colaboradores, pero él era distinto. Nunca iba a los interrogatorios ni salió a marcar gente a la calle con las patotas. No sé cómo era su situación, él andaba sin capucha, ni siquiera con la capucha levantada; directamente sin capucha. Tal vez sería un perejil o un consentido porque cocinaba muy bien. Sabía mucho del juego de bochas y hacía de rayero. 

"Me acuerdo que le gustaba contar anécdotas cochinas, las aventuras que había tenido con las mujeres, como la de esa vez que me contó, en Uruguay. Resulta que había entrado en un piringundín cuando estaba por empezar el espectáculo y se había sentado en una mesa cerca del escenario, bien en el centro. Le gustó una de las minas del lugar, la llamó y la mina vino. La mesa era cuadrada, tenía un mantel largo hasta el piso. El arregló con la mina y ella se metió debajo de la mesa para agarrarle el nabo. Al rato, todo el mundo empezó a aplaudir. '¿A quién aplauden todos estos boludos?', me dijo que pensó. Claro, si en el escenario todavía no había nadie. Los demás descubrieron lo que pasaba porque él movía la cara para todos lados y los ojos le revoleaban. 'El espectáculo era yo. ¡Qué boludo! ¡Cómo me aplaudían!' Después la mina salió de debajo de la mesa y saludó como si fuera el final del espectáculo. Contaba cosas así el Charro. No conversábamos de cosas profundas, sino de historias sin importancia.
 


El 'Loco César' y las fugas


"Cuando cae, el 'Loco César' manejaba un Fiat 125 robado que tiempo después me trajo graves problemas. Pero a él, ese auto le salvó la vida. Lo usó de parapeto en el tiroteo que tuvo con la patota antes de que lo capturaran. Así y todo, él llegó al campo con siete u ocho balazos en el cuerpo. Al Fiat también lo trajeron, imaginate, todo agujereado por el impacto de las balas. 

"El 'Loco César' era un 'pesado' que se defendió como una fiera. Decime si de otra manera se entiende que haya recibido tantos tiros. El tipo tenía unos huevos de oro. Hay que tener en cuenta que ellos, los guerrilleros, andaban siempre con una cápsula de cianuro en la boca para suicidarse cuando se veían perdidos, y por eso los de la patota salían siempre con varias jeringas preparadas para contrarrestar los efectos del veneno (1). De esto me enteré por comentarios, y lo sabíamos todos los que, como en mi caso, participábamos únicamente en los operativos cuando hacía falta llevar refuerzos porque había peligro de combate.
 

"El 'Loco César' tiró a la mierda el cianuro y recién lo pudieron capturar después de meterle un montón de balazos. Era un tipo distinto, no había manera de sorprenderlo. No se entregaba así nomás; se defendía después de dos, cuatro, ocho plomos metidos en el cuerpo. 

"Me imagino que los de la patota eran gente muy entrenada porque traían detenidos a rolete. Actuaban violentamente y no decían, como en las películas, "Está detenido, entréguese". Los agarraban de los pelos, les pegaban una piña en la panza, otra en la cabeza, le metían la capucha y al auto. No les daban tiempo de nada. Por lo que me fui enterando te puedo asegurar que era así. Utilizaban el factor sorpresa porque sino ¿cómo hacés para que el otro no se defienda a los tiros? Bueno, el 'Loco César' no se dejó sorprender. Estaba solo, lo agarraron recién cuando quedó tirado en la calle, desangrándose después del enfrentamiento. 

"Llegó al campo prácticamente muerto. Una detenida que era médica, a la que habían puesto a cargo del dispensario que habían montado para atender a los detenidos dentro del campo, le salvó la vida. Nunca supe bien cómo fue. A César le habían metido siete u ocho balas del 45; yo ví algunos de los plomos en un frasquito. No sé cómo, pero el tipo se salvó. 

"Después, los interrogadores le dieron máquina (2), pero como había pasado mucho tiempo desde su detención hasta que estuvo en condiciones de ser torturado, no era mucho lo que podía decir. Los de su organización tuvieron tiempo para levantar los lugares que él conocía y alertar a la gente que podía llegar a delatar. Para mí que lo pasaron por la máquina para que supiera cómo era.
 

"Con el tiempo ya andaba totalmente 'destabicado' (3), después de que se había ablandado, creo yo. Ahí le ví la cara por primera vez: era calvo, blanco, más bien robusto. Hablaba bien, se expresaba correctamente, con todas las eses, no como yo. Se ve que estaba bien formado, César. 

"En esa época yo estaba a cargo de la maestranza del campo, y los prisioneros eran mis peones. Llegaba a la mañana, bien temprano, y buscaba mi pelotoncito: Charro, César, Araña y un amigo de Araña que cayó con él, pero no me puedo acordar cómo es que lo llamaban. Los gendarmes que controlaban todo con una lista ya sabían que a ellos los podía sacar de los pabellones para que hicieran los trabajos de mantenimiento en el centro de detención. 

"Al Charro lo dejaba en la cocina, al Araña y al amigo los ponía a arreglar las goteras de los techos, y a César, que era muy hábil, le encargaba los arreglos de electricidad, cambiar las lamparitas y esas cosas. El también barría, limpiaba los baños y me ayudaba con la comida. 

"Yo les buscaba actividades todo el tiempo. Charlábamos, contábamos cuentos, nos cagábamos de risa. Una vez subí a la terraza del edificio grande donde estaban el Araña y su amigo arreglando los techos llenos de goteras con alquitrán; era un edificio viejo. Para trepar había que usar una escalera amurada a la pared, de puro fierro, de esas que tenés que agarrarte con las manos mientras te empujás con los pies. 

"Nos quedamos como dos horas ahí arriba charlando y tomando sol. Nadie se avivó. Hablábamos de todo, sin tocar nunca el tema de ellos ni de su situación. Primero porque no me gustaba enterarme de ciertas cosas, o parecer buchón de los interrogadores, y después porque no entendía nada de esas cosas, no hoy entiendo. 

"Lo que sí sé son las cosas que ví, aunque no las entienda. Pero la historia es que ese día casi me caigo del techo en el que estábamos conversando con los detenidos. Yo tenía encima una pistola 45, cosa que estaba prohibida, y me quedé enganchado en un escalón con tanta mala leche que se me cayó la pistola arriba del techo. Menos mal que la agarró Araña, un muchacho grande, como de cuarenta y pico de años, calvo, petisito, de bigotes, que se expresaba bien. "Tomá Petete", me dijo mientras me la alcanzaba por la culata. Mirá si en vez de él, en ese momento hubiera estado César, seguro que me tomaba de rehén y se armaba flor de quilombo en el campo. 

"Al 'Loco César' le llegó la promoción en la guerrilla mientras estaba detenido en el campo. Entre todos le festejamos el ascenso. Le habían dado un grado importante, de comandante o algo así (4). Nos enteramos porque, como vos sabrás, los Montoneros publicaban un boletín que llegó hasta el campo junto con otros papeles que encontraron en la casa de un detenido. Ellos eran un ejército de porquería, pero hasta tenían su propia revista, en la que publicaban los ascensos, las operaciones que habían hecho y los partes de las ejecuciones de las que eran víctimas militares y policías. Estaban bien organizados. 


El 'Loco César' se había ganado la confianza de los jefes del campo, era muy querido. Creo que le tenían respeto porque admiraban su valentía. A lo mejor era uno de los tipos que pensaban dejar con vida, a lo mejor. No entiendo por qué lo llevaron a hacer ese 'aguante'. Era un colaborador, pero no de los que salían a señalar gente por la calle, ni tampoco de los que se usaban para apretar a la gente durante los interrogatorios para apurar el 'quiebre' de los detenidos nuevos, como sí lo hacían 'Tito' y otros quebrados. 

Pero a un delirante del Colegio Militar se le ocurrió llevárselo para hacer esa 'marcación' (5), y él no se pudo negar porque si lo hacía era boleta.
 

"A mí me contaron después que se pasaron dos o tres días de aguante, esperando que apareciera el blanco. Parece que los de la patota -te digo tal cual me lo contaron-, se quedaron dormidos y vos ¿qué hacés si estás prisionero y tus guardianes se quedan dormidos? Yo haría lo mismo que hizo él. Me pongo un helicóptero donde ya te dije. Y se piantó César, se las tomó apenas pudo. El se había hecho de una pistola que le arrebató al tipo de la patota que tenía al lado para custodiarlo y salió rajando. Pegó la vuelta en la esquina y en medio de la calle asaltó a un tipo que pasaba por ahí, le robó el auto y el maletín que tenía adentro. Resulta que ese tipo era del Batallón de Inteligencia 601, mirá qué casualidad. Le sacó el arma, la documentación y el auto a uno de Inteligencia. Después escuché otra versión que decía que en realidad se había ido con el auto de la patota. 

"Cuando se enteraron en el campo se pusieron todos como locos. Se habían confiado demasiado en él, que se hacía el simpático, el tranquilito. Estaba esperando el momento oportuno para rajar. Creo que esto influyó en el destino de los colaboradores que quedaron. Pagaron justos por pecadores. 

"César se hizo humo. Nadie supo nada de él hasta que apareció en el 79 encabezando una comisión que creo que era de las Naciones Unidas. El les había dibujado los planos de los centros de detención militares, que eran clandestinos, con las cartas topográficas del terreno, el plano de ingenieros y cómo estaban dispuestas las edificaciones. Todo correctamente detallado. Así que por más que las edificaciones ya no existían, estaba todo ahí documentado. El fue el primero en contar todo esto, uno de los pocos que pudo hacerlo. 




Otras fugas


"Calculo que mientras yo estuve en ese infierno, además del 'Loco César' se fugaron por lo menos otros tres prisioneros. No recuerdo sus nombres. Cuando llegaba al otro día me decían: "Anoche se fugó uno del tal pabellón". Los de Gendarmería los buscaban como locos, era su responsabilidad. 

"Hubo un tal Aldo -no sé si era su nombre verdadero-, que se fue caminando en pleno día por el interior de la Escuela Sargento Cabral, y así llegó a las vías del tren que todavía no estaban bajo nivel como ahora, sino que corrían sobre terraplenes. Atravesó toda la escuela y nadie se avivó, nadie se dio cuenta. Como si el tipo conociera la escuela de punta a punta, como si hubiera hecho la colimba ahí. Hay que conocer por dentro la Cabral para saber dónde ir. Lo mejor es que algunos después declararon haberlo visto en el lugar: "Sí, pasó por acá". Pensaron que era un militar que venía de hacer gimnasia. 

Estaba con las muñecas atadas con un trapito, pero tenía los pies libres. Se vé que en un descuido del celador vio un agujero que había en una de las paredes del pabellón y se fue, se jugó. Estaría esperando que en cualquier momento le dieran un plomazo por la espalda mientras se fugaba, pero Dios le dijo: andate. 

"Uno que se quiso ir y no pudo fue un muchacho que había sido agente de la policía. Lloraba: "Yo no tengo nada que ver, estoy por ascender a cabo, ¿cómo me hacen esto?" Una vez se enojó y salió gritando: "¡Soy inocente, soy inocente, soy inocente!" Estaba encapuchado y saltó por la ventana como un gato. Pero cayó mal del otro lado, creo que se quebró una pierna. Tuvieron que llamar al médico. La desesperación de ese chico era escalofriante. Después lo agarraron los gendarmes. ¡Cómo le pegaron al pobrecito por quererse escapar!" 

 

 
   

 




(1) En este punto, al preguntársele por qué se salvaba la vida de personas que luego serían eliminadas, respondió: "Siempre se trataba de que el prisionero llegara vivo al campo para que pudiera ser interrogado, sacarle información que pudiera conducir a la captura de otros. La patota tenía orden de traerlos vivos, porque muertos no les servían a los Grupos de Tareas".


(2)  "Máquina" se refiere a la aplicación de la picana eléctrica. "Dar máquina" significa "picanear", torturar mediante la aplicación de picana eléctrica sobre las partes sensibles del cuerpo de los prisioneros. 


(3) Se denominaba "tabique" a la capucha o venda que cubría los ojos de los prisioneros. Andar "destabicado" significaba que se le había quitado todo aquello que impidiera la plena visión.


( 4) 
Juan Carlos Scarpatti fue ascendido al grado de Oficial Mayor, que dentro de la organización Montoneros era el segundo grado en importancia, el inmediato a los oficiales superiores que tenían a su cargo la conducción de las columnas zonales en las que fue dividido el territorio argentino sobre la base de sus objetivos y necesidades políticas y militares. 


(5) En ocasiones, los prisioneros, una vez 'quebrada' su voluntad tras prolongadas sesiones de tortura, eran llevados hasta un lugar de encuentro de sus compañeros, a una casa o a un punto de circulación neurálgico -como una estación terminal de trenes- para señalar a otros integrantes de su organización. 

 

 

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