Matar para robar, luchar para vivir
por Carlos del Frade
II Parte - Desaparecedores, Resistentes e Impunidades
Capítulo 8 - Los sueños
Ezeiza la marcó
Allí, por primera vez, Beatriz Pfeiffer tomó conciencia del enfrentamiento
interno del peronismo en su verdadera dimensión.
"Ese choque frontal no lo esperábamos".
Para Víctor Salami, Ezeiza empezó con un colectivo que salió desde la sede de la
JP. Uno entre cincuenta micros. Cada uno organizado por barrio, por frente o por
movimiento sindical o estudiantil.
"Llegamos a la madrugada. Tuvimos que caminar mucho, durante toda la mañana. Ahí
veíamos cosas increíbles: columnas de gente que llenaba la panamericana. No
tenía noción del riesgo. El grueso vivimos aquello como una situación de
felicidad y de esperanza. Hasta que empezaron los tiros... El desastre fue a la
vuelta, una frustración tremenda", recordó el Negro.
"Ahí empezábamos a entender la lucha que se iba a dar dentro del peronismo.
Nosotros estábamos muy comprometidos pero fue recién en ese momento que tomo
conciencia de que estábamos frente a un enemigo interno muy fuerte".
Muchos, como Salami, creían que las diferencias ideológicas del peronismo se
terminarían con la vuelta de Perón. Para él, como para muchos, los enemigos eran
los militares asesinos de Trelew, la oligarquía terrateniente, los cipayos, pero
no la derecha peronista. Eso los sorprendió.
"Al Viejo no le teníamos mucha confianza pero nos convencía mucho aquello de la
actualización doctrinaria. Porque nosotros no inventamos lo del socialismo
nacional. Era lo que el Viejo nos iba tirando".
Después de Ezeiza se dio cuenta de que empezaba la batalla en serio.
Al regresar, el Negro Salami comenzó a militar en la clandestinidad.
A fines de 1974 sufrieron el allanamiento de la casa en Laguna Paiva y
decidieron irse a Escobar, en la provincia de Buenos Aires. Muchos compañeros
montos ocupaban cargos de importancia en la vida social, desde el secretario
general de FATE al presidente de la entidad de comercio, pasando por la
directora del hospital, los mecánicos y hasta el comisario del lugar. El único
enemigo era Luis Patti, que venía de la brigada de El Tigre.
"Nosotros fuimos a Ezeiza a festejar. Hacía tanto frío. Un día antes viajamos en
tren. Nos encontramos en la cancha de Vélez. A los santafesinos nos dieron la
responsabilidad de atender el comedor porque decían que no iba a faltar ni un
chorizo. Eso tenía que ver con la ética del cristianismo que se había convertido
en todo un sello para nosotros. Ezeiza fue un antes y un después. Por un lado,
la mayor alegría, caminar en medio de tanta gente reunida por la misma alegría.
Y de golpe, los tiros. La gente de Corrientes tirándose al piso adelante
nuestro; los muchachos de La Plata cayendo como moscas; Leonardo Favio pidiendo
que no le rompiéramos el auto. Me acuerdo que en Vélez lo vi a Galimberti con
una campera negra de cuero y asomándose por el cuello un fierro grande. Entonces
me pregunté: Perón, ¿no sabía esto?, ¿no conocía esto? Después fue el volver
caminando. Dormirme caminando. Teníamos angustia, desazón y me acuerdo de los
palos que golpeaban para llevar un ritmo. En horas se dio vuelta todo. No se
hizo ningún análisis. Después vino aquello de la teoría del cerco", recordó
Cecilia Nazábal.
En 1974, a pesar de las multitudinarias movilizaciones, Montoneros no estaba en
condiciones de discutirle el poder a Perón. El Viejo les espetó aquello de
Timoteo Vandor, burócrata de la UOM, “era un hombre probo”. La respuesta se
daría con el asesinato de José Rucci. En el acto del primero de mayo de aquel
año, a Cecilia le sacaron la rodilla de un palazo. Ahí empezaron a sentir que
Perón jugaba para uno de los lados que, justamente, no era el de ellos.
En la Facultad de Química de Santa Fe, entonces, se hizo un plenario nacional.
Estuvieron el Negro Quieto y los hermanos Oberlin. Se marcaron las diferencias
con Perón. Cecilia se preguntaba, ¿cómo iba a hacer para decir eso en los
barrios. Fue un mazazo. Comenzaron las disidencias. Distancias que marcaron que
muchos militantes se fueran de Montoneros de buena manera y otros, directamente,
se pasaran al bando de los servicios. El decano de Química, Churruarín, uno de
los que se fue de la organización, renunció a su cargo porque se lo debía a la
Juventud Peronista.
"A partir de 1974 la muerte entró en mis cálculos. Hice todo por no morirme y le
tenía pánico a la pastilla de cianuro. Nosotros, igualmente, decidimos correr el
riesgo para que el futuro sea mejor para nuestros hijos. Cuando la cosa se
volvió muy loca, cuando la historia te pasaba por arriba, sentí necesidad de
cortar con la organización", contó Cecilia, casi treinta años después.