Capítulo XXV. Bussi y los asesinos.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

"Cuando Bussi asumió como segundo al mando del Comando de Institutos Militares, yo todavía estaba en El Campito. Me acuerdo que un par de días antes de que viniera a inspeccionar las instalaciones en las que estaban alojados los prisioneros tuvimos que pintar el frente de los edificios, cortar el pasto, barrer las calles... nosotros a esa tarea le decíamos IBM: Intenso Boludeo Militar. 

"Bussi llegó como si fuera Napoleón; a él le gustaba hacerle creer a los demás que era un general duro, que no te dejaba pasar ninguna irregularidad, al que había que rendirle todos los honores. Por lo primero que preguntó fue por el material secuestrado en los operativos, quería saber qué teníamos. Se ve que ya tenía en mente armar el museo de la subversión que hizo construir después. 

"Pero salvo ese día, Bussi nunca más pisó El Campito. Me acuerdo que cuando empezó a correr la bola de que él venía de Tucumán, entre nosotros especulábamos que su relación con Riveros iba a durar poco, que se iban a hacer mierda entre ellos. Los dos eran de carácter muy podrido y se creían que eran héroes de la guerra contra la guerrilla. 

"Pero yo sé cómo fue esa guerra. Entre las detenidas había madres que estaban en los pabellones junto a sus hijos, algunos grandes, de hasta once años. También pude ver cómo los interrogadores, que estaban divididos en cuatro Grupos de Tareas, cada uno a cargo de un sector o zona, ponían carteles en la puerta de sus oficinas que decían, por ejemplo: Maternidad Sardá o Se reducen sillas de ruedas. Eso es porque a algunos les tocaba estar a cargo de las embarazadas y a otros de los lisiados que llegaban en sillas de ruedas o con muletas. Entre ellos se hacían este tipo de bromas. Aunque parezca mentira, lo que te cuento es la verdad. 




Los colchones suficientes


"A las mujeres embarazadas, cuando estaban a punto de parir, las llevaban al Hospital Militar que funcionaba dentro de Campo de Mayo. Después, ninguna de ellas volvió al pabellón. No te puedo decir qué pasó después ni con los bebés ni con las madres. No lo sé. 

"Tampoco te puedo decir cuántas fueron las mujeres embarazadas que pasaron por El Campito. Por momentos llegamos a alojar a más de 600 detenidos al mismo tiempo, era imposible saber qué pasaba con cada uno de ellos. 

"Los pabellones estaban tan llenos que con otro muchacho, del que me reservo su nombre pero que después de todo esto también quedó loco, empezamos a hinchar las bolas por la falta de colchones. Caía y caía más gente y no había suficientes para todos; tampoco frazadas. Estaban durmiendo de a dos o tres por colchón de una plaza. A algunos los tuvimos que ubicar directamente en el piso, arriba de un trapito y sin ningún abrigo, en pleno invierno. "Tanto insistimos que al final cometimos un error. 'Ya está solucionado el tema de los colchones', nos dijeron un día. '¿Dónde tenemos que ir a buscarlos?', preguntamos nosotros. 'Ustedes no tienen que ir a buscar nada, ahora los vienen a buscar a ellos', nos respondieron. La solución fue eliminar a todos los que para ellos ya sobraban, y nos dejaron a uno por colchón. Después de ese día ya no pedíamos nada más. Así y todo, a los pocos días me mandaron al Colegio Militar a retirar 200 frazadas. '¿Y ahora para qué mierda me sirven si esta gente ya no está?', me pregunté. ¿Acaso esta gente me puede acusar a mí de cometer traición? 




Los asesinos por su nombre (1)

 
"La dirección de El Campito, desde que comenzó a funcionar hasta que fue demolido, siempre estuvo a cargo de un teniente coronel. "Pertenecía al Batallón 601, había sido jefe de Policía Militar de Campo de Mayo; un hijo de puta. Su nombre era Jorge Vosso. 

"El hombre era de contextura grandota. tenía una voz muy grave. Siempre andaba calzado con botas de montar. Usaba un antiguop sobretodo marrón terroso que le llegaba hasta los tobillos, casquete verde oliva, una escarapela en el pecho y la fusta en la mano, como sui fuera del arma de caballería, aunque era infante. Decían que usaba botas por prescripción médica porque tenía las piernas ulceradas de tanto chupar. Le decían 'empresario deshonesto' porque todo lo que tenía lo invertía en ginebra. Pero al final le quedó como sobrenombre 'La Parca'. 

"Vosso era el verdugo, el responsable de la mayoría de las muertes en El Campito. Un borracho perdido que le tenía pánico a Riveros y que respondía ciegamente a todo lo que él le ordenaba. Una mala persona por vocación, que era la herramienta más justa para los intereses de los jefes. 

"Martínez Zuviría por ese tiempo era teniente. Ahora debe ser coronel del arma de Caballería. Una noche, en El Campito, habían empezado a matar a un grupo de prisioneros. Vosso siempre estaba al frente de esos trabajos. Entonces Martínez Zuviría, que estaba entre los oficiales del campo, se le acercó y le dijo: '¿Me permite, mi teniente coronel?' La Parca lo miró y le pasó el arma con un nuevo cargador. Este oficial mató esa noche a doce personas de un tiro en la cabeza. Cuando yo le pregunté por qué lo había hecho si no tenía nada que ver, si no estaba obligado a hacerlo, él me respondió: 'Lo hice por solidaridad con mi superior, eso es todo, cabo'. A Martínez Zuviría se lo conoció en El Campito con el apodo de 'Néstor'. Era un hombre de la alta sociedad, que participaba en competencias de salto y tenía caballos de polo. Creo que la familia tenía varios haras. 

"Coronel era el apellido de un mayor de la Escuela de Artillería. Era un carnicero. A él le interesaba más quedarse con los bienes de los detenidos que la importancia que pudieran tener para los interrogadores. Buscaba la guita, la cuenta bancaria, el reloj; lo que fuera. 

"Martín Rodríguez (2) era del mismo palo que Coronel. Su nombre de guerra era Toro, y pertenecía a uno de los Grupos de Tareas más temidodos. Después me contaron que terminó procesado por un asunto de robos de autos. El era el que, entre sesión y sesión de tortura, les hacía firmar a los prisioneros que eran capturados con su coche el formulario de transferencia para quedarse legalmente con sus vehículos.
 

"Raúl Capelli era médico. Ahora es el director del Hospital Militar de Campo de Mayo. En esa época era un tierno, teniente primero. Así y todo, formó parte de los Grupos de Tareas y es el responsable de muchas desapariciones. Me acuerdo que una vez le salvé la vida durante un enfrentamiento, porque él no tenía formación de combate. Era uno de los peores obsecuentes de los jefes. Como era psiquiatra, llegó a atenderme durante algunos años cuando empecé a tener mis crisis mentales debido a todo esto que te cuento. Vos le vés la cara de gordo bonachón que tiene y creés que se trata de un tipo inofensivo. Es por eso que yo ya no me guío más por las apariencias. Creo que Capelli en un par de años ya puede ascender a general. 

"Carlos Alberto Ferrario en esa época era capitán. Fue uno de los más obsecuentes asistentes que tenía Bussi en Campo de Mayo para que lo asesorara en temas legales. 





La descendencia 


"Hay muchos comprometidos con lo que pasó en Campo de Mayo. Entre ellos, gente que hoy sigue en actividad y está al mando de unidades del Ejército. Esto lo sabe muy bien el Jefe de Estado Mayor, Martín Balza. Yo creo que las Madres de Plaza de Mayo no están tan erradas cuando dicen que Balza no es tan inocente. El estaba haciendo un curso en Chile cuando se puso en marxha la Operación Cóndor, en la que los militares de la Argentina, Uruguay y Bolivia se pusieron de acuerdo para combatir la subversión. 

"Quiero que quede claro que esto es sólo un pensamiento mío. Que yo no tengo pruebas. Pero me cuesta creer que Balza acepte que lo metan preso a Jorge Rafael Videla mientras él dice que nunca se enteró de lo que pasaba; que no sabe dónd está el cuerpo de Santucho, que no sabe de órdenes escritas, que esté al frente de un generalato cobarde que terminó haciéndole el juego a la subversión."




 

 

 



(1) Víctor Ibañez revela en esta parte de su relato la identidad hasta ahora desconocida de un grupo de jefes militares que participaron en forma directa en el exterminio de miles de personas. En algunos casos no se ha podido determinar el nombre de pila de los involucrados, aunque sí su apellido, el grado que tenían en ese momento y el arma a la que pertenecían. El testimonio fue registrado en el mes de enero de 1999.


(2)  Ibañez lo menciona como Rodríguez Martín.

 

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