Matar para robar, luchar para vivir
por Carlos del Frade
II Parte - Desaparecedores, Resistentes e Impunidades
Capítulo 6 - La Santa Fe de la revolución
“El capitalismo no es cristiano", sostuvieron los obispos por el Tercer Mundo en
agosto de 1967. Aquel documento, firmado por dieciocho sacerdotes, conmovió la
estructura eclesiástica en la Argentina y América latina toda.
Por aquellos días, Beatriz Pfeiffer, que había nacido en Jacinto Arauz, a 120
kilómetros de Santa Fe, llegó a la ciudad capital para radicarse. Tenía cuatro
años.
A los trece ya militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios. Ella era alumna
del Colegio del Calvario, que junto con el Instituto de la Inmaculada Concepción
eran los dos establecimientos privados católicos identificados con el
tercermundismo.
El director del Calvario era el padre Osvaldo Catena, uno de los tantos que se
jugaron por la opción preferencial por los pobres y, de hecho, se fue a vivir a
Villa del Parque.
Una consigna atravesaba el principio de los años setenta: "Luche y vuelve",
gritaban las paredes y las fábricas, el centro y las villas.
Beatriz se sumó al proyecto del padre Catena. Se fue a la villa y comenzó a
trabajar en el "roperito", la guardería y la capilla. Estaba codo a codo con
varios grupos de chicos y se encargaba de la formación de las alumnas.
La UES era considerada una de las varias agrupaciones de base de Montoneros.
Como sucedió en otros lugares de la geografía argentina, una de las primeras
reivindicaciones fue la pelea por el medio boleto estudiantil.
"Ahí empezamos a conocer lo que era confrontar, lo que era la policía y lo que
significaba la represión, porque esas marchas eran reprimidas. En esa época, era
la época de los caballos, las bombas con las mangueras de agua", recuerda
Beatriz.
Eran marchas masivas porque había centros de estudiantes en casi todas las
escuelas.
La militancia era la vida misma, no una actitud más.
"Un compromiso de vida. Y así fue desde el principio hasta el final. Nosotros
supeditamos todo lo restante a la militancia. El estudio era circunstancial y un
posible trabajo también. Esa era la vida. Y eso era la vida para todos los que
estábamos comprometidos en una cuestión social diferente. Porque nosotros
queríamos cambiar todo y estábamos convencidos de eso y no había otra cosa",
explicó la militante revolucionaria.
La familia de Beatriz sumaba a otros tres hermanos, pero la militancia era el
eje existencial para los dos más chicos. Cuando murió su padre, en 1971, ellos
trabajaban para cubrir las necesidades elementales de una familia de clase media
baja que se había quedado sin nada.
Le tocó ser empleada en la estación de colectivos, para una empresa que hacía el
recorrido Montevideo-La Falda. Se llamaba Cora Internacional. Y el hermano
trabajaba en jugos Toreta. Vivían en el barrio del Jardín Botánico.
El padre, Don Pfeiffer, era militante de la Unión Cívica Radical Intrasigente,
pero cuando llegó a la ciudad se hizo anarquista.
La identificación con el peronismo se dio como una consecuencia del encuentro de
los valores de la iglesia con las experiencias barriales. La primera imagen
fuerte fue Evita, y después Perón.
En el sur profundo de la provincia, en Sancti Espíritu, nació Cecilia Nazábal en
los días en que el peronismo declaraba su propia constitución. Su mamá luchaba
con su salario de maestra para llevar adelante una familia con tres hijos y la
muerte prematura del esposo. Fue a la escuela secundaria en el Colegio de la
Misericordia de Rosario, hasta que en 1968 decidió estudiar ingeniería química
en Santa Fe. Por aquellos días la facultad de ingeniería química era un
hervidero.
Cecilia tenía ideas sociales provenientes del cristianismo, y con ese bagaje a
cuestas se metió a militar en el Ateneo universitario. Allí estaban Vaca
Narvaja, Cambiaso, Haidar, Del Rey, entre otros.
Eran los tiempos de una gran cantidad y calidad de militantes, verdaderos
ejemplos de ética, donde había una relación directa entre el hacer y el decir.
Leían desde Juan José Hernández Arregui hasta Mao.
No era tan importante trabajar políticamente en la universidad, como sí reclutar
gente para militar en otros ámbitos, especialmente los barriales.
En 1969 participó de la toma de la facultad, después del mayo del Rosariazo y
del Cordobazo. Se discutía el rol y el lugar el peronismo.
"Eran días de mucha vitalidad. Todo servía para cambiar la historia. Había que
aprovechar hasta el último minuto. Nosotros teníamos como consigna que debíamos
ser buenos alumnos y ser, además, los delegados de los otros estudiantes. Para
nosotros era una verdad aquello de la universidad al servicio del pueblo. Todo
se podía hacer", contó Cecilia.
El ajusticiamiento de Pedro Aramburu, carta de presentación formal de
Montoneros, fue uno de los hechos más saludados por el pueblo. No ocurriría lo
mismo con el asesinato de José Ignacio Rucci.
Eran los días del "Luche y vuelve", y aunque su familia no era peronista, el
pueblo sí lo era. Cuando iba a los barrios como Santa Rosa de Lima y San Lorenzo
se encontraba con ese sentimiento. En medio de una sociedad muy conservadora que
todavía se daba el gusto de presentar a las chicas en sociedad a través del Club
del Orden. De allí que estallara una bomba de alquitrán contra el frente de la
institución. Los estudiantes llegaban a echar a los profesores. Cecilia
trabajaba en campañas de vacunación contra la viruela, en las escuelas,
levantando terraplenes para prevenir los efectos de las inundaciones. Se
encontraba con los grupos que trabajaban junto al padre Osvaldo Catena, un lugar
con una mística tan especial como la música y las canciones que producían.
"El 17 de noviembre de 1972 me voy a esperarlo a Perón. Todos teníamos un
proyecto. Después vinieron las elecciones de marzo de 1973 y el elegido por el
Viejo fue Sylvestre Begnis, que no era peronista, pero el dedo de Perón no
dejaba lugar a duda alguna. En esos tiempos el local de la Juventud Peronista
santafesina funcionaba sobre la calle 9 de Julio. El primer momento en que
tuvimos la pauta de que algo podía fallar fue cuando estalló el golpe de
Pinochet en Chile derrocando a Allende. Pero lamentablemente nos preocupamos más
por las cuestiones internas", dijo Cecilia.
Después también estaría en Ezeiza...
"Zapucay se llamaba el grupo que integrábamos en Reconquista, en el norte
santafesino. Tenía quince años y estaba muy pegado al cristianismo de la
revolución. Toda una mezcla de curas revolucionarios, admiradores de la
revolución cubana y de todo lo que venía de América latina", cuenta Víctor Hugo
Salami, el Negro, nacido cuando la dictadura fusiladora de Aramburu terminó con
el segundo peronismo e iniciaba las relaciones carnales con el Fondo Monetario
Internacional.
En Reconquista comenzaron los trabajos de revolucionarios como Graciela Daleo,
Roberto Perdía y el sacerdote Rafael Yacuzzi, aquel que fuera líder de la Marcha
del Hambre, en Villa Ocampo, en el agitado 1969.
La familia del Negro estaba compuesta por cinco varones y una mujer, la menor.
Entre 1971 y 1972, junto a uno de sus hermanos, se sumó a la Acción Sindical
Argentina, una organización vinculada a los sacerdotes por el Tercer Mundo. Ya
estaba en Santa Fe capital y su ingreso al peronismo de base fue un hecho casi
natural. Vivía en Villa del Parque y ya formaba parte de la estructura que
después se conocería como Montoneros.
"Nadie iba a incorporar gente. La gente se sumaba sola. De repente. Fue allí que
conozco a mi compañera de toda la vida, Liliana. Y a través suyo a sus primos,
Emilio y Raúl Vega. Ellos son los que me hacen dar los primeros pasos más
organizados en la militancia".
Rubén, su hermano mayor, cayó detenido y recién fue liberado en 1973. Estuvo un
año y medio preso.
El proceso del "Luche y vuelve" lo sumerge en la profundidad de la historia
argentina.
"Yo vivía todo aquello con una euforia tremenda. Trabajaba en un taller
metalúrgico como aprendiz. Había cursado estudios en la escuela industrial de
Reconquista, pero llegó el día que me dije: Yo no estudio más. Yo ya quería
tomar el poder. Acá en Santa Fe laburaba y estudiaba, era una cosa de no parar.
Veíamos la cosa muy cerca y muy posible. Compartías la comida, la casa. En los
barrios si sabían que vos eras un compañero no te podían tocar, te cuidaban. Me
casé muy pibe, a los dieciocho años. Fue casarnos para estar juntos en esta".
El Negro recordaba que el padre de Liliana era obrero ferroviario y que todos
los 17 de octubre se izaba la bandera. Pero cuando desapareció el hermano de su
mujer, en 1978, aquel viejo peronista se transformó en pastor evangelista,
porque esa religión fue lo único que lo contuvo.
Stella Marys Garastegui y Norberto Victoriano Puyol se enamoraron en Santa Fe
cuando la década del sesenta empezaba a hacerse profunda en sueños y compromiso,
cuando la revolución ya no era solamente una palabra. Estuvieron nueve años de
novios y tuvieron tres hijas, Lucila, Patricia y Manuela. En 1966 se fueron a La
Plata. Norberto estudiaba arquitectura y los dos militaron, desde casi el
inicio, en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Fue cuadro de honor
pero igual lo echaron por su afiliación.
En 1970 volvieron a Santa Fe, hasta que en 1971 Norberto fue detenido.
"Han transcurrido varios meses y no sé cuántos más pasarán, pero todos los días
pienso en ustedes y los siento cerca de mí. En todo este tiempo he sufrido
calamidades e injusticias como esta de estar encerrado, pero siempre tuve buenos
momentos en que los recordaba a ustedes. De todos modos, lo que más me preocupa
es que comprendan que esta constante lucha que estamos llevando adelante miles
de jóvenes argentinos acabará algún día, entonces disfrutaremos de la PAZ. Eso
es lo que trataré de hacer en esta carta. Yo soy perfectamente consciente y
respeto muchísimo todo el esfuerzo hecho por ustedes dos para que a nosotros,
vuestros hijos, desde que nacimos no nos faltara nada. Pero también he
comprendido que los que estamos aquí luchamos para que todos los niños puedan
tener lo que nosotros tuvimos, ya que pensamos que no es un problema de
dedicación mayor o menor de los padres, sino de las posibilidades y
oportunidades que estos tengan. No olviden nunca la pobreza y la injusticia que
existe en nuestra patria. Todavía falta mucho que luchar para conseguir eso,
pero lo conseguiremos. Sé que Lucila, Patricia y Manuela necesitan mucho de su
padre y yo no puedo desde aquí ayudarlas. Siento mucho esto, pero si todos los
padres estuvieran preocupados por sus hijos solamente, no se podrían dedicar a
la lucha. Deben comprender que los padres precisan luchar también por otros
niños. Y esta lucha es para la felicidad de todos los niños. No quiero que
ustedes me consideren un héroe romántico, pero sí como un revolucionario, igual
que todos los demás compañeros que están cumpliendo sus deberes ante la
historia", escribió Norberto Puyol, el 28 de noviembre de 1971, desde su prisión
en Villa Devoto.
"A mi papá lo detuvieron, le armaron una causa. El dijo que fue a buscar un auto
que no sabía que era robado. Habían robado un camión de leche y lo repartieron
en el barrio. Después fue a buscar ese auto que estaba marcado y lo detuvieron.
Lo llevaron a Coronda, donde lo golpearon mucho", contó Lucila, que había nacido
en febrero de 1967.
El padre de Norberto, su abuelo, fue concejal de la Unión Cívica Radical
Intransigente y frecuentaba uno de los bares tradicionales de Santa Fe, La
Modelo, en el que se reunía con sus amigos estableciendo una comunicación que
raramente tenía con su hijo. Para su cosmovisión, la detención de Norberto fue
algo muy fuerte. Ni siquiera le quiso contar a su esposa en qué estado lo había
encontrado cuando lo visitó en Coronda. Las nietas heredaron las medallas de oro
que le entregaron en sus tiempos de concejal.
El circuito de la detención siguió en Resistencia, en el Chaco. Stella militaba,
por aquellos años, en una organización que no era el PRT. Le costó salir del
partido porque valoraba la actitud de Roberto Santucho, que había reivindicado
la incorporación de la mujer en la lucha revolucionaria.
"Ella decía que antes de eso la compañera criaba a los hijos de la revolución, y
entonces se tenía que quedar en la casa. Tuvo agarradas fuertes con mi papá por
ese tema. Una vez en La Plata le dijo: «Me vuelvo con Patricia a Santa Fe, y vos
que podés ser padre, millitante, estudiante y qué sé yo cuántas cosas más, te
quedás con Lucila». Y así fue. Me dejaron con mi papá y mi mamá se fue. A los
dos meses volvió a buscarla porque no podía con todo. Es que mi mamá tenía otra
visión en algunas cosas, a pesar de que era militante. Si era un día de sol en
invierno, ella decía: «Mirá qué lindo día, por qué no vamos a la plaza a
llevarlas a las nenas», y mi papá contestaba: «No. No puedo, ya vamos a tener
tiempo»".
A los tres días de que Stella se radicó en el Chaco, Norberto fue llevado al
penal de Rawson. Sola y con las nenas, trabajaba, juntaba plata y le mandaba una
encomienda mensual a su compañero preso en el sur. Lucila recuerda haberlo visto
a los cinco años, hasta que en mayo de 1973 llegó la amnistía del gobierno de
Héctor Cámpora. Los presos políticos debieron tomar el penal de Rawson para
garantizar la libertad. Y los rehenes son las propias familias. Entre ellas,
Stella y Manuela, la más chiquita, que tenía ocho meses cuando Norberto fue
detenido. No conocía a ese señor cuando salió a los dos años y medio.
"Mi hermana Patricia, cuando salió mi papá, lo contó en la escuela. Yo casi la
mato. Me llamaron a mí, que estaba en primer grado, y me preguntaron de dónde
había venido mi papá. Entonces mi mamá me cuenta que yo contesté re-mala: «Mi
papá sale de la cárcel porque estaba preso por luchar por los pobres»".
Vivieron un tiempo en Buenos Aires hasta que en 1974 pasaron a la
clandestinidad.
Ana Cámara ingresó a la Facultad Católica de Filosofía y Psicología en 1974.
Nacida y criada en Santa Fe, hija de una madre militante del Partido
Nacionalista que a los quince años, a pesar de formar parte de una familia
adinerada que tenía un molino de cereales y ser una chica de escuela de monjas,
fue a los barrios a dar las copas de leche. Eran los años treinta y ese desafío
lo transmitió a los hijos. La mamá de Ana era, además, maestra y directora de
escuela. También antiperonista. Se negó a dar "La Razón de mi vida" como texto
escolar y casi termina presa.
Cuando Ana cumplió los quince años, empezó a idealizar la militancia. Eran los
primeros contactos con organizaciones como Unión de Estudiantes Secundarios, la
Juventud Universitaria Peronista y la Juventud de Trabajadores Peronistas. Ella
boyaba entre esos muchachos rebeldes y románticos pero no se animó a militar
porque también iba a una escuela de monjas en la que no había un centro de
estudiantes.
Pero en 1974, ya en la facultad, se metió de lleno en la JUP. El director de la
facultad era un sacerdote tercermundista que permitía la difusión y la
militancia política. Eran los días en que Montoneros decidió el pase a la
clandestinidad.
"Yo tenía una pinta de burguesita que mataba. Siempre bien empilchadita. Me
gustaba estar maquillada. Uno de los compañeros me decía que hiciera una
cartilla interna para enseñarles a las montoneras cómo debían maquillarse y
estar lindas. Por un lado, por una cuestión de seguridad, y por otro, porque era
bueno ver arreglada a una compañera en vez de estar con todos los pelos
revueltos, la cara lavada y la ropa de fajina. A mí me mandaban a comprar los
bidones de nafta para los actos relámpago porque no causaba rechazo", contó Ana.
Los reuniones de formación política las hacían en una quinta en Rincón y con un
compañero que estudiaba química aprendían la parte militar, fabricar molotov,
bombas panfletarias y otros tipos de elementos. A pesar de la represión
incipiente, se le daba poca importancia a la cuestión seguridad. Ana no manejaba
armas, y aunque estaba encuadrada era considerada una adherente. Lo suyo era lo
político. Por esos tiempos, su mamá estaba orgullosa de la militancia de su hija
y de sus otros dos chicos.
"Chicos, ustedes no saben lo que son los militares. Ustedes no vivieron una
verdadera dictadura", les advirtió en su momento.
A pesar de esas palabras, la casa de Ana se hizo operativa. Se guardaba a
compañeros de alta responsabilidad en la organización. La madre los trataba como
a verdaderos hijos. El golpe ya se venía y la pesadilla se haría tan real como
la sangre.
La asamblea obrero popular de 1971
El 29 de julio de 1971, en el local del sindicato de trabajadores petroquímicos
de San Lorenzo, se realizó la denominada "asamblea obrero popular" convocada por
la Intersindical de la zona.
Se pedía "la reincorporación de todos los cesanteados en los últimos cinco años
en todas las empresas de la zona; la desocupación policial del establecimiento
aceitero Indo de Puerto San Martín y la normalización de ese gremio; la
eliminación de las empresas contratistas; aumento salarial; rebaja de la edad
jubilatoria a 55 años; la derogación de la ley de alquileres, suspensión de
todos los desalojos; derogación de las leyes represivas, libertad a los presos
políticos, investigación de los crímenes a combatientes populares; la conquista
de una nueva y verdadera democracia".
Luego de un paro de dos horas en las diferentes fábricas, medio centenar de
militantes obreros fueron detenidos como consecuencia del llamado Operativo
Mónica que comandaba el entonces teniente coronel Leopoldo Fortunato Galtieri,
apoyado por el jefe de la policía rosarina, el ex gendarme Agustín Feced. Entre
los presos estaban dirigentes de los combativos gremios cordobeses SITRAC-SITRAM.
A pesar de la represión, más de un centenar de trabajadores concretaron la
asamblea en la cual hablaron Juan Acevedo, Néstor Moglia y Juan Orso.
El asesinato del General Sánchez
Juan Carlos Sánchez nació en Villa Guillermina el 25 de setiembre de 1919.
A los 21 años se recibió de subteniente de Infantería. Fue agregado militar en
la Embajada Argentina de Italia entre 1961 y 1962, por lo que recibió la Orden
al Mérito en el Grado de Caballero Oficial por el gobierno peninsular.
En la década del sesenta fue uno de los principales oficiales que participó de
los cursos en contrainsurgencia que dictaron en la Escuela Superior de Guerra
franceses y estadounidenses.
Uno de los hombres de confianza de Alejandro Lanusse, fue nombrado comandante
del II Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario el 17 de diciembre de 1970,
cuando era general de brigada.
Reemplazó a Roberto Fonseca, el hombre que fue desbordado por el primer y,
fundamentalmente, el segundo Rosariazo de setiembre de 1969.
Hacia 1971 se jactó de haber eliminado al 85 por ciento de las organizaciones
subversivas rosarinas.
No le alcanzó.
Fue asesinado el 10 de abril de 1972 en un operativo conjunto de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias y del Ejército Revolucionario del Pueblo en la esquina
de Córdoba y Alvear, en Rosario.
Lanusse, en homenaje a Sánchez, bautizó con su nombre al II Cuerpo de Ejército.
La otra historia
Los llamados cursos de contrainsurgencia que recibieron oficiales del ejército,
la marina, la aviación y otros integrantes de las fuerzas de seguridad nacional
y provinciales consistían en las fórmulas de interrogatorio de las guerras no
formales. Eufemismo para ocultar las distintas formas de tortura empleadas en
diferentes países de América latina y Africa. Estos adoctrinamientos están
descriptos en "Dossier secreto", del estadounidense Martin Andersen, y
"Mercenarios y monopolios en la Argentina", de Rogelio García Lupo.
Al llegar Sánchez a Rosario, a fines de 1970, se encuentra con el desarrollo
regional del ERP, desde San Nicolás hasta Puerto General San Martín, tal como lo
describiera el propio Alejandro Lanusse en su libro "Mi testimonio".
"El 18 de setiembre de 1970, un comando (del ERP) asaltó la comisaría 24ª de
Rosario y mató a dos policías que se resistieron a ser desarmados.
Inmediatamente comenzó un operativo de represión a cargo del jefe de la policía,
comandante mayor de Gendarmería Agustín Feced -juzgado años después por
gravísimas violaciones a los derechos humanos a partir de 1976- para detectar a
la «banda de delincuentes». No quedó hospital, hotel o ruta por requisar en toda
la capital rosarina, pero el operativo no tuvo éxito", cuenta María Seoane en su
libro "Todo o nada".
Cuando Sánchez asumió la jefatura del Comando del II Cuerpo, planificó con Feced
las operaciones contrainsurgentes, según lo que el propio ex jefe de policía
rosarino declaró ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas en 1986, de
acuerdo a lo que consta en la causa federal 47.913, titulada "Agustín Feced y
otros", el verdadero mapa del terrorismo de estado en el sur provincial.
El 17 de setiembre de 1971, el segundo jefe político del ERP, Luis Pujals, fue
secuestrado y torturado en distintos lugares del Comando del II Cuerpo de
Ejército, siguiendo las órdenes del general Juan Carlos Sánchez.
La historiadora rosarina Cristina Viano relató que de esta manera Pujals "se
convirtió en el primer desaparecido del ERP". La mujer del dirigente, Susana
Gaggero, responsabilizó del hecho y de las torturas directamente al general
Sánchez a través de una entrevista publicada en el diario "La Opinión".
En la ciudad, mientras tanto, la dupla Sánchez-Feced "había realizado su aporte
con la inauguración del Servicio Antisubversivo de Rosario (SAR), que contaba
con un camión equipado con picana y otros instrumentos de tortura que circulaba
por la ciudad en busca de sospechosos. Los ejercicios de contraguerrilla, donde
el ejército, la Policía Federal y provincial y la Gendarmería coordinaban
acciones, se sucedían a la vista de la población en distintas zonas de la ciudad
como medida de amedrentamiento. En el año 71 los procedimientos antisubversivos
fueron aplicados a un conjunto de curas tercermundistas y estudiantes de la
ciudad, y todos ellos fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo",
describió la citada investigadora.
En la declaración ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, Feced sostuvo
que la llamada Comunidad Informativa Rosario estaba constituida por tres mil
integrantes y que la estructura fue montada por Juan Carlos Sánchez a principios
de la década del 70.
Cuando desaparece Angel Brandazza, el 28 de noviembre de 1972, el operativo se
hizo según órdenes del SAR, pero en aquel momento, según la investigación que
hizo la Bicameral de la Legislatura provincial encabezada por el entonces
diputado Rubén Dunda, la sigla significa Sub Area Rosario. Una entente de
fuerzas de seguridad dirigidas y coordinadas desde el Comando del II Cuerpo de
Ejército.
Distintos abogados de diversos partidos políticos acusaron a Sánchez y Feced de
haber secuestrado y torturado, entre 1971 y principios de 1972, a más de cien
estudiantes, obreros y militantes cristianos de base.
El asesinato de Juan Carlos Sánchez privó a la historia política de la ciudad y
del país todo del juicio que se le hubiese iniciado en 1973, por haber montado y
ejecutado la estructura delictiva de terrorismo de estado que a partir del
Comando del II Cuerpo de Ejército dirigió las fuerzas de seguridad provinciales
y nacionales que determinaron las fuerzas conjuntas que luego volverían a actuar
entre 1976 y 1983.
Cuando Leopoldo Fortunato Galtieri declaró ante el ex juez federal Víctor Brusa,
hoy detenido por los delitos de lesa humanidad que le imputa el magistrado
español Baltasar Garzón, en 1999, por el delito de supresión de identidad de
María Carolina Guallane, hace mención a un manual de Operaciones del II Cuerpo
de Ejército de la época de Juan Carlos Sánchez.
Lejos de ser un "general sanmartiniano", Sánchez, autor y ejecutor de la
estructura represiva que cuatro años después de su asesinato se cobraría 520
desaparecidos en la provincia y 350 en Rosario; debió ser juzgado por crímenes
de lesa humanidad cometidos en la región.