ANCLA

por Natalia Vinelli

 

 

Un enfoque desde la práctica política

En las postrimerías de la colonia en Hispanoamérica cualquier crítica al régimen estaba rigurosamente prohibida. La subordinación primero a Carlos IV ya Fernando VII después no podía siquiera ponerse en duda. Pero en las cantinas, en las fiestas, en las reuniones amistosas o en los corrillos de la plaza pública se manifestaba, con fuerza y en silencio, el espíritu de la oposición emancipadora. El malestar interno que corroía las entrañas de la vida colonial llevaba de un oído al otro los sucesos de la guerra con Inglaterra, las intrigas de la camarilla del virrey o las novedades de la campaña napoleónica sobre Madrid, hechos que en estas tierras se traducían en la formación de logias secretas y en la elaboración de planes encaminados a lograr la independencia (148).

Así, mientras públicamente el cabildo de 1810 juraba lealtad a Fernando, por abajo no deseaba otra cosa que consumar "la obra grande de nuestra Libertad e Independencia". De allí que circularan numerosos pasquines clandestinos que llevaban a conocimiento del pueblo los pormenores de la emancipación. Como dijimos en el capítulo anterior, estos escritos "sediciosos" fomentaban las acciones violentas contra el régimen, denunciaban sus puntos flacos y llamaban a los parroquianos a tomar parte activa en la lucha por la conquista de la independencia. El ambiente durante los últimos años de la colonia se había separado en dos: en público, todo era fidelidad hacia el rey; en privado se preparaba el terreno para la guerra de emancipación.

Un siglo y medio más tarde de aquellas jornadas históricas, la práctica de la censura también fue el recurso del régimen para mantenerse en el poder. En 1955, los militares de la Revolución Libertadora no se contentaron con proscribir al peronismo: fueron más allá y hasta prohibieron por decreto la difusión de los símbolos e incluso el nombre de Perón. La resistencia del hombre a la censura y a la desinformación tuvo, en ese entonces, su expresión en una prensa pública que terminó refiriéndose al líder llamándolo Juan Domingo, en miles de volantes clandestinos y pintadas de "Perón Vuelve", y en una unidad de acción resistente sólo posible gracias a la unidad de concepción del movimiento proscrito.

Algunos años después, bajo la dictadura de Onganía, Rodolfo Walsh participó junto a Rogelio García Lupo y a pedido del gráfico Raimundo Ongaro de la gestación del Semanario CGT, órgano de difusión de la CGT de los Argentinos. En sus páginas el escritor y periodista publicó por entregas su investigación titulada "¿Quién mató a Rosendo?". El periódico fue clausurado más tarde y obligado a la clandestinidad, cuando los llamados a la movilización y a la lucha social de sus notas se reflejaron en el Cordobazo.

Pero a partir del golpe militar del 24 de marzo de 1976, la estrategia de desinformación se constituyó en una prioridad de las Fuerzas Armadas para cumplir con sus objetivos. Para poder llevar adelante el autodenominado "Proceso", fue necesario mantener el orden limpio de perturbaciones y ruidos peligrosos a sus fines, y por lo tanto fue fundamental que el pueblo no tuviera conciencia de lo que estaba sucediendo. De modo que la intervención y la clausura de medios de prensa, en un caso, y la recomendación acerca de los enfoques inconvenientes, en otros, se hicieron vigentes desde las primeras horas del golpe de estado (149).

En esos oscuros días, las radios y los canales de televisión estatales se pusieron inmediatamente al servicio de la desinformación. Esa era una de las formas de asegurarse que la sociedad civil no reaccionara. De modo que se impusieron las penas más severas a aquellos que se atrevieran a "perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales", y así todos los espacios se cerraron para la divulgación de la realidad (150).

Sin embargo, como en los pródromos de la emancipación, la cerrada estrategia militar no pudo tener en cuenta todas las formas a las que son capaces de recurrir los hombres para comunicarse: las experiencias de ANCLA Y Cadena Informativa, entre otras y pese a las obvias dificultades de funcionamiento, se plantearon la resistencia por medio de la difusión de una prensa clandestina, realizada con métodos artesanales, y donde se propiciaba el rescate de la tradición oral y del rumor.

Las dos herramientas eran parte de la resistencia a la dictadura y al silencio: como rezaba al final de los partes informativos de Cadena..., estos medios llamaban a sus destinatarios a derrotar el terror y hacer circular la información. La conciencia de la dificultad de que los partes fueran publicados de forma tradicional fomentó el boca en boca y abrió el ciclo comunicacional a la participación popular. Así, a partir de la comunicación, estas dos experiencias apostaron a la organización.

En el proyecto del grupo que las llevó adelante subyace, además, la teoría de que tener conciencia equivale a poseer un dominio informativo del entorno (151), lo que le permite al individuo movilizarse contra la injusticia. En ese sentido, ANCLA se acerca al concepto de prensa subterránea planteado en términos leninistas: aquellas octavillas de distribución clandestina que apuntaban a la concientización proletaria y auspiciaban la participación obrera tanto en la edición como en la distribución. También, como dijimos más arriba, a la proliferación de pasquines que minaban desde "abajo" las estructuras virreinales.

Ahora bien, esta actividad subterránea tanto de ANCLA como de Cadena actuó -durante su breve período de funcionamiento- como sigilosa campaña de oposición al régimen; en otras palabras, como campaña de rumores en términos de los psicólogos norteamericanos G. Allport y lo Postman. Estos autores, al promediar la década del 40, advirtieron que el rumor juega un papel auxiliar en las situaciones de movilidad social y revuelta popular. "Nunca estalla un tumulto sin rumores que lo inciten, acompañen o intensifiquen su violencia" (152), explicaron, y es posible que a esto atendiera la Junta Militar cuando pretendió inmunizar a la sociedad de perturbaciones peligrosas: el lenguaje produce información, no solo la transmite. Y cuando un mensaje circula a través de intermediarios estos le imprimen su propia huella, es decir, una nueva información que se anexa a la anterior.

Durante la revolución cubana, por ejemplo, se dio en llamar "radio bemba" a la circulación de noticias entre la sierra y las ciudades o poblados que intentaban romper el bloqueo informativo. Si bien los combatientes del Movimiento 26 de Julio contaban con un equipo transmisor en las sierras desde donde emitía Radio Rebelde, su señal no podía ser captada desde todos los rincones de Cuba y su transmisión era intermitente. De modo que el rumor, al igual que cualquier otra forma del discurso humano, es un fenómeno social.

En una nota aparecida en la revista "Noticias (de Argentina)", una suerte de síntesis editada en el extranjero por el Movimiento Peronista Montonero, dice: "Radio Liberación TV, desde un mes antes de la jornada de protesta del 27, interrumpió la programación (de radios y canales de TV). Desde los televisores las arengas del comandante Firmenich (...) llamaban a la huelga (...) Decenas de transmisiones informaron al pueblo trabajador, (... rompiendo) en los hechos la doctrina clásica de los comunicólogos donde el receptor, luego de recibir el mensaje del emisor, se agota en sí mismo como ente pasivo. Aquí, sobre el terreno del campo popular, demostramos que el receptor no es pasivo. Se convierte nuevamente en emisor que retransmite rápidamente ubicando en cada fábrica, en nuevos hogares, el mensaje recibido en el barrio obrero cubierto por las ondas montoneras (... La) voluntad política y el pueblo receptor-transmisor han superado la teoría clásica de la comunicación. Cada escucha del pueblo es otra dinámica emisora, otra RLTV en funcionamiento con el motor al máximo. Esta vez fue la huelga. A partir de ahora, multiplicándose, la prensa popular, oral y escrita, acelerará su función de informar, agitar y conducir" (153).

De esta manera, el discurso inicial se reproduce en múltiples direcciones. Cada receptor se convierte en un nuevo emisor y el discurso mismo se transforma en acción. En consonancia con esta idea, Robert Escarpit señala el ágora griega como un antiguo espacio de interrelación de los ciudadanos, donde mejor podía introducirse una información y difundirla. "El recurso de boca-oreja -explica- en los sistemas de pequeña dimensión es una de las armas más eficaces de las oposiciones clandestinas y de los movimientos de resistencia" (154). El autor entiende como un sistema de pequeña dimensión al que se sostiene en aparatos simples donde los individuos en su conjunto pueden participar en los intercambios informativos productivos, como por ejemplo la aldea o el barrio, o también la organización política clandestina.

Durante la colonización de Indochina y Argelia, el ejército francés llamó a este recurso "teléfono árabe". Y durante la segunda guerra mundial, cuando la propaganda nazi afectaba la moral del frente interno, los pueblos ocupados de Europa acudieron a este recurso para defenderse del bloqueo y la desinformación. Es evidente, entonces, que en la Argentina del autodenominado "Proceso" el "boca-oreja", el rumor, iba a ser tomado como una porción de resistencia al silencio y al terror. Acuciados por el aparato represivo y terrorista del estado, los grupos de militantes políticos, sindicalistas, intelectuales y dirigentes barriales (sistemas de pequeña dimensión) apelaron a la "perturbación" del orden establecido desde una producción de información que Walsh intentó sistematizar para hacerla más confiable y menos "rumor".

Durante la primera resistencia peronista (155) se llevaron adelante infinidad de acciones que, según Daniel James, podían ser tanto activas como pasivas: mientras la activa incluía el sabotaje (tipo militar), la pasiva tenía en cuenta la difusión de rumores, distribución clandestina de volantes y pintadas callejeras (tipo político). "Toda esa miríada de actos de resistencia finalmente tornaría ingobernable al país" (156). El rumor, entonces, supone un flujo comunicacional multidireccional donde cada receptor se convierte en un emisor, generando una red.

Justamente, "caños", sabotajes y conspiraciones se apoyaban en la circulación de rumores que tenían por objetivo librar una guerra psicológica contra el gobierno de la Revolución Libertadora, y que intentaba demostrar que el país era ingobernable sin Perón al frente. Entre los rumores más recordados, se destaca uno que apuntaba a descubrir el mal desempeño de las autoridades en un producto relacionado a los niños: "hay vidrio molido en el dulce de leche" corría por lo bajo entre las familias.

Más allá de lo anecdótico, los rumores acompañaban una guerra de desgaste, donde los esfuerzos no se dirigían al centro del poder sino a donde éste no estaba presente para desconcertarlo y distraer su atención de aquellos militares y civiles peronistas que llevaban adelante conspiraciones tendientes a lograr el regreso de Perón. No casualmente este planteo es el que retoma Walsh, el cual, salvando diferencias, tiene en cuenta diferentes niveles de compromiso.

En el caso del funcionamiento de la Cadena Informativa, Walsh buscó ejercer presión en puntos de relativa decisión, de modo de comprometer a las personas en la resistencia y convertirlos en vehículos fidedignos de información. Se trataba de artículos que él mismo escribía, simples y fáciles de reproducir, que entregaba a personalidades representativas del quehacer nacional. De esta forma terminaban por oficiar como multiplicadores de información clandestina.

Tamaña empresa no era fácil, habida cuenta del gran control sobre la ciudadanía que ejercía el aparato terrorista del estado, y que abarcaba todos los contextos y situaciones, metiendo su mano desde la escuela hasta el ámbito familiar. Desde todos los espacios se buscó impulsar la delación para lograr la depuración de los "enemigos de la Patria", y se sistematizó una estructura sumamente vertical de respeto a la autoridad. De esta forma, el control represivo logró hacer mella en todos los microcontextos cotidianos de la sociedad.

Como todo aparato, la Junta Militar que se hizo con el poder en 1976 se dotó de un código de comportamiento, representado en la Doctrina de Seguridad Nacional. Ese código incluía dispositivos para asegurar su propia estabilidad. De ahí que no dudara en apelar a la conciencia nacional para recurrir a la guerra. -Justamente, en épocas de la dictadura, se buscó apuntar al fortalecimiento y cohesión de la identidad nacional a través de la campaña "los argentinos somos derechos y humanos", el mundial 78 y la aludida guerra de Malvinas.

Robert Escarpit lo explica así: "Los aparatos, y particularmente los aparatos políticos, no pueden ni deben quedarse en una actitud desesperada, ni aceptar una impotencia que sería la negación de su legitimidad. Su estrategia es entonces la de reforzar su control sobre el contenido de los mensajes lanzados a una red, a fin de predeterminarlos al máximo con el objetivo de efectuar, por medios groseros pero poderosos, manipulaciones rudimentarias y decisivas sobre la globalidad anónima de los eventuales receptores".

Según Richard Gillespie en su estudio sobre los Montoneros, este fue uno de los factores que ayudaron al aislamiento de esa organización y que tuvieron que ver con su persistente militarismo: sus actividades no trascendían en la prensa, entonces los operativos debían ser lo suficientemente espectaculares como para llamar la atención del público. Pero el aparato estatal siempre estaba atento para manipular el mensaje y desvirtuar los objetivos iniciales.

Para evitar la distorsión, Walsh creó ANCLA y generó focos de resistencia a la manipulación y el silencio. Mientras, el dominio de la Junta Militar volcó hacia el conjunto de la ciudadanía una propaganda fuerte y vertical que no admitía un ida y vuelta; al tiempo que sus "grupos de tareas" (157) llevaron adelante y a conciencia el trabajo sucio para obtener datos acerca de las personas sospechosas de colaborar con la guerrilla, a fin de exterminarla: lo que Foucault llama el Saber-Poder, el saber de vigilancia organizado alrededor de la norma de control establecida por quienes detentan el poder (158).

En el marco de ese control unívoco sobre la comunicación social, Walsh proyectó elevar las interconexiones informativas desde la participación popular, donde cada punto de recepción debía ser necesariamente un punto de emisión. De esta forma, ANCLA y la Cadena Informativa buscaron promover corrientes de opinión para resistir a la dictadura, generarle contradicciones y llamar la atención del resto del mundo acerca de las violaciones a los derechos humanos y sobre la calamitosa situación económica, política y social que vivía la Argentina de aquellos años. Y todo ello pese a que "la primera preocupación de la autoridad es asegurarse que los perturbadores no posean medios de reproducción" (159), y pese al intento militar de no permitir "ruidos" que generen toma de conciencia. Porque frente a la política global del poder de aniquilar las molestias "se dan respuestas locales, contrafuegos, defensas activas y a veces preventivas" (160), destinadas a romper su unicidad.

Pero, ¿qué pasa cuando las perturbaciones se generan dentro del propio régimen? ¿cuándo existen contradicciones dentro del propio aparato y, desde afuera, los "perturbadores" planifican formas de acción para agudizarlas? Este fue uno de los objetivos fundamentales de ANCLA, destinado a forzar "la red de la información institucional, nombrar, decir quién ha hecho qué, designar el blanco", como "una primera inversión de poder (...) un primer paso para otras luchas contra el poder" (161).

Es en este sentido que Walsh visual izó un logro en la pequeña difusión de sus artículos y de los artículos de otros militantes. Era un logro que, aunque más no fuera mínimamente, una información se difundiera, sobre todo teniendo en cuenta el especial interés de las Fuerzas Armadas en recortar la comunicación social. Sin conocimiento no hay reacción, por lo tanto cualquier experiencia comunicacional debía resistirse a esta imposición militar. Aunque su éxito, a fin de cuentas, fuera parcial (y no por ello menos importante).

Finalmente, la obsesión de Walsh por el análisis no sólo de las "escuchas" clandestinas al aparato represivo, sino también de las noticias publicadas por la prensa legal y los discursos de los generales, tenía un objetivo claro: romper la unicidad del poder y agudizar sus contradicciones internas para asestarle un duro golpe político. ¿Cómo? Entendiendo que "hay que admitir un juego complejo e inestable donde el discurso puede, a la vez, ser instrumento y efecto de poder, pero también obstáculo, tope, punto de resistencia y de partida para una estrategia opuesta. El discurso transporta y produce poder; lo refuerza pero también lo mina, lo expone, lo torna frágil y permite detenerlo" (162).

 

La cotidianeidad y los corresponsales populares

En un proyecto de cambio, la información y la propaganda se constituyen en un nuevo frente de lucha, indispensable no sólo para la información sino también para la organización y la educación de las masas. De ahí el concepto de corresponsales populares que muchas de las fuerzas políticas retomaron en su lucha por la toma del poder. ANCLA no escapa a este concepto: a través de la participación popular en la información apelaba a la organización para resistir a la dictadura.

Aunque en rasgos generales la agencia no oficiaba como un órgano oficial de difusión de propaganda política, venía a cumplir el rol de un espacio que -sin decirse Montonero- llegaba a infinidad de sectores con el propósito de romper el bloqueo informativo y a la par generar malestar entre las Fuerzas Armadas y los diferentes grupos de poder a los que ellas respondían. La agencia era un frente de lucha adecuado al momento político que se vivía, signado por el avance de las clases dominantes y por una derrota de las organizaciones populares en el plano militar.

Por ese motivo, su estructura intentó ser descentralizada en lo interno y apuntó a ligar la resistencia a la política de masas, replegadas hacia el peronismo, "hacia las relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología". Es en ese sentido que Walsh, en los documentos internos de la organización, aclara que "acá el problema es político y el lenguaje militarista no sirve" (163): es decir, retoma la cotidianeidad de las masas para dar una batalla política en ese plano, y desde allí conducir la resistencia.

El método adecuado, entonces, debía ser diferente a la organización para la guerra: Walsh (y con él todo un grupo de militantes) proponía trocar el centralismo y la homogeneización por la autonomía táctica de "grupos reducidos e independientes cuyo nexo principal es la unidad doctrinaria (el peronismo)", y luego que la prensa se descentralizara "a nivel de pelotón de resistencia, conservando a nivel de Conducción Táctica El Montonero (164) ya nivel Secretaría General (165) la Agencia Clandestina, y eventualmente un órgano doctrinario editado en el extranjero" (166). Por ese motivo, Walsh sostuvo que pensar en grandes diarios o revistas clandestinas -que implican el mantenimiento de un aparato importante con locales e imprentas- iba a ser "un blanco terriblemente fácil para el enemigo" (167).

Los párrafos precedentes muestran hasta qué punto la información y la propaganda alcanzan una importancia clave en los procesos de lucha. Según Armand Mattelart, éstas no pueden "escapar a la dinámica de guerra de masas", e incluso señala que, en el caso mozambiqueño, "en las zonas donde ha sido posible realizar una actividad de propaganda antes de comenzar la lucha armada, esta última alcanzó éxitos inmediatos" (168).

Ahora bien, cabe preguntarse cómo se genera esa información. Al igual que en el caso de ANCLA y de muchas otras experiencias de comunicación para la lucha, el Frente de Liberación de Mozambique organizó una extensa red de corresponsales populares que recogían la información en sus zonas de trabajo y la llevaban a la Voz da FRELlMO, radio instalada en el país vecino de Tanzania y que abarcaba todo el territorio nacional. Como muchos pobladores no poseían aparatos de radio, se organizaban escuchas colectivas similares a las realizadas en torno a la radio Venceremos de El Salvador, donde la experiencia incluía a combatientes, amas de casa, estudiantes, vecinos y trabajadores.

Es decir que cada realidad político-social genera sus propias herramientas de comunicación. En la Argentina, a las prensas partidarias clandestinas se sumaron radios, obleas, "gancheras" (169), pintadas y agencias de noticias (170). En Mozambique, donde el analfabetismo alcanzaba niveles extremos y no existía una sola lengua nacional, se apeló a la radio, los murales, las caricaturas y los carteles. En ambos casos, el objetivo era neutralizar la información enemiga e informar para la acción y la lucha atendiendo a las necesidades sociales.

Las formas de informar para la lucha pueden apreciarse, también, en el caso de las radios mineras bolivianas: mientras en tiempos de normalidad institucional llevaban adelante una línea comunicacional con canales de acceso que garantizaban la participación popular en la información, centrados en la educación y en la idiosincrasia minera y campesina; en tiempos de represión las emisoras se ponían al servicio de la organización y la lucha, actuando como movilizadoras de los sindicatos y de la población en general contra la intervención de las Fuerzas Armadas. Así fue como, en tiempos de "emergencia", nació la gran cadena de radios mineras, una red a la que cada emisora entraba previo contacto interno.

"La defensa del distrito minero se concentra en torno de la radio (... que) es la primera en ser defendida y la última en caer, porque el ejército lo primero que hace es tratar de silenciarla (...), (ya que se trata del) núcleo movilizador", explica el periodista boliviano Jorge Mansilla Romero (171). En 1975 y bajo la dictadura de Hugo Bánzer, la Asamblea General de Trabajadores de Catavi proclamó la "lucha por rescatar nuestras emisoras, rescatar a nuestros presos y el aumento general de salarios" (172). La reivindicación de las emisoras, entonces, fue parte fundamental de la reestructuración y fortalecimiento del movimiento obrero, al tiempo que la comunicación fue parte de su plataforma de lucha.

Un buen ejemplo de la función de la comunicación como eje movilizador son los sucesos en torno del golpe de Estado de Natusch Busch, en 1980. Todas las comunicaciones de La Paz quedaron cortadas, pero la intervención no llegó al distrito minero. Para obtener información, los trabajadores escuchaban por onda corta informativos extranjeros, ya que sólo las corresponsalías se mantenían en pie en esa capital. A su vez, las agencias internacionales reproducían los informes de la cadena minera, dándoles trascendencia internacional.

La experiencia sirvió para mejor resistir, poco más tarde, la narcodictadura encabezada por los generales García Meza y Arce Gómez. "Había que resistir, transmitir las 24 horas seguidas haciendo turnos", afirman los entrevistados en el libro "Una mina de coraje", de José Ignacio López Vigil (173). La cadena, instrumento político para la movilización, emitía entonces comunicados que alertaban sobre la presencia del ejército e instaban a la organización minera y campesina: "Las tropas estarían (no) a cinco kilómetros de Siete Suyos y muy cerca de Santa Ana, por tanto nos aprestamos a defendernos (...) La cifra de detenidos (hasta el momento) alcanza 31 "; "Ya ha comenzado el tiroteo a la altura de Santa Ana, se deben agrupar las fuerzas en ese sector"; "En estos momentos se está luchando, los compañeros trabajadores están impidiendo el ingreso de las fuerzas reaccionarias" y "Las cinco organizaciones sindicales más importantes han llamado a una Asamblea general", son algunos de los fragmentos que señalan cómo la referencia clave para la organización y la movilización de cada centro minero, y de los centros entre sí, era la radio: la información se entendía como un bien social y no como una mercancía.

Las experiencias mencionadas señalan que la participación popular en la información fue esencial: o bien a partir de las fuentes, o bien a partir de la multidireccionalidad de la información. Además, a través de la figura de los corresponsales populares se buscaba devolverle la palabra al pueblo, darle entidad a su cotidianeidad y movilizarlo en la lucha por la liberación nacional (174). En aquellos países tercermundistas donde el analfabetismo era alarmante (El Salvador, Bolivia, Mozambique. etc.), nacieron los medios de comunicación educativos, que ligaron el proceso educativo al proyecto de cambio como necesidad fundamental.

Según Jorge Robelo, ministro de Información del FRELlMO, "la construcción de poder popular democrático exige como condición que el pueblo sea conciente de sus derechos y deberes (…) En esta perspectiva se deberá informar y formar políticamente, educar, contribuir a las transformaciones en curso", ya que "debemos crear la posibilidad de que todos puedan escribir, porque todos tienen algo que decir" (175). En el mismo sentido. Samora Machel, máximo dirigente del Frente, resalta que "nuestra información debe ser un destacamento operacional avanzado", teniendo en cuenta que "no hay terreno neutral en la lucha de clases" (176).

Justamente, Lenin sostiene que para que el periódico obrero sea un éxito es necesario asegurar que reciba en forma permanente informaciones y artículos de todas partes, organizando una extensa red de agentes que garantice la circulación de la información y la distribución del material en todos los rincones de Rusia. Dado su papel organizador, Lenin plantea diferentes niveles: desde un periódico político popular de lucha ideológica hasta folletos de lenguaje claro y de contenido principalmente reivindicativo y zonal encaminados a despertar conciencia entre los obreros más atrasados, para lo cual también tiene en cuenta la actividad educativa legal (177).

En el libro Qué hacer, Lenin sostiene que "el papel del periódico no se limita a difundir ideas, educar políticamente y ganar aliados políticos. El periódico no es sólo un propagandista y agitador colectivo sino también un organizador colectivo". Los pasquines surgidos en los cordones industriales de Santiago de Chile, por ejemplo, buscaban propiciar la discusión de las bases obreras, el fortalecimiento de la crítica y la participación en la información. Para lograrlo, los periódicos se editaban en pequeñas tiradas, de modo que se hacía necesaria la reunión para compartir la lectura, y por consiguiente se estimulaba la multiplicación de la información.

De esta manera, fue posible la ruptura de la tradicional polaridad emisor-receptor, y a su vez del famoso paradigma de Lasswell (¿Quién dice qué, por qué canal, a quién, con qué efecto?), ya que -de entrada- el "quién dice" (ese emisor todopoderoso) se sustituye por un "todos dicen": a partir de las discusiones obreras generadas en torno de los artículos se preparaba el número siguiente, en un hacer los periódicos para sí dentro de un proceso de aprendizaje. Sin ir más lejos, el Semanario CGT bregó por que cada fábrica designara a un corresponsal capaz de enviar al periódico artículos de los trabajadores, al tiempo que los instó a sumarse a las tareas de distribución y venta para enfrentar las trabas a la libre circulación que le imponía el régimen de Onganía.

Todas estas experiencias tienen en común una práctica política que se sostiene en la concepción leninista de la prensa en tanto factor de organización, educación y esclarecimiento. En el caso de ANCLA, además, implicó la puesta en práctica de una tradición latinoamericana y el recurso al secreto para alcanzar los objetivos fijados. Justamente, tal como resaltó Lucila Pagliai, "lo clandestino es aquello que se mimetiza para no ser descubierto" (178): la agencia no sólo debió mimetizarse para funcionar, sino fundamentalmente para cumplir con eficacia su labor ofensiva, que significaba tomar parte en las discusiones políticas de la cúpula militar y de los sectores económicos, con una identidad difusa y profundizando las diferencias existentes entre ellos acerca de los pasos a seguir.

En ese sentido, es interesante la idea del secreto a partir de la antinomia ser-parecer de Greimas: "¿Qué es algo que es y parece lo que es? La verdad. ¿Qué es algo que es y no parece lo que es? El secreto. ¿Qué es algo que parece pero no es? La mentira. ¿Qué es algo que no es y no parece? La indiferencia, la comunicación irrelevante". La clandestinidad está estrechamente ligada al parecer y al secreto -"niega el parecer y obtendrás el secreto"-, y por lo tanto al enigma, que "puede ser una de las formas de darse la verdad" (179).

 

     

 

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Notas

148 Cfr. Vázquez Machicado (1957).

149 Cfr. Horacio Verbitsky (1985).

150 Idem.

151 Cfr. Robert Escarpit (1992).

152 Cfr. Gordon y lo Postman (1947). Para ver el problema del rumor desde otra perspectiva política y desde una óptica más específica (la comunicación bajo regímenes carcelarios sumamente severos), leer Maria Del Carmen Rubano (1994), y Emilío De Ipola: Ideología y discurso populista, capítulo 7, "La bemba". México, Ed. Folios, 1982.

153 Noticias (de Argentina). Año 1, número 8, mayo de 1979. La revista es una publicación del Movimiento Peronista Montonero. Se editó en el exterior entre 1979 y 1980. El       artículo se titula "Atención, atención, habla Radio Liberación, voz de Montoneros".

154 Cfr. Escarpit (1992).

155 Por primera resistencia peronista se entiende el período que va de 1955 a 1958. 156 Cfr. James, Daniel (1990).

157 Unidades represivas.

158 Cfr. Foucault, Míchel (1991).

159 Cfr. Robert Escarpit (1992).

160 Cfr. Gilles Deleuze y Foucault, Michel (1995), página 14.

161 Idem. En este caso los autores se refieren al Agence de Presse Liberation frente a la política policíaca de las sociedades de control.

162 Cfr. Foucault, Michel (1986).

163 Cfr. Rodolfo Walsh, documentos internos. En Baschetti (1994).

164 Organo oficial redactado por la conducción de Montoneros.

165 En su plan de resistencia y reubicación de los cuadros, Walsh plantea que las secretarías del área federal pueden dividirse en tres: la Secretaría General (que incluye prensa), Internacional y Conducción Táctica. Las primeras dos funcionan en el extranjero         y la última en el país.

166 Cfr. Rodolfo Walsh, documentos internos. En Baschetti (1994).

167 Cfr. Walsh, papeles personales, diciembre 29. En Baschetti (1994).

168 Cfr. Mattelart (1981).

169 Pila de volantes unidos por un gancho, que permite colgarlos en lugares de gran tránsito público.

170 Además de ANCLA, funcionó durante un tiempo una agencia de noticias que pertenecía a otra organización político militar; el PRT-ERP, de izquierda marxista, entre otras.

171 Cfr. Jorge Mansílla Romero, entrevista de Héctor Schmucler y Criando Encinas (1982).

172 Cfr. José Ignacio López Vigil (1984).

173 Cfr. J. 1. López Vígil. Op. cit.

174 Cfr. Jorge Robelo. En Mattelart (1981).

175 Idem.

176 Cfr. Samora Machel. En Mattelart (1981).

177 Cfr. Lenin, recopilación (1979).

178 Entrevista realizada por la autora (marzo de 1998).

179 Cfr. Fabbri (1995).

     

 

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